Un Justo Contrato

4816 Words
Sentia mi pulso desbocarse por completo y tragaba con dificultad, pero estiré mi mano temblorosa para arrastrar el archivo que me tendía más hacia mí, lo abrí y comencé a leer. En la primera página estaban mis datos personales, nombre, edad, nacionalidad, color de ojos y cabello; mi dirección y ese tipo de cosas, todo bastante básico, como cualquier expediente de cualquier institución pública, sin sorpresas o cosas preocupantes. Voltee la página y en la siguiente, como único título pude leer "Línea de Tiempo" y ahí la cosa era un tanto diferente. Lo que había era un resumen bastante detallado de mi vida, literal estaba todo. Como por ejemplo la vez que una tarde después de la escuela, huyendo del gigantesco perro del vecino, me caí y terminé de cabeza en el bote de basura de mi casa, esa vez terminé cubierta con comida podrida y el olor del cabello no pude quitármelo en días. Esa era una de las primeras anécdotas, porque como toda línea de tiempo, esta estaba divida por años y meses, así que había muchísimas historias más, sobre todo a medida que nos adentrabamos en mi adolescencia, de hecho... leí sobre la vez que casi me atropella un bus en mis primeros años viviendo en Perth, esa vez se me rompieron las sandalias y caí de rodillas a la carretera frente a la parada de buses, fue un momento aterrador para mí. Aquello era todo tan extenso que incluso estaba archivada una hoja narrando cuando me quemé el cabello mientras ayudaba a mi abuela a hacer una ensalada César, aunque no hablaré sobre ello, porque es demasiado vergonzoso, pero al leer sobre eso recordé algo que había pensado hace unos minutos en mi habitación.           "Si no era posible... yo encontraba una manera de que lo fuese". Aparté esos pensamientos fuera de momento en ese instante y seguí leyendo las siguientes páginas, pero luego empecé a leer superficialmente cuando note que gran parte de las páginas narraba y trataban de mis incontables y embarazosos accidentes pasados... No necesitaba volver a vivirlos. Unos diez minutos después y muchas, en serio muchas páginas más adelante, al final del archivo estaba el incidente de hacía un rato en el baño de mi apartamento, lo cual me dejó un tanto perpleja, era impresionante que aquello hubiese ocurrido sólo unos minutos antes y ya estuviera allí grabado, el texto narraba con lujo de detalle cómo fue que me resbalé al pisar un poco de pasta dental que tiré al suelo por accidente, caí y me golpeé el brazo con el borde del retrete. Y mientras lo leía una parte de mí moría de vergüenza mientras otras me decía que me lo merecía porque... ¿Quien demonios se resbala pisando pasta dental? Después de un rato suspiré con cansancio, mientras hacía una mueca con la boca, leer todo eso me hacía sentir aún más avergonzada de lo que me había sentido jamás, porque estás personas, bueno... Este hombre, llevaban un registro de absolutamente todos mis accidentes... Y por el tamaño de aquel archivo hasta ese entonces yo había tenido mas accidentes que respiraciones en toda la vida ¡Qué pena! Yo seguí leyendo, pero un rato después, La Muerte, que había permanecido callado mientras yo examinaba el expediente, habló por fin. – Lee la página siguiente – me indicó con impaciencia. Sobresaltandome un poco por su tono me apresuré a hacer lo que me pedió y entonces me congelé. En "Tiempo", ese espacio en donde, según me explicó unos momentos atrás, estipulaban la edad a la que debía morir una persona, escrito en números, estaba tan sólo un 21, y en la sección donde debía aparecer la fecha de mi muerte, se podía leer 30 de Marzo del año 2000.      "¡Ya tengo veintiún años, y ya hoy estamos a veintinueve! ¿Qué significa todo esto?" Pensé alarmada, y al mismo tiempo también me pregunté por qué demonios no terminaba de despertar si aquello era claramente una mugrosa pesadilla. Mi corazón se empezó a acelerar desbocadamente y empecé a hiperventilar. "Necesito una bolsa de papel, moriré hoy mismo si no consigo una bolsa de papel en este momento" Me repetía una y otra vez, mentalmente claro, porque a esas alturas ya yo era incapaz de decir una sola palabra. El hombre notó mi reacción y se apresuró a tomarme de las manos, en un intento por darme ánimos, por muy irónico que suene, porque hablámos de La Muerte después de todo. – Debes calmarte y concentrarte Sabrina, porque ese no es el verdadero problema – agregó amablemente y me miró con indulgencia, mientras yo lo miraba incrédula.           "¿Que ese no es el verdadero problema? Entonces... eso significa que...  ¡¿Es algo peor?! ¿Qué puede ser peor que esto?" Pensé soltándome de sus manos y poniéndome de pie de un salto, y de inmediato me puse a a dar vueltas por la oficina, una y otra vez, hiperventilando cada vez más, si es que eso era posible, para finalmente girarme hacia él y estallar en llanto. – Ya tuve suficiente ¿Ok? Quiero despertar ahora mismo de este estúpido sueño – dije con un hilo de voz. El hombre me miró por un rato pero no dijo nada, se limitó a poner sus manos sobre el archivo, mi Hoja de Vida, abrir los ganchos del mismo y buscar la última página, la sacó y la puso nuevamente frente a mi asiento. – Ya te dije que esto no es un sueño querida mía, pero tranquila, sé que esto puede ser algo agotador para tu mente, dentro de poco te haré regresar... Lo prometo, pero por ahora deberías volver a sentarte y dejarme terminar de explicarte el motivo por el que necesitaba hablar contigo esta noche – con sus ojos fijos en mí se quedó en silencio esperando mi respuesta. Aunque yo lo dudé un segundo, al final sí terminé sentándome nuevamente, y con mucho miedo bajé la vista a donde me indicaba su dedo, pero... No había nada, era solo un espacio vacio en la hoja, e incluso antes que él retomara la palabra supe que eso no podía ser bueno. – Supongo que te habrás dado cuenta que el gran día es mañana, y esta planilla sigue en blanco. Como te dije, esa información debe aparecer aquí dos días antes de la fecha indicada pero ya sólo estamos a unas cuantas horas del suceso y aún no hay nada, es decir, se supone que debo ir a buscarte, traer tu alma aquí y... nada, sentarme aquí a esperar contigo, porque aún no sé a dónde debo enviarte. Sentía como si mi ojo derecho palpitara mientras me quedaba en silencio mirando la hoja que tenía en mis manos. Él hablaba como si lo que tuviera en frente fuese un simple problema administrativo de lo más cotidiano cuando era de mi destino de lo que estábamos hablando. Ese hombre, que decía ser La Muerte, debía llevarse mi vida al día siguiente y aún no sabía si debía mandarme al cielo o al infierno, y me lo decía tan tranquilo... como un profesor indiferente que le entrega un examen reprobado a su alumno. – Esto es realmente un pequeño caos, una situación que hubiese preferido evitar a toda costa, te confieso que sólo me ha ocurrido en un par de ocasiones en todos los siglos que llevo trabajando en esto; sucede cuando no has hecho nada tan malo como para merecer ir al infierno, pero tampoco nada tan bueno como para que te reciban en el cielo – dijo alzando las cejas y haciendo una expresión de esas que te dicen "debiste haberlo sabido" Fruncí el ceño y los labios empezaron a temblarme. – ¿No merezco nada? - fue lo único que pude articular entre jadeos, y tuve que haber hecho un puchero, porque levantó sus manos para calmarme nuevamente. – Ehm... Te explico... Ellos realmente no tienen ningún problema en recibirte, pero lo cierto es que ninguno de los dos bando está particularmente interesado en ti, por lo que se lavan las manos y me dejan la decisión a mí, diciendo que a fin de cuenta es mi trabajo... Pero el detalle es que realmente no lo es, como te dije, yo solo hago el mandado, no tomo esas decisiones – cerró la carpeta con disgusto y la guardó en la gaveta. Yo abrí la boca perpleja ante su revelación y luego no pude recordar como cerrarla. Porque fue entonces que comprendí el verdadero origen del problema, al parecer todo lo que él me estaba diciendo se resumía a que, me tocaba morir pero nadie, absolutamente nadie, ni los ángeles en el cielo, ni los demonios en el infierno, habían reclamado mi alma; y llegar a esa conclusión fue en serio doloroso. Aquello era un golpe bajo, porque... no sólo me quitaban la vida sino que me hacían ese desplante en la muerte. Como cuando armaban los equipos de fútbol en la primaria y me dejaban de última porque nadie me quería en su equipo, y el que me aceptaba lo hacía sólo porque no le quedaba de otra; así... Pero mil veces peor. Las lágrimas amenazaron con volver a salir, pero logré controlarme, armarme de entereza y hablar. – ¿Por qué debo morir? ¿Uhm? ¿Por qué nadie me quiere? – pregunté y entonces la fulana entereza se fue por el drenaje, porque rompí en llanto como una recién nacida. – Veras... Esto ocurre, mi querida niña, porque no aprovechaste los días que te dieron como debías – yo subí la cabeza en ese momento y lo miré confundida. Él se encogió de hombros y chasqueó la lengua algo incómodo, como tratando de buscar las palabras. – Me refiero a que te dignaste a vagar por el mundo sin hacer nada realmente – dijo con tono de reproche esta vez. – Tienes veintiún años y no se puede decir que tengas una vida muy buena, ni que tengas un futuro prometedor, y lamento tener que ser yo quien te lo diga, pero no tienes ni un solo amigo... En serio ni uno solo, es increíble; además la relación con tu familia es prácticamente inexistente, y obvio que no tienes pareja. Vives sola y desperdicias cada minuto de tu existencia por eso, y lo peor de todo es que no te preocupas por cambiarlo, y eso no es algo que sea bien visto por el sindicato ¿Sabes? – dijo con irritación. El ojo empezó a palpitarme nuevamente, esta vez de la ira creciente que se iba apoderando de mí, no me podía creer lo que decía. – Entonces, déjeme ver si entendí... ¿Dedo morir mañana porque no tengo una vida social activa? – pregunté incrédula – Es absurdo, tú mismo lo dijiste, apenas tengo veintiún años, aún me falta mucho por vivir ¡No pueden juzgarme de esa forma tan drástica en esta etapa de mi vida! – mi respiración también estaba alcanzando niveles preocupantes, y la bolsa de papel se me hacía cada vez más necesaria, pero lo pasé por alto. Él empezó a negar con la cabeza al oírme mientras entornaba los ojos. – No, no, no, no te confundas Sabrina. Como ya te dije antes, la fecha se indica al momento de nacer, tu tiempo en la tierra ya estaba establecido desde hace mucho, lo que te acabo de decir es el motivo por el que nadie te ve con mucho interés. ¿Me entiendes? A los ángeles no les agrada que seas tan... Desagradecida, por decirlo de algún modo, porque como también te dije... Ellos consideran, muy correctamente, que desperdiciaste el tiempo de vida que te dieron. Hizo nuevamente ese gesto de "tenías que saberlo niña tonta" haciendo que mi furia creciera, actuaba como si lo que me estaba pasando era algo que tuvieron que haberme enseñado en primaria. Pero aunque quise, no pude decir nada porque él pretendía seguir hablando. - Y bueno pues... por su parte, los demonios no se han sentido muy tentados a... ya sabes... Tentarte, porque no has llamado mucho la atención en todo este tiempo. Por lo general ellos te abordan más cuando los ángeles tienen algún tipo de interés especial en ti, como los ángeles no te buscan... Ellos tampoco. Lo que me pone en una situación difícil, por lo general estas cosas suelen ser sencillas, yo leo el expediente y de acuerdo a si era una persona de buenas o malas acciones lo mando a donde creo que pertenece, pero el detalle está en que estuve estudiando tu hoja y la verdad es que... Tú eres muy... cómo te explico... Ya sabes... ¡Aburrida! Lo siento, pero es la verdad – dijo encogiéndose de hombros antes de continuar hablando. - En esta situación, se supone que debo estudiar tu caso detallada y meticulosamente, y dictar mi sentencia. Debo analizar tus acciones y determinar si eres una chica buena o mala, me dejan ese trabajo a mí porque se supone que yo soy imparcial, no me inclino hacia ningún bando. Pero, como habrás notado, tu expediente es bastante extenso en papel, pero escaso en contenido, nada interesante realmente, todas las hojas están llenas de más y más relatos de accidentes que lo único que me dice es que eres un ser extremada e increíblemente torpe – dijo con reproche. - Sí, pero... ¿Eso influye? - fue lo único que pude preguntar, temiendo que de algún modo mi torpeza me hubiese sentenciado. - No, no, es solo algo sumamente curioso, es como leer "Una Serie de Eventos Desafortunados" con la  única diferencia que aquí sólo hay una huérfana Baudelaire... Muy torpe, y nada brillante ¿Me entiendes Sabrina? ¡Tú eres tu propio Conde Olaf! Es patético para serte sincero – dijo con una sonrisa en el rostro y luego continuó hablando. - Pero por muy cómico y entretenido que me resulte, leer sobre lo torpe que eres no me ayuda en nada a decidir a dónde debo mandarte. Aunque para serte sincero estuve pensando seriamente en enviarte directo al infierno, una de las cosas que sé por trabajar en esto, es lo extremadamente valiosa que es la vida. Me miró alzando una ceja y no supe qué decir, porque... ¿Cómo podía refutar algo que yo sabía que era cierto? - Me molesta que desperdicies la vida de esa forma, al menos se puede decir que los alcohólicos y los drogadictos disfrutan y se divierten haciendo de las suyas mientras arruinan lo que les queda de vida con sus acciones, pero tú ni siquiera haces algo divertido – dijo levantando su tono de voz, pero luego dejó salir un poco de aire y se encogió de hombros. - Por eso, para facilitar mi trabajo, he decidido irme por lo legal y aplicarte la 3-42HN. – dijo, y sin más empezó a buscar unos papeles en el escritorio. Yo estaba en shock, ya ni siquiera podía llorar, lo sabía, todo lo que me estaba diciendo ya lo había pensado antes, pero que me lo dijera La Muerte, de la forma en la que lo estaba haciendo, era demasiado; para colmo me salía con eso de "lo legal". Suspiré y con mucha dificultad logré articular las palabras. – ¿Qué es eso? Lo del 340HN – pregunté con voz ronca. No me estaba mirando, mantenía sus ojos fijos en los papeles que tenía en la mano mientras sacaba otros de la gaveta. – 3-42HN, que no se te olvide - me corrigió sin siquiera mirarme – Es una norma que se aplica a casos similares al tuyo, consiste en asignarte un... Consejero... O algo parecido, en su defecto – hizo una pausa y me miró de reojo haciendo una mueca de duda con la boca, pero trató de disimularla rápidamente, lo cual sólo me puso más nerviosa -  Ehm... para proceder a darte un poco más de tiempo, cuando el plazo caduque, me llegará el informe de dicho consejero y entonces dependiendo de lo que diga, te toca caramelo o... El bajante. – y entonces me dedicó una radiante sonrisa. – Es lo más justo, como te dije pude haberte enviado al infierno, deberías estar agradecida – agregó señalandome – Ahora, necesito que firmes algunos papeles – y me acercó tres grupos de hojas sujetas con un gancho cada uno. Yo estaba muy nerviosa, tan en shock que tuve que hacer un gran esfuerzo para tomar el bolígrafo que me estaba ofreciendo, era como si ya no estuviese ahí, como si observara todo desde la distancia, totalmente entumecida y abrumada por lo que él me había dicho, pero aún así, reuní energía y nuevamente logré hablar. – ¿Qué es todo esto? ¿Documentos? ¿Acaso venderé mi alma? – pregunté después de unos minutos, y era curioso cómo el miedo, el dolor, la desesperación e irritación que había sentido tan sólo unos instantes atrás... Ahora estaban en completo control. Era como si de pronto me hubiese hecho a la idea de que en efecto iba a morir, y era inevitable, así que debía afrontarlo, ya ni siquiera tenía ganas de llorar, sólo estaba un poco confundida. – Sí, ehm... Esto es el papeleo reglamentario, ya sabes... Contratos, debes firmar este... – me señaló uno de los tres lotes de hojas frente a mí – Indicando que aceptas someterte a la norma y que, por lo tanto, estás de acuerdo en despedir a tu conciencia. Este otro para dejar constancia de que fui justo contigo y te expliqué la situación detalladamente. Y este último de aquí es para librarme de responsabilidades – concluyó con una sonrisa forzada que activó todas mis alarmas. Parpadeé un par de veces, y torcí la boca. Todo eso de los papeles, sumado a su extraño nerviosismo al hablar, me dejó más confundida, si es que era eso posible. – ¿Qué? – fue lo único que fui capaz de decir. Él sonrió medio apenado. – Verás, el consejero que se te asignarán hará las veces de conciencia, así que no necesitas la tuya realmente... ¿Entiendes? Así que esta debe irse, a partir de aquí nosotros nos encargaremos de guiarte. Eso con relación al primer contrato. Con respecto al segundo... bueno... Incluso yo tengo un jefe cariño – dijo señalando nuevamente hacia el techo. – Tú sabes, el hombre al final de las escaleras, y él se molestará conmigo si no soy justo contigo, podría perder mi empleo y no queremos eso ¿Verdad? – me preguntó, esta vez con tono un tanto amenazador, yo sólo negué en silencio, el sonrió y siguió hablando. – Y el tercero... Bueno... La verdad es que cuando solicito un consejero... Los del sindicato me mandan a cualquiera, no hay preferencias ni parámetros de selección, como sería inevitable pensar, pero no, el que esté libre... A ese mandan, así de simple. Y a veces... Suele haber problemas. – dijo como si tratara de suavizar la información. Fruncí el ceño al escucharlo, sin entender realmente nada de lo que dijo. Él vio mi expresión y trató de explicármelo mejor. – Vale, vale... Te pongo en contexto, la última vez, el pobre gato de Cyntia... Y a esa la tiré por el bajante – agregó antes de continuar – Quedó sordo, perdió todo su hermoso pelaje, la mitad de sus uñas y un ojo – exclamó con genuino pesar para mi desconcierto – El minino nunca volvió a ser el mismo... ¡Pobre Toby! – se llevó un puño a los labios, poniendo una expresión de dolor. Y pese a lo traumático que estaba resultando toda aquella reunión para mí, sentí unas ganas inmensas de reír a carcajadas por lo ridículo de ese comentario y lo cómico de su expresión, pero no lo hice, al parecer era un asunto serio, ridículo... pero serio, así que me contuve, mientras el hombre seguía hablando. – Pero bueno, el punto es... que yo no me hago responsable por los daños colaterales que sucedan en este tiempo, me niego rotundamente, así que debes firmar. - finalizó tamborileando sobre los papeles con sus dedos. Todo eso era tan irreal, pero entendí que tal vez él tenía razón y estaba siendo justo conmigo, pensándolo bien estaba siendo más que justo, lo correcto había sido, como me dijo, enviarme al infierno por malgastar mi vida, pero en cambio me estaba dando una segunda oportunidad; sí, al final tendría que morir igual, pero ahora que lo sabía todo, podía hacer las cosas bien, todo pintaba a que era un trato más que justo ¿No?. Así que firmé los dos primeros contratos pero me detuve con el tercero, alcé la mirada hacia él. – ¿Me podría explicar qué clase de problemas generaría esto? Me refiero a... ¿Estaré en peligro? – pregunté ansiosa, pero me arrepentí al instante.           "¡Que tonta! ¿Por qué preocuparme por eso si de todas formas voy a morir?" Pensé luego de oír lo que salió de mi boca. Él me miró removiendose en su asiento, un poco tenso. – Pues.. Eso depende ¿En tu casa tienes gatos, perros, canarios, tortugas o cualquier otro animal que sea muy sensible al fuego? – negué en silencio mientras trataba de darle contexto a lo que me estaba diciendo. – ¡Entonces no! – exclamó más relajado, pero luego hizo una pausa y me miró indeciso. – Pero te recomiendo que te asegures de que tus vecinos tampoco los tengan, y si los tienen... que no los dejen salir. No queremos otro incidente como el de Toby – y al decir aquello el hombre nuevamente se llevó la mano a la boca, bajé la cabeza para que no me viera reír, porque esa vez no pude contenerme. Firmé el documento y se lo entregué. Él miró el tercer contrato nuevamente por unos segundos y me miró de repente. – Sabrina... Tú... Ehm... ¿Tienes plantas en tu casa? – preguntó con seriedad. – Sí – le respondí, viendo cómo se mordía el labio inferior y movía sus ojos de un lado a otro, y esas señales inequívocas de preocupación me estaban volviendo loca. – ¿Son muy grandes? – preguntó esta vez. Yo lo pensé unos segundos, haciendo el recorrido mental de mi apartamento. – No realmente... No – él se relajó un poco y sonrió – ¡No tienes de qué preocuparte entonces! ¡Todo saldrá de maravilla! – el nerviosismo de hace un rato afloró nuevamente, mientras apretaba los documento contra su pecho, como si no quisiera perderlos de su vista. Empezaba a creer que no me estaba "suavizando" la verdad, me la estaba maquillando, pero ya había firmado y no había marcha atrás. Tenía cosas mas importantes de las que preocuparme en ese momento. – ¿Cuánto tiempo me dará? – pregunté nerviosa esperando la respuesta mientras él guardaba los contratos en una de las secciones del gran estante, y aunque solo fue un vistazo, pude notar que allí los archivos no eran negros sino blancos, y me pregunté cuántos casos más habría como el mío. – Un mes, ni un minuto más ni uno menos de eso – agregó él, poniendose serio. – Vale, no es mucho, pero lo acepto - respondí luego de meditarlo un microsegundo – Pero... ¿Qué se supone que debo hacer en ese tiempo? Digo... por el asunto de la decisión final y todo eso. No me ha dicho realmente qué debo hacer para ganarme el cielo, y me da un poco de curiosidad – pregunté porque la verdad es que no tenía muy claro el asunto. – No te lo he dicho porque yo no tengo por qué hacer eso Sabrina – otra vez la cara de "¿Cómo es que no lo sabes?" –  No te diré qué debes hacer para ganarte el cielo... Eso no se hace en estos casos, tú sólo limítate a seguir los consejos de tu consejero, valga la redundancia, y eso será suficiente para Alis... ¡Para mí!... Para todos, quise decir – se corrigió repentinamente, y se le notaba bastante inquieto. Una vocecita en mi cabeza me dijo que era como si tratara de ocultarme algo, pero sin darme oportunidad de replicar al respecto se dirigió a mí y me indicó que me levantara. Parecía de pronto ansioso por que yo saliera de su oficina, pero aún faltaban muchas cosas por dejar en claro. – Pero, espere un momento... ¿No me va a decir quién será mi consejero? – pregunté poniéndome de pie y tratando de evitar que siguiera empujandome hacia la puerta de la oficina. – Te dije que no lo sé, recuerda que esas cosas no me corresponden a mí, hace un par de horas no sabía qué iba a hacer contigo, así que tengo que informar de tu caso en cuanto te vayas y solo entonces veré a quién mandan,  sin duda mañana ya tendrás uno y lo conocerás, solo recuerda que yo no participo en la elección. – ¿Pero cómo sabré quién es? – Él te lo hará saber, además no será muy difícil de hallar – dijo acercándose más a mí – Estos chicos son generalmente todos unos personajes. Así que créeme cuando te digo que lo reconocerás cuando lo tengas en frente. Pero en cualquier caso, eso será mañana... Por ahora es hora de que te vayas, un placer verte, nos vemos en un mes Sabrina, aprovecha esos días, porque no tendrás más. – me dedicó una amable sonrisa pese a que sus palabras parecían una sereva advertencia, y entonces me golpeo en la frente levemente con su dedo índice, y de pronto todo mi mundo se sumió en la oscuridad.                                   *** Desperté agitada, mi corazón palpitaba sin control y estaba bañada en sudor. Me senté y empecé a removerme sobre las sábanas, asustada y mirando hacia todos lados, asegurandome que estaba sola, me lleve una mano a la frente, y otra al pecho, y me fui calmando al reconocer que estaba nuevamente en mi habitación, en mi cama. Ya era de día, todo estaba en su lugar y yo estaba a salvo. Riendo un tanto nerviosa por lo tonta que me sentí de pronto, me levanté de la cama en dirección al baño. Abrí el grifo del lavamanos y mojé mi rostro con agua fría en un intento de despertarme por completo, y alejar la sensasión de vulnerabilidad con la que me había despertado. – Fue sólo un sueño, fue solo un muy extraño sueño Sabrina, todo está bien... Estás bien – me dije a mí misma, riendo, esta vez un poco más histérica, mientras me veía en el espejo por unos segundos para luego dar un paso atrás y sentarme en el retrete por encima de la tapa. Hundí la cara en mis manos y aunque intentaba convencerme de que todo había sido un mal sueño, tenía una amarga sensación en la boca del estómago que se rehusaba a desaparecer sin importar los elocuentes argumentos de mi mente para tratar de explicar lo absurdo de mis recuerdos y por lo tanto lo imaginario que eran los mismos.            "Osea, Sabrina... ¿La Muerte? ¿En una oficina con secretaria? ¿Haciendote firmar un contrato para reorganizar tu muerte? ¡Por supuesto que era un sueño! La vez que soñaste ser la hermana gemela perdida de Beyonce ahora ya no parece tan descabellado, y acaba de pasar al segundo lugar de tus sueños mas locos" Alcé los brazos sobre mi cabeza y respiré profundo. Yal alzar la vista hacia la puerta del baño mis ojos vagaron por mi departamento, perfectamente limpio, con todo en su lugar, un lugar en el que no había entrado nadie más que mi casero y yo, nada de amigos... Nada de familia.            "Bueno, en eso si tenía razón el hombre en tus sueños, tu vida es patética, no tienes nada... ni a nadie, y este año en la universidad será igual que el anterior, no nos engañemos, te sentarás diariamente entre un mar de gente con la que nunca hablarás, gente a la que nunca le resultarás interesante, y así será siempre." Pensé en una oleada de pesimismo muy común en mí. Pero luego di un salto de sorpresa, corriendo me asomé a la puerta y clavé la vista en el reloj de pared de la sala.             "¡Rayos! ¡Es tardísimo!" Me dije mientras corría a la habitación. Entre el perturbador sueño y mis pensamientos deprimentes no había notado lo tarde que era, mi clase empezaba en menos de media hora y yo ni me había duchado. – ¡Maldición! Jamás llegaré a tiempo – gruñí en plena carrera. Debía apresurarme y volar si es que tenía la esperanza de llegar a tiempo a mi primer día de clases.
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