La condición

1845 Words
Layla había seguido todas las instrucciones de Marcela, había ido temprano a que la depilaran, luego, a que le peinaran la larga melena, con costo dejó que la peluquera atendiera la punta de su cabello y le sugirió no proponer durante el resto de su peinado cortar nada. La princesa cerró los ojos y disfrutó del facial y masaje de cuello y hombros, mientras espera a que su cabello cayera en ondas delicadas y suaves. Que se viera más brillante, sedoso y nítido, luego fue a su habitación de hotel donde varios vestidos esperaban, eligió un color champán con perlas en la parte trasera y pedrería alrededor de la tela, buscó las joyas adecuadas y s e dio el lujo de rechazar la llamada de su hermano cuando iba rumbo a la fiesta. Layla Azalam, bajó de su limusina con ayuda del valet. Caminó por la alfombra roja que había dispuesto y fue en busca de sus conocidos. Era demasiada gente. El evento social del año. Había una decoración divina y un montón de bebidas por todas partes, la mujer notó que había varias miradas puestas sobre ella y con toda calma pidió a uno de los meseros que le diera una copa de champán. Se alejó de la entrada despacio, pero con elegancia natural desfiló en busca de su amiga y su esposo quienes estaban emocionados de verla. —Ohh, te ves preciosa. —Dice Marcela mientras le abraza. —¿Recuerdas a Ellis, mi marido? —Claro, cómo olvidarle. —Gracias, princesa —responde mientras le da un beso un abrazo. — Nuestras hijas no dejan de preguntar cuando regresará. —Son divinas—responde la joven y toma un sorbo de la bebida.—A mí me encantaría una cita de juegos y Leonel ingresa con el Señor Luthor de la hora. Drake y él por una razón u otra tenían un amistad profunda. Leo siempre decía que Drake era el hermano que Dios no le dio, pero que merecía. En él y Ralphy tenía desfiguras llenas de amor, seguridad y que aportaban tanta compañía que se sentía inmensamente feliz al verles cumplir un sueño, más que sus mejores amigos, sus hermanos. Drakey y Leo se habían conocido en la cuna. Sus madres por más diferentes que eran la una de la otra, no vivían separadas. Las mejores amigas del universo, hasta que la madre de Drake falleció, como Paulina siempre había hecho de tía, madrina y mamá, esos dos siempre habían hecho de hermanos. Leo le acomodó la corbata y con el ceño fruncido preguntó: —¿Ya has visto a Addison? —pregunta Leonel a su amigo. —No, en todo el día solo hemos texteado. —¿Qué se siente querer tanto a alguien? —Es fabuloso—resumió Drake. —Voy a buscarte a una mujer maravillosa, a tu nivel—prometió y su amigo rio a carcajadas, los hermanos de Drake se acercaron a saludarles y conversar mientras esperaban a la anfitriona aparezca. Leonel se disculpa con todos cuando ve a la princesa al otro lado conversando con Patrick y Aurora la joven deja de prestar atención a sus acompañantes y solo le mira a él, Leonel se ajusta el saco y se miran nerviosos. —Buenas noches, Leonel. —Buenas noches, princesa, ¿cómo amanece? —Layla, somos amigos —le recuerda mientras estrecha su mano. Ella se acerca divertida y le arregla la corbata—¿Eres consciente de que es de noche? —Estás muy iluminada y me confundí—Ella se ríe y Leonel se sonroja como un adolescente. —Vas muy guapa, Layla. Despampanante. Leonel y Layla se sonríen el uno al otro y sus acompañantes deciden darles un poco de espacio, parece que los dos pueden cuidarse solos. Marcela ve a su primo lejano de pies a cabeza y se detiene unos minutos en sus ojos, para hacerle saber que este no es el momento para una de sus niñatadas, él asiente y le hace una seña para que se vaya, su marido se aclara la voz y anuncia: —Layla, iremos por una bebida, ¿quieren algo? —Estoy bien así, gracias. Aurora, me encantaría ponernos al día. —A mí, igual, vamos a saludar a unas personas, pero promete que nos veremos esta semana. La princesa sonríe y él cuenta a Leonel que viene de colada, él le cuenta que viene de hermano falso y los dos ríen. El joven le explica a su amiga su relación con Drake lo mejor que puede y los dos están de acuerdo en que es su hermano del amor. Sus hijos y su esposa llegan unos minutos más tarde, todos ven a la pareja bailar y compartir un momento que se siente íntimo y cargado por el amor y el deseo. El respeto de ser compañeros en las buenas y en las malas, es que no se llegan a casi treinta años juntos sin peleas y disculpas, te amos y gritos o la necesidad de reunirse a mitad del camino para seguir tomados de la mano. —Les pedimos a todas las parejas unirse al baile de los esposos —pide el cantante de la banda. La princesa ve la mano de Leonel con sorpresa quien le invita a unirse a la pista de baile, mientras suena un clásico de las baladas, la pareja danza al ritmo de la música, coordinados y con apariencia de ser una desaparejas muy enamoradas en la pista de baile. Ella se concentra en la mirada profunda de Leonel y no sabe qué está pasando, simplemente se llena de ilusiones, y el pecho de mariposas. Este hombre, apuesto, que pone toda su confianza y toda su atención en ella sin conocerle, de una forma romántica y magnética. La música se detiene y los dos se sonríen hasta caminar de vuelta a sus puestos. Aurora y Marcela comparten una mirada y ambas aseguran que les da igual estar lejos de sus maridos si eso significa que Leonel y la princesa podrán. Tener unos minutos más para descubrir que hacen una pareja hermosa. La princesa queda sorprendida cuando se encuentra en la mesa con los Westborn. —¿Quién es tu amiga, Leo? —pregunta su madre algo emocionada porque es mejor diez que un montón de acompañantes que le ha conocido. —Su nombre es Layla Azalam y esta es la mesa de mi familia —Layla sonríe ante la angustia de Leonel, quien les señala a sus padres, sus abuelos, dos de sus tíos y sus parejas. Encantado de tener a la princesa a su lado, una pena que en esas condiciones. —¿Layla, eres princesa?—pregunta el abuelo de Leonel mientras estrechan manos. —Sí. —¿Hija del rey Murat? —Sí—confirma la joven. —¿Cómo lo sabe? —pregunta. —Tengo una buena relación con Isam Habib y tu padre es un jefe de Estado impresionante. —Lo es —Los dos se ríen y Leonel les mira impresionado por la forma en la que congenian, su madre que está pegada en el hecho de que es una princesa y su padre en que es una mujer presentable. Le obliga a acompañarle al bar y le pregunta si ya la ha invitado a salir. Leonel suspira agobiado y se desajusta la corbata. Estaba casi seguro de que las casamenteras iban encima de las hijas no los hijos varones, a ellos, nunca se les exigía encontrar esposas, al menos no con la urgencia que lo hacía su familia. En su lugar, su padre, sus abuelos y su madre tenían una competencia en la busca de una mujer apropiada. —No, papá. —¿Qué estás esperando, tener cincuenta para casarte por primera vez? —No papá. —Te voy a decir una cosa: yo tengo canas ahí, en mis lugares privados y como tu mamá tiene también a los dos no ha dado alegría, nos reímos y nos besamos y a ti te diré que hicimos el amor como las abejas. Cuando la realidad es que nada de eso hubiese pasado con una mujer veinte años más joven, porque sería consciente de todo; de la panza, la falta de pelo, las canas y arrugas. Ya no me importa ser alto súper musculoso, no por dejado, hijo, envejecer con alguien es 100 veces mejor, que saber que saldrá de la habitación a reírse con sus amigas, solo tu tío Michael se puede faltar tanto al respeto. Leonel mira a la princesa conversando con su madre quien examina los accesorios de la princesa con los lentes puestos. Los dos hombres toman asiento al lado de sus acompañantes. Para disfrutar un rato de las sorpresas preparadas para celebrar el aniversario de los Luthor. Leonel ve encantado las fotos de Addi y Drake pequeños. Las fotos de sus hijos, todo lo que han construido en pareja, familia. Los dos se miran y se besan, vuelven a abrir la pista unos minutos más. —¿Quieres bailar? —Me gustaría conocer un poco el lugar. —Aire fresco —ella asiente. Leonel le acompaña al exterior, caminan por el precioso e iluminado jardín. Él le pasa su saco por los hombros y la princesa sonríe. Continúan dando vueltas por el jardín hasta encontrarse un laberinto, uno de los de seguridad les ve entrar y les pasa una bandera por si se pierden. Layla no está siquiera asustada porque desde las escaleras ha encontrado la salida, de igual forma dejo que Leonel tome un poco el control. Los dos caminan entretenidos y ven las flores plantadas para sorprender a los invitados, la iluminación y el mimo que requiere tener una estructura como esa en casa. —¿Tienes tiempo mañana? —pregunta Leonel y rompe el silencio. La princesa le mira de frente y sonríe. —¿Para caminar? —Para ir a una cita. —¿Qué pasó con ser amigos? —Tal vez, si estás sintiendo lo que yo te has dado cuenta de que no hemos nacido para ser amigos. —¿Recuerdas que estoy prometida? —¿Recuerdas que soy un Westborn? Convenceremos a tu padre, te compraré como si fueras una vaca pagaré una dote como en las pelis. ¡Qué sé yo! Mi vida es sobre tomar el riesgo. No sé. Algo se nos ocurrirá, fingir nuestra muerte, por ejemplo, pero yo a diferencia de ti no voy a ir por la vida con la duda en cabeza. —Ella pone los ojos en blanco un par de segundos y bufa.—¿Aceptas ser valiente conmigo? —Tengo una condición. —Okay, suéltalo. —Ella ríe ante la expresión. —Quiero que me beses. Aquí en el medio del laberinto para que no se nos olvide —Los dos ríen y Leonel no lo duda, va por ello, la besa apasionadamente, la besa con fervor y la toma de la cintura para que sus cuerpos queden unidos al máximo, todo lo que sea permitido en público quiere tenerlo.
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