GENEVIEVE
—Sí, señora…
Estaba excitada y necesitaba que una de ellas me diera el subidón que tan desesperadamente ansiaba.
Sentí las pequeñas manos de Katherine contra mis nalgas, masajeando la piel dolorida y cada aliento que respiraba me bañaba el cuello y la oreja.
—Qué bonito, Genevieve—, me arrulló. —Solo con este culo podría poner de rodillas a un ejército de hombres.
Sentí sus dedos, recorrer mi raja como fantasmas, siguiendo la línea, pero sin profundizar hasta que, entonces, los sentí recorrer mis pliegues y no pude evitar un grito ahogado.
—Está tan mojada, Dominic—, dijo Katherine asombrada.
Él gruñó, pero luego rió entre dientes y se acercó:
—Normalmente lo está. Está muy necesitada y muy receptiva.
—¿Es eso cierto, Genevieve? ¿Eres una zorrita tonta y necesitada, dese
