Capítulo 9

1814 Words
Orión La pérdida de Robert era una sombra que pesaba sobre mi corazón, una carga de culpa y remordimiento que me acompañaba en cada paso que daba. Sabía, en lo más profundo de mí, que su muerte había sido mi culpa. Mi necesidad de sentir algo, cualquier cosa, que sacudiera el frío y la apatía que se habían asentado en mi interior desde la pérdida de Octavia, me había llevado a arriesgarme imprudentemente. Había buscado la adrenalina, un atisbo de emociones, sin medir completamente las consecuencias de mis acciones. Y eso había costado la vida de Robert. Después de asegurarme de que todos en el búnker del Sur estaban a salvo, tomé la dolorosa decisión de regresar con el cuerpo de Robert. Lo llevaba sobre mi hombro, un peso físico y emocional que me recordaba constantemente mi responsabilidad en su muerte. En el camino de regreso, Jake y otros lobos se unieron a mí, ayudándome a llevar el cuerpo de Robert. Cerca de nuestro búnker, encontramos un lugar para enterrarlo. Aunque no podíamos realizar una ceremonia de despedida formal, por temor a revelar nuestra ubicación, no podía dejar pasar la oportunidad de honrarlo. Así que, en silencio, pronuncié una plegaria en su nombre, esperando que, de alguna manera, pudiera encontrar la paz. Al llegar al búnker, me sentía completamente perdido, como si una parte de mí se hubiera quedado enterrada junto con Robert. Caminé mecánicamente hasta la cocina, donde el silencio y la soledad me envolvieron. Allí, encontré unas botellas de alcohol fuerte, y sin pensarlo mucho, empecé a beber. Cada trago era como un intento de ahogar la culpa y el dolor que sentía, de escapar de la realidad que me asfixiaba. Bebí hasta que el mundo a mi alrededor comenzó a desdibujarse, hasta que la conciencia empezó a escapárseme. En ese estado de semiinconsciencia, por un momento, pude olvidar el peso de la culpa y la tristeza. Pero sabía que era solo un alivio temporal. Arrastrándome con dificultad, logré llegar a mi habitación. Al entrar, me dejé caer sobre la cama, sintiendo cómo el mundo giraba a mi alrededor en un torbellino de alcohol y emociones turbulentas. La ausencia de Ciro, que normalmente me ayudaría a curar más rápido, significaba que enfrentaría una resaca severa al día siguiente. De alguna manera, la idea de sufrir físicamente me pareció adecuada, casi necesaria. Tenía que pagar por mis errores, por las decisiones que había tomado y que habían costado tan caro. Al cerrar los ojos, exhausto y abrumado, la visión de Octavia apareció ante mí. Era una tortura dulce y amarga a la vez. Cada noche que conseguía conciliar el sueño, su imagen me visitaba, recordándome lo que había perdido, lo que había sido arrebatado de mi vida. —Hola mi amor, —dijo ella con esa voz suave y tierna que había echado tanto de menos. Su presencia, aunque solo fuera en mis sueños, era un consuelo en medio de mi tormento. —Hola princesa, —respondí, mi voz teñida de una tristeza profunda. En mi sueño, le sonreí, una sonrisa que llevaba consigo todo el amor y el dolor que sentía por ella. En esos momentos, con ella en mis sueños, podía permitirme sentir de nuevo, permitirme revivir los momentos felices que habíamos compartido. Pero también era un recordatorio cruel de su ausencia en la realidad, de la brecha que su pérdida había dejado en mi vida. A pesar del dolor que me causaba, no podía evitar anhelar esos sueños, esos breves encuentros con Octavia en el mundo de la inconsciencia. Eran mi única conexión con ella, un hilo frágil que me mantenía atado a los recuerdos de un pasado más feliz, un pasado que parecía cada vez más lejano y difícil de alcanzar en el mundo despierto. —Te extraño tanto, mi amor, —le dije, atrayéndola hacia mí en un abrazo apasionado y desesperado. A pesar de saber que solo era un sueño, su contacto se sentía tan real que podía sentir el dolor agudo de la añoranza en mi piel, en cada fibra de mi ser. —También te extraño, mi amor, —susurró Octavia, su voz un susurro suave contra mi cuello. Sentí su aliento cálido, y por un momento, la línea entre sueño y realidad se difuminó. La cercanía de ella, el olor de su cabello, la sensación de su piel contra la mía; todo era tan vívido, tan dolorosamente real. En ese abrazo, en ese pequeño universo que había creado en mi sueño, podía olvidar el dolor, la culpa y la desesperación que me consumían en el mundo despierto. Con ella en mis brazos, aunque solo fuera en el reino de los sueños, encontré un momento de paz, un refugio temporal de la dura realidad de mi existencia sin ella. Cerré los ojos con fuerza, intentando prolongar el sueño, aferrándome a la sensación de tener a Octavia conmigo una vez más. Quería quedarme en ese momento para siempre, lejos de las luchas y los desafíos que me esperaban cuando despertara. —Estoy cansada de verte intentando llegar a mí, Orión, entiende que no es tu momento aún. —Su voz, cargada de pesar, resonó en lo más profundo de mi ser. En ese momento, me permití llorar, derramando lágrimas por la realidad de sus palabras. Era verdad; en algún rincón de mi corazón, había un anhelo de estar con ella, aunque eso significara perder mi propia vida. La desesperación y el deseo de reunirme con ella eran abrumadores, pero sabía que ella tenía razón. —No lo entiendes, mi amor, te extraño tanto... —Mis palabras estaban teñidas de dolor y añoranza, un reflejo del vacío que su ausencia había dejado en mi vida. Octavia me miró, sus ojos llenos de amor y comprensión. —Tienes que pensar en los demás, yo siempre estaré aquí esperándote, mi amor. —Su voz era firme, recordándome que todavía tenía responsabilidades, personas que dependían de mí. Ella levantó su rostro hacia el mío y me besó. Fue un beso tan dulce y real que por un momento olvidé que solo estaba en un sueño. Pude sentir la textura de sus labios, su aliento cálido, la suavidad de su boca contra la mía. Fue un beso que trascendió la barrera del sueño, llenándome de una mezcla de alegría y dolor. Pero incluso en el sueño, sabía que esto era solo una pausa temporal, un breve escape. Pronto tendría que abrir los ojos y enfrentarme de nuevo al mundo sin ella. Por ahora, sin embargo, me permití disfrutar de su presencia, permití que su amor llenara los rincones vacíos de mi corazón, aunque fuera solo por un poco más de tiempo. El golpe en la puerta de mi habitación me sacó abruptamente del sueño, haciéndome levantar de la cama de un salto. En el instante en que me puse de pie, me arrepentí de mi acción precipitada. La habitación comenzó a girar vertiginosamente alrededor mío, un torbellino de náuseas y desorientación causado por el exceso de alcohol que había consumido la noche anterior. Con la cabeza palpitando y el estómago revuelto, busqué frenéticamente algo en lo que poder vomitar. Mis movimientos eran torpes y descoordinados, la resaca afectaba cada parte de mi ser. Finalmente, encontré una cubeta y, apenas a tiempo, logré inclinarme sobre ella para expulsar el contenido de mi estómago. Los retortijones y arcadas se apoderaron de mí, un castigo físico por intentar ahogar mis penas en alcohol. Mientras vaciaba mi estómago, las imágenes del sueño con Octavia seguían danzando en mi mente, una mezcla amarga de dulces recuerdos y la dolorosa realidad de su ausencia. Una vez que el episodio de náuseas pasó, me quedé apoyado contra la pared, respirando con dificultad, sintiendo la fría realidad de la habitación a mi alrededor. El golpe en la puerta seguía resonando en mi cabeza, recordándome que, a pesar de mis intentos por escapar, el mundo seguía ahí afuera, esperando que enfrentara mis responsabilidades. —¡Vamos Orión, no tenemos todo el día! —la voz fuerte era un recordatorio de que, a pesar de mi estado, había responsabilidades que no podía ignorar. Todavía afectado por los efectos del alcohol, me balanceé inestablemente hacia la puerta. Al abrirla, Lucas entró de inmediato, sin esperar invitación. Su mirada se paseó por la habitación, tomando nota del desorden y los restos de mi indulgencia en el alcohol. —¿Qué mierda hiciste? —preguntó, su voz mezcla de preocupación y reprobación al ver el estado en que me encontraba. Intentando desviar la conversación, pregunté: —¿Qué ocurre? —Necesitaba enfocarme en lo que él había venido a decirme, no en mi estado actual. Sin embargo, Lucas no estaba dispuesto a dejar pasar mi comportamiento. —¿Has vuelto a beber? —insistió, su tono dejando claro que conocía la respuesta. Con un suspiro, admití, aunque a regañadientes, —Solo fue anoche. —Necesitaba alejar la conversación de mi consumo de alcohol. —Ahora dime qué está pasando, —dije, intentando poner firmeza en mi voz. Lucas me miró un momento más, evaluando si debía presionar más sobre el tema del alcohol, pero al final decidió dejarlo pasar. —Tenemos comunicación, —anunció, captando de inmediato toda mi atención. A pesar de la resaca y el torbellino de emociones, me centré en sus palabras, consciente de la importancia de lo que estaba a punto de decir. —Los demás Alfas están bien, pero hay problemas con sus manadas. Necesitan verte. —Su voz era seria, subrayando la gravedad de la situación. —Entendido, —respondí, tratando de infundir una confianza que no sentía completamente. —Prepara una reunión. Necesito saber exactamente qué está pasando y cómo podemos ayudar. Lucas asintió, reconociendo mi cambio de actitud. —Lo haré de inmediato, —dijo antes de darse la vuelta para salir de la habitación. Con un suspiro profundo, comencé a prepararme mentalmente para la reunión. Cada decisión que tomara podía tener un impacto significativo no solo en mi manada, sino también en las de los otros Alfas. El peso de la responsabilidad era enorme, pero no iba a retroceder. Me dirigí al baño para una ducha reconfortante. El agua caliente caía sobre mi cuerpo, llevándose consigo el rastro del alcohol y la desesperación de la noche anterior. Cada gota parecía lavar parte del dolor y la culpa, aunque sabía que las heridas emocionales requerirían mucho más que agua para sanar. Después de la ducha, me vestí con ropa limpia, sintiéndome un poco más como el líder que necesitaba ser. A pesar de la ducha y de la ropa fresca, el dolor de cabeza persistía, un recordatorio punzante de mis acciones y de la resaca que me consumía. No obstante, estaba decidido a no permitir que eso me detuviera. Al salir de mi habitación, me sentía más centrado, más preparado para enfrentar lo que me esperaba.
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