Capítulo 4

1655 Words
No quería seguir siendo testigo de un acto tan ruin y miserable, pero no podía dar media vuelta y marcharme de ahí. No alcanzaba a comprender el pensamiento de todos a mí alrededor, de aquellos que disfrutaban del dolor ajeno ¿Por qué les causaba tanta emoción el ver morir a una persona? El sonido de cada latigazo sobre la espalda de aquel hombre me traía malos recueros, revivía viejas memorias que deseaba enterrar en algún lugar oscuro donde no pudiera volver a verlos. Fue repentino, pero después de un latigazo duro e inflexible, el pobre hombre dejo de gritar, dejo de moverse, entonces se escucho a la multitud ovacionar el final de una vida como si fuera algo que celebrar, arrojaron pañuelos, símbolo de gratitud hacia el verdugo que había terminado con la vida del joven. No vi a nadie llorar por su muerte, ni su familia que pocos segundos descubrí, permanecían sentados en el palco principal. Ahí se encontraba un hombre vestido de n***o,que desde mi punto de vista parecía ser un uniforme del gobierno, ese hombre mantuvo una severa mirada y una terrible mueca, pero esa expresión no reflejaba tristeza, no, si no decepción. Me pregunte si el acto que había cometido su hijo había sido tan terrible para no sentir pena ante su muerte. Tal vez fui la única persona en todo el ruedo que lamento su muerte, pero desgraciadamente, no pude mostrar pena porque hacerlo estaba prohibido, al menos para los esclavos si me atrevia a derramar una lagrima seria yo quien obtendria un castigo por llorar por un pecador, así que hice lo que todo esclavo haría cuando lamentan la muerte de alguien. Arranque un botón de mi vestido. Los botones eran raras adquisiciones entre los esclavos, no podíamos comprarlos porque no teniamos dinero y cabe señalar que al solicitarlos a nuestro dueño eramos merecedores de un castigo por perder nuestros botones, sin embargo, aveces valia la pena porque era la única manera en que podíamos lamentar la muerte de los nuestros sin que se dieran cuenta. Los botones eran nuestras lágrimas y por ello lance el botón hacia el ruedo sin que mi dueña lo notara, no conocía al joven, pero si aquella era mi lágrima, estaba bien perderla por una persona que sacrifico su vida por alguien más. Fue lamentable que lo único que pude hacer por él fue regalarle una lagrima al no poder hacer algo para salvar su vida. —Al parecer la diversión termino— se quejo la señora Marie— Vámonos. Dio media vuelta y se abrió paso entre la multitud que aun continuaba observando el espectáculo. Cuando alguien muere en el ruedo calcinan el cuerpo, para entretener mas a la gente suelen verter sobre el c*****r algunas sustancias que ocasionan que las llamas brillen con diferentes colores y para mitigar el olor también le arrojan perfumes, he escuchado a algunos esclavos decir que esa muerte es la más honorable que existe para un esclavo, ellos los consideran un honor, pues un esclavo no puede portar ninguna fragancia que aromatice su piel. A pesar de que la señora Marie le agradaba ese tipo de eventos, había ocasiones en las que se marchaba, no sabíamos el motivo pero yo sospechaba que era por el recuerdo de su hijo. Al salir del lugar continuamos con nuestro camino hacia el palacio. Se observaba tan grande y majestuoso, seria quizás la primera y última vez en mi vida que mis pies tocarían el mismo suelo por donde el rey camina y vería lo mismo que él puede observar cada mañana al despertar, pero incluso la idea de estar en el palacio no cambio el estado en el que me encontraba. Aquélla audiencia me había alterado más de lo que yo creía, pues un extraño vacio se formo en mi pecho, subió hacia mi garganta y ahí se quedo, molestándome, ahogándome. Siempre me ocurría lo mismo cuando presenciaba la muerte de una persona y en mi vida habían sido varias las ocasiones en las que tuve que mirar, no por diversión como todos, si no por supervivencia. Gracias a aquel momento en el que pudimos parar, la señora Marie obtuvo la fuerza necesaria para continuar a un paso más o menos acelerado. Aunque en un principio le molesto a la señora Marie, ser invitado al palacio prometía grandes recompensas, incluso con el simple hecho de tener la invitación en sus manos le aseguraba más ganancias en alguna de nuestras presentaciones, pero más importante y estaba segura cual era el pensamiento que le rondaba por la cabeza ¿Qué ganaría ella? Lo único que se me ocurrió fue que podrían premiarla con un corazón de plata, aquel raro espécimen solo los otorgan reyes y reinas, a caballeros, miembros de la nobleza y en raros casos a plebeyos. Dicen que un corazón de plata es del tamaño de la yema de un dedo pulgar, pero además de su valor extraordinariamente costoso por ser, por así decirlo, la moneda con la que paga un rey, es bellísima. La señora Marie nos conto que llego a ver uno cuando era joven, explico que además de estar hecho de plata también posee algunos vestigios de diamante a su alrededor y que brillaba como la misma la luna al ser tocada por la luz. Un premio así le daría las fuerzas para trabajar a un esclavo moribundo y la señora Marie no era la excepción, un corazón de plata cambiaria su estilo de vida sin duda, pero en cierta forma también la mía ¿Qué pasaría conmigo? No tenía ninguna idea al respecto, ni siquiera sabía cuál era exactamente el motivo por el que me encontraba aquí y prefería no pensarlo, no quería preocuparme y entrar al palacio nerviosa y más que nada, angustiada. Mantuve mi mente en blanco y la mirada en todo lo que podía observar del reino a mí alrededor. No era mentira sobre que este era el reino de las mariposas, vi tantas que perdí la cuenta, pero extrañamente en algún momento una se acerco a mí mientras caminaba. Asustada, intente esquivarla pensando que era yo quien se atravesaba en su camino y no al revés. Tocar a un mariposa, estaba estrictamente prohibido, no solo para un esclavo si no para toda la población en general, solo el rey podía hacerlo, si te sorprendían tocando una seguramente tu castigo era la prisión fueses un esclavo o no. Pero aquella mariposa parecía seguirme sin importar lo que hiciera, no hubo más remedio que advertirle a la señora Marie sobre el pequeño problema en el que estaríamos metidas si ese bicho continuaba cerca de nosotras. Afortunadamente en esta ocasión no me reprendió y de todos modos no era culpa mía que aquel insecto decidiera seguirnos, apresuramos el paso y fue cuestión de segundos para que la mariposa desapareciera de nuestra vista. —Menos mal— expreso mi dueña soltando un suspiro aliviado— Es por eso que odio este reino, esos animales no hacen más que traer problemas. Mientras más rápido resolvamos nuestros asuntos en este lugar más rápido volveremos a casa. Avanzábamos más tranquilas por haber dejado a la mariposa atrás y también por el hecho de llegar al palacio Morpho Azul. En este lugar se percibía algo extraño en el ambiente, no pude describirlo en el momento pero conforme avanzábamos mi corazón comenzó a latir con fuerza, un escalofrió recorrió todo mi cuerpo, sentí angustia como si fuera a morir en ese lugar, era como un presentimiento, algo en mi interior me lo advertía, fue extraño y hasta perturbador en cierto modo, nunca había sentido algo parecido en toda mi vida y nunca había sentido tanto miedo como en ese momento. No le dije nada a mi dueña, de todos modos no me creería. Intente mantener la calma y pensar racionalmente, nada en ese lugar podía dañarme, no había hecho nada malo, tan solo era una esclava a la que todo el mundo suele ignorar, no tenía nada en especial, nada. Con el corazón un poco más tranquilo respire hondo, lo contuve y un par de segundos después lo solté, con eso pude sentirme mejor, no obstante el temor seguía ahí, sofocándome. Un gran muro blanco fortificado dividía a las personas comunes y corrientes de la realeza y la puerta por la que debíamos cruzar para ingresar estaba fuertemente resguardada por la guardia imperial, ahí mostramos la invitación y la mariposa que se me había obsequiado. Tan solo con esos pequeños artefactos se nos permitió la entrada, fuimos conducidas hacia el interior, donde todo cambio de un momento a otro. Todo lo que vi afuera, lo que me pareció los edificios más distinguidos y hermosos que había visto en mi vida, fue opacado por la majestuosidad de la primera sala a la que entramos. —Le hare las siguientes preguntas solo para confirmar si los datos son correctos— le explicaron a mi dueña quien se mostro algo incomoda por el asunto de ser interrogada, pero supuse que era lo usual, no permitirían que cualquiera entrara tan fácilmente por ahí. Además de la seguridad y la severidad con la que se tomaban las cosas, que a mi parecer resulto excesiva, todo debía de ser preciso, la guardia imperial era de temer. Mi dueña tan solo asintió a lo que el hombre fortachón en uniforme azul le exponía. Enseguida desenvolvió un pergamino que tenía el símbolo del reino en el que nací, Enid. — ¿Es usted Madame Marie Bontelli, dueña y soberana por ley de la esclava nombrada por usted como Annelie Rose? — comenzó el hombre con la primera pregunta. —Así es— le respondió mi dueña. — ¿Podría decirme el numero de registro de su esclava? —Si…no mal recuerdo es Rose-150413FST —De acuerdo eso es todo, tenemos su información registrada— anuncio el hombre guardando el rollo de sus manos en un estuche plateado.
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