En casa de Nathan.
El departamento parecía más frío de lo habitual cuando Nathan abrió la puerta antes de que Adeline pudiera siquiera alzar el puño para tocar el timbre.
Sus ojos se clavaron en Adeline, y su expresión despreocupada se desmoronó en un instante al ver su rostro pálido y los rastros de lágrimas en sus mejillas, sin decir una palabra, la hizo pasar, apoyando suavemente una mano en su espalda como un gesto de apoyo silencioso.
El aroma familiar de su apartamento, una mezcla de café recién hecho y velas de vainilla, envolvió a Adeline como un abrazo que apenas logró calmar su ansiedad.
Nathan dejó la puerta entreabierta, como si el peso de la conversación que se avecinaba necesitara un escape, y se giró hacia ella, su taza de té todavía humeaba en su mano, pero sus ojos, cálidos y atentos, reflejaban una preocupación palpable.
—Adeline, ¿qué pasó? —preguntó, su voz baja, cargada de empatía, su ceño fruncido mostraba que ya intuía que no sería una conversación sencilla.
Adeline intentó responder, pero las palabras se atragantaron en su garganta, sus dedos juguetearon con el borde de su abrigo mientras evitaba su mirada. Se sentía pequeña, vulnerable, como si la tormenta en su interior fuera demasiado grande para contenerla. Finalmente, levantó los ojos hacia él, y sus labios temblorosos intentaron formar una sonrisa que nunca llegó a concretarse.
—Es mamá… —dijo, su voz apenas un susurro. Caminó lentamente hacia el sofá y se dejó caer, como si el peso de sus pensamientos la empujara hacia el suelo—. El tratamiento es mucho más caro de lo que imaginé, Nathan. Es… imposible. —Sus manos se cerraron en puños, y sus uñas se hundían en las palmas mientras trataba de mantener el control.
Nathan dejó la taza sobre la mesa con un leve ruido, inclinándose hacia ella con los codos apoyados en las rodillas, su mirada era intensa, y su mandíbula apretada reflejaba la seriedad de la situación.
—¿Cuánto necesitas? —preguntó, su tono firme, pero con un toque de desesperación. Estaba dispuesto a ayudar, a hacer lo que fuera necesario para aliviar el dolor que veía en los ojos de Adeline.
Ella dejó escapar una risa amarga, una que más parecía un grito sofocado por la frustración. Bajó la cabeza, sus dedos masajeando sus sienes mientras trataba de encontrar las palabras.
—Cincuenta mil dólares. —Las palabras salieron rápidas, como si al decirlas pudiera deshacerse del peso que cargaban. Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas, y al levantar la mirada vio cómo Nathan se recostaba lentamente en el sofá, impactado.
Nathan soltó un leve silbido con los ojos muy abiertos como si el impacto de la cifra hubiera sido físico, y mientras procesaba la cifra, su mente recorría una serie de cálculos y posibilidades.
Se preguntó cómo podría ayudarla, pensando en los pocos ahorros que tenía o en los contactos a los que podría recurrir, pero incluso mientras buscaba soluciones, no podía ignorar la cruda realidad: cincuenta mil dólares eran una cifra descomunal, ni siquiera vendiendo el auto que le había prestado a Adeline lograría reunir todo el dinero.
La sensación de impotencia lo golpeó con fuerza, pero no quería que Adeline lo notara.
—Eso es… demasiado. —dijo finalmente, rascándose la nuca con frustración—. Pero encontraremos una manera. Puedo hablar con algunos contactos, o tal vez podamos organizar algo, un evento, una recaudación, de aquí a algunos meses quizá…
Adeline lo miró, y aunque sus palabras eran bien intencionadas, el leve temblor en su barbilla delataba su desesperación. Sacudió la cabeza con su cabello cayendo alrededor de su rostro como un escudo.
—No hay tiempo para eso, Nathan. —Sus ojos finalmente dejaron escapar las lágrimas que había estado conteniendo, y su voz se quebró con la fuerza de su angustia—. Ella no puede esperar, sus días están contados si no comienza el tratamiento pronto.
Sabía que cualquier retraso, por más pequeño que fuera, significaría poner en riesgo la vida de su madre, era un peso que no estaba dispuesta a cargar.
"¿Cuántas noches más podré ver a mamá sonreír? ¿Cuánto tiempo nos queda antes de que sea demasiado tarde?".
Nathan se inclinó hacia ella, tratando de consolarla, pero sus propias palabras quedaron atrapadas en su garganta. La preocupación en su rostro se transformó en una mezcla de impotencia y tristeza.
—Entonces… ¿qué vas a hacer? —preguntó, su voz baja pero cargada de temor, como si ya supiera la respuesta con un peso que Adeline sabía que venía de su preocupación genuina.
Ella bajó la mirada, jugueteando con los dedos mientras sentía el peso de la decisión que había tomado aplastándola, la respuesta estaba clara en su mente, pero decirla en voz alta era como aceptar que había perdido la batalla. El silencio en la habitación se hizo ensordecedor, roto solo por el leve tictac del reloj en la pared.
Su mente se convirtió en un torbellino de emociones, un caos donde el orgullo y la desesperación se entrelazaban en una batalla feroz. Podía sentir el ardor de la indignación en su pecho, el eco de las palabras de Clara y Lucía, siempre afiladas como cuchillas, cortándole cualquier vestigio de confianza. Recordaba la frialdad de su padre, esa mirada distante que le hacía sentir invisible, como si su existencia fuera una obligación más que una elección.
"Esto no debería ser mi carga," pensó mientras apretaba los puños con fuerza, clavando las uñas en sus palmas en un intento desesperado por encontrar un alivio al dolor interno que la consumía.
El rostro de su madre, sin embargo, se alzó entre sus pensamientos, con esa sonrisa serena que siempre usaba como escudo para ocultar el cansancio que el tratamiento le estaba dejando.
El peso de esa imagen aplastó cualquier resistencia que aún quedaba en ella. El orgullo, tan persistente, empezó a desmoronarse lentamente, como una pared que no podía soportar más los embates del tiempo y la necesidad. Sus ojos, ahora llenos de lágrimas que luchaban por no caer, se cerraron mientras un temblor recorría todo su cuerpo.
"Esto es lo que quieren," pensó con amargura, "que ceda, que renuncie a todo por dinero." Pero no era solo dinero. Era su madre, su vida, y no podía ignorarlo. El orgullo se convirtió en un lujo que ya no podía permitirse.
Finalmente, las palabras salieron de sus labios, como si cada una pesara una tonelada, arrancadas de un lugar tan profundo que dolía con solo formularlas. Su voz tembló, cargada de una tristeza que parecía envolver todo a su alrededor.
—Voy a aceptar la oferta de mi padre. — Las palabras salieron apenas audibles, pero el impacto que tuvieron en Nathan fue inconfundible y el ambiente en la habitación se volvió sofocante, cargado con el peso de las palabras de Adeline.