Capítulo 18: Vampiros

1738 Words
Nunca en mi vida entera me había sentido más rara y fuera de lugar. Desde el día en el que Jensen me confesó lo que realmente eran él y Anna, me sentía más intimidada por todo y por todos a mi alrededor. No había duda que las criaturas sobrenaturales eran parte de Valley City y que cada uno de ellos era parte de un secreto que era mucho mayor de lo que yo imaginaba o se escapaba de lo entendimiento por completo. No sabía hasta qué punto Helena, Lachlan y Sam eran tan iguales a los hermanos Amell, que de más está decir, no eran hermanos consanguíneos en lo absoluto. Erick lo sabía todo también y estaba completamente aterrado de ello, quizás más de lo que yo misma pudiera estarlo. Comprendía sus pesadillas pasadas y recordaba a la perfección cada una de ellas, hilándolas en lo que ahora parecía una línea recta escondida debajo de nuestras propias narices. Mi hermano estaba tan nervioso que evitaba todo roce con cualquier persona que entrara en su espacio y en la escuela se mantenía aislado, incluso de los mismos chicos del equipo de fútbol. Comenzaba a perder la cabeza y sentía que solo me tenía a mí para calmar sus temores y aclarar parte de sus dudas. Solo se recompuso cuando Jensen prometió explicarle todo y poco a poco se veía como iba asimilando la realidad con lentitud y dependiendo del vampiro completamente, de quién no se fiaba del todo, pero funcionaba como su única opción. Yo, por otra parte, lejos de estar intimidada por ellos, sabía con certeza que esa cosa en el bosque era humana. Descarté a Helena de inmediato por su demostración de poder la noche del fugaz ataque de Anna. Ella no era parecida a los Amell y definitivamente no perecía ser el ser que me atacó en el bosque. Una bruja, quizás... aunque con las tantas leyendas de Valley City tampoco se podía dejar de lado a las temidas sirenas. En aquellos momentos si alguien me juraba que existían los dragones me parecería de lo más posible y mi mente estaba tan atolondrada que no podía siquiera pensar con objetividad. Lo único que me calmaría sería saciar mi avidez de encontrar todas las respuestas a las interrogantes que saltaban como banderas rojas dentro de mí, por lo que me centré en descubrir cuál de los dos chicos restantes había sido. ¿Lachlan o Sam? Todo siempre se resumía a aquella pregunta desde que los había conocido a los dos... ¿Sam o Lachlan? Intenté seguirle la pista al bizarro ser a través de los años y las historias folclóricas de Dakota del Norte, pero no encontré nada referente a otra cosa que no fueran típicos ataques animales a personas de no muy buena calaña que se internaban en el valle. A decir verdad, no sé si fue porque no había nada documentado acerca de ese animal o porque no quería saber en realidad quién era esa persona. Me guío más por la segunda opción. Mi relación con Anna no era igual. Era hasta cierto punto, fría. La chica también había intentado mantener sus distancias y darnos el espacio que mi hermano y yo necesitábamos, aunque siempre estaba al tanto de Erick y con su sola mirada se disculpaba repetidas veces conmigo entre los pasillos y los turnos de clase. Recuerdo una discusión entre ella y Jensen un día que hubo en la escuela una reunión del consejo de padres para la mascarada que se haría con el objetivo de donar fondos al orfanato de Black Lake. Ella le reclamaba. Le decía que no tenía ningún derecho a revelar su secreto, que por ese motivo había perdido la única amiga que tenía. En parte tenía mucha razón, Anna había perdido su única amiga, pero yo también. Decidí armarme de valor entonces y enfrentar su condición como mismo lo había hecho con Jensen. Mi respeto hacia él no había disminuido, tampoco debía hacerlo entonces mi cariño hacia Anna. —Necesito hablar contigo —le dije una semana antes de la mascarada mientras salíamos de una de las clases de Literatura Inglesa. —Prometo que no me acercaré más a ti o a tu hermano —se precipitó. Mis intenciones no eran de reprenderla o herirla más de lo que ya estaba—. Y lo siento mucho, Elizabeth… —No es sobre eso —la interrumpí bruscamente—. Necesitamos tiempo, Anna. Ambos lo hacemos, pero Erick necesita mucho más espacio que yo. Yo puedo lidiar con esto, pero tengo mil preguntas y siento que apenas estoy recorriendo la punta del iceberg. —Sé que es demasiado para procesar, Lizzy… Elizabeth —estaba tan a la defensiva que era incluso doloroso de ver como ella misma se apartaba—. A estas alturas deberías saber que ustedes me importan… Que Erick me importa… —Lo sé —asentí—. Tú también le importabas a él. —Tiempo pasado —frunció el rostro. Había mucho más dolor en su voz cuando hablaba de mi hermano y en parte me reconfortaba saber que ella podía sentir algo más por él. Algo dentro de mí me decía que Anna nunca iría en su contra justamente por aquellos sentimientos que comenzaban a aflorar. —Él lo está intentando al menos. Jensen ha ayudado a aclarar mucho y Erick siempre tarda en reaccionar ante cualquier estímulo exterior, pero sé que te aceptará. De hecho, creo que es incluso mejor para él saber que nuestras pesadillas tenían una razón de ser. Ya dábamos por sentado que estábamos mal de la cabeza —reí para aligerar las tensiones. Estábamos sentadas en el patio de la escuela en nuestro período libre. —En cierto modo, lo están —dijo ella—. Nadie habla con un vampiro bajo el sol de un mediodía y vive para contarlo. Comenzaba a sonar como la Anna que conocía. —¡Exactamente! Y sobre eso, ¿cómo es que ustedes son completamente diferentes a lo que está escrito? ¿Por qué pueden caminar en el sol? —En primer lugar —dijo levantando un dedo en el aire—, nunca creas nada escrito sobre vampiros u otros seres, porque todo es mentira. Y caminamos en el sol gracias a reliquias que nos hizo Helena —continuó enseñándome el anillo de plata en su índice—. Solo una bruja puede hacerlas. —¿Helena es una bruja? —intenté confirmar y su graciosa respuesta no pudo ser más bienvenida para ayudarme a creer que estábamos de vuelta en los viejos tiempos donde solo éramos dos amigas conversando. —Lo es —asintió y riendo, continuó—. En todos los sentidos de la palabra, si entiendes lo que digo... —¿Entonces hay más como ustedes? —Hay mucho más que solo vampiros, Lizzy, pero nosotros, de alguna que otra forma, ni siquiera somos los peores de los creados por los dioses —habló bajando la mirada—. Esto es una maldición; una que no todos pueden soportar. Que viene acompañada de locura y nos convierte en bestias. De todos los vampiros que he conocido, el único que mantiene su humanidad intacta es Jensen. —Me dijo que las rosas no le afectan porque nunca ha matado a un ser humano. Ni siquiera incluso cuando se convirtió —recordé. —Nada le afecta —me corrigió—. James es de los vampiros más antiguos que he visto, y mientras más años, más poder. El truco radica que es impensable no tomar una vida humana en doscientos años —explicaba. —¿Qué otras cosas afectan a un vampiro? —continuaba yo. A ella le estaba preguntando todo aquello que me había quedado debiendo mi entrevista con Jensen. —Todo lo natural —río—. Incluso el agua de los lagos nos debilita. Por eso fue que no te escuché aquella noche cuando… —se limitó a no decirme quién había sido. —¿Por qué no pueden decirme? —mi obstinación rayaba el berrinche. Era como si hubiera una gran barrera en aquel tema y estuviera vedado por todos ellos. Ninguno me iba a contar la verdad y aunque ya solo se había reducido la ecuación a dos personas, no podía estar más confundida mientras elegía cuál de los dos podría ser aquella criatura deforme que había herido mi brazo en un intento de destrozarme en el bosque. —No es mi secreto —habló poniéndose de pie—. Pero podemos hablar mucho más esta tarde en mi casa si te interesa llevar un vestido de calidad al baile benéfico. Esa era la forma correcta de enfrentarme a mis miedos y así, de frente y sin debilidad de ningún tipo, era como lo haría desde ese momento en adelante. Regresé a casa luego de terminar las clases y encontré a Jensen en la sala. Me sorprendió su visita y no pude disimularlo muy bien, así que pregunté con audacia y singular interés qué hacía allí. Veronica se asomó desde la cocina con dos tazas de té. —Desde que Jensen y Anna se mudaron a Valley City se han convertido en una de las familias más caritativas en todas las obras de beneficencia —me explicó la de alborotado cabello crespo. —De todas formas ya me iba —dijo poniéndose en pie y dirigiéndose a la puerta—. Por cierto, quería darte las gracias por entender a mi hermanita. Estaba un poco deshecha desde la última vez que hablamos y Erick lo está haciendo de maravilla —terminó y luego se dirigió hacia la puerta. —Jensen —le llamé antes de que saliera al porche—. Sé que los que han pasado los veinte años no les gusta mucho esta frase, pero, feliz cumpleaños —le dije, pues era 7 de noviembre. Él solo sonrió y bajó la mirada. Lo tomó como una broma puesto que él no envejecía y luego se marchó. —Su familia ha sido una de las pocas cosas maravillosas que le ha sucedido a esta ciudad en los últimos años —sentenció Vero cuando el chico se hubo marchado y después se retiró a la cocina a continuar con los preparativos de la cena adelantada antes de la mascarada. La realidad estaba muy distante de ser así, pero Anna y Jensen eran de los buenos.
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