Capítulo 12

1590 Words
Orión El amanecer apenas se insinuaba en el cielo, las nubes permanentes que lo cubrían teñían todo de una oscuridad sombría y persistente. Caminábamos con cautela, nuestros pasos medidos y silenciosos, conscientes de que cualquier ruido podía atraer a los Elegidos de la Diosa o a alguna de las criaturas que ahora acechaban estos parajes. El aire estaba frío y húmedo, y sentía cómo la bruma matutina se pegaba a mi piel. A pesar de la opresiva atmósfera, manteníamos un ritmo constante, moviéndonos con un propósito claro. Llegamos al Búnker del sur en poco tiempo. Al entrar, me reuní con los consejeros que habían quedado a cargo del lugar. Sus rostros mostraban una mezcla de alivio y preocupación al verme. Les informé sobre mi misión, explicándoles los detalles y el objetivo de visitar los otros búnkeres. Era crucial que entendieran la importancia de esta tarea, no solo para nuestra manada, sino para todas las manadas que luchaban por sobrevivir en estos tiempos oscuros. —Quiero plantear una idea, —comencé, mi voz resonando en la sala. Todos se giraron hacia mí, su atención centrada en lo que iba a decir. —¿Qué tal si consideramos la posibilidad de conectar los búnkeres con un túnel? Hubo un instante de silencio mientras la idea se asentaba en sus mentes. La propuesta era arriesgada, pero podría ofrecer una nueva forma de movilidad y comunicación entre las manadas. —Sería una tarea enorme, —dijo uno de los consejeros, su experiencia brillando en sus ojos. —Pero podría darnos una ventaja significativa. Mi padre asintió, su mente analítica considerando las implicaciones. —Tendríamos que ser extremadamente cuidadosos para evitar ser detectados por los Elegidos de la Diosa o cualquier criatura, —añadió. —Además, necesitaríamos un equipo especializado y recursos, —dijo uno de los lobos, su voz mostrando tanto escepticismo como interés. Miré a cada uno de ellos, considerando sus puntos de vista. —Sé que es un proyecto ambicioso, —admití, —pero podría ser vital para nuestra supervivencia y eficacia en la lucha. Podríamos mover recursos y personas de manera segura, sin exponernos innecesariamente. La conversación se animó, con cada uno aportando ideas y posibles soluciones a los desafíos que planteaba el proyecto. La energía en la sala crecía, y pude sentir cómo la idea comenzaba a tomar forma, transformándose de un concepto audaz a un plan potencialmente viable. Mientras la discusión sobre la idea del túnel continuaba, mi padre, que había estado escuchando atentamente, intervino con una decisión firme. —Comenzaremos con la construcción del túnel. Quiero que esté en marcha para cuando Alfa Orión vuelva de su misión. —Su voz llevaba la autoridad de alguien que había liderado durante años, y su apoyo al proyecto infundió una nueva ola de confianza en la sala. Los consejeros asintieron en acuerdo, cada uno consciente de la importancia de este proyecto. —Es una excelente iniciativa, Alfa, —dijo uno de ellos, mirándome con un respeto renovado. —Proporcionará una ruta segura y discreta entre los búnkeres. —Trabajaremos en los detalles y en la logística inmediatamente, —añadió otro consejero, su mente ya trabajando en los aspectos prácticos. —Reuniremos los recursos y el personal necesario. Será una prioridad. Antes de partir, me acerqué a mi padre. —Gracias por esto, —le dije sinceramente. —Esto marcará una gran diferencia para todos nosotros. Él asintió, poniendo una mano en mi hombro. —Haz lo que debes hacer, Orión. Nosotros nos encargaremos de esto aquí. Mantente seguro. —Le devolví la mirada con determinación. —Lo haré, padre. Y tú también. Mantendremos esto en pie, —respondí, sintiendo una conexión profunda con él en ese momento. Al salir del búnker, miré hacia el cielo nublado, permitiéndome un momento para respirar y reunir mis pensamientos. El camino que tenía por delante era incierto y peligroso, pero estaba decidido a hacer lo que fuera necesario por nuestra gente. Con un último vistazo al búnker, me uní a mis compañeros, listo para enfrentar lo que nos esperaba en esta misión. Con el sol aun luchando por abrirse paso entre las densas nubes, nuestro grupo se preparó para la misión. Habíamos conseguido unas motocicletas, sabiendo que necesitábamos movernos con rapidez y eficiencia dadas las escasas horas en las que la luz del sol podía ser nuestro aliado. A medida que avanzábamos, el sonido de las motocicletas resonaba en el silencio, una sinfonía mecánica en medio de la quietud. El viento frío rozaba mi rostro, llevando consigo el olor a tierra húmeda y a algo más, algo nuevo; un recordatorio constante de la naturaleza cambiada de nuestro entorno. En varios puntos del camino, noté movimientos en las sombras. Criaturas de formas y tamaños desconocidos nos observaban, sus ojos brillando brevemente antes de desaparecer en la oscuridad. Cada avistamiento aumentaba la tensión en el aire. A medida que nos acercábamos al territorio de Alfa Declan, mi mente se centró en la tarea que teníamos por delante. Sabía que cada encuentro con los Alfas y sus manadas era importante. No solo para transmitir un mensaje de unidad y esperanza, sino también para entender mejor la situación de cada grupo y cómo podríamos apoyarnos mutuamente. Con un firme agarre en el manillar de mi motocicleta, me preparé para lo que nos esperaba en nuestro primer destino, decidido a hacer todo lo posible por nuestra causa. Al acercarnos al territorio de Alfa Declan, el paisaje comenzó a cambiar. Los árboles se volvían más densos, y la neblina se cernía como un velo sobre el suelo, dándole al bosque un aspecto etéreo y misterioso. Aunque estaba familiarizado con esta región, la transformación que había sufrido desde la apertura de las Tierras Sagradas le daba un aire completamente nuevo, casi irreconocible. De repente, Heider, que iba delante con Jake, alzó su mano, señal de detenernos. Apagamos los motores y escuchamos. Un leve crujido en la distancia, apenas perceptible, había captado su atención. Nos bajamos de las motocicletas, alerta a cualquier movimiento. Tras un momento tenso, un grupo de lobos salió de entre los árboles. Eran exploradores de Alfa Declan, enviados para escoltarnos hasta su búnker. Aunque aliviados, no bajamos la guardia. El resto del camino lo hicimos a pie, guiados por ellos. Las motocicletas, aunque rápidas, eran demasiado ruidosas y podían atraer la atención indeseada. Avanzamos en silencio, cada paso cuidadoso y medido. Al llegar al búnker de Alfa Declan, nos recibió un ambiente de cautela mezclado con un sutil alivio. Nos saludó con una firmeza que ocultaba el cansancio en sus ojos. —Alfa Orión, bienvenido, —dijo, extendiendo su mano. —Gracias, Declan. Es bueno ver que estás bien, —respondí, estrechando su mano. Los gritos de alguien que estaba pidiendo auxilio en la puerta del búnker interrumpió abruptamente nuestra reunión. Sin perder tiempo, Declan y yo nos apresuramos a ver qué estaba sucediendo. —Sarah, ¿qué ocurre? —preguntó, reconociendo a la mujer y acercándose a su lado. Sarah estaba visiblemente angustiada, su voz temblorosa por el miedo y el esfuerzo. —Nos han atacado en el bosque, vine a pedir ayuda, —sollozó, su rostro reflejando terror. Miré hacia mi equipo, que estaba listo para actuar. Asintieron en silencio, comprendiendo la gravedad de la situación. Junto con algunos hombres de Declan, salimos corriendo del búnker, preparados para enfrentar lo que fuera necesario. Mientras nos adentrábamos en el bosque, la tensión aumentaba con cada paso. La posibilidad de un ataque cercano nos mantenía en un estado de alerta constante. Cada sombra, cada ruido, era una posible amenaza. La sospecha de que algo inusual estaba sucediendo se confirmó al llegar a la aldea. Esta hora del día, cuando aún quedaban vestigios de luz solar, no era común para ataques de las criaturas que normalmente acechaban en la oscuridad. Por eso, al ver la escena que se desplegaba ante nosotros, solo una posibilidad vino a mi mente: Errantes Oscuros. Los Errantes Oscuros eran lobos que habían abandonado sus manadas, renunciando a su humanidad y convirtiéndose en bestias sedientas de sangre y violencia. El lugar estaba en caos. Cuatro de estos lobos errantes tenían a varios aldeanos atados, sus víctimas llenas de terror y desesperación. La aldea, normalmente un refugio seguro, se había convertido en una escena de horror. Mis instintos se activaron inmediatamente. Miré a mi equipo y a los hombres de Declan, y asentimos mutuamente, entendiendo lo que teníamos que hacer. Sin perder un segundo, nos dispersamos, moviéndonos con rapidez y precisión para enfrentarlos. El combate tuvo un comienzo intenso y brutal. Los enemigos eran adversarios formidables, impulsados por un salvajismo desenfrenado. Cada movimiento que hacíamos estaba calculado para neutralizarlos sin poner en riesgo innecesario a los aldeanos. Mientras luchaba, un pensamiento me perseguía: la brutalidad que estaba presenciando era un reflejo del mundo en el que ahora vivíamos, un mundo donde la violencia y el miedo se habían convertido en una constante. Pero incluso en medio de esta brutalidad, nuestra determinación de proteger a los inocentes se mantuvo firme. Finalmente, logramos someter a los Errantes Oscuros. Con los aldeanos a salvo, sentí un alivio momentáneo, pero también una profunda tristeza por lo que habían tenido que soportar. —Gracias, Alfa Orión, —dijo uno de los aldeanos, su voz temblorosa pero llena de gratitud. Asentí, ofreciendo palabras de consuelo, pero mi mente ya estaba pensando en los próximos pasos. Nos preparamos para regresar al búnker, sabiendo que cada victoria en este mundo cambiado era un paso hacia la restauración de algún sentido de seguridad y normalidad.
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