5. Capítulo

831 Words
Salió de casa cuando escuchó aquel claxon que sonaba sin parar, era el árabe. Estaba a nada de ocurrir, a nada de ser desvirgada por ese espécimen de hombre. Cuando entró al auto, el perfume del aludido la asesinó, era tan fuerte, olía a todo eso, a un deseo fortuito, a esa noche desconocida para ella. —Imagino que llevas lo que te compré debajo de ese abrigo, ¿no es así? —Sí. —Nos vamos a divertir mucho, Victoria. Quita esa cara, te llevaré al cielo, ya lo vas a ver —le guiñó un ojo antes de ponerse en marcha y dejarla con la arritmia en un vuelo. Había prometido ser cuidadoso al realizar aquel acto, una experiencia completamente nueva para la muchacha, aún así verla sin el abrigo y expuesta ante él y solamente para él, lo volvió una bestia. Estaba mirando un cuerpo perfecto, a una virgen. No había nada más excitante que apreciar la fisonomía curvilínea de Victoria. En aquellos rincones que nunca antes nadie había explorado. Hacerla suya, besarla y dejarla extasiada. Es así como, habiendo firmado el contrato, la llevó a la cama. Ya era suya. La marcaría. Ya tenía los nervios a flor de piel y cuando vio aquel musculoso cuerpo, las ganas de huir incrementaron, era grande demasiado fornido y sensual, era un espécimen muy sexy, no podía creer que él la haría mujer. La besó de los pies a la cabeza quedándose también un rato sobre su abdomen contraído, la muchacha tenía los ojos cerrados y empezaba a perder el hilo de su propia respiración convirtiéndose irregular. No podía con tanto y todo lo que estaba experimentando la aturdía. Gimió cuando el hombre se hizo paso entre sus piernas y sin verlo venir, se fundió en ella. El grito fue callado por esa boca experta que la besó vehemente. Sus cuerpos iban al mismo ritmo, la inexperiencia llevada de la mano por semejante hombre. Terminaron exhaustos, ella con un dolor punzante, completamente normal tomando en cuenta su... Mejor no lo decía. —¿Estás bien? —se dejó caer a su lado mientras trataba de recuperar la respiración debido a la situación del momento. Ella solo fue capaz de mover la cabeza a modo de asentimiento porque las palabras no le salían de su boca se había quedado muda. Timidez a mil, eso sentía. Respiró profundo, ya todo había pasado. Sí, y la cuenta regresiva apenas iniciaba. —¿Tú crees que ya me embaracé? —inquirió al rato, sintiendo que cada parte de su ser enloquecía. Lo más probable es que fuera un tremendo sí, al cabo de un tiempo la duda se confirmaría Al final era el objetivo de aquel hombre, la razón por la que se había hecho el desatino, más allá de ser el fetiche de un hombre, por ser el primero en la vida de una mujer. —Eso espero, o tendremos que hacerlo otra vez, y tú no querrás, de mi parte no tengo problema. No me voy a quedar, iré a casa, tú puedes pasar la noche aquí, mañana enviaré un coche para que te recoja y te lleve a casa. Claro, ¿qué otra cosa esperaba? Él ya se marcharía dejándola allí como si fuera un objeto. Por supuesto que así la veía, ya cumplido su objetivo, no la necesitaba más. Así que nada de eso la sorprendía. —También me quiero ir, no voy a pasar la noche aquí. —Quédate, ya nos tomamos un riesgo alto al ser vistos al entrar, lo mejor es ser más cuidadosos y así evitar que se nos vea juntos —expresó, serio y demandante. Se aferró a las sábanas que cubrían su desnudez. El hombre admitía que la joven eran muy guapa, incluso con todo el cabello despeinado sobre sus hombros, era hermosa. Batió la cabeza por todos los pensamientos que cruzaban su cabeza. No podía pensar en eso, ella era solo una joven a la que no debía darle la mínima importancia, salvo por ser la madre de su futuro hijo haría una excepción por esos meses. Comenzó a vestirse y tras decir adiós se marchó dejándola sola. Victoria cogió una bocanada de aire y se resistió a no ponerse a llorar. Pero ya estaba llorando a moco suelto. Entre lágrimas y más lágrimas acabó por quedarse totalmente dormida. Al siguiente día se despertó por los rayos de luz que se colaron a través de los enormes ventanales que tenía la habitación. Apretó los párpados con dureza antes de intentar nuevamente parpadear varias veces y de ese modo acostumbrarse a la claridad. Se puso en pies y se dispuso a marcharse. Cuando estaba en el ascensor llegó la llamada, era aquel millonario con el que había pasado una noche distinta marcando un antes y un después en su vida. No quería tomarla, se lo pensó demasiado antes de deslizar el dedo en la pantalla de su móvil y atenderlo. —¿Qué pasa?
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