Capítulo 26: Correr o Pelear

1995 Words
Nuestra vida se resume a adoptar una postura dentro de dos muy obvias opciones. La invariabilidad de tal realidad se ve explicada en todas las decisiones que tomamos a lo largo de nuestro paso por este mundo. ¿Me despierto o sigo durmiendo? ¿Hago lo correcto o lo incorrecto? ¿Sigo a la experiencia o a mi propio corazón? ¿Escojo uno o al otro...? La gran mayoría de las veces ni siquiera notamos esa simplificación de factores. Estamos siempre ocupados en devanarnos los sesos con cuestiones menos importantes; pero aquel día, entre los abedules y los pinos que dibujaban el valle, con la luna llena brillando sobre mí, comprendí que solo podía escoger entre dos simples opciones. Yo estaba de pie entre las entrañas de los vampiros muertos a manos de Anna y Jensen; de las pieles desgarradas por Sam y los cuellos muescados por Lachlan. Aún así, la masacre contra los neófitos no fue nada comparado con lo que le ocurrió a las brujas de cabello plateado que intentaban matar a Helena. Tan pronto como los vampiros que las protegían fueron destrozados por los dientes de Lachlan, Sam se lanzó a por la cabeza de una de ellas, pero no pudo llegar siquiera a tocarla. La mujer se volteó y conjuró sus hechizos contra el hombre lobo, haciendo que su conversión se detuviera entre un doloroso medio punto entre el monstruo y el humano. Lanzando gritos de dolor, el chico cayó al suelo mientras sus huesos y tendones luchaban por encontrar su lugar dentro de la piel del trigueño. No había escenario más doloroso que verlo craquear las coyunturas de sus huesos y, debido a nuestro irrompible lazo, terminé en el suelo gritando del dolor al sentir en suyo propio. Lachlan corrió con una suerte similar cuando la otra bruja lo aprisionó contra la tierra, que se lo tragaba como si se tratara de arenas movedizas. La suciedad mojada con sangre se escurría dentro de su boca y amenazaba con impedir respirar al chico quién era, indudablemente, un ser de agua. Las raíces de los árboles en derredor limitaban los movimientos de sus brazos y piernas y el moreno se retorcía ante la posibilidad de que alguna de aquellos rizomas se introdujeran dentro de sus ojos. —Selene manda sus saludos —dijeron las dos brujas al unísono en un oscuro cántico que me hizo helar la piel. Si sus apariencias ya eran tétricas, al ser y vestirse completamente idénticas, no había nada más bizarro que escucharlas hablar a la vez, cómo en un parda canción de muerte. Tenía la necesidad de saber quién diablos era aquella Selene y el motivo de su guerra contra mí. La única ventaja de que las brujas enfocaran su atención en Sam y Lachlan, fue que momentáneamente dejaron de lado a la moribunda Helena. Con la sangre brotando de su cuello como río desbocado, estaba segura que no habría forma humana para que la bruja pudiera recuperarse. Todo el plasma rojo bañaba su cuerpo mientras la herida despampanante hacia gala de una grotesca uniformidad. Contra todo pronóstico, sin embargo, el cuello de Helena comenzó a cerrarse y cuando la pelirroja levantó sus ojos hacia mí, no eran azules, sino completamente rojos. La sangre en su ropa testificaba que había perdido litros y, sobrenatural o no, no había forma de que algo como aquello fuera posible. Alzando sus manos al aire, un calor infernal se alzó de la tierra y el suelo de su lado comenzó a expulsar unas llamas rojas y naranja que flameaban en un círculo alrededor de las brujas. Helena y yo estábamos en extremos opuestos de tal figura y tanto Sammuel como Lachlan estaban también confinados a la batalla que tendría lugar allí adentro. Al notar la naciente fuerza de la pelirroja, una de las mujeres se centró nuevamente en la chica que era incluso más poderosa de lo que yo había imaginado, en un intento de diezmarla, pero antes de que Helena volviera a caer al suelo, me preguntó con una voz que retumbó en mi cabeza como eco en una caverna vacía: —Cuando comience la guerra… ¿correrás o pelearás? Sus palabras me hicieron caer. Fue como ser golpeada por una onda expansiva y un momento de lucidez extrema en una realidad completamente extraña se tiñó sobre mí. Había escuchado esas palabras antes y sabía que habían venido de la boca de Helena. La vi frente a mí toda vestida de rojo con una armadura dorada ceñida a su figura. Las llamas salían de su cuerpo, pero no lo consumían, sino que se alimentaban de él. En mi visión, yo estaba frente a ella tomando sus manos alrededor de una espada de oro con grabados en un idioma que me era completamente desconocido. En el metal, el reflejo de mi rostro me mostraba con una corona negra y un vestido de plumas. La cuerda de un arco de ébano se dibujaba sobre mi pecho en una línea fina y la alforja de flechas con plumas rojas y negras eran lo único que mi figura que resaltaba de la profunda oscuridad que me consumía. Detrás de mí, una mujer de cabello blanco y tiara en forma de luna parecía ser la amenaza que temía la chica de rojo. —Hermana… —me habló Helena con un ímpetu que era únicamente propio de ella—. La guerra está aquí. ¿Correrás o pelearás conmigo? La repetición de ese instante en mi cabeza, justo como si se tratara de un recuerdo distante, se detuvo cuando el primer cuervo se posó sobre mi hombro izquierdo. Instintivamente levanté mis manos en el aire contra aquellas dos brujas, haciendo que una de ellas cayera al suelo. Era mi propio cuerpo diciéndome qué hacer y Helena sonrió con lágrimas en sus ojos al verme ostentar una habilidad que ni siquiera yo sabía que tenía. El anillo de fuego se completó detrás de mí, más las llamas no eran rojas de mi lado, sino que flameaban negras y azules. Helena regresó a sus pies e hizo lo propio. Con las manos extendidas en el aire, ambas hicimos que las brujas levitaran frente a nosotros mientras una treintena de cuervos revoloteaba alrededor mío y el cuerpo de Helena parecía prenderse en fuego. Las llamas rojas nacían de su piel y los cuervos me envolvían en una embriagadora sensación de poder absoluto. —¡Repite mis palabras! —me gritó la pelirroja y comenzó a hablar en aquel extraño lenguaje que desconocía totalmente en el que las brujas de cabello blanco habían lanzado sus maleficios contra Sam y Lach. Aún así, las voces fluyeron a través de mí como si estuvieran escritas en mi mente. Yo conocía cada una de aquellas palabras. Mi boca las habían dicho antes. Mi mente las habían creado... Una de las brujas comenzó a arder en el aire y la otra fue presa de los cuervos que arañaban la piel y ojos con sus pico y garras hasta las entrañas. El macabro espectáculo fue demasiado para mí y, viendo que estaba a punto de caer, Lachlan se lanzó contra una de las mujeres dándole una muerte rápida, mientras que Sam hizo lo mismo con la otra despedazándola antes de que los pájaros continuaran con su tortura. Terminé vomitando en el suelo, viendo como las llamas se extinguían y las aves a mi alrededor regresaban al cielo, disipándose sobre mí como si yo sé lo hubiese ordenado con un solo gesto de mi mano en el aire. Anna llegó a tiempo para detener a Mason, quien había regresado a por mí y quiso aprovechar la ocasión de mi debilidad para terminar con su cometido. El neófito intentó escapar inútilmente luego de que Anna lo mordiera en el cuello, pero Sam arremetió contra él. Entre la oscuridad y la sangre no podía distinguir bien quién era cada cual y era casi imposible para mis ojos ver los movimientos de aquellos dos seres sobrenaturales. Mason logró herir al lobo en la espalda pero no lo alcanzó con sus dientes, de otra forma hubiera sido fatal para él. El lobo, en cambio, aunque rugía del dolor, logró alcanzar al vampiro con sus garras. Le destrozó toda la garganta y luego lo tiró violentamente contra un árbol. Cuando cayó al suelo, casi frente a mí, los colmillos de la bestia alcanzaron su cara desfigurando por completo su rostro, pero el rápido neófito alcanzó a lastimarle una pata delantera y liberarse de sus dientes en el instante crucial del enfrentamiento. —¡Volveremos por ti muy pronto! —me amenazó el vampiro con el rostro deforme y ensangrentado antes de difuminarse en la oscuridad de la noche. Aquella bestia sobrenatural que era Sam, quien hasta el momento se había mantenido ayudándome, volvió entonces su rostro hacia mí y rugiendo se me abalanzó tirándome bruscamente en el suelo. El brillo verde de sus ojos estremecían a los míos y el palpitar precipitado y nervioso de mi corazón se escuchaba claramente en el silencio absoluto. Él era sordo a los gritos de Helena o de Jensen que, encolerizado, pedía que me liberara y no vi el momento en el que Anna sostuvo a Lachlan para que no matara a Sam en ese mismo instante; solo veía la figura deforme del monstruo que se alzaba sobre mí. —Sammuel —su nombre fue arrancado de mi boca en una súplica desesperada en la que intentaba que aquel monstruo de prominentes colmillos mancillados con sangre de vampiro y bruja, tuviera la suficiente consciencia para reconocer—. Sam, soy yo... Lizzy... Alguien más, quizás más valiente o más estúpido, hubiera podido jugar sus cartas contra el hombre lobo y diezmarlo. Yo acababa de ostentar un poder que había acabado con la vida de una bruja, por lo que podía probar mis opciones con aquel monstruo. Quizás, de no saber que se trataba de Sammuel, lo hubiera hecho, pero no podía herir a aquellos humanos ojos verdes suyos, y una parte de mí sabía que su nombre en mis labios tenía mucho más eficacia que cualquier tipo de hechizo. La bestia puso su garra sobre mi hombro izquierdo y presionó la herida que a cada minuto se escocía más, mientras la sangre de los que había matado caía sobre mi rostro y pecho. Dejó escapar un rugido doloroso sobre mí y poco a poco la figura deforme y horrorosa fue convirtiéndose en el chico de cabello oscuro y brillantes ojos verdes que conocía. Llorando lágrimas del extremo dolor de su conversación sobre mi cuerpo, él estaba regresando paulatinamente a su forma humana y sostenido por mis manos sobre su pecho sudoroso y palpitante, Sammuel posó sus vidriosos orbes sobre mí mordiendo sus labios y desterrando todo ápice de dolor de él. Cuando creía que no podía soportar más, enrendé mis dedos en su cabello y escondí su rostro en mi pecho a la vez que sentía su aliento condensarse en mi piel. —¡Déjalo! —gritó Helena cuando Lachlan quiso arremeter contra él—. Es humano otra vez. Ya no necesita mi ayuda para regresar a su forma original… Así, desnudo, frío y pálido sobre mí, al tiempo que de sus labios, ahora sin color alguno, salían solo ráfagas de aire que se cortaban todas y cada una de mis terminaciones nerviosas con su aire cálido en pleno invierno, él regresó a ser humano. —Sammuel… —hablé, pero no pude decir más nada. —Eres tú —balbuceó él con un vencido tono gutural y vencido que no dejaba de ser embriagador. Alineó su rostro con el mío y ahí, tan cerca de mis labios, me habló destrozando todo ápice de esperanza en mí, como únicamente Sammuel sabía hacer. —Debí haberte matado aquella noche, Elizabeth Shendfield... Solo me quedé en silencio observando al chico empapado en sangre con su mano sobre mi herida hasta que finalmente terminé por perder el conocimiento.
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