Al llegar al hospital, el familiar olor a desinfectante y el sonido de los monitores le dio una sensación de calma momentánea. Caminó por el pasillo hasta la habitación de su madre, y cuando abrió la puerta, el cansancio en el rostro de Isabel le rompió el corazón, pálida y frágil, tenía los ojos cerrados, descansando entre la maraña de tubos y máquinas que la rodeaban.
Adeline se acercó suavemente y tomó la mano de Isabel, dándole un apretón delicado para no despertarla.
El leve sonido de los monitores llenaba la habitación, y el ambiente olía a desinfectante, a cuidados, pero también a la constante fragilidad que colgaba sobre sus cabezas, era como si cada segundo que pasaba allí le recordara a Adeline lo poco que le quedaba de su madre si no lograba reunir el dinero para el tratamiento.
La batalla apenas comenzaba.
Isabel abrió los ojos lentamente y al ver a Adeline, sonrió.
—Cariño, estás aquí. —Isabel la miró con una sonrisa débil, pero genuina al ver a su hija a su lado. A pesar del deterioro de su salud, su rostro aún mostraba esa paz que siempre había caracterizado a su madre.
—Siempre estoy aquí, mamá. —respondió Adeline con una sonrisa forzada, y aunque trataba de mostrarse fuerte, el dolor y la preocupación la consumían por dentro.
Adeline dejó un beso en su frente y cuando se alejó, no pudo evitar recordar la cruel “oferta” de su padre.
—Adele, ¿cómo te fue con tu padre? ibas a verlo, ¿no? —preguntó Isabel con voz suave mirando a su hija con una mezcla de curiosidad y preocupación, como si hubiese leído sus pensamientos.
Adeline vaciló por un momento, no quería mentirle, pero tampoco podía decirle la verdad, no ahora, cuando Isabel estaba tan vulnerable.
¿Cómo iba a decirle que su padre le daría el dinero a cambio de que se casara con un desconocido?
¿Cómo le decía que tenía que venderse para salvar su vida?
—No te preocupes por eso ahora, mamá. Lo más importante es que te pongas bien, yo me encargo del resto.
Isabel asintió débilmente, aunque algo en sus ojos le decía que sabía que no todo estaba bien. Aun así, decidió no insistir.
Durante las siguientes horas, Adeline se quedó a su lado, contándole anécdotas de su día, omitiendo la información sobre la visita a su padre, hablando de trivialidades para llenar el silencio con algo que no fuera el dolor que ambas compartían.
Se obligaba a mantener la sonrisa, a no mostrar el temor que la carcomía por dentro, sabía que no podía perder a su madre, pero cada minuto que pasaba sin encontrar una solución para reunir el dinero del tratamiento, la acercaba más a esa terrible posibilidad.
Fue entonces cuando el sonido de la puerta al abrirse llamó la atención de Adeline, el doctor Ramírez, el oncólogo de Isabel, entró en la habitación con su expresión habitual de calma profesional, pero había algo en su mirada que puso a Adeline en alerta.
—Buenos días, Señora Prescott, ¿podemos hablar un momento afuera? —preguntó el doctor con una leve inclinación de cabeza.
Adeline sintió que el estómago se le hacía un nudo y solo asintió con su cabeza, antes de regalarle una sonrisa tranquilizadora a su madre y se levantó despacio, dándole un último apretón a la mano de Isabel, y no le quedó de otra que seguir al doctor fuera de la habitación.
Una vez en el pasillo, el doctor cerró la puerta detrás de ellos y se giró hacia Adeline con una expresión seria.
—Adeline. —comenzó el doctor con un tono grave, —es importante que entendamos la situación en la que está su madre. Los exámenes han confirmado que el cáncer de hígado está progresando más rápido de lo que anticipamos. Necesitamos comenzar el tratamiento lo antes posible.
Las palabras del doctor fueron como un golpe en el pecho para Adeline, la gota que rebalsaba el vaso, y aunque ya sabía que su madre estaba mal, escuchar lo rápido que la enfermedad avanzaba la dejó sin aliento.
—¿Qué opciones tenemos? —preguntó Adeline, aunque ya sabía que la respuesta no iba a ser fácil de digerir.
—El tratamiento incluye una combinación de quimioterapia y terapias específicas para atacar el cáncer, —explicó el doctor. —Pero también tenemos que considerar que el seguro de su madre no cubre gran parte de estos procedimientos. Hemos preparado una estimación de los costos que necesitaríamos cubrir de inmediato para iniciar el tratamiento.
El doctor extendió un sobre hacia Adeline y ella lo tomó con manos temblorosas, sin necesidad de abrirlo para saber que las cifras dentro eran más de lo que jamás podría reunir por su propia cuenta. Aun así, abrió el sobre, y lo que vio confirmó sus peores temores, la factura era abrumadora, una cantidad inalcanzable para alguien que apenas podía mantener el día a día.
—Doctor… —su voz se quebró, y sintió el calor de las lágrimas amenazar con desbordarse. —No sé cómo voy a conseguir este dinero.
El doctor Ramírez la miró con simpatía, pero también con la dureza de la realidad.
—Adeline, sé que es difícil, pero si no comenzamos el tratamiento pronto, la situación de su madre podría empeorar de manera irreversible. Hay poco tiempo.
Adeline asintió, aunque la sensación de desesperación la envolvía como una niebla densa. No podía perder a su madre, no podía quedarse sin hacer nada.
—Voy a… voy a encontrar la manera. —susurró, aunque en realidad no sabía cómo.
El doctor asintió y le puso una mano en el hombro.
—Estaremos aquí, listos para comenzar en cuanto lo consiga.
Adeline observó cómo el doctor se alejaba por el pasillo, y se quedó de pie, inmóvil, aferrándose al sobre como si fuera una sentencia de muerte. Las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a correr por sus mejillas mientras se sentía más sola e impotente que nunca.
Sabía que no había otra opción.
No tenía tiempo ni recursos.
Con cada segundo que pasaba, la vida de su madre pendía de un hilo más fino.
Adeline intentó mantener la mente en calma, pero las cifras de la factura giraban en su cabeza, aplastándola por completo.