Capítulo 13

1828 Words
Octavia Allí, de pie frente a mí, había un niño que no llegaba ni a mis hombros. Observé con asombro cómo cada detalle de su apariencia parecía meticulosamente arreglado: no tenía ni una sola marca en su piel y su ropa estaba tan prolija y limpia que parecía haber salido de una pintura, más que de la cruda realidad de nuestro mundo. Su presencia en aquel lugar sombrío y desolado era tan inesperada que por un momento dudé de su realidad. —¡Perfecto! Las alucinaciones han llegado, —me burlé de mí misma, mi voz cargada de ironía. La idea de que mi mente estuviera jugándome una mala pasada en aquel momento crítico parecía plausible, dada la tensión y el estrés que había estado soportando. Pero entonces, el niño habló con una voz que sonaba tan pura y serena, tan inesperadamente angelical, que me hizo cuestionar mis propias palabras. —No son alucinaciones, hija mía, —dijo, y su tono estaba lleno de una sabiduría que no parecía corresponder a su joven edad. Me quedé mirándolo, completamente desconcertada. La claridad de sus ojos y la seriedad de su expresión eran inquietantemente reales. —¿Quién eres tú? —pregunté finalmente, mi voz teñida de incredulidad. La situación era tan surrealista que cualquier noción de normalidad parecía haberse desvanecido. Él me miró, sus ojos brillando con una intensidad que parecía iluminar el espacio a nuestro alrededor. —Soy alguien que ha venido a ayudarte, —respondió, su voz tranquila y segura. En ese momento, supe que no estaba frente a un niño ordinario. —Bien, digamos por un momento que te creo... —dije suavemente, aún escéptica pero intrigada por su presencia. —¿Qué podría hacer un niño tan pequeño por mí? —Hija mía... —empezó a decir con un tono que mezclaba paciencia y una ligera condescendencia. —No me llames así por amor a la... No importa, no soy tu hija, —lo interrumpí, apuntándolo con un dedo. Sin embargo, él no pareció inmutarse por mi reproche. —Claro que lo eres. Lo siento en tu esencia, eres parte de mí, —afirmó con una convicción que me tomó por sorpresa. Sus palabras no eran las de un niño común; su voz llevaba un peso y una profundidad que parecían resonar directamente en mi alma. La impaciencia burbujeaba dentro de mí ante la extraña situación en la que me encontraba. —¿Qué eres? —pregunté, necesitando claridad en medio de tanta confusión. —Soy al que llaman Dios del Sol, el gran e inigualable Dios que controla el día en la Tierra, pero... puedes llamarme Excelencia, Majestad, Supremo Soberano... —Su respuesta estuvo impregnada de una arrogancia que, a pesar de su forma infantil, no dejaba lugar a dudas sobre su autopercepción divina. No pude evitar reírme de la grandilocuencia de sus palabras, encontrando humor en la incongruencia de su actitud y su apariencia. —Pues me va que no, —me burlé bufando, incapaz de tomarme en serio sus títulos grandiosos saliendo de un niño. Él me miró, y por un momento, una chispa de diversión pasó por sus ojos. —Entonces solo dime Aiden, —concedió, bajando el tono de su grandiosidad a uno más terrenal. —Aiden, entonces, —dije, decidiendo jugar según sus reglas por ahora. —¿Cómo un dios termina atrapado en el cuerpo de un niño? —Pues verás, hija mía… —comenzó, pero yo no estaba dispuesta a aceptar esa etiqueta tan fácilmente. —Mi nombre es Octavia, no soy tu hija, —repliqué con un tono que rozaba el gruñido, frustrada por su insistencia en llamarme así. —Eso lo veremos. —murmuró entre dientes —Entonces, Octavia, esta historia es muy larga, desde los primeros días de la creación... —Aiden continuó, y mientras hablaba, un juego de sillas y una mesa con comida apareció mágicamente en el centro de la habitación. —Mierda... —murmuré fascinada ante el despliegue de su poder. —Siéntate conmigo, necesitarás más alimento si planeamos salir de aquí, —me dijo con una sonrisa en su rostro, señalando las delicias dispuestas en la mesa. Sin dudarlo, me senté y comencé a comer vorazmente, como si no hubiera probado comida en años. Mi cuerpo reaccionaba al instinto básico del hambre, devorando todo lo que podía. —Despacio, hija... —Aiden empezó a decir, pero mi mirada fulminante lo hizo corregirse. —Octavia, —rectificó con una sonrisa comprensiva. —Continúa con tu historia, —lo insté, sin dejar de comer. Aiden comenzó su relato con un tono que evocaba un pasado lejano y mítico. —En el comienzo de los tiempos, varios eran los dioses que caminábamos por este lugar. Mi hermana y yo disfrutábamos de crear criaturas que se nos parecieran. Mi hermana es la Diosa Luna, como la llaman ustedes. —En ese momento, me atraganté con la comida, sorprendida por la revelación. La Diosa Luna, ¿su hermana? Tras darme un momento para recuperarme, Aiden continuó su historia. —Mientras yo creaba a mis hijos, los humanos, para que vivieran en armonía bajo la radiante luz del sol, mi hermana comenzó a crear criaturas que vivían en la noche. Monstruos que poco a poco consumían a mis creaciones por atreverse a caminar bajo la luz de la luna. Aiden miró hacia abajo, su expresión reflejando un conflicto interno profundo. —Para proteger a mis humanos, creé otros seres: las brujas. Al principio, ellas ayudaban a sus hermanos humanos, pero con el tiempo, las brujas empezaron a convencerse mutuamente para adoptar una postura neutral, —explicó, su voz teñida de una melancolía palpable. Después de una pausa, continuó. —Cansado de ver sufrir a mis hijos, decidí hacer una tregua con mi hermana. Le ofrecí un regalo, y juntos creamos a los hombres lobo, seres humanos con la capacidad de transformarse en lobos, criaturas que adorarían a ella y que vivirían tanto bajo la luz de la luna y del sol. —La revelación me dejó confundida y algo horrorizada. —¿Por qué hacer eso? —pregunté, luchando por entender su lógica. La idea de crear seres como moneda de cambio en una tregua entre deidades me parecía profundamente perturbadora. Aiden levantó la mirada, sus ojos brillando con una intensidad que me obligó a prestar atención. —Porque ella creía que le estaba dando más soldados que estuvieran a su favor, sin embargo, les di un regalo a ellos a escondidas. Les di humanidad, empatía, compañerismo, unidad... Su revelación me hizo fruncir el ceño mientras reflexionaba sobre sus palabras. —Porque si eran creaciones de ambos se podrían mover tanto en el día como en la noche, ¿no? —comenté, comenzando a entender la complejidad de la situación. —Así es, y los sentimientos los harían cuestionarse si estaba bien matar humanos o las otras criaturas. Los ayudaría a ser justos. Era una forma de equilibrar el poder de mi hermana, de dar a los hombres lobo una elección, en lugar de ser simplemente herramientas de la oscuridad. —Entonces, ¿los hombres lobo siempre han estado en medio de esta guerra entre tú y tu hermana? —inquirí, sintiendo una nueva perspectiva sobre mi propia naturaleza y la de los demás lobos. —De alguna manera, sí, —admitió Aiden con una mirada algo triste. —Pero también representan la posibilidad de armonía entre la luz y la oscuridad, entre el día y la noche. Son seres únicos, capaces de vivir en ambos mundos y, potencialmente, de unirlos. Aiden suspiró con pesar. —La reciente ruptura de este equilibrio, la liberación de las criaturas de la noche y la oscuridad perpetua, son todos signos de que mi hermana ha decidido tomar un camino más agresivo. Ella busca dominar por completo, olvidando nuestro acuerdo inicial de coexistencia. —Entonces, ¿qué podemos hacer ahora? ¿Cómo podemos usar esto para detener a tu hermana y restaurar el equilibrio? —pregunté, sintiendo una mezcla de determinación y urgencia. Aiden me miró directamente, sus ojos azules brillando con una intensidad que parecía iluminar la habitación. —Juntos, Octavia. Juntos podemos encontrar una manera. Pero primero, debemos entender completamente la situación y reunir a todos los que estén dispuestos a luchar por este equilibrio. —Y ahora, tú... ¿Cómo un dios termina en un cuerpo de niño? —pregunté, aun tratando de envolver mi cabeza alrededor de la extraordinaria naturaleza de Aiden. Aiden suspiró, una tristeza insondable en su mirada. —Eso, Octavia, es el resultado de un enfrentamiento con mi hermana, una batalla en la que fui superado y atrapado en esta forma. Pero incluso así, no estoy completamente indefenso. Aún tengo poderes y conocimientos que pueden ayudarnos a enfrentar lo que está sucediendo. —No creo que hacer aparecer una mesa con comida pueda vencer a tu hermana —dije sarcásticamente. La respuesta de Aiden a mi sarcasmo fue seria, con un tono de urgencia que no podía ignorar. —Lo que tenemos que hacer ahora es liberarme de esta forma para poder tener mis poderes de nuevo y poder atacarla... —Sus palabras estaban teñidas de dolor, revelando una vulnerabilidad que no esperaba de un dios. Mi escepticismo, sin embargo, no había disminuido. —Confié una vez en un Dios y mira dónde estoy ahora, —bufé, recordando cómo mi fe había sido traicionada, cómo nuestras vidas habían sido arrastradas a esta lucha interminable. —Octavia, nos necesitamos, los dos, —insistió Aiden, su tono de voz mostrando una rareza en su actitud. —Aunque puedo moverme con facilidad dentro de estas mazmorras, no puedo salir. Necesito que abras la puerta y después... —¿Después qué? ¿Nos usan como marionetas para ver quién la tiene más grande? —interrumpí, mi frustración creciendo ante la idea de ser manipulada una vez más en un juego de poderes divinos. Aiden suspiró, claramente luchando por hacerme entrar en razón. —No lo entiendes... —comenzó, pero le corté. —Claro que no, nos han usado por mucho tiempo, esto tiene que terminar, —le gruñí, mi enojo palpable. Estaba cansada de ser un peón en una guerra que parecía no tener fin. —Es lo que intento decirte, —dijo Aiden con una paciencia forzada. —Si logro obtener todo mi poder, podré contenerla y volver a los cielos como tendría que haber sido hace mucho tiempo y dejarlos a ustedes solos y en paz. Sus palabras me hicieron detenerme un momento. La posibilidad de que Aiden pudiera, de hecho, ofrecer una solución definitiva a este conflicto me obligó a reconsiderar mi postura. Me quedé en silencio, sopesando sus palabras. La idea de un final para esta lucha, de un retorno a la paz, era tentadora. Con un suspiro, asentí, dispuesta a seguir el camino que Aiden proponía. Si había una oportunidad, aunque fuera pequeña, de terminar con este caos, estaba dispuesta a tomarla.
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