—Hija —Lorena se queda mirando el plato con el desayuno.
—Madre —Emilia tenía una sonrisa rozagante, traía entre sus manos la taza de café.
—El desayuno, de nuevo lo dejaste. Ni un bocado.
—Es que hoy pienso desayunar...
—Camino al trabajo, es la misma mentira siempre. No somos ciegos Emilia, has bajado mucho de peso.
—Madre, por favor no...
—Si sigues así, no me podré regresar a casa y tendré que ir a hablar con la señora Patricia sobre esto.
—¡No! —Emilia se lanzó sobre el plato y devoró los huevos y las tostadas. Muy en contra de su voluntad, la verdad es que la comida le sabía bastante amargo.
—¿Es acaso más importante tu trabajo que tu salud? —La pregunta fue desconcertante pero necesaria, tal vez era una alerta que Emilia necesitaba.
—No digas eso, yo solamente...
—Emilia, 4 meses, han pasado 4 meses y tú sigues esperando. ¿Cuánto más?
—Yo... —Emilia había estado viviendo casi un duelo y eso era algo que todos a su alrededor podrían ver.
Nadie, absolutamente nadie sabía nada sobre Gabriel, era como si se lo hubiese tragado la tierra, el tiempo seguía avanzando y Gabriel se había convertido más bien como en un mu3rto al que ahora solamente se recordaba, una imagen que cada día se hacía más difusa.
Para todos.
Patricia sabía que estaba vivo porque cada noche en su celular entraba un mensaje de texto bastante explícito.
"Sigo vivo"
¿Le preocupaba?
Por supuesto que sí, era su hijo, su amado hijo menor, un talento excepcional y logrando los mejores siempre los mejores resultados en todo lo que se proponía hacer, inteligente y hasta donde ella creía conocerlo, bueno.
Se suponía que su hijo era un ser muy bueno con todos.
Pero en ese momento, Patricia tenía que acudir a la cordura y la razón como siempre lo había hecho, el amor era un sentimiento que por lo general te dejaba tan ciego que era más fácil ver una realidad alterna y ella era una mujer dura, así que eso no era una opción. Trataba de ser justa con todos y con todo, así que si quería seguir siendo esa mujer de acero que no dejaba espacio para las injusticias, tendría que poner un alto a su hijo.
Mientras que para Emmanuel las cosas eran muy distintas, aunque él también recibía un mensaje cada noche, la angustia era una sensación que odiaba, anhelaba que llegara la noche para saber de su hijo, a diferencia de Patricia siempre lo respondía con otra pregunta, una que no era respondida.
"¿Estas bien?"
—Patricia —Emmanuel llamó a su esposa desde el baño.
—Emmanuel.
—No podemos seguir así.
—Emmanuel, se que es nuestro hijo pero esto...
—No sabemos porque paso.
—Pero aún así, Gabriel sabía perfectamente que podía contar con nosotros sin importar las razones. Si la quería o no, si cometió un error, una infidelidad, lo que fuese.
—¿Y si es más grande que él?
—Pero jamás sería más grande que nosotros como familia. Lo hemos superado todo y él lo sabe.
Patricia no estaba dispuesta a justificar la falta de Gabriel, no había razones, no lo concebia. Y Emmanuel tuvo que tragarse sus palabras porque sabía que eso era cierto.
Muchas cosas les habían sucedido y ellos las habían superado juntos, los 4 como familia.
—Quieres verlo como el malo —dijo en un desesperado intento por defender lo indefendible.
—Lo veo como él decidió mostrarse. Si existe alguna otra realidad, alguna otra circunstancia, debió ser él quien se quedará a dar la cara, pero se fue y solo sabemos que sigue respirando.
—Lo estoy buscando.
—Igual que yo.
—Pero nadie lo encuentra.
—Es como si se lo hubiese tragado la tierra —Patricia soltó, un poco más resignada, un poco más humana en realidad—. ¿Y si Emilia tiene razón, si algo le sucedió?
Patricia era una mujer fuerte, pero aún con toda la fuerza que podía mostrar, su esposo era ese refugio que había tenido toda la vida y él la conocía muy bien. Ella podía mostrarse débil y blanda solo frente a Emmanuel y tenía que admitir que el miedo a veces le ganaba por mucho.
—Todo va a estar bien, va a regresar pronto, cuando su mente esté en claro o cuando sus problemas se hayan ido —tal vez era una mentira de Emmanuel, pero prefería decirse eso a no decir nada.
Mientras que ellos tenían un momento de paz, para Emilia todo se estaba volviendo un infierno, lentamente.
Desde ese primer día que había recibido flores, el remitente no paro. Cada día recibía flores y más flores.
4 meses en los que las flores llegaron cada día, el mismo día, todas de una florería diferente, todas con el mismo mensaje. Cada flor le recordaba ese labial rojo corrido por sus mejillas, su histeria, un desmayo y la boda fallida.
Y todas las flores iban a parar al bote de basura.
Su madre se fue esa mañana luego de verla comer un platillo completo, con la promesa de volver pocos días después para seguir cuidando de su alimentación, no era fácil para ella, pero tenía que hacerlo y tenía que dejar que su madre siguiera con su vida.
Sin embargo esa noche al regresar a casa la nota venía un poco distinta.
"No es roja la sangre que se derrama por venganza, es más bien dulce"
Detrás de la tarjeta venía una dirección.
¿Tenía que ir?
¿Qué había allí?
¿Qué le querían decir?
¿Era de Gabriel?
Imposible.
No sabía qué esperar, eran cerca de las 8 de la noche cuando lanzó las flores a la basura con el jarrón incluido, se cambió de ropa por algo más urbano sin dejar de ser elegante, la blusa transparente, el pantalón ajustado a sus piernas y caderas, las botas altas y nuevamente los labios rojos.
Podía decirle a su conductor que la llevará hasta el lugar, pero sin saber a dónde se dirigía no quería pasar vergüenzas, así que tomó un taxi y decidió ir por su propia cuenta.
Parecía que su seguridad no era importante, pero fueron más grandes las ganas de saber de qué se trataba todo y la curiosidad o más bien la esperanza de creer que se trataba de Gabriel, de alguna manera quería creer que se trataba de él.
Simplemente era más grande la ilusión y la esperanza que se quedaba en su corazón por saber que podría tratarse de Gabriel.
Aunque eso carecía de toda lógica.
—¿Cuánto le debo?
—12 dólares —le pareció una cifra exorbitante, pero llevaba mucho tiempo sin usar el transporte público, así que no se molestó demasiado en refutar la tarifa cobrada.
Cuando Emilia se bajó del auto amarillo, no daba crédito a lo que sus ojos veían.
Era un club nocturno, las personas ebrias entraban y salían de allí, mujeres de diferentes edades, pero todas muy elegantes.
Muchas faldas cortas y lentejuelas, maquillajes perfectos y se dio un ligero abrazo al recordar que su blusa era un poco transparente.
"Entra"
Su celular vibro en su mano y en su pantalla se vio el mensaje.
¿El remitente? —Desconocido.
Intentó regresar la llamada, pero enviaba a buzón directamente, eso solo significaba que la línea ya había sido descartada.
Sus pasos se hicieron tímidos y lentos, se paró frente al grande guardia que cubría la puerta y dejaba o no entrar a la gente, el hombre la miró fijamente y le dio una sonrisa sencilla, se movió con ligereza y descolgó la barrera que le prohibía la entrada a las demás personas.
—Gracias —susurró Emilia.
Sus ojos parecían desorbitados y miraba con extrañeza cada cosa que veía.
Ella nunca había sido una chica de clubes o discotecas, siempre había estado muy muy concentrada en sus estudios, en su carrera profesional, en ser la mejor en todo lo que se proponía, porque sabía que a ella por venir de donde venía todo le costaría el doble.
La música era de un ritmo contagioso, casi candente y sensual.
La temperatura del lugar también lo era, un calor extraño que no era sofocante, un calor que solo sentía cuando estaba a solas con Gabriel. Un calor que ahora se había convertido en frío.
El aroma del lugar era penetrante, fuerte, pretencioso y elegante, casi parecido a Gabriel.
"Sacatelo ya de la cabeza"
Pero era imposible, ese hombre le había dejado una marca enorme en medio del pecho, en el cuerpo, en la vida.
"Sube"
Otro mensaje, otro número, tal como ella pensó, todo número descartables.
¿Quién estaba detrás de todo eso?
Busco las escaleras y miró hacia arriba antes de subir por completo, quería saber hacia donde se dirigía.
Y el lujo al que estaba acostumbrada por su tiempo junto a Gabriel se vio reflejado en la opulencia de esa zona VIP, aunque sus ojos captaron varias indecencias en los que estaban allí acomodados, se acercó a la barra y sin ordenar nada le entregaron un coctel de color rojo.
—No, gracias, no bebo.
—Es una orden —dijo la chica que estaba detrás de la barra.
—Pero yo...
—No tienes que beberlo, solo debes recibirlo.
Era lógico, Emilia tomó entre manos la bebida y se sentó en uno de esos altos y elegantes taburetes, miró a su alrededor y no había nada, reviso su celular y tampoco habían mensajes.
¿Qué haces aquí?
¿Qué esperas?
Las preguntas incómodas no dejaban de atacar su cabeza.
—Tus piernas son más seductoras de lo que creía —esa voz no la conocía, le dio un poco de miedo quitar sus ojos del cóctel que traía entre manos.
—Usted...
—Las flores, sí —guardó silencio, pero se acercó a Emilia, el olor la embriagó al punto de confundirla, era... masculino por decir lo menos—. Los mensajes también.
Las palabras del hombre fueron lentas, elegantes, su voz ronca y masculina, algo estaba pasando en Emilia, algo que solo le pasaba con Gabriel.
Levantó los ojos rápidamente y entonces quedó impresionada, absorta, muda e incrédula.
—¿A quién esperabas ver? ¿Al caballero de armadura dorada?
—Pero tú... tú... eres...
—Sí, el caballero con la armadura negra.
Los ojos del hombre brillaban, ardían en fuego más bien. Tomó entre sus manos el cóctel de Emilia y lo bebió de un solo golpe, lo dejó sobre la barra y entonces extendió sus brazos a lado y lado de la chica que estaba muda y nerviosa. Ella lo conocía bien, sólo de fotografías, sabía su nombre completo, sabía quién era y lo que significaba.
—Entonces, seguirás esperando o te vas conmigo —se enderezo y le extendió la mano esperando una respuesta de Emilia.