Chelsea Jones
Debía de darme prisa porque los chicos pronto saldrían de clases y debía de recogerlos en el colegio. Me sujeté el cabello en un desordenado moño y me adentré en el supermercado, pretendía preparar la comida favorita de Byron para la cena, la cual consistía en lasaña y patatas asadas. Cuando tenía la oportunidad, me encantaba sorprenderlo, pues Byron se esforzaba cada día para mantener esta familia unida y sin que le faltase nada.
Lo primero que hice, fue acercarme a Carlota, la chica que se encargaba de seleccionar las mejores frutas y verduras para poner a la venta.
—¡Chelsea! —exclamó, en cuanto me acerqué a ella, miró la canasta que llevaba en mis manos y sonrió al ver que llevaba los implementos necesarios para preparar la lasaña—, ¿Las patatas más frescas que tengo? —cuestionó, descansando su peso en un solo pie.
Sonreí y asentí. Tal parecía que aquella joven chica de grandes ojos marrones, ya me conocía a la perfección.
—Por favor —le pedí con amabilidad—, ¿Soy tan obvia?
Se encogió de hombros.
—Por lo general, cada vez que te acercas a este puesto vienes cargando lo mismo.
—Es la comida favorita de mi esposo.
—Lo sé —comentó, dejando salir un largo suspiro—, ya me lo has comentado también —llevó una mano a su pecho—, algún día me encantaría tener un amor tan lindo como el que tienes tú y tu esposo.
Le sonreí en respuesta.
—Solo no te apresures, pues verás que si tienes paciencia llegará el indicado.
La chica me entregó las patatas y asintió.
—Cuídate, Chelsea.
—Y tú también, Carlota —respondí para así comenzar a caminar hacia la caja donde debía de realizar mi p**o.
Saqué mi teléfono en cuanto sentí la llegada de un nuevo mensaje de texto. Sonreí al ver que era un simple “Te amo” por parte de Byron, iba a responderle que yo también lo amaba, cuando choqué con la espalda de alguien, ocasionando que la canasta y mi teléfono cayera al suelo.
—¡Lo siento! ¡Estaba distraída! —me disculpé con el chico contra el que había chocado, mientras me agachaba a recoger mis pertenencias.
—Descuida, fue un accidente —respondió, agachándose para ayudarme a recoger.
Fruncí el ceño al escuchar aquel tono de voz, el cual podía reconocerlo hasta con los ojos cerrados, levanté la mirada, encontrándome con un par de curiosos ojos verdes.
—¿Jack? —pregunté, mientras ladeaba la cabeza.
Él me miró con confusión, parpadeando en varias ocasiones como si trataba de reconocerme.
—Eh ¿Sí? —dijo, aun dudando.
Sonreí, negando con la cabeza. Me parecía increíble que no fuese capaz de reconocerme, ¿Acaso había cambiado tanto? Jack había sido mi amigo y compañero durante toda mi carrera de derecho en Leeds, ambos hacíamos los trabajos juntos, incluso solíamos salir a divertirnos, o simplemente a reírnos de las parejas ebrias, en las fiestas que solían hacer algunos chicos de la universidad. Había perdido contacto con él después de mi matrimonio, pues él había viajado a trabajar a España. Al principio, hablábamos de vez en cuando, hasta que llegó el día en que dejamos de hablar. Extrañé a mi amigo durante mucho tiempo, hasta que los niños me robaron el tiempo por completo, donde incluso ya ni siquiera tenía tiempo de pensar en mi vida pasada.
—No puedo creer que no te acuerdes de mí —murmuré, negando con la cabeza.
Ambos nos encontrábamos aún de rodillas en el suelo, sin pretender levantarnos, a pesar de que ya todas las cosas que se cayeron se encontraban en la canasta.
—Chelsea Smith… bueno, Chelsea Jones ahora.
Sus ojos azules se agrandaron ante el reconocimiento, mientras que una enorme sonrisa se formó en sus labios. Él comenzó a negar con su cabeza, llevando ambas manos hasta su boca.
—¿Chelsea? ¿En serio eres tú? ¡No lo puedo creer! —exclamaba, sin poder dejar de negar—, no lo tomes a mal, amiga, pero estás cambiadísima. ¿Qué mierdas pasó contigo? ¡Parece que tuvieras más de cuarenta años!
Hice una mueca al escucharlo decir aquello. Jack solía ser el tipo de persona que no tenía pelos en la lengua para decir lo que pensaba, era tan sincero, que incluso no conservaba tantos amigos, pues, a decir verdad, a nadie le gustaba que le dijesen la verdad de la forma en que él lo hacía.
—Ya había olvidado que eres el rey de la sinceridad —murmuré, mientras tomaba la mano que me ofrecía para ayudarme a ponerme de pie.
Él se echó a reír, al mismo tiempo que me jalaba de una mano para envolverme en un enorme abrazo.
—¡Oh, Chelsea! ¡No tienes idea de lo mucho que te he echado de menos! —cerré los ojos y sonreí, sin siquiera importarme del espectáculo que estábamos haciendo en medio supermercado. Extrañaba a mi amigo y ahora lo había recuperado, y eso era lo único que me importaba—, pero en serio… dime que demonios pasó contigo —se separó, dejando sus manos sobre mis brazos para recorrerme con la mirada—, no te recordaba de esta forma.
Sabía que tenía razón, en mis tiempos de universidad, solía ser el tipo de chica guapa y arreglada con el que todo el mundo quería salir, era divertida, alegre, simpática… ¿Qué había pasado conmigo? Probablemente el tratar de dirigir por el camino correcto a dos hijos que estaban entrando a la etapa de pubertad, me estaba desgastando más de lo que yo pensaba. Pasé una mano por mi cabeza, sintiéndome de pronto un poco avergonzada ante mi apariencia.
—¿Tan mal estoy?
—Sabes que jamás te he mentido, Chels… pero estás fatal, amiga. Parece que un tren te pasó por encima ida y vuelta, para que después venga un burro y defeque sobre ti.
Puse los ojos en blanco.
—Oye, gracias.
Él se echó a reír.
—Perdóname, pero es la verdad.
—Tener dos hijos entrando a la etapa de la pubertad… eso me pasó —aclaro, apoyando mi peso en un solo pie, fruncí el ceño, mientras me dedicaba a revisar el reloj en mi muñeca—, a los cuales debo de recoger en 10 minutos.
Levanté la mirada y le sonreí.
—Me encantó verte, espero verte en alguna otra ocasión.
—¡Claro! —exclamó, mientras yo casi corría hacia la caja—, ¡Si ocupas a alguien que tramite tu divorcio, no dudes en buscarme!
—¡Eso no será necesario! —le grité en respuesta antes de llegar a cancelar la cuenta a la caja.
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Ver la mirada llena de emoción por parte de Byron al presenciar la cena servida, me hizo sentir satisfecha. Una sonrisa asomó en sus labios mientras se dedicaba a caminar hacia mí, en sus manos llevaba un ramo de rosas, lo que hizo también que mi corazón saltara de la felicidad.
Byron era el hombre más detallista que había conocido, al punto que ni siquiera necesitaba la excusa de alguna fecha especial para llevarme un detalle, lo que hacía que me emocionara, por más pequeño que fuese. Algunas veces era un simple chocolate, u otras veces era solo una pequeña nota con un te amo, lo que para mí cada uno de aquellos detalles valía oro.
—¡Amor mío! —Exclamó, en cuanto sus brazos rodearon mi pequeño cuerpo, haciéndome sentir minúscula e insignificante al ser rodeada por su exuberante y atlético cuerpo—, preparaste lasaña —comentó, antes de depositar un largo beso en mis labios—, ¿Ya te había dicho que te amo?
Sonreí, sintiéndome atolondrada ante su delicioso aroma. Hundí mi nariz en su pecho, tratando de sentir mucho más de él, lo que siempre ocasionaba que lo hiciera reír.
—Como cincuenta veces al día —respondí a su pregunta, en cuanto levanté la mirada para verle sus ojos—, pero no habrá un solo día que no me canse de escucharlo.
—Y supongo que tampoco te cansarás de olfatearme —bromeó, dándome las flores—, esto es para la mejor esposa de todo el universo.
Dejé las flores a un lado de la encimera y levanté mis brazos para rodear su cuello, sus manos envolvieron mi cintura de inmediato, haciéndome pegar contra su bien formado cuerpo. Me encantaban aquellas facetas de Byron, al punto que algunas veces me hacía desear devolver el tiempo, cuando tal vez nuestros hijos estaban más pequeños y no nos daban tanta lata. Jamás iba a arrepentirme de tenerlos, pero ahora admitía que aquellos chicos estaban quedándose con toda mi energía.
—No entiendo cómo logras enamorarme con facilidad cada día de mi vida —le susurré, poco antes de que sus labios se estrellaran contra los míos.
Sus manos bajaron hasta posicionarse sobre mi trasero, el cual apretó para así levantarme y hacerme sentar sobre la encimera. Me alejé enseguida, sintiéndome aterrada ante aquel arrebato de su parte.
—Cariño, los niños —le recordé, a lo que él hizo una mueca y luego sonrió.
—Están en su habitación y no bajarán hasta que tú los llames.
—Pero… —llevó uno de sus dedos hasta mis labios, haciéndome silenciar por completo. Después retrocedió y cerró la puerta de la cocina con seguro, para así caminar con una sonrisa cargada de picardía marcada en sus labios.
—Por favor… no quiero más peros, no más excusas; te extraño tanto, mi amor, que muero por estar contigo —murmuró, llevando una mano hasta la parte trasera de mi cuello, tirando de mi cabeza hacia atrás, sus labios hicieron contacto contra mi cuello, haciendo que todos los vellos de mi cuerpo se erizaran de inmediato.
Cerré los ojos y tragué saliva con fuerza, permitiendo que mi cuerpo se relajara ante su sensual contacto. Sus labios recorrieron con delicadeza todo lo largo de mi cuello, con una mano acariciaba mi nuca, mientras que con la otra recorría lentamente el costado de mi cuerpo, hasta llegar a posicionarse sobre el botón de mis pantalones.
Llevé mis manos hasta sus hombros, sosteniéndome de él mientras me dejaba llevar por aquella oleada de placer que recorría mi cuerpo ante su contacto. Me fue imposible no gemir cuando su mano se coló entre mis bragas para así llegar a acariciar mi hinchado clítoris.
Sus labios invadieron los míos con tanto desenfreno que me costaba mucho trabajo poder llevarle el ritmo, en aquel momento me olvidé de los niños y de cualquier problema que hubiese en casa, pues en aquel instante solo me dediqué a disfrutar de aquel mágico momento con mi esposo. Separé mis labios, permitiendo que su lengua entrara a mi cavidad, con la cual enviaba caricias que incendiaban de deseo todo mi cuerpo, con rapidez comencé a desabrochar su camisa, mientras que él me liberaba de aquellos molestos pantalones que aún tenía conmigo.
Ladeo mi cabeza para darle un mejor acceso a mi boca, en aquel momento nos encontrábamos devorándonos el uno al otro, lo que me hacía recordar una vez más, que en definitiva tenía conmigo al mejor besador de la historia; Byron siempre supo como encender mi cuerpo con un simple beso, él era el único que pudo llegar a conocerme tan bien como para ser capaz de llevarme a las estrellas en un minuto. Dejó de besar mis labios para así comenzar a recorrer mi cuello, sus labios continuaron descendiendo, mientras sus manos me liberaban de mi blusa y mi sujetador, en cuanto mis pechos estuvieron liberados, su boca cubrió uno de mis pezones, mientras que con una de sus manos acariciaba el otro. Llevé mis manos hasta su cabello, instándolo a que no se detuviera, mordía mi labio inferior con fuerza para así no hacer todo el ruido que deseaba hacer en aquel momento. En cuanto sus labios continuaron descendiendo a través de mi abdomen, todo en mí se puso en alerta, con sus manos separó mis piernas desnudas, a la vez que sus labios continuaban el recorrido hasta comenzar a besar el interior de mis piernas. Me sujeté con fuerza del borde de la encimera, retorciéndome del placer que me invadía al sentir sus labios tan cerca de mi centro, el cual no deseaba de palpitar por él, en cuanto su boca encontró mis labios vaginales, tiré mi cuerpo hacia atrás, a la vez que enredaba mis dedos en su cabello, su lengua recorrió mi centro de arriba abajo, chupando, succionando, haciéndome enloquecer con facilidad. Él se mantuvo en aquella misma posición, haciendo estragos en mi interior hasta el punto en que mis piernas no dejaban de temblar, llevándome así a un maravilloso orgasmo. Uno de aquellos orgasmos que ya no sentía a diario,
Cuando se levanta, una enorme sonrisa queda marcada en su rostro, acerca su boca a la mía, pero antes de volver a besarme susurra:
—Me encanta cuando te mojas de esta forma solo para mí.
Y así señores, de esa maldita forma es como termino por derretirme en sus brazos. Me aferro a sus hombros y envuelvo mis piernas en su cintura en la espera en que pueda sentirlo dentro de mí, lo cual en seguida lo hace de una forma para nada sutil, pues comienza a penetrarme con fuerza, con deseo, ahogando sus gemidos en mi boca, nuestros cuerpos se mueven en un vaivén lleno de emociones, hasta el punto de que incluso me dan ganas de llorar. Ya había olvidado lo bien que se sentía estar de aquella manera con el hombre que amo. Sus movimientos comenzaron a ser más rápidos y bruscos, hasta que al final, nuestros cuerpos son traspasados por oleadas de espasmos, haciéndonos llegar a otro maravilloso orgasmo. Muerdo su labio inferior con fuerza, mostrándole lo mucho que había disfrutado de aquel momento, lo que lo hace sonreír; él descansa su frente contra la mía, mientras aún trata de controlar su agitada respiración. Llevo mis manos hasta su pecho, sintiendo la necesidad de sentir a su corazón, y en cuanto lo siento acelerado, me es inevitable no sonreír. Acaricio su cabello y beso la punta de su nariz.
Una sonrisa cargada de satisfacción quedó marcada en mis labios, al punto que ni siquiera me importó escuchar a los chicos discutir desde su habitación.
—Creo que los voy a dar en adopción —bromeé, haciéndolo reír.
Me atrajo a su pecho y bajó sus labios para besar mi cabeza una y otra vez.
—Jamás dejaré de amarte, Chelsea —susurró—, tú y ese par de malandros son lo más bonito que tengo en mi vida.