La ley de Murphy:
“Todo lo que puede salir mal, saldrá mal”
Murphy, lo entendía mejor de lo que todos alguna vez lo haremos. Las cosas nunca salen como esperábamos y llega un momento en dónde debemos solo aceptarlo y proseguir, no puedes estar hundiéndote y desear salir de la oscuridad, habiendo tocado fondo solo puedes subir, volver a tomar aliento y subir. Por qué nadie te extenderá una mano cuando niegas tomarla.
Pase días de torturas, de insultos, de lamentos, pero aquí estoy, nadando contra la corriente por qué quiero vivir. Siempre pensé que llegado el momento cerraría mis ojos y aceptaría morir.
Pero jamás creí que el instinto entra en juego cuando menos lo esperas. Sé levantarme, sé correr y sé dejar de respirar y lo intento. Cruzo los pasillos y las escaleras y al llegar a la terraza el helicóptero sacude mi cabello con sus aspas.
Hay explosión y detonaciones en los pisos inferiores y una explosión hace temblar el edificio bajo mis pies. La terraza se abre dándole paso al hombre que no disimula su enojo al verme. Lleva puesta una máscara de gas y una ametralladora en el costado.
—Llegue. —Me dice sacándose la máscara de aire.
No sé si es por verlo o por qué un rayo de esperanza se me atora en el pecho o por qué simplemente su presencia significa que al menos saldremos de las torturas.
—Me extrañaste, bebé. —se ríe con sarcasmo mientras me detalla de arriba a abajo con la mirada. Extiende sus manos para recibirme.
Los disparos lo obligan a esconderse detrás de los muros y Eliot jala de mi brazo para obligarme a caminar hacia el helicóptero. La advertencia del piloto nos hace retroceder y en menos de nada algo explota y el helicóptero se estrella causando más destrucción.
Corro hacia un lado y los pedazos de gravilla se me entierran en los pies, pero no me detengo, al menos no hasta que su mano me detiene y toda la algarabía se detiene y el calor de sus brazos me rodean. Alzó la vista y sus ojos celestes es lo único firme en él, las bolsas en sus ojos me dicen que lleva días sin dormir.
No me da tiempo de alegrarme o llorar.
—¿Confías en mí? —Pregunta. —¡Y lo preguntas ahora!
Deja ver sus hoyuelos y sujeta mis manos con fuerza alzándome en sus brazos, el estómago me da un vuelco cuando cruza el balcón lanzándose hacia él vació, cae dos pisos debajo. Asegura el perímetro y cuando nota que no hay nadie regresa junto a mí.
—Nunca. ¿Entiendes? Jamás vuelvas a hacer eso por mí. ¡No por mí! —sujeta con fuerza mi rostro. —No te sacrifiques por mí, al menos no, si quieres que mantenga la cordura. —veo como la preocupación se aloja en sus pupilas.
Toma la gargantilla de metal y aguanto el corrientazo antes de que él ejerza la fuerza necesaria para romperla. Me recorre con las manos por todos lados buscando heridas y tengo que detenerlo para que entienda que estoy bien. Rebusca en los cajones y solo encuentra un par de zapatillas blancas.
—Los demás…
—Están bien. —me confirma. —Aquí solo quedamos nosotros dos. —me dice.
Termina de anudar los cordones de mis zapatillas y vuelve a verme.
—Este edificio es una coraza nada, sale, ni conjuros, ni dotes. —me jala hacia el ventanal y señala hacia el vacío.
—Tienes que saltar. —exige y niego con la cabeza. Lo conozco, y sé que se quedará atrás buscando venganza.
—Lo que sea que esté en tu cabeza, olvídalo, estoy bien, ellos están bien, por favor, larguémonos de este lugar.
Frunce el ceño con disgusto. —No.
—¡Daez! —alzo la voz y él me cubre la boca con las manos. —¡Por favor, Clare, solo vete! —me ruega. —No sin ti.
—¡Si lo harás! —su determinación me congela por completo. —Estuve dos putas semana volviendo loco. —camina acorralándome en la pared del balcón.
—Tuve que guardar silencio, cuando los malditos ancianos contemplaron la idea de abandonarlos por el bien de los demás. —se queja enterrando el rostro en mi cuello. Respira mi olor como si fuera un alivio sentirlo.
—No tienes idea todo lo que tuve que hacer. ¡Lo que tuvimos que hacer! Para estar aquí. —afirma. — Y solo quiero que obedezcas por una vez y te largues del lugar donde desataré el infierno.
Sus palabras taladran mis oídos como si fuera una demanda. Acunó su rostro con el mío y él me alza impactando mis labios con los suyos. Entrelazó mis piernas en sus caderas y él camina fuera del balcón llevándome con él. Me sienta en el muro y suelta mis labios con una sonrisa dibujada.
—Ahora vete. —me lanza sin precio aviso y grito con la adrenalina a tope. Traspaso el portal y me incorporo maldiciendo a la poca neurona de mi novio.
Debo tomarme un segundo para recuperar el aliento y cuando el silencio me esculle los oídos, me quedo completamente quieta notando la soledad del lugar. Daez dijo… ¿Qué fue lo que dijo? No lo sé, por qué no me explico nada, solo me lanzó al portal como una bolsa de carga.
Estoy en una habitación y… ¡Hay mierda! Esta habitación la reconozco, es la pieza donde viví durante casi un año y medio.
Corro a la ventana y se me contrae cada músculo viendo los campos de entrenamiento de la FMA. ¡Mierda! La puerta se abre y me giro con las defensas en lo más alto.
—Oye cálmate. —me dice el capitán.
Me lanzó sobre él con el enojo, nublándome la mente. Estoy en la puta central de la FMA ¿Cómo es eso posible? Y sobre todo tengo al hombre que vendió mis coordenadas y nos hizo sufrir por semanas en ese infierno creado por Eliot.
—Me traicionaste. —Lo inmovilizo. —Confíe en ti. —me siento más que traicionada, me siento dolida.
No pone objeciones cuando le tuerzo la muñeca. —Mierda, Clare, no fui yo.
Se defiende y quiero creerle, pero ya he pasado por demasiadas traiciones y no quiero otra más.
—¿Por qué estoy aquí? Mejor dicho. ¿Cómo es que estoy aquí?
—¿Qué? Daez no te dijo nada. —la impresión me hace soltarlo.
Empieza a explicarme y no sé si quiero vomitar por todo lo que sucedió en menos de un mes o el hecho de que ahora mismo no puedo procesar la información con prudencia.
Daez, mi Daez mato a los ancianos. ¿Qué? Siento un nudo en la garganta y no por miedo o por lástima, sino por la impresión. No solo eso, Marcus fue traicionado por otro m*****o del consejo y en consecuencia… Hubo otra masacre.
Nos querían abandonar en ese lugar. Trato de convencerme de que hicieron lo necesario.
—Pero, Mikahail es su padre. —intento entender.
—Mikahail fue el único que se salvó. —aclara el capitán.
¿El único? Pero el hermano de Yuré y Bran también está en el concejo y la madre de Daniel también.
Todo me da vueltas obligándome a recostar el cuerpo en la mesa detrás de mí. —¿Y tú? —lo cuestiono.
—«Un gracias» es suficiente. —me habla.
—¿Gracias por qué? ¿Por haberte escapado o debo darle las gracias a tu padre?
—Gracias, por qué sin mí, todavía estuvieras en ese laboratorio. —me encara. —No cuestiono las decisiones de mi padre ¡De acuerdo! Y si escape, por qué preferí mi libertad a un calabozo sucio.
Me deja sin habla y es que no tengo mente para lidiar con él. —Te ayude, los ayude. ¿De acuerdo? Era lo correcto y lo hice. No te pido que confíes, pero tampoco te daré explicaciones cuando yo nunca elegí ser transformado en lo que soy.
Me da un cambio de ropa y señala el cuarto de baño. Entro y cierro con seguro. Prendo la ducha para que haga ruido y no sé qué decir, por qué todo me tiembla. Me miró en el espejo y no me reconozco, estoy más delgada, el cabello lo tengo enredado y opaco y tengo moretones por todo el cuerpo.
Me baño rápido y salgo viendo como el capitán está sentado en la cama tecleando en el ordenador.
—¿Dónde están los demás? —le pregunto.
—¡Tu novio no me dio detalles! Creo que dijo: Todavía no confío en ti.
—¿Y? Que se supone que pase ahora.
Termino de ponerme las botas que van con el uniforme que llevaba tiempo sin usarlo. Alza la vista del ordenador y se me queda viendo como si estuviera recordando el tiempo donde era parte de su escuadrón.
—¡Te queda bien! —deja escapar un suspiro. —Lo que sigue ahora es esperar.
—¿Esperar que cosa?
—La noche. —se asoma por la ventana y sonríe. —Y la lluvia.
Me quedo por horas hasta que la lluvia entumece mis oídos y la noche cae. Cómo siempre Inglaterra es húmeda y los campos de entrenamiento se enlodan obligando a la mayoría a esconderse en sus habitaciones.
Me coloco la corra y escondo los mechones rubios. El capitán camina delante de mí y los demás los saludan como si nada hubiera cambiado. La nostalgia me llega, pero la sepultó muy dentro, he pasado por mucho y solo quiero descansar y alejarme de esta guerra.
El capitán se adelanta cuando un grupo de soldados pasan a nuestro lado y bajo la mirada cuando nos detiene un general.
—Escuche que estabas de vuelta. —le habla al capitán. —Si señor. —el hombre palmea su hombre y hecha un vistazo a mi persona.
—Veo que tienes que compañía. —deja salir una sonrisa pícara. —No te entretengo más.
Respiro aliviada. Cruzamos el umbral de la FMA y la alarma nos detiene.
—¿Y ahora qué? —se queja el capitán.
—Es una alarma amarilla. —le confirmo.
En la FMA las alarmas se clasifican por color, naranja es intruso, amarilla es rescate o refuerzo y roja es bajo a ataque.
—¿A quién le están mandando refuerzo? —cuestiono asustada.
—Te dije que no estaba de acuerdo con las decisiones de mi padre.
—Espera… van en apoyo a Morgan.
—Eso creo. —Confiesa. El lugar se llena de personas, las camionetas son abastecidas con misiles y rifles y el general Robinson sale cubierto de una capota para la lluvia.
Hecha a volar los centinelas y el capitán me adentra más cerca de él cuando el centinela da la señal de dos avistamientos.
Los soldados se acercan a nosotros con los rifles apuntando en nuestra dirección y el capitán me da señal de quedarme quieta. Sale entre la multitud y el su padre manda a abajar las armas.
—¿Qué demonios haces ahí?
Discuten entre ellos y el chasquido del seguro me ase espabilar cuando el cañón me da un golpecito en la nuca.
—¡Quieta y camina hacia delante! —me pide y doy pasos suaves saliendo de entre las sombras.
—Miren a quién tenemos aquí. —El general me rodea mientras la otra chica sigue apuntándome. —Te escapaste o…
Deja de hablar y voltea a ver a su hijo.
—¿La ayudaste a escapar? —puedo sentir el tic-tac del reloj y los minutos pasando y sé que no se viene nada bueno.
El capitán me da una señal para que me agache y obedezco tirándome al suelo. El edificio central explota en llamas y entre los escombros y el humo el capitán me obliga a levantarme.
—Corre. —me exige. —Detrás de los contenedores te están esperando. —me avisa y veo el contenedor a menos de cinco metros. La cabeza de Liz da a relucir entre los contenedores y me regreso dándole un beso en la mejilla al capitán.
—Gracias. —doy dos pasos y quedó a media cuando el sonido del disparo me contrae y me obligó a mirar atrás. El general deja caer el revolver de la impresión y con dos zancadas ya lo tengo delante de mí, pero no es a mí a quien sujeta, sino al cuerpo de su hijo que se desploma a mis espaldas.
—¿Qué hiciste? —dice el general con un hilo de voz. —Lo correcto. —habla el capitán y es ahí donde me doy cuenta de que recibió el disparo de su padre por mí.
Intento dar un paso hacia ellos y el general alza el brazo sacando un segundo revolver de su camuflado, me apunta con ella, las manos le tiemblan y el odio se refleja en la fuerza de su mirada, pero aun con toda la lluvia noto sus lágrimas y la sangre que se esparce en el río de agua provocado por la lluvia.
—Es imposible, una bala… no puede… Lastimar a un…
Estoy titubeando sin poder completar una oración y el general resopla con un quejido de dolor agonizante.
—Son balas de metano. —las rodillas me fallan y caigo al suelo con un mar de olas impidiéndome nadar a la superficie.
El capitán ya no está hablando e intento tomar su mano y el padre rectifica el revolver en mi dirección.
—Lárgate. —exige con la voz tan ronca que sus cuerdas vocales tiemblan.
—La muerte no es suficiente. —me dice. Intento refutar algo y el brazo de Liz me sostiene por detrás, el portal se abre y caigo en cuenta que está muerto.
No de esta manera, hay Miles de formas de morir, pero ¿Por qué de esta forma? Sí, tiene que ser eso, es una broma de mal gusto. El capitán sale de mi campo de visión y unos vítores de alegría se escuchan en la sala donde soy transportada.
Marcus me examina con felicidad dándome un abrazo que me llega hasta el alma y lo sostengo con tanta fuerza que se contrae al verme derrumbarme en el suelo.
—Clare. —Me dice sosteniendo mis mejillas en sus manos. —Murió por mí. —lo empujó para que me suelte.
—Mentiroso. —lo empujó de nuevo. —Lo prometiste. —me vuelvo nada cuando el nudo en la garganta me impide respirar y las lágrimas me nublan la vista.
—Prometiste que si me volvía más fuerte, nadie nunca pondría su vida en peligro por mí. —me quejo con el alma destrozada.
No es por qué conociera al capitán de años, o por qué lo quisiera tanto que mi vida sin él se volviese gris. Era por mí, por lo que soy, por qué he luchado por defender y todo sale mal. Nada funciona.
Estoy viva mientras el capitán muere, mientras mi madre murió, mientras los demás arriesgan su vida y yo sigo de pie, ¿Por qué? Por qué solo no dejan que pase lo que tenga que pasar. Si es de morir, déjenme morir y no se interpongan en el trayecto de una bala que es dirigida a mí.
Es que no puedo, no puedo cargan con lo mío y cargar con la cruz de la confianza que todos ponen sobre mí, me hundo por cada paso y llega un punto en el cual solo quiero descansar.
CONTINUARÁ…