4. Capítulo

641 Words
—Mamá, tengo el dinero para tu tratamiento, por eso estoy segura de que no vas a dejarme, no lo harás —informó dejando a su madre estupefacta. Dentro de los planes de Victoria no estaba decirle a su madre tal cosa, pero ya lo había soltado, porque estaba resuelta a aceptar la propuesta del árabe. Sabía que de todos modos podría costear todo, pero algo le decía que ese hombre se echaría para atrás si ella le negaba un hijo. —¿Cómo lo has conseguido? No me digas que has ido al banco por un préstamo... —No, nada de eso, mamá. Es decir... Ha sido de otro modo, pero no es lo importante ahora. —Sí es importante, cariño. Cuéntame. —le tomó la mano. —De acuerdo —suspiró, pero ya estaba pensando en una mentira —. Yo me topé con una señora muy especial, le he contado mi situación y se ofreció en pagar todo a cambio de que trabaje un tiempo con ella, es todo mamá. —¿Qué? Eso es un milagro, Victoria. Te creo, a veces no se nos cruzan personas, sino angeles en nuestro camino para ayudarnos. Pero en realidad el único que apareció en su vida fue Rashid, el mismísimo diablo. Se contuvo, antes de soltar la verdad. No podía decirle a su madre a lo que estaba dispuesta. Aún así, tendría que hacerlo después, su madre no era tonta, mucho menos ciega como para no darse cuenta de un embarazo. Ya se las arreglaría más adelante para ponerla al tanto de lo que iba a pasar, pero no aún que nada era un hecho. —De acuerdo, te voy a dejar descansar, lo necesitas, mamá. —Quiero que te quedes otro rato conmigo, cielo. Pero sé que tienes razón, debo descansar. No tardes en volver. —le dejó un beso en el dorso. —Está bien, te amo. —Y yo a ti. Mientras atravesaba el pasillo su teléfono empezó a sonar. Era un remitente desconocido, por eso se tardó más en responder. —Diga. —Victoria, habla Rashid. Solo quería saber que estás pensando sobre lo que hablamos. —Ya lo pensé, sí, lo pensé mucho y creo que aceptaré. —¿Crees o estás segura por completo? Dime. —De acuerdo, estoy completamente de acuerdo, acepto. —explicó, mientras se sentaba en la sala de espera. —Bien, ha sido la decisión correcta. —aseguró antes de colgarle. Mientras ella se quedaba mirando la pantalla de su móvil con un nudo en la garganta, por su parte, Rashid sonreía, a la vez que se acercaba a su minibar y se servía un vaso de whisky. Le dio un sorbo. —Estás en mis manos, Victoria. Siempre gano, siempre —emitió victorioso, a solas en su oficina, satisfecho con la llamada que hizo. No solo se trataba de un bebé, de dinero, de un heredero, porque esa joven virgen significaba más, el árabe lo sabía. Otra vez, volvían las cosas a su lugar. Y el día llegó. Cuándo anocheció y se miró al espejo de cuerpo completo con aquella ropa puesta tan exhibicionista se sintió aplastada por el sentimiento de culpa que ya se hacía presente en su sistema. La lencería a su medida la hizo sentir asqueada. ¿Qué es lo que pasaba con ella? La presión era grande, aún así se empujó a seguir adelante. No tenía otra opción que hacerlo. Se puso un abrigo sobre la ropa, entonces se quedó a la espera de Rashid, quién pasaría buscándola cerca de las diez, de ahí partirían a un hotel. Las manos le temblaban así como todo su cuerpo, no era ella, sino otra persona la que ocupaba aquel lugar. Se repetía vez tras vez, quizá para aminorar la culpa, que solo lo hacía por su madre.
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