—Señorita Emilia, llegaron los reportes que solicito.
—Gracias.
Emilia espero a que cada página se descargara en su computadora, un poco de ansiedad y un poco de nervios, pero sobre todo se sentía como una tonta, la más tonta de todas.
El teléfono sobre su escritorio empezó a sonar y el identificador de llamadas le dejó ver quien quería contactarse con ella.
—Patricia —saludo simple y calurosamente.
—Dime que es mentira.
—¿Qué sucede? —Por un momento las manos de Emilia sudaron de nervios.
¿Por qué estas nerviosa tonta? si tu no has hecho nada malo.
—Emilia, entiendo que quieras... Que quieras saber de mi hijo, pero...
—Es que yo... sabes que tengo que revisar todos los gastos de la empresa y...
—Ven a mi oficina.
Sin más que decir Patricia colgó la llamada y Emilia se golpeó la frente con algo de fuerza, había sido una tonta por pedir lo que había pedido, por hacer lo que había hecho. Tomó su tablet y su teléfono, le dio un par de indicaciones a su asistente Antonia y tomó el ascensor rumbo a la oficina de su jefa.
Cuando las puertas de este se abrieron le dejaron ver esa figura masculina que aunque se le marcaban unos cuantos años, seguía siendo un hombre atractivo y elegante.
—Emmanuel, buen día —saludo simple.
—Emilia —él tampoco dijo mucho más.
—Yo...
—No es necesario que me hables sobre nada.
—¿Por qué?
Emilia entró al ascensor junto a Emmanuel y se atrevió a hacer esa pregunta, era directa, corta y simple, una pregunta que en otro momento no se hubiese atrevido a hacer. Una pregunta que la siempre sumisa y noble Emilia no habría hecho, pero Emilia tenía que cambiar poco a poco.
La vida le había demostrado con un golpe certero y doloroso, que aún no lograba sacar del todo y ese golpe era el que le estaba diciendo a gritos que tenía que dejar de ser tan dócil y buena.
—¿Qué?
—Usted no quería que yo...
—Lo que yo quiera o no quiera no es asunto tuyo Emilia.
—Me humillo delante de la mesa de directivos —tal vez un poco de dureza en su actuar no sería malo para Emilia.
—No te humille, solo defendí a mi hijo.
—Entonces supongo que cada uno tiene su punto de vista sobre lo que allí pasó —Emilia levantó su mentón y sus ojos se clavaron en la puerta del ascensor que seguía su camino. había estado intentando buscar la mirada del hombre, pero no la obtuvo nunca.
—Tal como con la boda, cada quién tiene un punto de vista.
—No hice nada más que amar y serle leal a su hijo.
—Y mi hijo jamás toma una decisión que dañe a los que ama —las palabras fueron más dolorosas de lo que Emmanuel pudo medir cuando las dijo.
Emilia se mordió con soberana fuerza los labios y soltó el aire contenido.
—Entonces —trago el grueso dolor que se acumulo en su garganta—, supongo que su hijo nunca me amo —justo en ese momento las puertas de la caja metálica se abrieron y Emilia salió primero en busca de la recepción para anunciarse frente a Susana.
—Te espera adentro —Susana ni siquiera levantó la mirada.
Algo que hizo que a Emilia se le pusieran los pelos de punta, ¿cómo podía esa chica saber tanto sin siquiera poner sus ojos en las cosas o personas?
—Gracias —la respuesta de Emilia fue sencilla.
Entró en la amplia y elegante oficina, sus ojos se pusieron un poco brillantes y se abrieron de emoción, no era la primera vez que estaba allí, pero es que simplemente cada vez que ella entraba en esa habitación sentía que su pecho se iba a estallar, admiraba que fuese una mujer la que ocupara aquel asiento y aquel importante cargo.
—Querida —Patricia que salía del baño, la saludo.
—Patricia, hola.
—¿Te gusta? —pregunto lo que era obvio.
—Lo siento —Emilia se sonrojo y bajo su mirada—. No era mi intención...
—Esta bien, todas debemos aspirar a esto. A ser la jefe y no la esposa que se queda en casa.
Emilia solo pudo sonreír con una mirada triste, ella estaba siendo la jefe de alguna manera, pero en definitiva ya no sería la esposa.
Patricia lo pudo notar enseguida y se disculpó.
—Patricia —la voz de Emmanuel interrumpió la ligereza de conversación que las dos mujeres estaban sosteniendo.
—Emmanuel —la voz de Patricia fue dura en respuesta.
Era obvio que desde la reunión esos dos seguían molestos, lo que más le avergonzaba a Emilia es que ya habían pasado casi dos meses desde ese incidente y no podía creer que siguieran así.
—Siéntate —le pidió Patricia a Emmanuel—, tu también querida mía.
Emilia tomó asiento y espero a lo que Patricia tenía por decirle.
—Me voy a tomar el atrevimiento de que Emmanuel escuche lo que tengo que decirte, Emilia, querida.
—Si —la chica solo se sonrojo aún más y apretó la tablet entre sus manos con dureza.
—Quiero que dejes de hacer eso —Patricia fue realmente firme y dura.
—¿Perdón? —Emilia se removió incómoda y confundida. Mientras que Emmanuel parecía más bien interesado en las particulares palabras de su esposa.
—Se lo que estás haciendo y eso no es sano para ti, considero que es momento de que sigas con tu vida.
—Patricia, yo...
—Se que era tu deber revisar las transacciones de las tarjetas de crédito corporativas y eso incluía la de Gabriel, pero ya no es tu trabajo, aunque tengas la potestad.
—¿Has estado revisando el historial de transacciones de mi hijo? —Emmanuel estaba bastante ofendido por la intromisión.
—Emmanuel —el llamado de Patricia fue una advertencia.
—Lo que sucede es que yo...
—Y para que te quede claro, esa tarjeta desde este momento será cancelada, así que aunque Gabriel intente usarla no podrá.
Emmanuel se puso de pie con una violencia que asustó a Emilia, la chica pego la tablet a su pecho con fuerza y casi se hizo más pequeña de lo que era.
—Yo no quería causar molestias.
—Sin embargo aquí estamos —Emmanuel dijo aquello mirando fijamente por la ventana.
—Solamente quería saber si estaba bien —la voz de Emilia sonó entrecortada, le estaba costando aceptar su error, solamente quería saber si podía encontrar algo que me dijera en dónde está y sí, sigo intentando encontrarlo en todas partes, sueño con que un día aparezca y me diga porqué lo hizo, y sigo esperando que venga a mi puerta y me diga que fue un error y así poder... Es que yo... —Emilia soltó todo el llanto contenido, todo esa presión que la había estado cargando y luego abrió sus ojos como si algo se hubiese iluminado en ella—. Espera, no puedes hacerle eso Patricia.
—Emilia, reacciona —la mujer parecía frustrada, como si estuviese perdiendo la guerra. Se rascaba la cabeza con violencia.
—No puedes cancelar su tarjeta. ¿Y si necesita algo? ¿Si algo le sucede? ¿Si tiene una emergencia? El no puede...
—¿De verdad conoces a mi hijo, Emilia? —Emmanuel preguntó con sobrada arrogancia—. ¿Lo conoces tanto que crees que el necesita una tarjeta corporativa para sobrevivir?
—¿O tal vez es tan ingenua que no sabe cuánto dinero tiene Gabriel en sus arcas? —Patricia salió a defender a la castaña.
Un bufido de Emmanuel fue todo lo que pudo aguantar Emilia.
—No me importa lo que piense de mi —ella se acercó al hombre tanto que realmente lo intimido—. Lo amé y lo amo, sigo amando a su maldito hijo tanto que me duele, me cuesta levantarme en las mañanas y abrir los ojos, lo amo tanto que no dejo de preguntarme qué hice mal, cuando se que no es mi culpa, lo amo tanto que miro el historial de esa tarjeta intentando buscar una pista que me diga donde está e ir tras sus pasos para que me de una respuesta, lo amo tanto que creo firmemente que sea lo que sea podremos estar juntos y eso...
—No puedes seguir pensando así, Emilia —Patricia claramente la estaba regañando—. Además debes dejar de lado lo que Emmanuel u otros piensen, aquí todos somos los suficientemente adultos para darnos cuenta que el error es de mi hijo y no tuyo, pero aparentemente solo yo puedo verlo.
—Patricia.
—¿Qué Emmanuel? ¡¿Qué?! —se exalto por completo—. Lo siento, pero no puedo ser esa mamá que ve a su hijo robando y lo encubre para que no vaya a prisión, jamás seré esa madre y lo sabes, toda mi vida me esmeré por criar a la mejor persona posible y aunque me duele que mi hijo se haya convertido en alguna clase de maldita paria y la zozobra de no saber como esta me consuma en las noches junto a ti en nuestra cama, tengo que aceptar la realidad.
—Por favor no... Esto es mi culpa —Emilia se puso de pie y tomó una bocanada de aire.
—No lo es, pero quiero que sigas con tu vida, ya no más Gabriel, de aquí en adelante será un asunto de nosotros como familia su paradero, su destino o su futuro.
Emilia miró fijamente a Patricia con los ojos completamente cristalizados, el dolor en su pecho la estaba ahogando, las manos temblaban y su labio inferior también, las piernas parecían perder fuerza, pero tal vez ese era el fuerte llamado que necesitaba para darse cuenta que debía seguir con su vida.
—Tomate el día, creo que así no puedes seguir trabajando —Patricia le ordenó.
Sin embargo Emilia solo levanto su rostro , miró al techo y dejo que las lágrimas volvieran a su lugar, nunca más fuera de sus ojos.
—Mi trabajo es mi prioridad ahora y esto no puede interferir en mis labores.