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1579 Words
Byron Jones Chelsea se encontraba sentada a los pies de la cama, con una mano acariciaba la parte trasera de su cuello a la vez que hacía unos movimientos circulares, mientras que con la otra revisaba su teléfono móvil. Yo me encontraba recostado a los almohadones, dedicándome a observarla fijamente. Amaba a aquella mujer, Dios sabía que no mentía, pero últimamente la sentía tan lejana, que incluso me hacía imaginar que probablemente no le interesaba a como cuando éramos novios. Por lo general, su atención siempre estaba centrada en los niños y en la casa, al punto que cada vez que la invitaba a tener una cita a solas conmigo, terminaba siendo rechazado, gracias a su constante cansancio. Por otra parte, estaba Emmet. Nuestro hijo mayor estaba pasando por una dura etapa de rebeldía, lo que hacía que Chelsea siempre estuviera estresada. —Estoy preocupada por Jareth —comentó, sin voltear a verme, lo que me hizo cuestionarme si era conmigo con quien hablaba, o con alguien más al teléfono—, lo que dijo anoche en la cena, me inquieta. ¿Crees que Amber lo esté descuidando? Me arrastré por la cama al darme cuenta de que sí era a mí a quien se dirigía. Alejé su mano de su cuello y llevé las mías, para comenzar a darle suaves masajes. —Cielo, no pienses en ello. Ahora tenemos suficiente con Emmet como para preocuparnos también de Jareth, ¿No crees? Ella relajó sus hombros, dejando salir un suave suspiro ante el contacto de mis manos con su piel, movió su cabeza, permitiéndose disfrutar de aquel suave masaje que comenzaba a encenderme. —Me es inevitable no preocuparme —masculló—, sabes lo mucho que quiero a ese niño. Moví mis manos en círculos, logrando escucharla soltar pequeños jadeos de placer. Las arrastré por lo largo de sus brazos, comenzando a acompañar aquellas caricias, con pequeños besos en su cuello. Arrastré mis labios por lo largo de su cuello, hasta llegar al lóbulo de su oído, sintiendo como mi bóxer amenazaba con estallar ante lo erecto que se encontraba mi m*****o, el cual reclamaba por ella con tanta hambre, que temía que no fuese capaz de resistirlo. —Byron —soltó, en medio de un gemido justo cuando mis manos se posicionaron sobre la fina tela que cubría sus pezones erectos. —Amo cuando gimes mi nombre —le susurré al oído, mientras me dedicaba a acariciar sus pechos. Ella tiró su cabeza hacia atrás, dejándome al alcance sus gruesos labios, los cuales ataqué con los míos sin dudarlo. La arrastré hacia mi regazo y comencé a acariciar las partes más sensibles de su cuerpo, mis manos se abrieron paso entre sus bragas, permitiéndome tocar lo mojado que se encontraba su centro, toqué su clítoris, haciendo círculos con mis dedos, dedicándome a disfrutar de todos los ruiditos cargados de placer que salían de sus labios ante cada una de mis caricias. Todo aparentaba a que iba a ser una de las mejores mañanas de mi vida, hasta que ellos comenzaron a discutir en el pasillo. —¡Déjame en paz, Emmet! Si yo no me meto en tus asuntos, deberías de tratar de dejar de meterte en los míos —reclamaba Darlene a su hermano, ocasionando que ahora la atención de Chelsea se centrara en ellos. —Acepta que te gusta Jareth y te dejaré volver a meterte a tu cueva —reprochó su hermano en respuesta. Dejé escapar lentamente la respiración en cuanto Chelsea alejó mis manos de su cuerpo. —Déjalos, mi amor. Solo son tonteras de niños —traté de volver en lo que estaba, pero ella me lo impidió, logrando que una enorme decepción se apoderara de mí. —Emmet, deja en paz a tu hermana. No fastidies —y ahora era la voz de Jareth la que intervenía. Por lo general, él siempre terminaba por defender a Darlene de Emmet, lo que siempre me hacía dudar si en verdad Jareth sí sentía algo más por Darlene que no fuese una simple amistad. Chelsea se levantó, apretando su bata alrededor de su cuerpo, dejándome solo y caliente en la cama. Ella veía hacia la puerta con el ceño fruncido, mientras que una vena se dibujaba en su cuello. —De alguna forma habrá que ponerle un alto a Emmet —comentó, al caminar hacia la puerta—, siento que se está pasando de la raya —y después terminó de desaparecer por la puerta. Me levanté y fui hacia el armario en busca de mi ropa deportiva y mis zapatos, a la vez que me dedicaba a escuchar la discusión entre Chelsea y Emmet, quien solía responderle a su madre cuando esta lo regañaba. Pasé los dedos por mi cabello n***o y después salí hacia el pasillo. No solía regañar a mis hijos, pero Emmet sabía que con una única mirada que le dedicase, quería decir que, si no se detenía iba a tener serios problemas conmigo. Así que me detuve tras de Chelsea y miré a mi hijo con frialdad, quien dejó de hablar de inmediato. —Deja de fastidiar a tu hermana y vete a tu habitación —le mandé, antes de pasar por un lado de mi esposa. —¿A dónde vas? —Preguntó, en cuanto llegaba a las gradas. —Voy a correr. —¿Y no te quedas a desayunar? —la miré sobre mi hombro, me encontraba dolido con ella, por lo que no se me apetecía quedarme un segundo más en la casa. —Se me quitaron las ganas —mencioné—, vuelvo más tarde. Después corrí hacia el exterior. Sentí que corrí por al menos diez kilómetros, las calles continuaban congeladas y una fina nevada había comenzado a caer, cosa que no me hizo detenerme, ni a pesar de que mis articulaciones comenzaban a entumecerse. Por mi mente pasaban tantas cosas, que sentía como mi pecho se cerraba. Amaba mi hogar, mi esposa era una excelente madre, además de que siempre era muy atenta conmigo, pero la verdad es que la extrañaba, extrañaba tanto que se arreglara para mí, añoraba que, aunque sea una vez ella tomara la iniciativa de querer estar conmigo, no que siempre me dijese que estaba cansada. Además, deseaba que cuando llegara del trabajo, me hablara de sus cosas o preguntara sobre las mías, no que me recibiera con los problemas que había en el hogar. Me detuve en un pequeño parque, llevando mis manos hasta mis rodillas para así poder tomar aire, a la vez que trataba de calmar todos aquellos bochornosos pensamientos que no dejaban de atormentarme. —¿Byron? —levanté la cabeza cuando escuché mi nombre. Amber se encontraba a unos metros de mí, luciendo también un uniforme deportivo que le hacía resaltar toda su escultural belleza. Desvié la mirada, calmando aquellos malos pensamientos que inundaban mi cabeza con solo verla. No podía negar que Amber era una mujer preciosa, lo que me hacía cuestionarme qué era lo que pasaba por la mente de Johnny al tenerla tan abandonada. —¿Qué haces aquí? —preguntó, acercándose a mí—, pensé que aprovecharías tu día libre para pasar con tu familia. Hice una mueca. —No tenía ganas de quedarme en casa por más tiempo —confesé, regresando su atención a sus curiosos ojos celestes. Ella sonrió, levantando una ceja en mi dirección. —¿Problemas en el cielo? —cuestionó, a la vez que se dedicaba a hacer unos estiramientos que dejaba a la vista su escote. Volví a alejar la mirada, odiándome tras dedicarme a ver de aquella manera a otra mujer que no fuese mi esposa. Jamás le había sido infiel, y no pasaba por mi mente serlo, por lo que trataba a toda costa de aplastar todos los pensamientos llenos de tentación que me invadían, al comenzar a imaginar a Amber con un poco menos de ropa de la que llevaba consigo. —Solo son los niños —mencioné. —Johnny llegó hasta la madrugada y ahora duerme como un oso —me contó, poniendo los ojos en blanco—, ¿Quieres ir por un café? Rasqué mi cabeza con duda. Una parte de mí me decía que aceptara, mientras que otra me instaba a salir corriendo otra vez hacia mi hogar. —No, lo siento —terminé diciendo, negando con la cabeza—, Chelsea me espera para desayunar, y la verdad es que no quisiera hacerla sentir mal. Noté como la decepción traspasó su mirada, pero al final terminó asintiendo. —De acuerdo, será en otra ocasión entonces. —Sí, por supuesto —musité—, gusto en verte, Amber. —Dile a Jareth que llame cuando quiera que Marcos vaya por él —terminó diciendo, antes de comenzar a correr en dirección opuesta. Me dediqué a mirarla mientras se alejaba, sin duda alguna Amber era una mujer que amaba cuidarse y verse bien, lo que sin lugar a duda despertaba con facilidad el interés en cualquier hombre, y de forma lamentable para mí, también me incluía, pues estaba seguro de que, si no amase tanto a mi esposa, sería uno de aquellos hombres que probablemente caerían rendidos a sus pies con facilidad. Dejé salir lentamente la respiración mientras negaba con la cabeza, obligando a aquella terrible tentación que sentía, alejarse de mi mente. Después comencé a retomar el camino que me llevaría a mi casa. 
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