No

1227 Words
Selene era una joven que conocía el dolor, el trabajo duro y la decepción. Con diecisiete años conoció al príncipe Kamal, se enamoró quedó embarazada y se casó. Al principio de su relación sentía que todo lo que pasaba en su vida tenía que girar a su alrededor, así que había sido su madre con su padre, y entendía la importancia de los hijos en el matrimonio o eso creía. La primera vez que había ido a Tierra del sol, su relación con Kamal había sido un golpe de la realidad, su familia estaba tan enojada con Kamal, por haberse casado en secreto con una mesera que no habían podido verla a los ojos porque para todos era mucho peor de lo que esperaban. El idioma le resultaba imposible de aprender, la comida demasiado condimentada y sus costumbres imposibles de aprender. Su matrimonio rápidamente se hundió, primero porque ninguno de los dos podía con la decepción de no tener un hijo, después por su falta de madurez, y el factor más importantes, ambos pensaban: “no ser suficientes para el otro”. Separados trabajaron por madurar, crecer y sanar todas esas cosas que en su infancia parecían haber aprendido y necesitaban desaprender. Pasaron cinco años separados hasta que retomaron su relación, a tan solo un año antes habían arreglado las cosas y ahí estaba una de as pruebas que le parecían más aterradoras. Entregar una parte de su marido, crear un espacio en su matrimonio, pero veía la desesperación en Layla y el enojo en Nala. —Layla, no necesitas mi bendición, necesitas hablar con Kamal. —No voy a aceptar si no estás de acuerdo. Yo no quiero una relación con él, pero no pienso meterme en la tuya. —De donde vengo, el matrimonio es de tipo selección única, eliges a una persona y la tomas para toda la vida; te mueres o te divorcias. No lo entiendo esto, no me hace feliz, pero sé que es importante para ti y para el reino. —responde la mujer. —Solo nos queda aprender a los tres y ver qué pasa. Layla le dio las gracias a Selene y la mujer le dio un abrazo, parecía que la princesa necesitaba de amor y respeto más que ninguna otra cosa, sus ojos estaban llenos de angustia, dolor y decepción. Elías espera frente a la puerta del escondite subterráneo mientras busca las palabras correctas para convencer a Nala de que no lo deje. El encargado de seguridad le informa que es momento de moverse porque en cualquier minuto podrían ser invadidos por Malik, sobre todo si sospecha que su amigo está en peligro, la princesa está muerta (como pensó su hermano) o que su plan se estaba yendo a la mierda. Las puertas se abren y Elías ingresa a la casa, se encuentra con Selene y Layla conversando. No ve a Nala por ningún lado. —¿Qué te pasó? —pregunta Selene—. Estás lleno de sangre, Elías. —Lo siento, Selene, traigo malas noticias. —¿Está muerto? —pregunta la mujer intentando contener sus sentimientos. Su cuñado se acerca a Selene quien tiene el horror marcado en el rostro. La toma de las manos mientras niega con la cabeza porque ha sentido la sangre de su hermano, le ha visto luchar por mantener la respiración, lo más impactante era que su hermano había atajado una bala para salvarle a él. —Está gravemente herido. Hemos traído equipo médico y personal de salud. Están haciendo todo lo posible y Amir está a su lado. Selene se queda en silencio, tomada de las manos de su cuñado. El hombre insiste en ayudarle a tomar asiento y Layla va corriendo, parece alcanzarle un vaso con agua y azúcar a la princesa, encuentra unas flores de Bach y le sirve un poco. La princesa le entrega el vaso a Selene, quien bebe cada sorbo y se queda abrazada a una almohada. Elías le acaricia la espalda y le promete que entre sus planes no está dejarlo morir, pero tampoco puede arriesgar su vida dejándola volver al palacio. —¿Qué ha pasado con los demás? —Farah... está... Farah tiene... Elías no puede aguantar más y el llanto se le escapa. Su esposa, quien había ido a cambiarse un pijama, regresa a la sala justo a tiempo para presenciar el dolor y la amargura de su marido. La mujer se acerca con una mano sobre el lado derecho de su abdomen, su bebé no deja de moverse, no sabe si es por su ansiedad o porque ha descubierto que puede hacerlo, pero le acompaña de un leve dolor. —¿Qué le pasó a Farah? —pregunta su esposa asustada. —Farah se ha impresionado mucho al ver herido a Kamal, ha tenido un aborto y ha herido a Baruk. —¿Traes más noticias? —Lo siento tanto, Nala —dice y se acerca a abrazarla, su esposa le abraza de vuelta, le acaricia la espalda e intenta tranquilizarle mientras llora. Ella le besa en el cuello mientras le acaricia el cabello. —El reino te necesita, Elías.—murmura contra su cuello. —Sé que no es lo que quieres. —Este es tu destino —responde y le toma del rostro—. Tú siempre has querido ser rey y la vida te lo ha puesto en bandeja de plata. A ti, a ella y a mí nos criaron bajo las mismas costumbres. Mientras a mis hijos no les falte nada y ella cumpla con su parte de irse en cuanto tengamos lo que ocupamos de ella, estaremos bien. —¿Tú no vas a irte? —No voy a dejarte, voy a pelear toda mi vida por estar contigo. Te lo prometí y volveré a hacerlo, te amo y no voy a ningún lado —Elías le dio un beso en los labios a su esposa, luego fue a abrazar a su cuñada y le prometió que en cuanto tuvieran información o la condición de su hermano mejorara enviaría por ella para que fuera informada o pudiera visitarle. —Gracias, Elías —responde Selene y le abraza de vuelta. El joven saca de su bolsillo el anillo que el rey le había dado para la princesa. Elías busca la mirada de Nala antes de hacer la pregunta a Layla: —¿Layla, te casarías conmigo? Ella había soñado con esa frase casi toda su vida. Soñó con su fiesta de compromiso, su boda, el lugar en el que vivirían al casarse, como la carrera de uno impulsaría la del otro. En todas las historias de amor que había en su cabeza, no estaba ella, no estaba Nala ni sus dos hijos. En sus sueños, estaban en un campo abierto, lleno de flores, el aire fresco corriendo y el sol sonriéndoles. La mirada de ambos se cruzaba mientras él exponía un discurso lleno de promesas, aliento, amor y la promesa de fidelidad. En cambio, le tenía mirando a otra mientras le mostraba un anillo. La joven le ve hincado de una rodilla y a Nala, sus miradas son tan intensas. Elías finalmente repara en ella un par de segundos antes de bajar la mirada. Layla se disculpa en un murmullo que ninguno puede entender. —Lo... siento —repite—. No puedo. No.
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