Capítulo 20: Agonía

1216 Words
Hay un momento en nuestra vida en el que terminamos cuestionando todo aquello que conocemos; en el que nos rompemos en el dolor y se quiebra todo ápice de fe y esperanza en cualquier tipo de futuro. Aquella noche, entre los brazos de Lachlan, fue mi momento de sufrimiento absoluto. El brillo de la luna llena saliendo detrás de las nubes oscuras era, definitivamente, el detonante del ataque de histeria que me aquejaba. Sentía cosas que jamás sentí en mi vida. El dolor en las encías de los prominentes colmillos rompiendo la carne. Los huesos quebrándose debajo de mi piel y los podía escuchar craquearse a la perfección mientras se rompían y doblaban en formas que se escapaban de mi entendimiento. Sentía los cartílagos de las orejas extenderse y las uñas de las manos y mis pies romper las falanges, para clavarse en la tierra. —¡Contrólate, Lizzy! —me habló el moreno y su voz me hizo caer en un tergiversada realidad—. Quien se está convirtiendo no eres tú... Tenía toda la razón. Quién estaba pasando por aquel dolor inconmensurable no era yo, a pesar de que lo sentía como mío. Miraba al cielo y podía ver a la perfección la noche y la luna llena tendiéndose sobre el panorama, pero yo realmente estaba dentro de la mansión de los Amell con Lachlan a mi lado. No era yo quien estaba convirtiéndose en aquel espeluznante ser que me atacó en el bosque, sino alguien más estaba pasando por esa agonía y yo la revivía como si fuera mía. El dolor de la conversión duró cerca de una hora hasta que finalmente la tribulación pareció cesar. Todo el tiempo que estuve sumida en aquel martirio inconmensurable, Lachlan me sostuvo entre sus brazos y se las arregló para no dejarme escapar a pesar de mis gritos y mis uñas rasgando el saco en su espalda. ¿Cómo lo había soportado? Yo no lo sabía. Cuando todo pareció desaparecer, me desplomé sobre él y perdí el conocimiento. Al regresar en mí, estaba en una cama que no conocía. Lachlan estaba a mi lado bebiendo de una taza y sonrió al verme abrir los ojos. —Hola —me dijo—. Me diste un susto de muerte allí abajo –comentó pasando sus dedos por mi frente para separar el cabello desgranado sobre mi rostro. —¿Qué sucedió? —pregunté intentando incorporarme lentamente. Tenía puesto el abrigo del chico sobre mi vestido roto y él se había cambiado de ropa a una mucho más práctica. —Tranquila —me dijo asistiéndome en mi afán de sentarme sobre la cama y apoyarme en su espaldar—. Por una vez, me alegro de que Jensen tuviera razón con respecto a ti —habló, pero no comprendí en absoluto a lo que se refería. Al ver la perdida expresión de mi rostro, el muchacho me ofreció su explicación en una simple oración—. Es luna llena, Lizzy. —¿Estás diciendo que…? Recordé el dolor vivido y lo que había alcanzado a ver de la conversión de la persona a la que estaba ligada. Lo relacioné todo con las historias de los hombres lobos que había escuchado desde que era una niña. Un hombre lobo… —Gracias a la diosa, eres humana aún —sonrió de inmediato al notar la consternación en mi voz. ¿Gracias a quién? —¿Estás diciendo que los hombres lobos son reales? —intentaba organizar en mi atolondrada cabeza—. Entonces lo que me hizo esta herida... La luna llena... ¿Puedo convertirme en eso...? —divagaba yo a punto de estallar en lágrimas. Lachlan se lanzó a tomar mi mano, pero antes de llegar a ella la escondí en un gesto a la defensiva. Estaba aterrorizada, incluso por él y no creía que mi débil corazón pudiera soportar muchas más sorpresas de las que mi mente podía procesar en un tiempo. Ante mi gesto, el chico respetó mi espacio y se levantó de la cama al verme sentada abrazando mis rodillas y en un profundo temblor. —Sabes que Anna y Jensen son vampiros —habló él—, y estoy completamente seguro de que ambos te dejaron saber que existen mucho más que solo chupasangres. A lo que tú le llamas "hombres lobo" nosotros le llamamos cambiaformas, y tú no puedes convertirte en uno de ellos porque, Elizabeth, ellos no tienen el poder de pasar su maldición a un humano mediante una mordida o un rasguño —intentaba explicarme el moreno con una paciencia que no lo caracterizaba en lo absoluto. —¿Y por qué pude sentir la conversión en mis huesos? —inquirí en un instante de recuperar el control sobre mí misma y mi propia debilidad. —Estás conectada a él —respondió escuetamente Lachlan—. Condenada a sentir su dolor y cada una de sus pasiones. Lachlan bajó a la cocina a prepararme un té. Estaba abrumada por todo lo que estaba sucediendo y sentía como si cada pequeño retazo de información me abatía más fuerte que el anterior. Mis manos iban a mi cabeza, que intentaba luchar con el descomunal dolor que aún no se había disipado. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes del valle regresaban a mí, por lo que decidí enfocarme en observar lo que estaba a mi alrededor. Si la habitación de Anna tenía sus toques góticos y la de Jensen era minimalista, la de Lachlan recordaba la sobriedad del resto de la casa. El único elemento que la sacaba de la rutina de las paredes y columnas con empapelado de mármol blanco, era lo que parecía un amplio jacuzzi a unos pocos pasos de la cama. El teléfono vibrando sobre la mesa de noche me hizo percatarme de las tres llamadas perdidas de Anna y el texto de Jensen: Lizzy, no salgan de la casa. Sam y yo ya vamos en camino. Helena y Anna están con Erick. Estamos en peligro. Leía su mensaje. ¿En peligro de qué? De la forma en la que yo lo veía, el único peligro para mí y mi hermano eran todos los que estaban a nuestro alrededor. Jensen y Anna eran dos vampiros y se negaban a decirme quién había sido mi atacante en el bosque. Helena podía lanzar a personas en el aire con la misma facilidad con la que se tomaba un vaso de agua y Lachlan y Sam eran un continuo acertijo para mí. ¿De verdad podía confiar en aquellos seres? Hasta donde yo sabía, tenía una cicatriz en mi hombro que proclamaba todo lo contrario. Me puse de pie como pude y me dispuse a salir de aquel lugar, pero antes de que pudiera traspasar el umbral de la puerta, Lachlan apareció con la taza de té en sus manos. —No vas a ir a ningún lado —me dijo interponiéndose en mi camino. —Sal del medio, Connan Lachlan —le hablé amenazante. Mi cara de pocos amigos lo hizo ladear la cabeza y sonreírme con una mueca picaresca. Parecía que él disfrutaba verme molesta. —No hasta que Sam y Jensen estén aquí —negó y me estrechó la taza—. ¿Un té para que te relajes?
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