Adeline salió del hospital con la factura aún en sus manos, sujeta con tanta fuerza que las puntas del papel se arrugaban bajo sus dedos. El aire frío de la tarde le golpeó el rostro como una bofetada, pero no logró despejar la neblina de desesperación que nublaba su mente.
Caminó hacia el auto prestado, sintiendo cada paso más pesado que el anterior, como si llevara un peso invisible sobre los hombros.
Se subió al auto, cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria, y por un momento, permaneció inmóvil, con la factura descansando sobre el volante y sus ojos fijos en los números que parecían burlarse de ella. Las lágrimas brotaron de nuevo, y esta vez no hizo nada por contenerlas, dejó que la tristeza, la impotencia y la rabia la inundaran en ese pequeño espacio, con el único testigo siendo su reflejo en el retrovisor.
"¿Qué voy a hacer?" pensó, mientras el eco de las palabras del doctor resonaba en su mente:
"Hay poco tiempo." El recuerdo de la expresión seria del doctor Ramírez, el peso de su tono al describir el avance del cáncer, seguía atormentándola, cada palabra que él pronunció había sido un golpe directo a su corazón.
Tomó una respiración profunda, tratando de calmarse, cerró los ojos por un momento y recordó el rostro cansado de su madre, su sonrisa débil y sus palabras llenas de esperanza.
"No puedo fallarle," se dijo a sí misma. "Haré lo que sea necesario."
Con esa determinación, encendió el motor del auto y salió del estacionamiento. A medida que conducía, su mente seguía procesando la idea que había descartado antes de manera instintiva: la oferta de su padre.
La sola idea de casarse con un hombre desconocido por dinero le provocaba un nudo en el estómago, pero… ¿acaso tenía otra opción?
El trayecto hacia su apartamento fue un borrón de luces y sombras, los semáforos pasaban como destellos mientras su mente divagaba. Intentó recordar si alguna vez había tenido un día tan desesperante como este, pero cada pensamiento la llevó de vuelta al mismo punto: no había escapatoria.
Llegó a su pequeño apartamento justo cuando el sol comenzaba a ocultarse detrás de los edificios. El lugar estaba en penumbras, y la soledad del espacio, que solía ser un refugio, ahora se sentía como una jaula. Se dejó caer en el sofá, dejando la factura sobre la mesa, junto al bolso, y sus ojos se quedaron fijos en los números, como si esperara que desaparecieran por arte de magia.
Adeline tomó su teléfono con manos temblorosas y la respiración irregular, mientras buscaba el número de su mejor amigo Nathan en la lista de contactos, y su mente oscilaba entre la duda y la necesidad.
Sabía que Nathan siempre estaba dispuesto a escucharla, pero temía su reacción cuando le contara la gravedad de la situación.
"Tal vez solo necesite desahogarme," pensó, tratando de convencerse a sí misma de que no buscaba una solución inmediata, sino un hombro en el cual apoyarse. La familiaridad de su amistad le dio un pequeño consuelo, como una luz tenue en medio de su tormenta interna, necesitaba hablar con alguien, necesitaba desahogarse, aunque no sabía si tenía el valor de contarle todo.
Cuando la voz familiar respondió al otro lado de la línea, sintió un pequeño alivio.
—¿Adeline? ¿Estás bien? —preguntó Nathan, con una mezcla de preocupación y urgencia al notar el silencio que seguía a su saludo.
Adeline cerró los ojos y respiró profundamente, intentando controlar el quiebre que amenazaba con delatar su fragilidad, pero su voz salió más débil de lo que esperaba, apenas un murmullo.
—No… no del todo. —Un nudo se formó en su garganta antes de que pudiera continuar—. ¿Puedo ir a tu casa? Necesito hablar contigo.
Nathan dudó por un momento, sus ojos reflejando una mezcla de incertidumbre y preocupación, como si estuviera tratando de medir la magnitud de lo que ella estaba a punto de decirle, solo esperaba que la condición de su madre no haya empeorado.
Mientras esperaba su respuesta, pensó en las veces que había visto a Adeline enfrentarse a situaciones difíciles, la fortaleza que siempre admiró en ella ahora parecía tambalearse, y eso lo llenaba de una inquietud que no podía ignorar.
"Sea lo que sea, tiene que ser serio," pensó, preparándose para lo peor, aunque sabía que haría lo que fuera necesario para apoyarla.
Hubo una breve pausa al otro lado de la línea, y Adeline pudo imaginar a Nathan frunciendo el ceño, intentando descifrar su estado, finalmente, con un gesto que hablaba de su disposición incondicional, respondió con la calidez que siempre la había reconfortado.
—Claro que sí. Ven cuando quieras, estoy aquí para ti.
Adeline colgó sin responder y se quedó mirando el teléfono durante un segundo más, como si la decisión de llamar hubiera drenado toda su energía.
Finalmente, se levantó del sofá, sintiendo el peso de cada movimiento, sabía que enfrentarse a Nathan significaba abrirse, mostrar su vulnerabilidad, y eso la aterraba.
Caminó hacia el baño y se miró en el espejo, su reflejo era un recordatorio de lo que estaba cargando, sus ojos rojos e hinchados hablaban de noches sin descanso, y sus labios apretados eran el eco de las palabras que no había tenido el valor de decir.
Se lavó la cara con agua fría, dejando que las gotas recorrieran su piel como un bálsamo momentáneo.
De regreso en la sala, sus ojos se detuvieron en la factura sobre la mesa, la tomó con un movimiento rápido, como si quisiera arrancar el problema de raíz, pero al sostenerla, la mezcla de rabia y resignación volvió a arremeter contra ella.
Sin poder controlar el temblor en sus manos, la guardó en su bolsa antes de dirigirse a la puerta.
El frío del pomo metálico en su mano fue un último recordatorio de la realidad, cerró los ojos por un instante, inhalando profundamente, y al exhalar, cruzó el umbral dejando que el aire frío llenara sus pulmones.
Sabía que no podía evitar esta conversación, Nathan era su refugio, pero también sería un espejo que no podía esquivar.
Hablar con Nathan siempre había sido una mezcla de alivio y miedo: alivio porque sabía que podía confiar en él, miedo porque él tenía una forma de desnudar sus emociones y enfrentarlas con una honestidad brutal, podía recordar las veces en las que él había desentrañado verdades que ella misma intentaba esconder incluso de sí misma.
Si no le contaba a Nathan ahora, él terminaría enterándose de todos modos, y sería mucho peor. Él siempre lo sabe todo, siempre lee entre líneas, por eso prefería decírselo ahora, antes de que se enterase por otros medios y se saliera de control.