Ricardo Germosén y Manuel Berigüete se sentían atados de manos; no sabían cómo iban a lidiar con las dos demandas en contra de su representado y cliente Guillermo Villalona. Estaba siendo demandado por su esposa por infidelidad y posiblemente divorcio, lo que supondría que tendría que darle la mitad de los bienes que poseían del matrimonio, sin contar con las propiedades perdidas por el ingeniero por obra y gracia de sus apuestas, por lo que al no tenerlas, se vería en la obligación de pagarle a la madre de sus hijos el costo de la mitad de aquel inmueble, además de la otra que a él le correspondía, que gracias a la cláusula que firmaron a la hora de casarse, y por él haber incurrido en infidelidad, le debía eso a su esposa, una estrategia que había usado el abogado del padre de la señora,