—Por nada en especial— mostró una sonrisa risueña que no podía ignorar.
—¿Y esa risa?
—¿Cuál risa?— cuestiono mientras en sus labios mostraban el gesto que trataba de ocultar.
—La que tienes en este momento— proteste mirando alrededor pendiente de que la señora fuese a aparecer en cualquier momento.
—No sé de qué hablas— refutó inmediatamente.
—Por favor, te conozco desde que nos compraron. Dime, ¿Qué sucede?
—Está bien te lo diré, pero por favor no le digas nada a Peter o a Francis o sabrán que te lo dije— murmuró imitando lo mismo que yo había hecho. Miró a todos lados esperando que nadie escuchara nuestra conversación.—Peter está ahorrando dinero.
—¿Qué? ¿Cómo? La señora jamás nos da nada— susurré acercándome más a Dalia para mantener más privacidad entre las dos, nuestra habitación no tenía puerta, de hecho ninguna, con excepción de la señora y la de Penny.
—Peter ha estado vendiendo pañuelos bordados a escondidas desde hace años— explico con emoción— Francis me lo reveló hace un par de meses...
—¿¡Meses!?— cuestione su obvia traición a nuestra amistad al no contarme nada hasta ese momento.
—Perdóname— se excusó— le prometí a Francis que no te diría nada.
—¿Pero por qué no?
—Espera aún hay más— volvió a inspeccionar si no había nadie merodeando por ahí— Francis me contó que Peter planea casarse.
—¿¡Qué!?— por poco y lo grite, pero Dalia me hizo el favor de tapar mi boca antes de que el grito nos evidenciará.—¿Cómo que casarse? ¿Con quién?
—Francis no me lo quiso decir, pero lo que si me dijo fue que es una chica de la compañía.
—¿Matilda?— insinué pensado en las chicas que no habían podido venir al viaje con nosotros.— ella es bonita y tiene más o menos la edad de Peter.
—No, estoy segura de que no es ella. Francis dijo que era una chica joven y entonces yo le pregunté directamente si se trataba de mí.
—¿Y qué dijo?
—Me dijo que no y entonces... le pregunté si se trataba de ti— dio un suspiro que pareció dolerle. Dalia sentía algo por Peter, al menos eso fue lo me dijo hace dos años, a pesar de que él era mayor que nosotras por diez años, pero siendo sincera, él es apuesto, fuerte, valiente y compasivo, excelentes cualidades que no encuentras en un esclavo; sin embargo, yo veía a Peter como un hermano mayor, jamás con otros ojos.— Francis asintió y no volvimos hablar de eso hasta hace dos días que llegamos. Peter ha conseguido el dinero suficiente y lo único que falta es que se lo solicite a la señora.
—Eso no es verdad, si Peter quisiera casarse conmigo me lo habría mencionado, sabes cómo es él. Además, yo no siento nada por él ¿Lo sabes verdad?
—Rose— dijo en tono serio— si él te propone matrimonio, por favor acepta.
—Dalia, no podría hacerlo. Yo sé que sientes algo por él.
—Rose, el casarte con Peter es una oportunidad que no podría repetirse, él te protegerá y además la señora te verá con buenos ojos sí Penny te acepta como su madre. Podrían comprar tu libertad con el tiempo.
—Eso es imposible Dalia, no hay certeza de que eso sea cierto.
—Por favor prométeme que lo aceptarás...
—¿Qué sucede aquí?— replicó la señora Marie, giro en mi dirección y algo en mi apariencia le hizo enfadar— ¿Por qué no has terminado de arreglar a Annelie?
—Disculpe mi señora enseguida...
—¡Cállate!— grito después de darle una bofetada— si no tuviera prisa te daría tu merecido. Apresúrate y péinala o se nos hará tarde.
Me sentí culpable, impotente e inutil, no pude más que observar como maltrataban a mi mejor amiga.
—Si mi señora—dijo Dalia con la cabeza agachada y se apresuró a realizar la tarea que había ordenado la señora. Tomó un peine y un tocado, fue cuestión de minutos para que mi cabello estuviera listo gracias a la magia de las manos de Dalia.
Dos minutos después Peter, Francis y Tobías entraron con Penny, cargaban bolsas y cajas en manos. Inevitablemente mire a Peter, mantenía una expresión seria debido al comportamiento de la señora y entonces él se fijó en mí, su mirada hizo una inspección rápida de mi apariencia e irremediablemente sonrió.
Tal vez era muy estúpido de mi parte, no tener fe en las palabras de mi amiga, pero al mirar a Peter me era imposible imaginar estar precisamente con él. No me desagradaba la idea, pero tampoco estaba conforme con ello, en realidad aún tenía la esperanza de ver mi sueño realizado y un matrimonio arreglado no estaba en mis planes.
—No tardaremos mucho—emitio nuestra dueña con algo de molestia en su tono de voz. Francis se apresuró a ofrecerle el abrigo que colgaba del perchero y ella lo miro con desprecio, haciendome señas para que fuera yo quien lo tomará.— Peter estas a cargo mientras Annelie y yo volvemos. No hagan ninguna tontería y prepara la cena.
—¿Que le apetecería cenar el día de hoy?— pregunto Peter con porte y elegancia al hablar.
—Algo ligero y caldoso, no me he sentido bien el día de hoy.
—Si mi señora— respondió sin hacer ninguna otra pregunta.
—Ros... perdón, Annelie— corrigió Penny al recordar que su abuela no permitía que me llamaran por el único recuerdo que tenía de mis padres. Esclavos a los que les arrebataron a su hija y posiblemente asesinados por cometer un delito grave.— no olvides mi recuerdo, por favor.
—¿Cómo podría olvidarlo?
—Comportate cariño— le sugirió a su nieta con una sonrisa. Penny le dio un beso en la mejilla y su abuela le devolvio el gesto— regresaré pronto, obedece a tu padre.
—Si
La señora Marie comenzó a avanzar y yo seguí su paso y al salir escuche unos susurros detrás mío, eran las voces de Francis y Peter:
«Suerte»
No pude contestarles. La señora a pesar de su edad avanzaba rápido, no era una anciana común después de todo, había sido esclava como yo y nosotros aprendemos de una u otra forma a ser fuerte, sin importar el dolor o el cansancio.
La ciudad real de Vlinder era deslumbrante y con cada paso que daba sólo lograba intimidarme con su magnificencia. El sol resplandecía en los muros de mármol pulido y éstos exhibían todo el esplendor y riqueza que los habitantes poseían. De todos los reinos que habíamos visitado ése era el más bello y el más rico, ahí había incluso más oportunidades para esclavos. Dalia lo sabía, yo lo sabía, pero nosotros no podiamos anhelar una vida en este lugar, nuestra dueña jamas lo aceptaría.
Caminamos por media hora debido a que en Vlinder no se permitía el tránsito de transporte, ni público ni privado, eso podría ahuyentar o matar a las mariposas. El paso de la señora comenzó a disminuir estaba cansada, pero jamás admitiría que necesitaba un descanso, al menos no me lo diría a mi. Habíamos llegado a la plaza mayor y al igual que todo lo que veía, estaba repleta de flores de maravillosos colores que atraía a las mariposas y también la atención de extraños como nosotras.
—¿Qué es lo que sucede por allá?— dijo un hombre que caminaba a un lado de nosotras.
—Debe ser una audiencia — le contestó su acompañante.
—Pero, ¿Por qué hay tantas personas en las puertas?— le cuestionó nuevamente. Eso me hizo girar buscando la razón de su agitación, entonces vi la aglomeración que se formaba en las puertas de uno de los edificios centrales de la plaza, era el departamento de asuntos supresivos o mejor conocido por los esclavos como el matadero. En Enid también existe un departamento gubernamental que se encarga de castigar y matar.
—Debe ser la audiencia del hijo del ministro de cultura. Se reprodujo con una esclava y fue sentenciado a morir.
—Entonces vamos, quiero ver— ambos corrieron precipitados hacia el lugar, en sus rostros podía ver el morbo y excitación que les provocaba ver a alguien morir.
—Aún queda tiempo Annelie— La señora Marie parecía hipnotizada por acudir a la audiencia a pesar de nuestra cita en el palacio.—necesito un poco de entretenimiento.
—Si mi señora— mi voz sonó trémula, no era algo que deseara ver, no de nuevo, pero no podía negarme. Avance al paso de la señora, asustada y temerosa de ver sufrir a una persona, pero entonces la gente vitoreaba y provocó que la señora avanzara más rápido. Entramos por las grandes puertas de madera que tenían tallado el símbolo sagrado, el árbol de la vida. Nos hicimos paso a través de la gente hasta llegar al ruedo de castigo, había bancas alrededor para mejor comodidad del público que presenciaba el espectáculo. Fue entonces que note los gritos de un hombre, era gritos de agonía y dolor que no soportaba escuchar. La señora se abrió camino y yo seguí a su lado, fue entonces que llegamos a la primera fila y mi sorpresa fue grande al ver a un hombre casi moribundo atado a un tronco de madera, había sido azotado y lacerado hasta dejar el piso del ruedo encharcado de sangre. Lo azotaron una y otra vez con un látigo de nivel 5, un instrumento de tortura que garantiza laceraciones enormes, pero no asesina rápidamente. Esto era un show y en cada golpe la gente gritaba exaltada y exigía más sangre, más dolor, más tormento para el castigado.
Ese tipo de lugares te obligaba a comprender que las personas libres no eran humanos cuerdos. Si el infierno existía estaba vacío porque los demonios estaban aquí.