Pasado

1345 Words
Irina se quitó el sombrero de un manotazo y lo estrelló contra la pared, frustrada. Sabía que los Bolton tenían razón y eso era lo que más le dolía. A su alrededor, la casa principal del rancho de su familia seguía prácticamente igual a como la recordaba, los cambios habían sido mínimos a pesar de todos los años ausentes y encima de la chimenea estaba la enorme foto familiar que se tomaron ella y sus padres cuando Katherine y ella cumplieron sus catorce primaveras. ¡Cuánto tiempo había pasado de aquella foto! Aún así se sentía que era apenas un suspiro. Todo el lugar le recordaba a su hermana y a su madre, sentía que el corazón se le agrietaba aún más, al pensar en cómo su compañera de vida había fallecido. No dejaba de preguntarse si, de no haberse ido, Katherine estuviera aún viva al igual que el monstruo de su padre. De las dos hermanas, ella fue siempre la del espíritu indomable, la protectora de Katherine, nunca dispuesta a tolerar una injusticia. Por eso, la noche que su padre se metió a su habitación, semanas después de tomarse la foto de la sala, e intentó abusarla para doblegar su carácter, ella huyó sin pensarlo dos veces, ya que su madre se rehusó a creerle. Hacía ya doce años de aquel evento, y una voz en su cabeza no dejaba de acusarla de que hoy su familia estaba en las ruinas por su culpa y que quizá su regreso no haría más que empeorar las cosas. Las lágrimas corrían por sus mejillas sin que se diera cuenta, pensando en su madre enferma, cuyo paradero desconocía aún, cuando una voz masculina le interrumpió sus remembranzas. —Irina… —era Peter Dale, el capataz y mano derecha de su padre, que la llamó en el umbral de la puerta. Para muchos, aquel señor era un criminal, pero para ella, cuyo padre biológico no fue más que un abusador que la maltrató toda su vida, era lo único que conoció como figura paternal, puesto que como no tuvo hijos, siempre la vio a ella y a Kate como suyas. Sin contenerse, corrió a sus brazos, donde lloró amargamente, porque sabía que podía confiar en él. —¡Ay, Peter! ¿Cómo es que ha pasado todo esto? —se preguntó con impotencia. El vaquero, que de sentimientos sabía muy poco, se rascó su cabellera canuca con una mano y con la otra palmeó la espalda de la muchacha. —No lo sé, hija, pero vaya manera de entrar que tienes, como toda una super estrella—intentó bromear, pero él compartía el dolor que llevaba en sus hombros y la consoló con la mirada. —No creas nada de lo que te ha dicho el mal nacido de Theodore, querida, esas cosas no son ciertas. —Te equivocas, Peter, tiene razón, nunca debí haberme ido. No debí haberlas abandonado. Yo tuve una vida envidiable mientras mi madre y mi hermana estaban bajo el yugo de ese bastardo. Irina tenía el terrible peso de la culpa, porque se hacía responsable de la muerte de su hermana, fuera voluntaria o no. Antes de regresar, había compartido cartas con ella, y en sus promesas siempre Irina le aseguraba que volvería por ella, pero Katherine nunca quiso marcharse por el bien de su madre. —Muchas cosas han sucedido desde que te fuiste, pero lo importante es que estás de regreso. Mirándose a los ojos, ella asintió con la cabeza, tratando de recobrar la compostura. Si bien era cierto que había estado en el exilio durante mucho tiempo, eso había terminado a partir del momento en que puso un pie en Deep Wood. —De eso puedes estar seguro, Peter —dejando de lado las penas, la valentía que caracterizaba a la muchacha dijo presente, y Dale sonrió. —Puede que hayan logrado salirse con la suya en mi ausencia, pero estoy aquí para quedarme y voy a vengar a Katherine, aunque sea lo último que haga. —¿Qué tienes en mente, pequeña pilla? —le preguntó Peter, contento de que finalmente alguien vengaría a la familia. —Pagarles con la misma moneda —dijo ella con una mirada macabra —si piensan que pueden quitarme mis terrenos casándose con mi hermana para usarla, les daré una cucharada de su propia medicina. Que se preparen los Bolton por meterse con la Sheffield equivocada. ****** Las aguas del río Creek corrían montaña abajo, y Jaime las contemplaba en silencio desde su montura. Ese era uno de sus lugares favoritos de todos los terrenos que poseía su padre, y era lo único que anhelaba heredar, en caso de ser posible. El sol se asomaba en su cenit, pero a pesar de ser mediodía, hacía mucho frío, propio del inicio del otoño. Su caballo, Trueno, quien había dejado abrevar libremente, se mantenía tranquilo, mientras la mente de su jinete iba a mil por hora, pensando en su campaña política y su encuentro en la mañana. No podía sacarse de la mente a cierta jovencita de bellísimo aspecto que se había convertido en su rival, pero que no dejaba de provocarle sensaciones únicas. Si tan solo pudiera probar ese labial rojo… —¡Hiiiii! —el caballo relinchó el caballo, y sin que Jaime se diera cuenta, se puso en dos patas, haciendo que este cayera al agua por el despiste, empapándose al instante de las heladas aguas que salían de la montaña. —¡Pero qué rayos…! —rugió, lleno de furia, buscando la razón de su accidente, cuando frente a él, apareció la razón del revuelo. Una yegua blanca, de pelaje brillante y crines doradas, se pavoneaba horonda como la dueña que la montaba. De un salto, Jaimes se puso de pie, y la vio de arriba abajo. Pensando en el diablo, pensó con sorpresa. De nuevo, esa extraña electricidad corrió por todo su cuerpo, pero se lo achacó al frío y no a esa mirada intrigante que le estudiaba. —Señor Bolton, veo que ha tenido un accidente —su voz era seductora, al igual que su mirada, por lo que James se sintió verdaderamente tentado por la idea de que le estaba coqueteando. —Nada grave ni que merezca su preocupación, señorita Sheffield, puede perderse por donde mismo vino —le respondió él con acritud. Lo último que quería era quedar en vergüenza frente a su rival, por lo que salió del agua como pudo y tiró de las riendas de su caballo, en dirección a la orilla. Estaba súper empapado y el frío era tanto que le costaba estarse quieto. —Creo que no hemos empezado con el pie correcto y he venido a disculparme. Katherine no fue muy clara en sus cartas respecto a la relación de ustedes dos, pero asumo que habrán de tener un pasado que desconozco. Jaimes la vio y enarcó una ceja, con evidente incredulidad. No era ningún tonto para creer semejantes patrañas, y aún así, no quería dejar de escuchar su voz. —¿Pasado con la señorita Katherine? —dijo él, escéptico —se equivoca usted con sus asunciones, Irina, su hermana y yo compartimos la ceremonia de botas y nada más, no tuve el placer de conocerla. Su muerte fue una sorpresa muy lamentable para mí también. Irina estudió su rostro, acercándose cada vez más sin bajarse aún de su caballo. Por un momento, se sintió tentada a creerle, sobre todo por la manera en que se refería a ella con respeto, pero era más lista que eso, así que no le creyó el cuento. Estaba a punto de devolverle la pelota, cuando vio que Jaime se apresuraba a quitarse la chaqueta y la camisa, dejándolas caer al suelo, poniendo en evidencia un fornido y tonificado pecho y abdomen que parecían ser tallados por un cincel. Los ojos de Irina recorrieron ávidamente el cuerpo del joven y él se dio cuenta cuando la pilló contemplándolo como gato a punto de comerse el canario. —¿Algo que le llame la atención?

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