8. DEL DESEO AL ODIO.

2195 Words
Emilia se fue a casa, con una sensación extraña entre su pecho, una sonrisa pintada en su cara y las piernas temblando. Todo había sido confuso, pero agradable, ver a las mujeres le recordó que ella era una y que llevaba muchos meses sin darse placer, el que antes le daba Gabriel. Cuando abrió la puerta de su casa, había un solo clavel sobre la mesa, esta vez no se trataba de un jarrón lleno de ellos, solo uno y aunque quiso lanzarlo a la basura, simplemente no pudo. Lo tomo entre sus manos y lo olió, casi sentía que podía oler a Alfredo allí. Sin embargo dejó aquella flor sobre la mesa y se fue a su habitación, tomo una ducha rápida y se colocó solamente el albornoz sobre su delicado cuerpo, se sentó en la cama y cerró los ojos. Su primer pensamiento fue Gabriel, por extraño que pareciera, si, pensó en el cuando encendió aquel vibrador y es que había sido él mismo quién se lo había regalado por su primer aniversario, lo usaron muchas veces juntos y sobre todo con el objetivo de llenarla a ella de placer. Por lo general Gabriel se sentaba frente a ella mientras sus piernas y manos estaban atadas y quedaba completamente inmovilizada, él mismo era quien introducía la pesada y fría pieza en la humedad de Emilia y se paraba varios pasos atrás con el fin único de observar a su novia retorciéndose de placer. La mente de Emilia estaba nublada por las ganas, por los recuerdos de gabriel y de lo que había visto esa noche, por el olor fresco de la masculinidad de Alfredo en aún en su nariz, por todo el caos que era su vida ahora. Las vibraciones parecía sentirlas en su cerebro también, porque simplemente dejo de pensar, solamente se dedicó a sentir y consentir sus deseos, quería más, necesitaba más, su mano derecha sostenía el vibrador mientras que con su mano izquierda apretaba y jugaba con sus pez0nes. Su mente estaba encendida, completamente perdida en el placer. Con un poco de habilidad dejó que uno de sus dedos presionara el clít0ris y entonces apretó sus piernas con fuerza porque estaba descontrolada en placer. Su mente viajaba de Gabriel observándola morbosamente a Alfredo que parecía disfrutar sensualmente de ella. Y sin duda el placer que esas dos mujeres estaban teniendo entre sí también llegaba a su mente, el orgasmo estaba por alcanzarla y entonces sus labios parecían pedirlo. Alfredo. El beso había sido suave, delicado, muy delicado para un hombre de aspecto tan rudo como él, pero sobre todo se había sentido bien, demasiado bien. Diferente a los besos que se daba con Gabriel. Que sí, a veces podían ser monótonos. Poco a poco sus piernas empezaron a temblar más y más y entonces en su pelvis parecía que estallaba pólvora. Su cuerpo se tensó por completo, sus ojos los cerró y los apretó con una fuerza basta y entonces el orgamso arraso con su raciopnalidad, mientras que en sus ojos solo estaba la imagen de Alfredo acariciando sus labios y sonriéndole curiosamente. Abrió sus ojos de repente, pues se dio cuenta de lo que acababa de pasar. Empezó a masrutbars3 con Gabriel en mente pero ahora solamente estaba Alfredo. ¿Qué estaba pasando con ella? Tal vez lo que pasaba con todas las mujeres que se daban cuenta que habían sido usadas y luego arrojadas al caneco de la basura, se había dado cuenta que valía demasiado, que era demasiada mujer para un hombre que parecía no serlo y que tenía que seguir adelante. Emilia luego de ese placentero 0rgasmo se dio cuenta que seguir adelante, que seguir con su vida no era tan malo después de todo. Se dio cuenta que cada cosa que tenía en su vida la merecía y que había trabajado duramente por ellas. Sus ojos se centraron en el pesado techo del lujoso Pent House en el que ahora vivía. Dio una ligera sonrisa, tal vez al viento, tal vez a la vida, tal vez a Gabriel, pues siempre creyó que serían ella y Gabriel en ese Pent House que ella había ayudado a decorar, que entre los dos habían construido como el más lindo nido de amor, dejando una habitación abierta para la posibilidad de un futuro pequeño. Pero ya no había nada, solamente era ella en uno grande y amplio de dos pisos, con una cocina gigante, en la que hubiese amado ver a Gabriel cocinar para ella, justo como lo hacía cada viernes o sábado en la noche mientras ella bebía vino. —¿En dónde estás? —nuevamente sus preguntas eran para nadie, pues nadie allí podría responder eso. Lentamente se fue quedando dormida, poco a poco sus párpados pesados la hicieron dormir profundamente, se dejó llevar con tranquilidad, pues al siguiente día no tendría que ir a trabajar, sería un domingo más en soledad, con películas y tal vez algo de comer. Por un pequeño momento recordó a su madre que le advertía que debía comer por ella y por nadie más. Por su salud y propio beneficio. Pero simplemente fue más el sueño y el cansancio, así que solo le quedaba esperar al siguiente día para volver a vivir. Pero mientras ella estaba profundamente dormida, un hombre tenía sobre su mesa a una mujer con las piernas muy abiertas y gimiendo de placer. Su mano rodeó el cuello de la rubia de grandes pechos plásticos y apretó. —Más —gimió ella suavemente. Y este apretó con más fuerza, empujo tajantemente, no más rápido, porque él sabía que cuando una mujer pedía más no significaba que fuera más rápido, tenía que ser más duro y eso hizo. Su mente estaba trabajando rápidamente, dolorosamente también, quería dejar de pensar en Emilia, pero no podía, simplemente era ella la dueña de sus pensamientos y es que aquel encuentro lo había dejado descolocado, nunca le había pasado algo como eso, siempre se creyó dueño de sus emociones, pero es que desde el primero momento que la vio, ella se apoderó de él por completo, aunque ella no recordaba nada de ese primer encuentro. Y él por tonto también lo dejo pasar como algo sin importancia. —Puedes irte —le lanzó a la mujer su camisa blanca y se fue al baño. Ella que solo quería follar con ese hombre que era lo que todas las mujeres querían, obedeció y se fue, estaba tan anonadada por haber sido elegida por él para pasar el rato que hubiese podido salir desnuda de la habitación sin pelear, indignarse o decir nada. Se lo había follado después de todo. El agua fría caía sobre su melena y en su nuca, eso lo ayudó a pensar un poco, entonces simplemente apretó sus puños en los blancos azulejos que decoraban el elegante baño y sonrío. Una sonrisa que más fue un bufido que otra cosa. —¿Está todo listo? —preguntó a través de la llamada telefónica. —Si. —Entonces quiero que... —Ya está hecho. —Gracias. Colgó la llamada y se lanzó sobre la fría cama. Allí no follaba con ninguna, lo hacía en la mesa, el suelo, el baño, cualquier lugar pero nunca su cama y sin embargo no podía sacar de su cabeza la idea de tener a Emilia bajo sus manos, con la espalda pegada a ese colchón, con las mejillas pegadas en la almohada. No podía sacar ese duro y sucio pensamiento de su mente. La mañana llegó y con ella las notificaciones en el celular de todo el que era importante en la ciudad o una socialité. Si tu no eras nadie, realmente aquello no te afectaba para nada, aunque en realidad las personas presas por el chisme, si podían hacer que esa noticia subiera o bajara en el ranking de lo más buscado en las redes. —Hola —contestó Emilia, que sentía sus piernas un poco más pesadas que siempre, pero su espalda mucho más liviana. —¿Es real? —La voz de Patricia no era particularmente una de molestia absoluta o de ira, era más bien de confusión. —Patricia, buenos días. ¿Qué sucede? —No has visto, revisa tu celular. Emilia sabía que eso había sido una orden, por lo que simplemente se dispuso a revisar su celular sin colgar la llamada. La mano izquierda en la que se había estado apoyando, pues estaba medio sentada fue directo a su boca, que era más bien una O muy grande, sus ojos se abrieron de par en par y el aire lo contuvo por completo. —Patricia, yo... —No te voy a juzgar, ni a señalar, mi hijo se fue y tomó una decisión, lo de ustedes ya no existe y creo que ha pasado el tiempo suficiente para que hagas tu vida de nuevo, pero sabes quién ha sido ese hombre en el camino de Gabriel. —Fue un... —No se si fue un error o una casualidad o si eso paso porque tu en verdad lo querías. Solamente puedo decirte que... Patricia fue interrumpida porque el sonido del timbre del apto de Emilia sonó, lo que fue más extraño que nada pues su madre tenía el código de la puerta y la señora que se encargaba de limpiar y cocinar, no llegaría hasta la noche del siguiente día. —Debo... Patricia debo abrir y te prometo que todo tiene una explicación, no es lo que parece, yo no... —Eres una mujer libre, Emilia. Es todo lo que puedo decir. Patricia no era una niña y sobre todo era una mujer muy audaz, sabía que esa fotografía no había sido una casualidad. Emilia anudo el albornoz con fuerza, mientras corría escaleras abajo a la puerta, recordando que no llevaba nada debajo. Abrió la puerta casi con violencia y sus ojos se fueron directo al hombre que sostenía el ramo de claveles. —Me canse de enviar mensajeros, así que decidí venir yo mismo ya que lo nuestro se hizo público. Alfredo dio un paso con firmeza dentro del apartamento de Emilia y sonrío con sobrada arrogancia. —Apuesto todo mi dinero a que debajo de ese albornoz no hay nada. Emilia estaba como paralizada, pero no detuvo el andar del hombre, solamente se quedo viéndolo como si le hubiesen salido dos cabezas y con una de sus manos libres agarró parte del albornoz, como aferrándose a eso. —¿Qué hiciste? —Yo no hice nada. Eres famosa, soy famoso, alguien nos vio y tomo una foto, ¿qué puedo hacer? —Lo hiciste intencionalmente. —¿Por qué? —Eso quiero saber —dijo indignada y caminando de lado a lado. —¿Qué te preocupa princesita? ¡No me digas! Tal vez gabriel va a llegar en su corcel dorado a reclamar lo que dejó abandonado —se sentó en el sofá y encendió la televisión como si fuera su propia casa. —¡Hijo de put4! —grito Emilia y luego se cubrió la boca con la misma mano que segundo antes sostenía con firmeza el albornoz. Este por lo pesado que era se escurrio un poco por su hombro y Alfredo solo pudo reír como un pequeño niño. —Te lo dije, princesita, decir palabrotas no era tan malo y mira tú —señaló el hombro descubierto de Emilia—, debajo de ese albornoz no hay nada. Emilia enfurecida como estaba empujo con algo de fuerza a Alfredo que no se movió ni un solo centímetro. —¿Qué intentas? ¿Lanzarme al sofá para luego caer sobre mi? —El hombre era rudo, pero realmente gracioso. —Quiero que te vayas, esto que pasó fue un error y yo no puedo manchar mi imagen. —¿Qué imagen? ¿La de una mujer soltera que decidió rehacer su vida? —Con el pero enemigo de mi... —¿Tu qué Emilia? —la dura pregunta le apretó el corazón dolorosamente. —Solo vete por favor. —Tu nada Emilia, ya no son nada, él se fue y ahora estoy yo. —Tu no eres nada mío. —Solo porque no me dejas serlo. —Solo porque no quiero serlo. —Terca. —Abusivo. —Ten —Alfredo le entregó el sencillo ramo de claveles y acarició la mano de la castaña cuando esta lo recibió—. ¿De verdad quieres que me vaya? —Sí —dijo Emilia simplemente. —Entonces pídemelo, pídeme que me vaya. Emilia empezó a tartamudear a medida que Alfredo daba grandes zancadas en su dirección, ella retrocedió lo suficiente como para chocar con el sofá. —Mira, después de todo si caeremos en el sofá, Emilia. No dio espacio o tiempo a respuestas por parte de ella y entonces tomó con delicadeza el rostro de la castaña y la beso, esta vez por extraño para ella respondio el beso con igual intensidad. Emilia simplemente cerró los ojos y se dejó llevar. Después de todo Alfredo tenía razón, ella y Gabriel ya no eran nada. Ella era una mujer libre e iba a disfrutar de esa libertad.
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