La humedad en medio de las piernas de Emilia no se iba, estaba allí y ella simplemente estaba sonrojada porque no podía creer que no se pudiera controlar. ¡Ya no eres una adolescente! —se dijo, pero parecía en vano. —A mi también me gusto y también quiero más —Emilia apretó con fuerza sus rodillas, sus manos estaba descansando allí —¿Cómo es que sabes... todo lo que pasa por mi cabeza? —Tal vez somos más parecidos de lo que crees. —Alfredo, yo... —Además, porque yo también estoy sintiendo lo mismo, también me gusto y también quiero más, Emilia. Ella miró sus tacones y sonrío. —De acuerdo, entonces vamos por más. La sonrisa de Alfredo ella no la pudo ver, era un sonrisa de verdadera satisfacción, de felicidad absoluta, al fin estaba él junto a la persona que debía estar, junto a