Capítulo 27: Finalmente Libre

2066 Words
Habían pasado casi dos semanas desde el ataque de los neófitos y aún se me hacía imposible dormir por las noches. En mi cabeza, revivía las horripilantes escenas de las brujas levitando sobre mi cabeza. Sus cuerpos desmembrados sobre el suelo y los corazones y huesos sangrantes siendo arrancados del cuerpo de los inertes vampiros. Era un espectáculo que hacía que el estómago se me revolviera y con frecuencia terminaba vomitando en el baño o con ataques de pánico que mi hermano intentaba calmar inútilmente. No era que él estuviera mucho mejor que yo. El trauma le estaba devorando el cerebro y parecía que perdía cada vez más los cabales. Renunció a todas las actividades extracurriculares en la escuela para centrarse en su salud mental, y gracias a la recomendación del centro de bienestar estudiantil, pudo conseguir una excedencia de un mes para no perder su beca universitaria. No es que pudiera hablar todo lo que tenía por dentro con un psicólogo, pero todas las metáforas ayudaban a tranquilizarlo un poco. Además, Jensen era excelente en su trabajo como la figura paterna que necesitaba y no se separaba de Erick en ningún momento. De alguna forma, se sentía que él era mucho más cercano al vampiro que yo misma. La tercera afectada en aquel desastroso día también estaba pasando por el mismo desequilibrio nervioso que Erick, incluso en mayor medida, pues su mundo acababa de ser sacudido por completo. Mientras que mi hermano siempre había sido tocado por el mundo supernatural y sabía de la existencia de tales criaturas, Katherine estaba sufriendo el peso de una terrible verdad oculta justo debajo de sus narices. Kat se ausentó una semana entera de la escuela y se encerró en su casa, incapaz de recibir ninguna visita. Su madre pidió expresamente que nos alejáramos de ella pues, según dijo, estaba en recuperación de alguna virulenta enfermedad. Era la excusa perfecta para evitarme a mí o a Anna todo lo que pudiera, y cuando regresó a la escuela, solicitó un cambio de programa para distanciarse incluso más de nosotras. Katherine no podía siquiera mirarme la cara y evitaba a Anna en todo momento. Su sola presencia la asustaba y se sentía intimidada por cualquier cosa o persona que se acercara a ella. La muchacha fuerte, bella y segura que yo había conocido había desaparecido completamente y en su lugar quedaba solo una pequeña niña indefensa y aterrorizada, incluso, de su propia sombra. Me daba vergüenza mirarle la cara a Vero o a Richard. Para justificar el hecho de que Mason había destrozado la camioneta de Erick cuando lo sacó de la carretera, tuvimos que decirle a nuestro recio padre que su hijo estrella había tenido un accidente y Anna y yo habíamos salido en su ayuda en el auto de Veronica. La historia fue una cobertura fenomenal, pues mi hermano tenía golpes en las costillas y en el rostro causados por el impacto del vampiro contra la camioneta, pero Erick se sentía culpable por lo sucedido, pues cada vez que veía el carro revivía el momento del accidente de Emma combinado con el suyo propio. Por otro lado, el resto de los implicados en los sucesos de aquella noche parecían haberse desvanecido como por arte de magia. Solo Jensen y Anna permanecían constantes, pero Sam, Lachlan y Helena no estaban en ningún lugar para ser encontrados. En parte era un tremendo alivio, pues sentía que si veía a alguno de ellos, el peso de lo ocurrido aquel día iba a caer de nuevo sobre mi pecho y no podía soportarlo más. La realidad, sin embargo, era que tenía demasiadas preguntas como para no ir directo a todos ellos y exigir respuestas. —¿Cómo pude hacer eso? ¿Por qué los cuervos vinieron a mí? ¿El fuego se tornó n***o? ¿Quién diablos es Selene? ¿Por qué Mason me llamó Artemis? —recitaba Jensen detrás de mí mientras observaba las tranquilas aguas verdes del lago junto a su casa una tarde. —Ya había olvidado lo tremendamente molesto que es tenerte en mi cabeza —reproché con una sonrisa en el rostro. —No lo es —desmintió—. Si lo fuera no estuvieras sonriendo. Además, te da tranquilidad saber que alguien entiende todo lo que sientes, Lizzy. Y así era. La seguridad de que Jensen comprendía todo el manojo de dudas que siempre se alzaban en mi cabeza era motivo para mantener la calma, pero había tantas preguntas apiladas recientemente que era imposible poner algún tipo de orden en mi atormentada alma. —Ya no puedo continuar haciendo esto, Jensen, y lo sabes —me sinceré mirándole a los ojos completamente vencida—. Anoche llamé a mi tía Becky en Texas, y creo que es mejor para todos si me voy de este lugar. Sobre el rostro del rubio se posó una sombra condescendiente y asintió ante mis palabras. —Nada cambiará para ti —aseguró enseguida. —Pero al menos para Erick sí lo hará —respondí—. Está sufriendo, Jen. Está desesperado y Katherine también lo está. ¿Cuántas personas más va a alcanzar esto? ¿Cuánto tiempo tengo para que Richard y Veronica se vean atrapados en este mismo desastre? —Estarías llevando el desastre a tu tía entonces —se encogió de hombros Jensen—. Lo siento, Elizabeth, pero nada cambiará. Esto no es una cuestión de territorios, sino de ti. —Yo iré contigo si decides marcharte —habló Lachlan detrás de nosotros. El chico se había acercado sigilosamente entre los árboles y estaba escuchando nuestra conversación—. Hay playas en Texas, Jen —guiñó un ojo en una sonrisa. Incluso Jensen quedaba desarmado frente a los comentarios de Lachlan. El chico podía aliviar la tensión de cualquier situación y aquel parecía ser su superpoder—. ¿Sabes hace cuanto no nado en aguas saladas? —¿Estoy obligada a tener guardaespaldas, entonces? —Si me consideras solo como eso, sí —asintió y ya podía saber exactamente hacia donde se dirigía con sus palabras—. Si me consideras como algo más… —Lachlan… —intentó detenerlo Jensen, pero el moreno respondió enseguida con su natural irreverencia. —Por favor, Jensen. Elizabeth no tiene 7 años. —Ni tú tienes 17 y todavía te comportas como un adolescente —arremetió el rubio que se dispuso a dejarnos solos entrecerrando los ojos. —Él es siempre tan estirado —comentó Lachlan cuando Jensen estuvo lo suficientemente lejos de nosotros como para no regresar a objetarle sus comentarios, aunque sí le enseñó el dedo del medio sobre su cabeza al oírlo hablar—. Debe ser porque lleva más de un siglo sin darle algo de entretenimiento a su cuerpo, si entiendes a lo que me refiero. El ataque de risa de mi parte fue imposible de controlar, y era que Lachlan era una brisa de aire fresco en mi vida. Junto a él, todo era tan simple, primitivo incluso, que me era sencillo sentirme cómoda y sin presiones. —Al menos sé que conmigo te ríes —asintió él regresando sus ojos al lago y dejando que el agua se reflejara en ellos. —Creo que solo tú tienes esa habilidad —sonreí con completa honestidad. —¿De verdad planeas marcharte? —preguntó clavando su mirada en mí. —Creo que es lo que debo hacer… —Estarías huyendo, Elizabeth —me interrumpió—. Pero todos huimos de vez en cuando. Incluso yo lo hago a veces. Se escuchaba cierta consternación en Lachlan. Una melancolía que no era para nada propia del chico desfachatado que había conocido y no tenía temor alguno de opiniones ajenas a su persona. Alguien que parecía actuar siempre en el calor del momento y sin prudencia aparente, estaba mostrando su lado menos insolente. La apertura de su espíritu se agradecía con creces. —¿Y Sam está huyendo? —pregunté haciendo uso de mi poca sutileza cuando se trataba de hilar sucesos e intereses a mi alrededor. Él asintió cerrando los ojos. Sabía exactamente hacia donde me dirigía. —¿Quieres saber la verdad o te doy la respuesta indulgente? —me dio a escoger barajando opciones. —Él dijo que debió haberme matado aquella noche en el bosque, Lach —hablé con la mirada rota—. ¿Cómo pudo haberme dicho eso con toda la sangre que derramó por mí sobre su cuerpo? —Te aseguro que quiso decir todas y cada una de esas palabras, Lizzy —dijo y la astucia regresó a su mirar—. En su posición yo hubiera hecho lo mismo. Es imposible no gravitar en torno a ti y eso lo hace caer de rodillas, tragarse todo su ego y hacer cosas que dijo que jamás haría. Hablo desde la experiencia cuando te digo que es difícil estar cerca de ti y no poder tocar tu piel... o besar tus labios... —rió estrechando los ojos con malicia—. Pero Sam siempre está huyendo de sí mismo y Helena… H ya no puedo con esto sola —sentenció pero sus palabras no parecían esclarecedoras. —Y otra vez, yo estoy perdida en un acertijo… —Te lo explicaré todo, solo si te sumerges en el lago conmigo —su tono de embaucador parecía regresar a su pedido y mi negativa se hizo evidente en un rápido movimiento de cabeza—. No me convertiré —prometió enseguida—. Sabes que no necesito hacerlo para estar aquí adentro. —Nunca entraré en ningún estanque de agua contigo —rechacé rápidamente levantando mis cejas. —¿Acaso tienes miedo de que haga algo contra ti? —preguntó con el ceño extrañado—. Soy el único que no te guarda secretos y aún así no confías en mí —habló quitándose la camisa y dejando al descubierto su tatuajes en el cuello y el pecho. —No confío en ti porque conozco tus intensiones —objeté. —Mis intensiones contigo no son nada comparadas con las de resto. ¿Acaso no Sam no pretende lo mismo? —continuó quitándose los zapatos y el pantalón dejándome ver su ropa interior blanca—. Incluso Helena lo hiciera si tú no fueras su… —se detuvo abruptamente, incapaz de revelar algún secreto que parecía que no le correspondía. —Silencio otra vez —hablé de inmediato. Ya me estaba acostumbrando a descubrirlo todo por mi cuenta y de la peor manera posible—. Algunas veces me pregunto cuál es el punto de hablar con alguno de ustedes si siempre estoy de espaldas a lo que sucede. —Eres el centro de todo lo que sucede —corrigió sonriendo con un inusual brillo en sus ojos—. Al menos deberías saber que nunca haré nada en tu contra y jamás te presionaría o haría algo que tú no me pidieras. —Entonces, no te desnudes —demandé con rapidez y el chico no pudo hacer otra cosa que reír completamente vencido. Mi manía constante de utilizar las propias palabras de las personas en su contra siempre daba resultado. —Bien —aceptó—, pero mi única condición es que si te metes en el agua, te quites también tu ropa —sonrió arqueando las cejas mientras su mirada ladina me hacía voltear los ojos en blanco por su sobrada petulancia. Se adentró en el agua con rapidez y se sumergió a pocos pasos de mí. Al parecer la profundidad del lago era considerable, pues desde donde yo veía, no se podía discernir el fondo. Su rostro emergió de la laguna completamente sereno e impertérrito. No había duda que el agua era su elemento y se sentía únicamente sosegado en él. Ese era su hogar, y la tierra lo hacía irascible. Aunque conservaba su forma humana y efectivamente, sus encías no estaban repletas de pequeños dientes filosos, los incisivos colmillos no habían desaparecido, como tampoco lo hacían sus branquias en el cuello, sus ojos jade y la membrana interdigital de sus manos. —Entrar ahí contigo sería lo último que haría en mi vida —sentencié, pues incluso verlo aún con vestigios de su forma sobrenatural, era demasiado para mí. —Oh... vas a entrar —dijo atigrando sus ojos verdes—. Y lo harás mucho antes de lo que crees.
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