—¿A dónde vamos?
—¿Acaso importa?
Las piernas de Emilia temblaban, estaba nerviosa, pero no asustada, estaba ansiosa, ese hombre tenía un pasado y ella sabía que no estaba caminando tras los pasos adecuados, pero tal vez él y solo él podrían llevarla hasta Gabriel.
De pronto el hombre de gran estatura se detuvo en seco, en medio de esos pasillos.
—No sé dónde está y tampoco me interesa, así que si vienes conmigo es porque vas a dejar atrás a ese bastardo.
—Él no es...
—Si lo és, te dejo plantada en el altar, Emilia —volvió sobre sus propios pasos y la tomó de la barbilla, acarició sensualmente los labios de ella con su pulgar y luego se llevó ese mismo dedo a la boca—. Ya ha pasado tiempo suficiente como para que entres en razón y te des cuenta de lo que pasó. No te quiso, no te quiere, no le importas, él está... quien sabe donde y tu y yo estamos aquí.
Emilia estaba abstraída de la realidad, ella se quedó procesando cada palabra, fría dura y realista que ese hombre le acababa de decir, pero también estaba intentando procesar lo sensual, s****l y... ella simplemente intentaba procesar lo que había pasado con ese dedo.
—¿Vienes?
Parpadeo rápidamente ante el llamado del tipo que ya se había alejado varios pasos de ella.
— ¿Qué quieres de mi?
—Que dejes de ser tan mojigata. Que te muestres un poco menos... sumisa. Estar al lado de Gabriel solo te hizo ver como una mujer débil, dócil, carente de vida o personalidad propia.
—¡Siempre fui yo! —se molesto y contesto un poco más altanera
—Sí claro, como digas —bufó y finalmente abrió una puerta de madera, negra y robusta—. Es mi oficina, sigue.
Pero Emilia no dio ni un solo paso, no quería entrar o tal vez ni sabía que sucedería si entraba.
—¡Dios! —El hombre puso sus ojos en blanco y suspiro—. No pienso tocarte nada... Que tu no quieras que te toque.
La sonrisa fue amplia, malvada, libidinosa, dejó ver sus perfectos dientes blancos. Era un tipo lindo, pero el mal se veía en los tatuajes de sus manos y en sus ojos.
Emilia dio lentos y pesados pasos dentro de la oficina, el olor golpeó sus fosas nasales, agradable, masculino, sencillo, fuerte.
—Puedes sentarte.
—¿Por qué me enviaste las flores?
—¿No te gustaron?
—Son claveles —dijo simplemente.
—Y rojos. Aunque fue un poco triste verlos en la basura todos los días.
Emilia afilo su mirada.
—Entonces sabes todo lo que hago —empezó a recorrer cada rincón y se quitó la chaqueta dejando ver su transparente blusa.
—Cada paso que das.
—¿Por qué? Yo no te he...
—No, no me haz hecho nada. Pero tengo gustos culposos —sonrió mientras se sentaba en esa amplia silla tras el escritorio, con un puro encendido y un vaso lleno de licor—. Y tu eres uno.
—¿Eso qué significa?
—Qué siempre me has gustado, que siempre te he querido para mi y aunque tu pena es mi alegría, no me avergüenzo de admitir que ahora puedo tenerte.
—Si quiero —afirmó con una rudeza que no esperaba encontrar en ella.
—¿Y no quieres? —le devolvió una sonrisa—. ¡Oh, no! ¡espera! ¡Espera! —se puso de pie y dejó el vaso casi vacío sobre la mesa, alcanzó a Emilia y soltó el humo sobre el delicado rostro de ella—. Estás guardándote para cuando gabriel regrese —le dijo con una amplia risa.
—Tú... —quería maldecir pero ella no maldecía.
—Soy un hijo de put4. ¡Vamos, dilo! —La alentó—. No soy Gabriel, puedes decir groserías enfrente mío y seguir siendo una dama.
—Maldito idiota —susurro muy bajito, pero él la la alcanzo a escuchar.
—Sí, también soy eso.
—¿Qué quieres de mi? —Pregunto ya cansada.
—Todo.
—No.
—De acuerdo, puedes irte —la actitud del tipo realmente la confundía.
—Me voy —levantó sus manos al aire, porque realmente no sabía qué hacía allí.
—No te pierdas en el camino, princesa —le advirtió antes de que Emilia cerrará la puerta de un golpe seco y resonara por el peso de la misma.
Cuando estuvo por fuera, se dio cuenta del significado de las palabras que acababa de recibir, estaba tan absorta en seguir sus pasos que no se dio cuenta de por qué camino debía regresar para salir de allí.
¿Derecha o izquierda?
"Mierda"
Se mordió los labios y tomó rumbo por el camino de la derecha, habían varias habitaciones a lado y lado del pasillo.
¿Qué tan grande era ese lugar? Si desde afuera se veía solo la pequeña puerta y 3 pisos nada más.
Finalmente tuvo que detener sus pasos porque no había más que una última puerta al final del pasillo.
La música le dio curiosidad, los aplausos y las risas.
Sin darse cuenta puso la mano sobre la perilla y la giró lentamente, fue abriendo poco a poco y la luz tenue, cálida se empezó a reflejar en el suelo rojo con n***o, era como el tablero de un ajedrez. No abrió por completo la puerta, porque no quería ser vista y tampoco sabía si quería ver.
Pero es que tampoco fue necesario abrir mucho para que sus ojos se clavaran en la pareja de mujeres que estaban en la mitad de lo que parecía un salón de eventos, una luz roja las iluminó de repente y ella se asustó un poco por el sorpresivo cambio de luz; que luego pasó a una más clara, más blanca, esa luz le dejó ver con perfecta claridad lo que estaba pasando entre las dos chicas.
Una le practicaba sexo oral a la otra, mientras se escuchaban gemidos, aplausos y otras cosas de las que ella no era realmente muy consciente.
—Entonces eres de las que le gusta mirar —la voz ronca y potente mezclada con ese olor a tabaco y perfume se hicieron presentes en su espalda.
Emilia intentó irse de allí, pero antes de que pudiera moverse la mano de aquel hombre estaba sobre su mano en la perilla, su espalda contra el pecho duro de él y sus ojos clavados al frente, podía sentir el susurro de los labios de él sobre su rostro, sin llegar a ser invasivo, al menos no se sentía así.
—Dejame ir.
—No te estoy reteniendo, pequeña y sin embargo no mueves un solo músculo porque tus ojos están clavados en lo que está pasando frente a ti.
Completamente cierto, Emilia no se movía ni un solo milímetro, estaba como pegada al suelo, los gemidos de las mujeres, el olor de ese hombre, algo palpitando en su interior, excitación mayormente y confusión.
Hubo un ligero cambio en el escenario y una de las mujeres se fue entre las sombras por segundos, para luego regresar con un objeto metálico entre las manos, era más bien largo y un tanto grueso, le entregó algo entre las manos a un hombre que estaba sentado en una silla y al que no se le veía el rostro porque la oscuridad lo cubría del pecho hacia arriba.
—Es un vibrador —la voz gruesa se volvió a escuchar cercana al rostro de Emilia y ella solo trago grueso.
Las dos mujeres se sentaron una frente a la otra, con las piernas muy abiertas, a lado y lado del asiento de cuero en el que reposaban sus traseros, una tomó con la mano aquel objeto y lo introdujo en su interior y la otra hizo lo mismo con el otro extremo, dos hombres se acercaron a ellas, perfectamente vestidos de traje y les ataron las manos por sobre la cabeza, la espalda de ellas ya reposaba sobre el mullido asiento.
De pronto el lugar se hizo silencio por completo. nadie decía nada.
El primer ruido provino de una de las mujeres que gimió suavemente.
—El hombre acaba de encender el vibrador —parecía querer narrar a Emilia lo que estaba sucediendo allí, pero ella no era tonta, tampoco virgen, solamente nunca había visto el sexo tan expuesto como en ese momento.
Seguía quieta, observando, en silencio, paralizada.
Las mujeres gemían cada vez más, sus caderas se movían como desesperadas de arriba hacía abajo, en una perfecta coordinación, sus gemidos cada vez más altos igual que las vibraciones, era todo un espectáculo, Emilia apretaba con fuerza la perilla de la puerta y sin que se diera cuenta aquel hombre sonreía, porque sabía lo que estaba sintiendo la chica.
Justo cuando los gemidos se hicieron más altos, cuando parecía que las chicas iban a entrar en un frenesí sin salida, con fuerza empujó la puerta y la cerró, dejando a Emilia confundida y perdida.
—Ven, tú querías irte y ese no es el camino a la salida —la tomó de la mano que antes estaba en la perilla y en silencio la dirigió por el camino correcto.
No estaban tan lejos, al menos así le pareció a Emilia.
—¿Cómo sabías que estaba allí? —pregunto antes de salir del club.
—Porque sobre ti, lo se todo, Emilia, querida Emilia.
—No, no lo sabes todo, Alfredo, querido Alfredo.
El hombre no pudo evitar morderse los labios, porque su nombre en esos rojos y sensuales labios sonaba placentero.
—Entonces enséñame lo que no se.
Se acercó peligrosamente a Emilia, ella tenía su cabeza envuelta en un caos, la escena anterior la había dejado excitada, eso sin duda, pero también acongojada, porque de alguna manera le recodo esas pequeñas travesuras que vivía junto a Gabriel.
Trago grueso y dejo que Alfredo se siguiera acercando a ella al punto de no detenerlo.
Ya no había razones para hacerlo, sus razones quedaron meses atrás metidas entre un vestido blanco, lagrimas y dolor.
Entonces su labios chocaron contra los de ese hombre alto, musculoso, tatuado, de cabello rubio como los ángeles y aspecto feroz.
No lo beso, pero él sí la estaba besando a ella. Parecía saborearla lentamente.