Capítulo 19: Luna Llena

2454 Words
Al caer la tarde, Anna pasó a por Kat y por mí para ir a su casa en nuestro intento de escoger un vestido decente para la mascarada a la que debíamos asistir en la noche. La rubia se probó cerca de media docena de galas pero al final eligió uno de color oro pálido que le favorecía mucho a sus ojos y su color de cabello. Anna había apartado el suyo; uno verde esmeralda que rezaba con su máscara adornada con plumas de pavo real. —Entonces supongo que ustedes ya tienen sus citas para esta noche —hablaba Kat intentando buscar un vestido que se ajustara a mi complexión. Ella simplemente no podía escoger el primero que veía, sino que tenía que revisarlo todo. —Sí —asentí con una mueca burlona—. Nuestros hermanos. Kat se quedó boquiabierta y nos dirigió una mirada atrevida. —Interesante —sonrió—. Finalmente intercambiaron hermanos como creí. El disgusto en mi cara fue suficiente para que las tres estalláramos en risas que hicieron que Jensen pidiera permiso para entrar en el clóset de la habitación de Anna. —Eres bienvenida a quedarte con nosotros, Kat —invitó el rubio—, pero si queremos llegar a tiempo, tendremos que comenzar a prepararnos de inmediato. Y, Lizzy, Erick pasará por ti cuando estés lista. Nos iremos todos juntos de aquí. Katherine rechazó la propuesta con gracia, como todo lo que ella hacía, y nos dijo que la encontraríamos en la recepción escoltada por Mason, el chico con quien había estado pasando una considerable cantidad de tiempo en los últimos tiempos, muy a pesar de Dylan. —Y ve con el rojo —me dijo antes de marcharse apuntando a la pila de vestidos que había sacado del clóset y que estaban regados por toda la habitación. Anna asintió y comenzó a arreglarse. —Al menos Erick puede estar en la misma habitación que yo sin temerme —comentó ella—. Creo que eso ya es un avance. —¿Eres igual que Jensen que lee los pensamientos de otras personas? —pregunté asombrada. —No, eso solo él lo puede hacer —respondió un poco resentida. —Entonces ¿cuáles son tus “habilidades especiales”? —pregunté un poco más interesada en el tema mientras pedía su ayuda para colarme en el vestido rojo de ceñido talle. —Expresiones, Lizzy. No somos X-MEN como para tener habilidades especiales —rió ella con su natural ironía—. Pero respondiendo a tu pregunta, en mi caso, se magnificaron todos los sentidos. Puedo ver, escuchar y oler mucho mejor que cualquier otro vampiro —explicó muy orgullosa de sí misma. —Fue por eso entonces que eras la mejor asesina. Eres prácticamente una máquina de rastreo. ¿Por qué se desarrollan esos poderes en todo caso? —pregunté ya comenzando con el maquillaje. —Cuando una persona se convierte en un neófito, o sea, un nuevo vampiro, las emociones se hacen mayores. Todo en ti se magnifica, ya sea lo bueno o lo malo. De allí nacen las llamadas "expresiones" que en realidad son la proyección de tus sentidos como humanos —me explicaba con completo pragmatismo. —¿Y pueden hacer uso de esos poderes con todo el que está a su alrededor? —pregunté curiosa pues pensaba que sería muy complicado leer los pensamientos de cada una de las gentes a tu alrededor al mismo tiempo. —No. Solo con los humanos que marcamos —su respuesta no me iluminó en lo más mínimo—. Marcamos a una persona cuando tomamos su mano, de esa forma pedimos su permiso. Si la persona acepta, tenemos vía libre a su casa y hasta su mente. Los vampiros más viejos y poderosos pueden entrar en tu vida con un solo toque de sus dedos, así sea mediante unas palmaditas en tu espalda. Es por ello que Alex entraba en tu mente y en la de tu hermano; ustedes le dieron permiso en el funeral de su madre cuando solo eran niños. Me asombró lo vulnerables e ingenuos que éramos nosotros los humanos con respecto a los seres sobrenaturales. Pensé que sería fascinante escuchar la historia de su conversión alguna vez y, además me debía una explicación por aquel día que intentó alimentarse de mí en la cena de Acción de Gracias en su casa, así que le pedí que me explicara más a detalle su historia. Respiró profundamente y entonces comenzó: —Nací el 28 de marzo de 1902. Vivía con mis padres en una pequeña granja en la antigua Chechenia. Mi padre era un modesto campesino y no teníamos mucho más que un poco de ganado y una pequeña parcela de tierra. Por esa zona rodaban siempre los lobos y no eran raras las muertes y desapariciones. Los aldeanos siempre culpaban a las manadas que por allí cerca existían, incluso muchos decían que había hombres lobo en los bosques de las montañas y los culpaban a ellos, pero estaban equivocados. La verdadera asesina, sin embargo, era Alex. «La noche del 23 de febrero de 1919 me desperté exaltada. Escuché unos ruidos que venían de la habitación de mi hermano y cuando fui a comprobar lo que había escuchado lo vi totalmente desmembrado sobre su cama, así mismo estaban mis padres y mi hermana menor. Asustada, salí corriendo de la casa y me interné en el bosque. Allí me encontraron los lobos y arremetieron contra mí porque la sangre en mis ropas se olía a kilómetros. Alex apareció tras un árbol. Peleó y mató a tres de ellos, pero un rugido aún mayor se alzó entre los árboles y todos los animales se alejaron corriendo. Era un hombre lobo. Estaba erguido sobre sus piernas traseras, ostentaba una gran musculatura y los grandes dientes sobresalían de su boca. Era el doble de grande que Alex pero esta igual lo enfrentó y lo derrotó rompiéndole la columna. Lo vi transformarse en humano después que yacía muerto en el suelo del bosque; era el joven con el cual yo estaba prometida para casarme. «Alex se aprovechó de que yo lo conocía y me aseguro que él había sido el asesino de mi familia. Yo le creí y como estaba al borde de la muerte por las mordidas de los lobos del bosque, acepté que Alex me convirtiera. Estuve tres años con ella, me enseñó como matar, como rastrear y me perfeccionó como una asesina incluso mejor que ella. Entre las dos provocamos la Matanza de Znojmo cuando solo era una neófita; pero poco tiempo después Jensen (o mejor dicho, James, en aquellos tiempos), nos encontró y me hizo darme cuenta de la realidad. «Pasaron años… décadas antes de que pudiera acercarme a un humano sin que el deseo de asesinarlo me corroyera por dentro, pero luego de un gran esfuerzo de parte de Jensen, y sobre todo, la fuerza de voluntad para no matar, pude controlar mis impulsos. Aún así me afectan las rosas, los ríos y no me es permitido entrar a las iglesias —terminó. La historia de Anna era complicada, pero lo que más me llamaba la atención era aquella bestia que nuevamente aparecía en mi vida. A ella le había sucedió algo similar a mí; el ataque de un extraño animal en el bosque que resultó ser un hombre lobo. Analizando la situación y recordando todos los detalles del ataque, aquella noche había luna llena y Jensen me había asegurado que eso era humano así que era una posibilidad que esa cosa en el bosque fuera un hombre lobo. El próximo paso era averiguar quién era realmente. —Definitivamente no es un vampiro —habló Jensen detrás de mí haciéndome pegar un brinco en el asiento—. Los únicos en la ciudad somos mi hermana y yo —rió. —Odio eso —le dije poniéndome los aretes que Anna había dejado para mí. Era realmente incómodo tener a alguien escuchando los pensamientos distantes que colisionaban en mi cabeza. —Lachlan no es vampiro —añadió y su comentario vino acompañado por un tono un poco sarcástico. Efectivamente, mi cabeza se debatía constantemente entre Sam y Lachlan. Por momentos, solo pensaba en uno, y luego lo olvidaba para posar mi mente en el otro. Era terrible y nunca en mi vida había estado en una situación tan comprometedora. —Aparentemente tú eres el único que me comprendes, ya que hurga en mi mente sin permiso —hablé caminando hacia Jensen, quien se arreglaba la corbata esmeralda observando su reflejo en el espejo—. Solo dime algo: si alguno de ellos fuera a herirme y tú lo superas, no dejarías que lo hicieran ¿no es cierto? —lo presioné tomándolo de un brazo. Los ojos del rubio se clavaron en mí y me intimidaron por un momento, pero luego me respondió con una gran dulzura y paciencia. —Los mataría a los dos antes de que eso sucediera. ¿Confiarías en mí si te digo que ambos realmente te quieren por encima de todas las cosas? —¿Lachlan y Sam? ¿Acaso ambos sentían lo mismo que yo? —Lo hacen —asintió Jensen colocando sus frías manos sobre mis hombros desnudos—. Pero solo puedes tener a uno, Lizzy. Helena pasó fuera de la habitación de Anna arrastrando la cola de su vestido de tul azul marino. Sus ojos se detuvieron en mí por un instante y en mi cabeza solo vi el rostro de Sam frente a mí robándome el aliento. Me aferré a Jensen, quien sintió mi conmoción e intentó calmarme. —¿Qué demonios…? —Brujas —musitó Jensen—. Las odio a todas. —¿Y por qué ella vive en esta casa? —me atreví a cuestionar. No era un secreto para nadie que entre Helena y yo no había muy buena sangre desde la primera vez que mencioné el nombre de Sam frente a ella, pero no comprendía por qué Jensen le permitía vivir en su casa si no confiaba en las de su clase. —Necesitamos protección, Elizabeth, y ella es lo suficientemente poderosa como para mantenernos ocultos a todos —respondió de forma escueta. —Nunca vas a decirme lo que ellos son, ¿no es cierto? —presioné, pero solo me llevé una sonrisa de su parte. Cuando Jensen me sonreía, sus ojos brillaban con toda la sabiduría de su edad. Volvía a ser una niña pequeña entre sus brazos y bajo su mirada. —Pero ya tú lo sabes —habló haciendo que un peso cayera sobre mi pecho—. Muy dentro de ti sabes todo. Incluso ya tomaste una decisión al respecto, aunque no lo quieras aceptar —dijo tocando mi corazón y dando dos toques pequeños sobre mi vestido, se alejó—. Y ahora termina de arreglarte. Erick acaba de entrar en la casa en estos instantes —sonrió. Sus habilidades eran definitivamente fuera de este mundo y él disfrutaba mi asombro cada vez que ostentaba su poder frente a mí. Anna salió del tocador y me ayudó con los detalles finales. La máscara de encaje n***o sobre mi rostro hacía que mi piel se viera aún más pálida; los ojos grises, vivos, y los labios de un intenso carmesí, resaltaban todo rubor en mis mejillas. —Pareces una pequeña muñeca de porcelana —sonrió Anna apoyando su rostro sobre mi hombro y mirándose en el espejo. —Y eso es exactamente lo que no soy —hablé levantando una ceja. Comenzaba a verme a mí misma mucho más segura de quién realmente. Sabía perfectamente lo que quería y tenía mis prioridades claras. Bajé las escaleras detrás de Anna y tomé la mano de mi hermano, quien me esperaba con una corbata a juego con mi traje carmesí de satén. —Los mellizos Shendfield listos para causar caos —sonrió Anna tomando la mano de Jensen, quien llevaba una sencilla máscara dorada. Helena esperaba junto a la puerta con los brazos cruzados. Por su rostro fruncido al verme, parecía molesta por alguna razón. Lachlan y Sam salieron del despacho al aviso de Jensen de que ya estábamos listos para partir. El de tez morena llevaba un saco sobre un abrigo n***o cuello de tortuga y una fina cadena de plata cayendo sobre su pecho. Tenía una máscara negra que solo resaltaba sus extraños ojos jade. Sam, por otro lado, llevaba una camisa negra abierta bajo el saco y se negaba a usar una corbata. La máscara figuraba sobre su cabello, que estaba alisado hacia atrás y solo la deslizó sobre sus ojos cuando me miró con sus penetrantes ojos verdes. La imagen del ataque de aquel ser en el bosque regresó a mi cabeza al ver sus ojos y me tambaleé en el lugar. Jensen apoyó sus manos en mi espalda para evitar que cayera mientras Sam salió de la habitación a marcha forzada dejando a todos atrás. —Erick, ¿puedes llevar a Anna al auto? Nos reuniremos con ustedes en un minuto —pidió Jensen, pero ante la duda que hizo que mi hermano se paralizara, la de los cabellos castaño tomó su mano y lo sacó afuera, guiándolo como un niño pequeño. A pesar de que yo no podía articular una palabra siquiera, el hombre sabía que no quería que mi hermano estuviera solo en aquella fiesta. Erick solo confiaba en Jensen y aún temía estar cerca de Anna. Estaba en un dilema entre quedarse conmigo o ir con mi hermano. —Quédate con ella, Lachlan —le dijo Jensen al chico que en seguida me tomó de las manos y me ayudó a sentarme en el suelo—. Iré con Erick —asintió él. Por una vez, era útil tener a alguien en mi cabeza. —Lizzy, ¿qué sucede? —preguntaba Lachlan al ver que llevaba la mano a mi pecho como si no pudiera respirar. Los recuerdos del ataque animal regresaban a mi cabeza y no podía dejar de sentir todo el dolor que sufrí aquella noche. Incluso si Lachlan intentaba calmarme escondiéndome en su pecho y susurrando que me tranquilizaba en mis oídos, fue imposible dejar de llorar y escapar un intenso grito de dolor cuando sentí mi carne abrirse al revivir la herida de la garra de ese ser sobre mi hombro. —¡Lizzy, por favor! ¡No esta noche! —me decía el muchacho rompiendo el vestido con sus manos, sobre el hombro y la espalda donde la cicatriz parecía hervir en mi piel. En el cristal de la mesa de centro, la luna llena se reflejaba a la perfección.
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