Estaba aproximándose el fin de semana y Vladimir había puesto en ejecución su plan de indirectamente invitar a Coral a comer picalonga en uno de las ciudades del Gran Santo Domingo, específicamente para Santo Domingo Norte, al sector de fama por sus chicharrones de cerdo, Villa Mella su nombre.
Zuleika, Coral y Sulermy estaban haciendo hora para su próxima clase, echadas en una de las áreas verdes de las tantas en toda la universidad, cerca de la facultad de economía luego de una clase allí, cuando a dos de ellas les llegó un mensaje a sus respectivos celulares casi al mismo tiempo.
— ¡¡Loca!! Alfredo me acaba de ecribí que e’te sábado vamo a comé picalonga y fritura. — Expresó Zuleika emocionada ya que era fanática de ese tipo de comida, mientras zarandeaba a Coral.
— El sarnoso del Vladi también me acaba de decí lo mimo.
— Coralita, ¡Vamo! —Rogaba Zuleika con cara de perrito tierno.
— Ay no, yo paso, mujere. Yo no entro ese tipo de comida en mi organismo.
Sulermy miró a Coral ladeando su rostro hacia su dirección sobre su hombro derecho, en una clara señal de que la consideró altamente creída por haber rechazado ese manjar de la comida típica dominicana.
— Zuli, dale banda a e’ta popi de la porra, y preparémono nosotra a ve qué vamo a degustar, porque me voy a dar la verdadera jartura. Quel Vladi invite a una a comé no se ve to lo día… ¡Me la vuá matá! — Expresó Sulermy en una descarada declaración de guerra a Coral. Ella intuía que su compañero de carrera estaba invitando a la blanquita de forma indirecta, y ella estaba dispuesta a servirle de celestina, pero no le saldría gratis, eso no.
A Coral se le notaba a leguas que se moría por probar la picalonga, la fritura y todo lo que tuviera que ver con el tema, sin embargo, estaría en serios problemas si su madre, la distinguida señora Carolina Sosa, se enteraba de que su hermosa hija con esos ojos grandes de color verde osó tan siquiera posarlos en una comida tan poco glamurosa. No obstante, la tentación era tal que estaba dispuesta a pasarle por encima a su querida madre, ella no tenía por qué enterarse. Aunque estaba la otra cara de la moneda: Vladimir la había rechazado y ella no debía ser tan fácil de dejarse convencer por un deseo tan banal como la comida… Pero tener el placer de probar aquel plato que en su vida no había probado y tener cerca de ella a su galán canelo, no era algo que debía desperdiciarse.
— No me haga’ eso, Coral. La picalonga e’ la versión fina de la fritura, tú no tiene que probá la tripita frita, ni la cadeneta, ni el encufle, ni la morcilla, ni na’ d’eso. — Le explicaba Zuleika tratando de convencerla.
— No e’ eso.
— Si e’ pol Vladimir, yo no voy a dejá que se te acelque y me le voy a encaramá en la pielna y to. — Interfirió Sulermy con toda la intención de molestar a la blanquita, lo cual hizo que ella la mirara con una mirada cortante y llena de desprecio.
— Deja de 'ta jodiendo, Mymí… Entonce’, Coral, ni e’ pol la fritura ni tampoco e’ pol la cosa fea de Vladi, ¿Pol qué no quiere í’ a comé picalonga?
— E’ pol mami. Si ella se entera que voy a comé fritura, me desolla viva.
— ¡U’té sí e’ pariguaya, mi helmana! Tú no tiene’ que deci’le a tu mamá que va’ a comé fritura. ¿O tú tiene’ que da’le un repolte de to’ lo que hace a la doña? — Preguntó Sulermy.
— ¡No! Pero ya ‘toy aco’tumbrá a hace’lo.
— Po desacotumbrese, y prepárese, que vamo el sábado a comé picalonga y to’ lo que apare’ca.
Sulermy convenció a Coral de aceptar sin más peros la invitación de ellas a comer picalonga a pesar de que ella no quería, sobre todo porque era algo que su mamá le había prohibido tajantemente, y tampoco sabía cómo se lo ocultaría, ya que ella solía salir en su carro para moverse a cualquier parte de la ciudad, pero las chicas le advirtieron que no saliera en él, ya que para dónde iban era más conveniente irse en el metro, sobretodo porque la parada final estaba cerca del lugar donde estaba el puesto de frituras al que irían a comer, aunque era algo totalmente desconocido para aquella joven.
Ya era sábado. Vladimir estaba ansioso, no veía la hora de volver a verse con Coral, lo que no sabía era cómo iba a acercársele nuevamente cuando él tenía muy presente que había rechazado de una manera tan tajante a aquella blanquita, pero estaba dispuesto a dejar pasar por alto aquel inconveniente para hacer las paces con aquella muchacha.
Vladimir se estaba terminando de aplicar su perfume favorito, luego de haberse vestido con una camisa blanca de listas negras, unos pantalones de mezclilla negros, y unos zapatos tipo mocasines del mismo color.
— ¿Y pa dónde e’ la fieta, buen perro? — Preguntó Iverson, el único hermano de Vladimir, que se encontraba en casa esa noche.
— No te impolta, metío… Yo no ando averiguándote la vida, en la mía no te meta.
— Ya, ya. Dejen de peliá, que utede no pueden ‘ta sin decise do’ o tre vaina’. Mijo, cuida’o lo que inventa andando por ahí… Mi bebé, me voy pa la iglesia por si quiere coge’ pallá conmigo. — Habló Úrsula refiriéndose a cada uno de sus hijos.
— Y depué quiere negá que no e’ tu hijo chiquito adorado, be-bé…
— Mami, no me diga bebé. Y tú, deja la pendejá.
Para suerte de Úrsula, Zuleika se asomaba por la puerta para llamar a Vladimir. Tanto él como su hermano solían discutir por cualquier cosa, por tonta que fuera, ya que nunca se llevaban bien, sobre todo por parecer que ambos buscaban tener la total atención de su madre.
Zuleika estaba vestida con unos pantalones de mezclilla azules oscuros, unas zapatillas negras, una blusa roja y una chaqueta que iba a juego con sus jeans, y con su mochilita de siempre. Había recibido la llamada de Alfredo de que iba de camino a Villa Juana, el barrio donde su novia y su primo vivían, para irse los tres juntos hasta Villa Mella, pero de paso se encontrarían con Sulermy; aún no se sabía a ciencia cierta que Coral también iría con ellos.
Sulermy se había puesto un vestido casual de color gris y unas licras largas, lo que moldeaba sus curvas, ya que era una gordita de tamaño considerable, lo que había combinado con unos tenis negros. Vivía en El Cacique, un barrio más o menos acomodado de la capital, prácticamente al lado de la última parada en la parte sur del Gran Santo Domingo del metro, mientras que Coral vivía en el área este del Piantini, un barrio de riquitos, donde todo se hacía sobre ruedas, por lo que la blanquita tuvo que inventarse que iba al cine con unas amigas, estaba vestida para la ocasión, con una blusa de color rosa oro mangas largas, unos pantalones de mezclilla azul y unos botines negros, por supuesto la mochila de moda del mismo color que su blusa, para andar combinada. Sus supuestas amigas la llevarían después de la función a casa, por lo que no era necesario que llevara su auto, por suerte no le prestaron mucha atención.
Sulermy le envió la locación a Coral para que no se fuera a perder, ya que ella no solía salir sin su compañerito sobre ruedas de su casa, y la futura abogada no estaba por dar explicaciones a nadie por ninguna niñita hija de mami y papi, la cual llegó al lugar acordado en un taxi de los que se solicita vía aplicación.
— ¡Oh, veldá! Pol donde tú vive no se usa lo’ carro’ público ni la’ guagua.
— Habiendo taxis, ¿Voy yo a montarme en esas cosas? ¡Ay no, linda! Demasiado glamour para desperdiciarlo en un transporte público.
A veces Sulermy sentía que debía hacer un esfuerzo sobrehumano para soportar a Coral, le parecía demasiado plástica como para vivir entre los mortales como ella. No entendía como era que Vladimir se había empezado a interesar por alguien así, cuando era claro, o al menos así era hasta este momento, que las mujeres del tipo “plastic doll” no eran las suyas. De pronto sólo era un experimento.
— ¿Tienes tarjeta del metro?
— ¿Tarjeta del metro?
— ‘Ta bien, olvídalo, yo tengo una de má’.
Mymí, como le solían decir entre sus amigos, se imaginaba algo así como de que Coral no iba a tener una tarjeta para subirse a un servicio público, sólo le rogaba a Dios que no fuera claustrofóbica, germofóbica, o cosa parecida.
Al ser sábado por la tardecita, el metro no iba muy concurrido, salvo por los estudiantes de algunas universidades que estaban en la ruta del transporte subterráneo, y uno que otro empleado del sector privado que trabajaba hasta tarde ese día, por lo que Coral y Sulermy obtuvieron asiento sin problemas, además de que se habían subido en la terminal de la zona sur.
La blanquita miraba a todos lados, se sentía extrañada, por primera vez en sus veinte años de vida que se sentaba en un transporte público; ver algo tan grande que albergara a tanta gente a su alrededor no era muy lo suyo. Lo más concurrido que ella había montado había sido un avión, donde cada quien estaba en su propio asiento, pero su padre procuraba que fueran en primera clase, y hasta de ser posible, alquilar un avión privado, era una familia muy pretenciosa.
Lo bueno se puso cuando en la zona donde el metro hacía la transferencia, una serie de jovencitos abordaron el vagón en el que estaban Sulermy y Coral, pero a esta última le pareció chocante la actitud alborotada en la que ellos se subieron, ya que iban hablando en alta voz, riendo y haciendo cuentos de cuantas cosas les parecía, sin importarles los demás a su alrededor. Por tanto, hubo un punto en que la blanquita casi se exaspera, por lo que su acompañante quiso intervenir pero no tuvo tiempo, pues la muchacha reaccionó antes de la otra preverlo.
— ¿Podrían callarse, por favor? ¡Cuánta bulla!
— ¡Ay! Oigan a e’ta, callando a uno. Si no te guta la bulla, coge un taci, ¿Qué lo tuyo?
En ese mismo instante, el metro se había parado justo en la estación en la que Zuleika, Alfredo y Vladimir debían montarse, y eso hacían cuando vieron a Coral enfrentándose a aquellos jovencitos, y a Sulermy con la cara de entera molestia y con un gesto de que quisiera que se la tragara la tierra. El hombre canelo se acercó al grupo que se estaba formando, visualizando que uno de los policías asignados de aquel transporte se acercaba para supervisar la situación que estaba dándose en aquel barullo. Al ver los jovencitos a aquel hombre joven pero de presencia imponente hablarle, tanto a la chica con la que discutían como a la otra que la acompañaba, dejaron de hablar en el acto.
— ¡Mymí, dime a ver! Veo que no anda’ sola. ¿Cómo se porta tu amiga?
Coral le lanzó una mirada cortante y penetrante a su adonis de bronce. Ella sabía que el comentario era por ella, por lo que miró al lado contrario de donde Vladimir se encontraba, encontrándose con Zuleika, quien las saludó, tanto a ella como a Sulermy ladeando su cabeza para darle un beso, mejilla con mejilla, para luego abrazarse a su novio, quien saludó a ambas chicas levantando levemente su mano derecha y volviéndola a llevar a su bolillo, mientras se sostenía de los tubos de agarre con la mano izquierda.
— Coralita… Viniste…
— Sí, vine… — Contestó Coral desganada, pero Zuleika decidió restarle importancia.
— ¡Mira! Te presento a mi novio, Alfredo Camacho, primo de Vladimir.
— Para ser tu novio primo de aquel que tengo del otro que anda con ustedes, tu novio es muy lindo, Zuli.
Sulermy volteó la cabeza hacia el lado contrario de donde estaba Vladimir, justo al lado de Coral para poder disimular una sonrisa burlesca que le apareció de repente ante aquel comentario, mientras que Zuleika y Alfredo miraban boquiabiertos al fortachón, quien apretaba su mandíbula al haber escuchado el flagrante ataque de la niña rica.
Lo único que Vladimir y Alfredo tenían en común era que tanto el uno como el otro eran altos, por supuesto que el canelo lo era más, además de que era muy fornido comparado con su primo, ya que éste era de pelo lacio, cabello castaño cenizo, tez blanca y complexión delgada, pero con los brazos definidos, mas no solía hacer ejercicio para mantenerse. Por su lado, Zuleika era de piel oscura, un pelo abundante y muy rizo, además de largo, delgada y alta, pero no tanto como para pasarle a su novio en estatura.
Después de par de intercambios verbales bastante aguzos y mordaces, además de indirectos, entre el morenazo y la blanquita, llegaron hasta el final del recorrido del metro, por lo que abandonaron el metro y salieron de allí, esperando que las vías peatonales se despejaran lo más posible para ellos salir, pero casi quedaban atropellados por el gentío que venía en el siguiente turno, ya que Coral no sabía cómo salir de allí, haciendo que los que la acompañaban se molestaran y se burlaran al mismo tiempo al admirar su torpeza en la vía pública.
— Hay que ve’ que tú ere’ tolpe un rato, blanquita.
— No me siga fuñendo, ¡Estúpido! ¿Ya llegamo? — Preguntó Coral en tono de aparente fastidio, no le estaba gustando la experiencia de andar en transporte público.
— No, querida, falta coger otro carro. — Contestó Sulermy de manera chocarrona, le estaba pareciendo divertido ver cómo sufría Coral los embastes de la vida real y del que no tenía dinero como ella.
— ¡Ay, Dio! ¿Qué má’ falta?
— Cogé otro carro, Coralita… — Intervino Vladimir sin el más mínimo disimulo de burla ante la desgracia de la pobre Coral, la cual empezaba a llorar en silencio al ver que aquella salida con la que en cierto grado ella estaba ilusionada, estaba comenzando a parecerle un infierno para su gusto.
Disimuladamente Sulermy tocó el brazo izquierdo de Vladimir para apartarlo de los demás para darle un consejo.
— Mire, abogado, si este es su plan de enamorar a la tipa, ella le va a terminar dando una patá… Tú supite…
Vladimir no se había percatado de que Coral estaba empezando a pasarla mal. Ella tenía la ilusión de que en serio él tenía buenas intenciones, pero luego chocó con la realidad de que ella estaba de más en toda aquella reunión, no fue invitada directamente por quien ella hubiera querido, y eso de andar de carro público era demasiado para ella.
— ¡Señore! Díganme donde estoy para pedir un transporte privado… Me voy… — Dijo Coral con el maquillaje un poco corrido, porque aunque se había dado la vuelta para llorar disimuladamente, se notaba que lo había hecho, y también se notaba que no quería estar más allí.
— Loca, no te vaya. Quédate ombe… — Le rogó Zuleika a Coral para que no hiciera lo que había dicho que haría.
— No, ombe, Zuli… Mira, tú ‘ta con tu novio y se ven lindo’ junto’, y Sulermy se ve bien con este idiota, que pa colmo yo ni bien le caigo. ¿Qué? ¿Tú quiere’ que me quede aquí de mal tercio pasando vergüenza? No, mana, así no puedo. Una cosa e’ que me muera del deseo de probá la fritura y otra muy diferente e’ humillame pol ‘ta de lambona… Ya no voy má’… No vemo el lune en la uni, mujere… Un placer, Alfredo.
Coral en serio estaba dispuesta tomar su teléfono para pedir un transporte por cualquiera que respondiera de las aplicaciones disponibles, mientras que los tres que andaban con Vladimir lo instaban a modo de amenaza que no la dejara ir, sobre todo su primo, que hizo su mejor esfuerzo para lograr la información para que él pudiera invitarla a salir.
— ¡Coral! — Llamó Vladimir a la chica para lograr su atención, quien permanecía dentro de las instalaciones del metro en la planta baja, tratando de localizar un taxi que la llevara al centro de la ciudad para luego irse a su casa, como se suponía debía ser.
— ¿Qué tú quiere?
— Decite que no te vaya’.
— ¿Y pa qué me quedo? ¿Pa qué tú y Sulermy se sigan diviltiendo a cotilla mía? No, tipo, no. Si tu plan era que te cogiera mala gana, lo lograte.
Esas palabras fueron un duro golpe para Vladimir, pues sin querer, logró el efecto contrario de fastidiar su noche con Coral, en vez de agasajarla como se suponía era su propósito original.
— Coral, déjame compensarte. La veldá era pasá un buen rato, pero veo que me pasé. Példoname, tipa… ¿Amigos? — El tono de voz que usó Vladimir fue tan dulce que Coral prácticamente no pudo resistirse a la súplica de aquel hombre, que detrás de su camisa blanca de rayas negras y su pantalón de mezclilla del mismo color de las listas, lucía ese cuerpo que para ella era lo mejor que había visto.
Ella estaba visiblemente afectada, y aunque aceptó la lastimera invitación de Vladimir a quedarse, no se sentía lo suficientemente confiada para estar cerca suyo, tampoco se sentía cómoda cerca de Sulermy puesto que se sintió atacada por la forma en la que ésta la había estado tratando durante el tiempo que estuvieron compartiendo hasta ahora, pero tampoco tuvo el valor de irse con Zuleika ya que ella andaba con Alfredo.
A todo esto, el novio de la Zuli acucheaba a su primo con la mirada porque no había visto a su primo portarse tan torpemente con una chica como lo había hecho con la hija del dueño de la empresa donde trabajaba, gracias a Dios que ellos no se habían visto nunca, porque del tiro y perdía su empleo sólo por ser pariente de aquella bestia que la trataba tan descortésmente.
Habiendo tomado el transporte público que los llevaría hasta su destino, un carro de pasajeros, en el cual se montaron los tórtolos adelante, mientras que los demás se sentaron atrás, arribaron hasta el local llamado “El Pueblo de los Cuero’”, nombre que a Coral le chocó de manera negativa, ya que se suponía que así se les llamaba a las mujeres prostitutas y de mala calaña.
— ¡Ay! ¡Qué nombre tan feo para un negocio! — Dijo Coral en voz baja, y aunque no era su idea, Vladimir la escuchó.
— No se refiere al nombre peyorativo hacia las mujeres, blanquita, es por la piel frita del cerdo.
— ¡Okey! Pero yo no quiero chicharrón de cerdo, yo sólo quiero picalonga.
— Esa e’ sólo la entrada, tú verá…
Los chicos habían hecho su pedido; un plato de chicharrones, uno de plátanos verdes fritos, uno de longaniza frita, hígados de pollo fritos, tripitas trenzadas, entresijos y bofe, y otras variedades de frituras. Por supuesto, no se quedaron las tajadas de limón para darle el toque.
A Coral le sirvieron sus anheladas longanizas y asaduras de pollo fritas con sus respectivos tostones de plátanos verdes, pero fue tanta la tentación que ella tenía que no sólo se quedó con lo que había en su plato, también tomó de lo otro que había allí.
Vladimir comenzó a burlarse de ella cuando vio su acción, y le recordó la advertencia que le había hecho minutos antes.
— Te dije que tu dichosa picalonga sólo sería la entrada.
Ella lo miró con los ojos cristalinos de la emoción mientras despedazaba con sus manos un poco de chicharrón.