Capítulo 2

1526 Words
—Ojalá pudiéramos vivir en este reino— expresó Dalia dejando escapar un suspiro. —No es algo que tú o yo podamos decidir—mi respuesta fue casi automática, cada vez que viajábamos a un nuevo lugar ella siempre repetía las mismas palabras porque cualquier lugar era mejor que el reino de donde proveníamos. —Lo sé— dijo resignada— solo no quiero regresar ahora precisamente, es otoño y sabes lo que sucede en esta época del año. En nuestro reino, el reino de Enid, las subastas ocurren al inicio del verano y muchos niños son adquiridos principalmente por cultivadores para trabajar en los sembradíos, pero al comenzar el otoño cuando termina la temporada de labranza, los niños débiles mueren por mala alimentación o malos tratos. Entonces los dueños de los cultivos tienen un festival para agradecer la buena cosecha. La celebración comienza con un bufete desde alba hasta el comienzo del atardecer en donde todos se embriagan y justo cuando el sol se oculta, encienden una fogata con los c*******s de los niños. El aroma a putrefacción y a carne quemada perfuma el ambiente, pero los que celebran, no les molesta el olor, ya que tiene una manera para mitigar esa contrariedad. La señora Marie asiste todos los años, cualquiera que se considere importante en el reino de Enid lo hace, para ellos es divertido e incluso excitante, pero lo peor de todo es que uno de nosotros tiene que acompañarla. Yo fui hace dos años con ella, en realidad Dalia debía ir ese año, pero Tobías le había contado su horrible experiencia y en esa ocasión Dalia se negó a asistir, tenía miedo, pero si se atrevía a negarse a una orden de la señora, podía recibir un severo castigo y yo no quería verla sufrir, así que me armé de valor y le pedí a la señora que me permitiera asistir con ella. Y entonces me tocó ver cómo vaciaban galones de alcohol en los cuerpos y el anfitrión del festival lanzaba una antorcha encendida. Todos aplaudían cuando la pila de c*******s se encendía y las llamas alcanzaban una gran altura, después de eso los invitados entraban a una carpa donde se encendía velas y se esparcían perfumes aromáticos para mitigar el olor, mientras que los esclavos observábamos el evento hasta que solo quedaban restos de los pequeños. El año pasado, la señora no asistió y Dalia estaba segura de que ella tendría que ir en esta temporada. —La señora no ha dicho si asistirá o no este año— expresé tratando de reconfortarla— pero si lo hace, ¿Quieres que vaya en tu lugar? —No, en realidad no— bajo la mirada hacia el zapato que intentaba lustrar— debo ser fuerte, Peter y tú no siempre podrán tomar mi lugar en situaciones como esa. —Eres fuerte Dalia— declaré dejando a un lado los materiales de limpieza que tenía en las manos— pero tu corazón a veces flaquea cuando se trata de niños. Ni Peter, ni yo queremos verte llorar por eso. —Y se los agradezco, pero no siempre podrán protegerme— levantó la mirada e intento cambiar de tema— aunque sigo pensando que tal vez vivir aquí sería menos caótico para esclavos como nosotros. Nunca habíamos estado en un lugar como este, nada que haya visto antes se le compara. —Si— dije siguiéndole la corriente. Distraerse un poco del infierno que tenía que ver una vez que regresáramos, era bueno para ella— la capital de Vlinder es muy bella, las calles son amplias, limpias y lo mejor de todo es que hay flores en todas las avenidas. —Francis me dijo que era por las mariposas. Decoran las calles con flores para alimentarlas, pero no he podido salir para confirmarlo ¿No crees que es curioso que cientos de mariposas se agrupen justamente en este reino? —Por eso es el reino de las mariposas, ¿no?— ambas reímos, pero no nos dimos cuenta de que la señora Marie se encontraba cerca de nuestra habitación. —¿Qué tanto cuchichean ustedes dos?— vociferó nuestra dueña severamente— ¿No es suficiente el trabajo que tienen para mantenerlas calladas? Seguramente requieren de un trabajo que lastime sus espaldas y rompa los dedos de sus manos. Ambas arrojamos los zapatos y los trapos con los que intentábamos darles brillo, nos levantamos del suelo y agachamos la cabeza en su presencia, repitiendo a coro: —Lamentamos importunarla, mi señora. Merecemos un castigo, pero rogamos su misericordia. Cada vez que repetía esas palabras recordaba el reformatorio. Fue en ese lugar donde me adiestraron para la vida de servidumbre, aprendí a repetir palabras que halagaran a mi comprador y en cierta forma, esas palabras me habían salvado la vida en varias ocasiones, incluso después de tantos años aún servían y eran más fructuosas cuando mi dueña estaba de buen humor y solo quería escuchar algo que enaltecieran su orgullo. —Es cierto— pirroteo con una gran sonrisa. Le satisfacía sermonear y alardear su estatus libre y soberano, pero lo que más le complacía era denigrarnos lo más bajo posible.— lo merecen, pero hoy no, será mañana, pues hoy tengo un asunto en el palacio que tratar debido a ti. Alce la vista al sentir su mano tocando mi mejilla, la expresión de su rostro dictaba la molestia que le generaba acudir al palacio Morpho Azul, no estaba en sus planes, pero tampoco le desagradaba la idea. —Dalia— emitió con severidad, provocando y ella diera un pequeño brinco del susto. —¿Sí, mi señora? —Prepara el baño para Annelie y ayúdala a vestirse. No quiero que giren a verme en el palacio y piensen que no soy lo suficientemente adinerada para no tener a mis esclavos bien vestidos. —Si, mi señora— volvió a repetir Dalia, hizo una pequeña reverencia y se apresuró a realizar lo que nuestra dueña había ordenado. Mientras tanto yo permanecí de pie con la cabeza agachada, esperando el momento en que la señora decidiera dejarme ir, pero no lo hizo, se mantuvo cerca observándome. Fue hacia la pequeña mesa de madera que estaba frente a mi habitación y pude notar como servía en una copa un poco de vino que tanto le gustaba, le dio un sorbo y luego otro, esperé y esperé hasta que llegó nuevamente Dalia. Entro a la habitación sin decir nada, cogió una tela de los cajones qué utilizábamos para secarnos y volvió a colocarse a un lado mío, en la misma posición. —El baño está listo, mi señora— logró decir Dalia con voz temblorosa. —¿Y qué quieres que haga? ¿Qué revise la temperatura del agua? Llévatela de aquí y apresúrate a bañarla, esclava holgazana. —Si mi señora. No tuvo que decir algo más para que las dos saliéramos precipitadas del lugar. Los baños para esclavos se encontraban en el sótano, donde nadie pudiera percibir la inmundicia que un esclavo segregaba, porque una persona libre y un esclavo no podían compartir el mismo baño para asearse. De alguna manera a dalia, aquella tarea le resultaba gratificante porque era el único momento del día en el que podíamos conversar sin el temor de ser reprendidas, pero debido a la invitación que había recibido del palacio, en esta ocasión debíamos abstenernos. Dalia se apresuró a su labor, bañarme, por supuesto no era la gran maravilla, pero en algún momento de mi vida tuve que acostumbrarme al agua fría y al jabón áspero que lastimaba y secaba mi piel. Me sequé el cuerpo e inmediatamente me vestí, pero desgraciadamente sentí enseguida los efectos del jabón rústico que nuestra dueña nos otorgaba. Mi piel estaba irritada y al ponerme la ropa de nuevo el ardor aumento considerablemente. Dalia me sonrió en ese momento, se dio cuenta de la dolencia que tenía mi piel, sabía perfectamente cómo me sentía, pero la molestia solo duraría unos cuantos minutos mientras volvíamos de nuevo a la vivienda y me untaba un poco de la pomada que Francis preparaba. Cuando entramos a nuestra habitación encontramos el nuevo vestido que Peter había hecho para mí. Era sencillo e idéntico al que tenía, pero tenía ciertos detalles que solo un buen ojo podría notar enseguida. En el interior del vestido Peter había cosido algo de tul para abultar la falda y del lado derecho del brazo, justo en el lugar en la abertura donde se situaba mi marca de esclavitud, bordó un par de flores pequeñas. No había forma de agradecer lo hermoso que había quedado, a pesar de no ser mucho, logró que ese vestido luciera diferente una vez puesto. —Seguramente Peter tendrá problemas por hacer un nuevo vestido sin el consentimiento de la señora. —Me siento culpable, debí detenerlo—solté un suspiro, el vestido pese a su simpleza era bello, pero quizás no valía la pena el riesgo al que Peter se estaba exponiendo. —No es tu culpa, todos estamos ansiosos por tu invitación al palacio. Peter en especial. —¿Por qué lo dices?
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