No sé, un punto dónde el tiempo se detuvo. Y volvió a comenzar para volver a detenerse. Llegó un punto dónde, a pesar de las torturas, solo quería llegar rápido y ver si todos seguían vivos.
No cálculo tiempo, pero si tengo que decir uno, diría aproximadamente medio mes. Las noches volaban cada vez que me recostaba a dormir y al despertar ya era de día. Comenzar la misma rutina una y otra vez, las torturas cambiaban cada ciertos días. A veces nos obligaban a ver cómo golpeaban a otros por horas y en otras ocasiones nos sentaban en la silla eléctrica.
Lo peor era la cámara blanca, el zumbido era aterrador, Morgan lo determinó como sonido hueco. Un zumbido que si alteras las sondas transmiten un doloroso y sofocante zumbido para los antinaturales.
No era como ser electrificados hasta que tu memoria muscular recordara los choques eléctricos, tampoco como ser golpeados hasta el desmayo o como ser dopado con alucinógenos. El sonido hueco te taladraba los oídos hasta llegar al cerebro, dejándote en un shock temporal.
Dos días pasamos en estado. Naya, supervisa de la manera más nefasta que he percibido. La comida mengua cada día y la voluntad de todos está por los suelos. El abuelo es quien peor la pasa. Se lo llevan dos horas antes que a nosotros y regresa golpeado. La dote del abuelo es la inmunidad: esta adapta los músculos, los huesos y cada célula para soportar cualquier dote o hechizo, pero al final del día es el quién decide cuándo activarlo. Y hasta este día Morgan no ha logrado que el abuelo ceda.
—Estoy harta. —escucho a Naya quejarse por teléfono. —Si el viejo no quiere ayudar por las buenas, entonces hagámoslo por las malas. —advierte. —Matemos a la nieta.
La simple idea me derrumba las defensas. No podemos ir en contra de la muerte. —No.
La voz de Morgan sale firme desde el otro lado del aparato y Naya camina hacia mí con los ojos centellando enojo.
—¿Por qué no la quieres muerta? —se queja. Saca su arma apuntando en mi dirección.
No puedo siquiera mantener la barbilla en alto, me inyectaron alguna droga y siento mi cuerpo débil y cansado. Estoy haciendo lo posible por concentrar mi vista en el abuelo y en Daniel, los cuales están sentados en la silla de electroshock.
El sudor me rueda por la frente y el frío es tan molesto que siento que estoy bajo cero. De un momento a otro empiezo a escuchar su voz. «No es él, no es él» sacudo la cabeza orientando mis sentidos. Los alucinógenos son de lo peor. Ya he imaginado y he visto tantas veces a Daez, a mi madre, a kaleth y al desgraciado de Eliot.
Naya me toma la greña de cabello alzando mi rostro para que la mire.
—No dirá nada. —habla con firmeza. —Está drogada y aun así se ha negado a decir una simple palabra desde que llegó.
Toma otra jeringa y palmea el líquido sacando el aire del tubo. Forcejeo con las esposas, maldición. Me agarra con fuerza la nuca e inyecta el líquido que entumece de inmediato mi columna vertebral.
Me sumerjo de nuevo en los alucinógenos, las pesadillas, la cabaña, mi madre, estoy gritando por dentro y no quiero. Joder, no quiero seguir viendo esto. Hace cuánto tiempo no miraba en el pasado, ver a mi madre arrullándome en sus brazos me hacen chillar como una niña. «Esta muerta, Clare» no es ella, mi madre murió hace muchos años. La maldita cabaña vuelve a mí, como si estuviera repitiendo mi niñez. Hay un niño a mi izquierda sujetando mis manos mientras caminamos por un jardín de flores.
«No, no es verdad, estás alucinando» paso de un día a otro y otro volviéndome loca. Y de repente… Ahí estoy envuelta en las sábanas, Daez acaricia mi cabello y sonríe con gentileza. —No eres real. —le digo.
—Lo soy. —abraza repartiendo besos en mis manos. —No lo eres. Mi Daez, no es cariñoso, es un gruñón que solo sonríe cuando cree que no lo estoy viendo.
Su imagen se contrae y cambio de escenario, estoy cansada. Marcus está junto a mí, intentando explicarme cómo controlar mi dote.
—¡No es fácil, yo duré mucho tiempo en lograrlo! —me dice. —¡Mierda, cállate, no eres real! —me encojo cayendo al suelo y permanezco en esa posición hasta que un matiz de conciencia me toma, esto temblando y Eliot palmea mi rostro intentando que despierte del trance.
—Necesito que hables con tu abuelo o tendré que empezar a matarlos. —tenso la mandíbula con tanta fuerza que un puchero aparece en mis labios.
Empieza hablar y hablar y yo no digo nada, sigo en silencio, ya no recuerdo el sonido de mi voz y considero que las cuerdas vocales ya no me funcionan.
—Clare. —me exige. Niego con la cabeza y él saca su arma apuntando en dirección a Daniel.
Los temblores en mi cuerpo empeoran y las lágrimas me invaden por completo.
—¿Y tú? —señala a Grey. —¿Vas a ayudar? —Grey niega y otro guardia encañona a Rubí.
—Tres. —empieza a contar. Grey se sacude en el asiento casi rogando que pare. —Dos. —quitan el seguro del arma y rubí y Daniel, bajan la mirada aceptando su inminente muerte.
—Uno. —llevan la mano al gatillo y…
—Un jardín. —jadeo y Morgan me lanza una mirada confusa. —¿Jardín? —camina hacia mí.
—La cabaña, dijiste que me conociste en mi cumpleaños número tres. —arrastra la silla y se sienta frente a mí.
—¿Y? Que más. —Cuestiona con curiosidad. —¿Qué más recuerdas?
—A quien le importa eso. —grita Naya. Saca su arma y el revolver me toca el rostro.
Su brazo se dobla con la fuerza que Morgan ejerce al quitarle el arma y ella lo fulmina con la mirada. —Lárgate. —exige. —No me iré a…
Queda a media cuando los nudillos de Eliot Morgan la asfixia estrellándola contra la pared de concreto.
—Si te digo que te vayas, te vas. ¿Entiendes? —la chica forcejea intentando soltarse y Eliot le abre la puerta lanzándola fuera.
Yo seré la siguiente. Vuelve al puesto y recuesta su rostro en sus palmas.
—¿Decías? —me cuestiona.
Guardo silencio sin saber que más decir y el alza la mano indicándole al guardia que le dispare a rubí.
—No lo sé. —grito desesperada. —No sé. No recuerdo todo, solo sé que te vi, de niño y había un jardín de flores y algo tenía que ver con la cabaña. —sollozo.
Mi mira con incredulidad, sale de la silla y suelta los grilletes, masajeando con suavidad mis muñecas, acuna mi rostro en sus manos y lame mis lágrimas haciendo que me vuelva nada. Su aroma. Yo…
—Eras tú. —lo miro con desdén. —Esa noche en el bosque fuiste tú.
No sé ni lo que digo, pero en medio de las alucinaciones volví a recrear ese momento y puedo sentir el aroma almizclado de aquel lycans que me mordió. Su sonrisa se vuelve frívola y asiente con la mirada detallando firmeza. Mierda, cuántas cosas, más ha hecho este hombre desquiciado.
—Sí, fui yo. —se levanta y camina por inercia. —El círculo, no quería a más Wilson en el poder. —encoge los hombros. —Y me pidieron matarte.
¿Y por qué no lo hizo? La pregunta se me atora en la garganta. Los guardias entran llevándose a Daniel y los demás.
—¿A dónde se los llevan? —camino con apremio hacia ellos y Eliot me rodea la cintura impidiéndome llegar hasta ello.
Se los llevan dejándome atrás y el silencioso cuarto se vuelve oscuro y aterrador. Se sienta lejos de mí, mirándome con esos ojos afilados.
—Aguantas tantas torturas, por Peind Wilson. ¿Acaso no fue el quien mató a tu madre? —la declaración me impacta como la primera vez que lo escuché.
La silla hace un ruido agudo cuando se le levanta y sale de la habitación, me hace señas para que lo siga y camino por inercia. Entramos a otra habitación y él empieza a quitarse el saco dejándolo sobre el mueble.
Miro a mi alrededor buscando una salida, pero no hay ventanas, solo una chimenea artificial y una cama tan grande que ocupa la mitad del lugar.
Camina abriendo otra puerta y no sé si es descuidado o solo me está poniendo a prueba a ver si intento escapar, claro, también cabe la duda que sepa que me es imposible escapar aun si lo intentase.
Segundos después el sonido de la regadera llega a mis oídos y… ¿En serio se está duchando? Que le pasa a este tipo. Camino con delicadeza sobre los azulejos intentando no hacer ruido y husmeó sobre los archivos que tiene en el escritorio, pero no hay nada.
Miro por cada rincón y no hay nada que me ayude a escapar o que me dé una vaga esperanza de salir de este sitio. La única salida es la puerta por la que entre y está asegurada. Intento marcar los dígitos y cinco intentos fallidos me hacen patearla con enojo.
—Cuidado y te vuelves Hulk. —sale del baño con una sola toalla rodeando su cintura, lo determinó de arriba abajo con odio. El muy gracioso suelta la toalla dejando su desnudes a la intemperie, no le quitó los ojos de encima. Temo quitarle la vista y que el muy malnacido se venga sobre mí.
Se viste con total tranquilidad como si tenerme aquí fuera de lo más común. Me muevo hacia un lado cuando se acerca a mí y me evade yendo por la botella que saca de un gavetero.
—¿Quieres? —sacude el líquido. —No.
—¿Entonces? ¿Qué recuerdas? —pregunta llevándose el líquido a la boca.
—Que nunca has dejado de ser un desgraciado.
Se ríe de mis palabras y alza el vaso de vidrio en forma de brindis.—Bien, por eso.
—Me quiero ir. —exaspero. —Quiero ir a mi habitación. —aclaro para que no piense que quiero huir.
—¿Creí que querías hablar? —me rodea. —O solo lo hiciste para que no matará a tus amigos.
—¿Por qué querría hablar contigo? —lo fulminó con la mirada. —Somos amigos. —confirma.
—¿Amigos? Si así tratas a tus amigos…
Me calla pasando el pulgar sobre mis labios. Y el temor me invade. Esa mirada llena de fulgor y no sé qué.
—Lo somos. Solo que no recuerdas y yo no quiero perder mi tiempo contigo. —se aleja unos pasos.
Es que no puedo descifrar lo que quiere. Que está pasando por su mente y ¿Por qué está haciendo todo esto? No estamos enfermos, esto, lo que somos no necesita una cura, necesita aceptación. Por años las personas de color lucharon por su libertad y aceptación en la sociedad, esto no es igual, pero tampoco le es indiferente.
—A tus amigos los salvaste hoy, pero ¿Y mañana? —cuestiona. —¿Qué dirás para que mañana no los mate?
No sé. No sé dónde estoy parada y no sé qué hacer, necesito tiempo, tiempo para pensar y solucionar esto.
—Él no vendrá por ti.
Me congelo al instante y siento su aliento rozando mi nuca. Desliza la mano por mis hombros bajando hasta mis nudillos y posa sobre mis puños una daga.
—Tienes dos opciones, o te matas o te subyugas y haces lo que te pido.
Cada célula me tiembla. —¿Y qué quieres de mí? —pregunto con un hilo de voz.
—Que convenzas a tu abuelo de…
Me giró encarándolo y nuestros ojos se encuentran. Mantengo la daga sujeta en mi mano y con la otra mano libre la alzo en busca de su tacto. Amago para acariciar sus mejillas y él se aparta de golpe, puedo notar su confusión.
—Pregunto. ¿Que es lo que realmente quieres de mí? —Vuelvo a preguntar.
Me da la espalda y aprovecho para rodear su cuello con la daga. Se ríe con disimulo. —¿Que es lo que quieres Morgan? Dame una razón para no degollarte.
—Hazlo. —me reta. —Sabes bien que una daga no puede lastimarme. —Toma mi muñeca con fuerza acercando el filo a su yugular y la daga se rompe cuando choca contra su piel.
Los ojos dorados salen a relucir y me aparto con apuro, pero sostiene mis manos lanzándome contra la pared. Aprisiona mis manos por encima de mi cabeza y gimoteo con la fuerza que ejerce sobre mis muñecas.
Está descontrolado y gruñe enterrando los colmillos en mi hombro izquierdo. Me quejo y la sangre me recorre el brazo como una telaraña.
—No me provoques. —los colmillos desaparecen y solo queda él mirándome fijamente a los ojos. Me suelta y caigo tocando los azulejos.
Se hinca a mi altura y entrelaza sus nudillos en la gargantilla de metal que tengo en el cuello.
—Cuando no tengas puesto esto, puede que te considere una amenaza.
El zumbido me cala los huesos cuando la corriente ejerce presión en mis músculos, el maldito collar metálico no solo anula los dotes y conjuros, sino que si intentas tocarlo te da una descarga tan fuerte que te deja entumido.
—Muérete. —lo escupo y él se limpia con una sonrisa entre los labios.
Me levanta con enojo llevando con él y espabilo cuando veo la dirección a dónde estamos yendo.
El cuarto blanco se abre y soy lanzada a él, no me da tiempo de reaccionar cuando la tortura comienza y me arrodilló cubriendo mis oídos.
No puedo concentrarme en nada, pero miro más allá de la ventana de cristal como se ilumina y detrás de ella Eliot me mira como un vencedor. Alcanzo a ver sobre su cabeza la luz roja que parpadea dando círculos y Eliot se gira con el rostro lleno de furia cuando el otro guardia le indica algo.
El zumbido acaba y él entra tomándome por los brazos. Estoy desorientada y como puedo arrastró los pies fuera del estúpido cuarto blanco.
Las luces se apagan dejando todo en oscuridad y segundos después se reinician con la advertencia de…
—¿Intruso? —me rio con fuerza. —Dijiste que él no vendría por mí. —alzo la mirada detallando las facciones de Eliot.
Toma mi rostro con enojo. —Encontrará un cadáver. —me suelta. Da órdenes y las paredes se rompen y el fuego sale derribando todo a su paso.
Me levanto con apuro tratando de alargar la distancia y Eliot me toma por la nuca llevándome contra el suelo.
—No irás a ningún lado cariño.
CONTINUARÁ…