GENEVIEVE
Me ayudó a subir al coche y esta vez tuve cuidado de no hacerle una seña.
Sentí que me había esforzado demasiado y que tenía que bajar un poco el tono, pero eso iba a ser difícil cuando me rozó el muslo con el meñique por encima del vestido mientras volvía a coger la palanca de cambios.
—¿Adónde vamos, señor?—, le pregunté, tratando de olvidarme del roce involuntario.
Estaba estudiando su cara para ver si podía captar alguna emoción y, de momento, estaba demostrando tener una mala cara de póquer.
Me miró a los ojos después de dejar que recorrieran mi cuerpo y vi que sus pupilas se dilataban:
—Un lugar exclusivo. Solo lo conoce un puñado de gente.
La idea de que me introdujera en su mundo me excitó y apreté los muslos al sentir el cosquilleo que se disparaba hasta mi interi
