Capítulo 25

1771 Words
Octavia —Por poco y te da la fecha, —se rio Aiden a mi lado, una risa ligera que contrastaba con la tensión que aún sentía en mi cuerpo. —Podrías avisar cada vez que haces eso... —le dije, agitando mis manos en el aire para enfatizar mi punto, —de desaparecer y reaparecer. —Aunque estaba agradecida por su ayuda, no podía evitar sentirme desorientada con sus repentinos traslados. Nos encontrábamos en medio del bosque, rodeados de árboles que se alzaban como centinelas silenciosos. El lugar exacto era un misterio para mí, pero lo que sí sabía era que necesitábamos detenernos. Mi respiración era agitada, y cada latido de mi corazón resonaba en mis oídos, recordándome el peligro del que acabábamos de escapar. Mientras corría con Aiden en mis brazos, el sonido de los guardias gritando, dándose cuenta de nuestra huida, había sido ensordecedor. A pesar de la luz solar tenue, filtrándose a través de las nubes grises, los guardias no dudaron en lanzarnos flechas desde el palacio. La adrenalina corría por mis venas, cada músculo de mi cuerpo estaba tenso, preparado para cualquier eventualidad. Fue un momento de terror puro cuando vi una flecha dirigiéndose directamente hacia mí. Pero justo en ese instante, Aiden despertó, y con un poder que aún me asombraba, nos transportó fuera de las puertas del muro. El alivio que sentí fue indescriptible, aunque sabía que no estábamos completamente a salvo todavía. Después de eso, corrimos lo que me parecieron kilómetros interminables, mi mente enfocada únicamente en poner tanta distancia como fuera posible entre nosotros y el palacio. Cada paso era un esfuerzo, pero la determinación de escapar y la urgencia de la situación me daban fuerzas. Ahora, finalmente a salvo por el momento, me dejé caer al suelo del bosque, el musgo y las hojas amortiguando ligeramente mi caída. Mi pecho subía y bajaba rápidamente mientras trataba de recuperar el aliento, y entrecerré los ojos por un momento, tratando de calmar mi mente acelerada. Observé a Aiden con una mezcla de asombro y alivio. A pesar de la intensidad y el peligro de nuestra fuga, había una luz inocente y genuina en sus ojos que me hacía sonreír a pesar del cansancio y el estrés. —Se te ve feliz, —le dije, mi voz suave, casi en un susurro, mientras me apoyaba en un árbol cercano para descansar. Aiden giró hacia mí, sus ojos brillando con una emoción que parecía haber estado reprimida durante mucho tiempo. —¿Sabes hace cuánto no estaba afuera? —preguntó, su sonrisa iluminando aún más su rostro juvenil. —Y ese escape... —hizo un silbido, imitando el sonido de algo rápido y emocionante, —nunca me había divertido tanto en mi existencia. Su entusiasmo era contagioso, y a pesar de la gravedad de nuestra situación, no pude evitar sentir una oleada de alegría. Era como si, a través de sus ojos, pudiera ver el mundo de una manera diferente, más vibrante y llena de posibilidades. —No puedo creer que esté diciendo esto después de todo lo que hemos pasado, pero me alegro de que te estés divirtiendo, —le dije, con una sonrisa genuina en mis labios. Observé cómo su mirada exploraba el bosque, como si cada árbol, cada rayo de luz que se filtraba a través de las nubes y las hojas, fuera un milagro. Mientras Aiden se recostaba contra el tronco rugoso de un árbol, pude ver cómo su pequeño cuerpo intentaba absorber la energía del sol, que apenas lograba filtrarse a través del espeso follaje del bosque. Cerró los ojos, y su expresión reflejaba una mezcla de resignación y desgano. —Odio este cuerpo, —susurró, su voz apenas audible. Había una tristeza subyacente en sus palabras que me tocó profundamente. —En mi verdadera forma no necesito comer... O ir al baño, —continuó, haciendo una mueca de desagrado. —Ahora me muero de hambre. Su confesión me sorprendió, pero no pude evitar reírme ligeramente. —¿Por qué no haces magia y convocas algo? —bromeé, intentando aliviar la tensión del momento. —Estoy muy débil, —respondió en un susurro, y su voz reflejaba la seriedad de su cansancio. Esa respuesta borró cualquier rastro de humor de mi mente. Si Aiden estaba demasiado débil para usar su magia, eso significaba que la responsabilidad de encontrar alimento caía sobre mí. —Mierda, eso me deja a mí la búsqueda de comida, —murmuré, mi tono reflejando la preocupación que sentía por reconocer los alimentos seguros de los venenosos. Me puse de pie, sintiendo cada músculo y articulación de mi cuerpo cansado, y comencé a caminar por el bosque, mis ojos escudriñando el entorno en busca de cualquier signo de alimento. El bosque estaba lleno de sonidos: el crujir de las hojas bajo mis pies, el suave murmullo de un arroyo cercano, el canto de los pájaros escondidos entre las ramas. Sonidos que hace mucho tiempo no escuchaba. Después de unos minutos, mi búsqueda dio frutos, literalmente. Encontré un arbusto con bayas que reconocí como comestibles. Mis dedos acariciaron suavemente las bayas, y las lágrimas amenazaron con brotar de mis ojos. El recuerdo de Lucien recogiendo bayas similares, con una sonrisa en su rostro y una chispa de humanidad en sus ojos, se agolpó en mi mente. A pesar de todo el dolor y la traición, esos momentos de conexión humana habían sido reales, y ahora, con su ausencia, se sentían como un eco lejano de algo que nunca podría recuperarse. Cerré los ojos por un momento, respirando profundamente, tratando de calmar mi alma. Las bayas ahora llevaban consigo el recuerdo y la pérdida de él. Con cuidado, recogí tantas como pude, llenando el dobladillo de mi camisa para llevarlas de vuelta a Aiden. Regresé a donde él estaba recostado, y extendí mi camisa para mostrarle las bayas. Aiden abrió los ojos, y una débil sonrisa se dibujó en su rostro al ver lo que había traído. —Espero que esto te ayude a recuperarte un poco, —dije, ofreciéndole una sonrisa reconfortante. —Gracias, Octavia, —dijo, su voz mostrando un atisbo de gratitud. Tomó las bayas con manos temblorosas, llevándoselas a la boca con lentitud. Observé cómo su rostro se relajaba ligeramente con cada bocado, como si la simple acción de comer algo tan sencillo como unas bayas le devolviera una parte de sí mismo. El sol, débil y distante entre las nubes, se filtraba a través de las ramas, creando un juego de luces y sombras sobre su rostro. Me senté a su lado, observando el bosque que nos rodeaba. El aire estaba fresco y lleno de los aromas de la tierra y la vegetación, un recordatorio de que, a pesar de todo, la naturaleza seguía su curso, ajena a las luchas y conflictos de los seres sobrenaturales y humanos. —¿Cuánto tiempo crees que tomará recuperar tus fuerzas? —pregunté, rompiendo el silencio que se había asentado entre nosotros. Aiden se encogió de hombros, su expresión era pensativa. —No lo sé, —admitió. —Pero cada momento que paso fuera de esas mazmorras me ayuda. Asentí, comprendiendo. —Descansa todo lo que necesites. Yo estaré aquí vigilando, —le aseguré, decidida a protegerlo mientras recuperaba su fuerza. Aiden necesitaba su poder para enfrentar a su hermana, y yo necesitaba su ayuda para acabar con esta guerra. Mientras él cerraba los ojos, dejándose llevar por el cansancio, me recosté contra el árbol, vigilante y alerta. A pesar del cansancio que sentía en cada músculo de mi cuerpo, sabía que no podía permitirme descansar todavía. Mi mente estaba llena de pensamientos y planes, cada uno girando en torno a cómo podríamos usar nuestras fortalezas combinadas para enfrentar a la Diosa Luna y liberar a nuestra gente. En la tranquilidad del bosque, con Aiden a mi lado, me permití un momento para respirar, para sentir la vida a mi alrededor. Pensé en la oscuridad que enfrentábamos, y, aun así, había belleza y vida en el mundo. Y por eso, por esa belleza y esa vida, valía la pena seguir luchando. —Octavia, —susurró Aiden, su voz llevando un tono de urgencia que me puso en alerta de inmediato. Miré hacia el horizonte, donde los últimos rayos del sol se desvanecían, dando paso a las sombras crecientes del atardecer. —Tenemos que movernos, el sol está bajando y el bosque ya no es seguro, —continuó Aiden, y su mirada seria escudriñando a nuestro alrededor. A pesar de mi frustración por haberme quedado dormida, la urgencia en su voz me impulsó a la acción. Comenzamos a caminar hacia el sur, deslizándonos entre los árboles con cuidado. Cada paso que dábamos era medido y silencioso, buscando evitar cualquier sonido que pudiera delatar nuestra presencia. El bosque, que había sido un refugio durante el día, ahora se convertía en un lugar de peligro potencial, lleno de sombras y sonidos desconocidos. Mi corazón latía fuerte en mi pecho, y mis sentidos estaban en alerta máxima. La oscuridad del bosque se intensificaba con cada paso que dábamos, y el único sonido que se escuchaba era el crujir de las hojas y ramas bajo nuestros pies. Cuando el sol se ocultó por completo, un escalofrío recorrió mi espina dorsal. El aullido de un Umbra cortó el silencio del bosque como una cuchilla, enviando una ola de miedo a través de mi cuerpo. Mi corazón latía con fuerza, resonando en mis oídos con cada aullido que se sucedía. En ese momento de pánico, un grupo de figuras emergió de las sombras del bosque. Mi primer instinto fue de alerta, pero algo en su postura indicaba que no eran una amenaza. Una de ellas, una mujer con el cabello oscuro atado en una coleta y ojos que escudriñaban la oscuridad, nos hizo una señal para que la siguiéramos. Su gesto de silencio era claro y urgente. La cueva a la que nos llevó estaba oculta entre un grupo de rocas y maleza espesa, casi invisible a simple vista. Era un refugio natural, su entrada apenas lo suficientemente grande como para que una persona entrara agachada. —¿Quiénes son ustedes? —pregunté, curiosa por saber más sobre nuestros salvadores. —Somos una pequeña comunidad de sobrevivientes, —respondió la mujer. —Nos escondemos de las criaturas que han tomado el control del bosque. Mientras hablaba, vi a algunos otros miembros del grupo asomarse desde las sombras, con rostros marcados por la dureza de la supervivencia. Había una determinación en sus ojos, un fuego que no se había extinguido a pesar de las adversidades.
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