Oportunista

2066 Words
—Acaba de dormirse —dije, luego de haber dejado a mi niña en su habitación—. Se duerme muy rápido, solo me pide que le cuente una historia y sus ojitos se cierran a los pocos minutos. Will me esperaba en el despacho con mis documentos en la mano. —Pobrecilla, se agotó de tanto jugar con Ben. El can es enorme comparado a su lado —comentó. —Y ella lo adora —afirmé, regresando a mi escritorio—. ¿Sabes? Me pidió que le contara más de Rogelio. —¿Otra vez? También me lo ha pedido. Miro el cuadro que descansa en mi escritorio y lo sostengo entre mis manos, mirando el recuerdo de quien fue mi esposo. —Vera lo ama como si fuera su padre, lleva orgullosa su apellido, tal y como él lo quería. Aunque sepa que no comparten ningún lazo sanguíneo. —Es verdad, pero ella es una niña muy inteligente. Sabe que no es su padre biológico, pero aún así se refiere a él como su papá. El señor Rogelio estaría muy feliz. Los bellos momentos con él, jamás me abandonarían. Dejando el cuadro de regreso a su lugar, abrí el primer documento, mientras que Will procedió a darme un informe. —Es verdad, ocurrieron tres cosas, mientras estabas con Vera. —Adelante, dime —contesté, sin apartar mis ojos del informe de las ventas de mi reciente colaboración con una marca reconocida. —Bien, primero; llamó Zia, dice que ya tiene listo los zafiros; segundo, el patriarca de los Bercelli volvió a llamar y dijo que quería reunirse contigo esta noche. Para negociar los acuerdos; y por último, pero no menos importante; Josh. —¿Josh? Creí que estaba en Alemania, por la reunión anual que ellos organizan. —Sí, aún está por allá, solo quería saludar y saber de la pequeña. Ya sabes que ellos son como amigos. —Supongo —suspiré, terminando de darle una mirada a los documentos—. Él es algo alocado, pero tiene un gran carisma. Imagino que el señor Bercelli quiere discutir sobre los puntos del contrato. La verdad es que espero trabajar sin la necesidad de tener encuentros desagradables. —Pides imposibles, Ana. —Nada es imposible, ya decías tú que ser modelo era algo que no iba a suceder, y lo hiciste bien en la gala de la última colección. —De acuerdo, eso fue por una emergencia, pero mira lo que me gané. —Es admiración. —No lo niego, pero siento que he engañado a esas mujeres. La vida es impredecible, tengo mi correo lleno de mensajes de amor por parte de mis admiradoras, y yo suspirando por un tarado. Definitivamente, no volveré a modelar, y mandaré al c@rajo a ese idiota que no me valora. —Bien, no insistiré, pero jamás digas nunca, yo pensé que jamás volvería a casarme. —Ana, lo tuyo fue un caso especial, además, si el señor me hubiera pedido eso a mí, yo con gusto le aceptaba. Solté una media sonrisa, ante las ocurrencias de Will, en lo que sacaba mi celular. —Contigo la palabra aburrimiento no existe. Ahora, me gustaría pedirte un favor. Vera despertará de su siesta en una hora, debo comunicarme con el señor Bercelli, ¿podrías…? —Por supuesto que sí, aunque, Ben me quitará el lugar, pero ve tranquila. —Eres un sol Will. —Lo sé mi reina. Brillo con luz propia, pero no más que tú. —Tan ocurrente. … Después de comunicarme con el patriarca de los Bercelli, me invitó a visitarlo a su casa. Él era una persona mayor y el esfuerzo en su edad no era muy bien recomendado. Fui recibida por una de sus empleadas, quien abrió los ojos con sorpresa, pero me invitó a pasar. —E-el señor la va a recibir en la sala. —Gracias. Solo pasaron tres minutos, cuando él apreció detrás de mí. —¡Querida Ana! —me sorprendió, y de inmediato me levanté del sofá. —Señor Bercelli —sonreí al verlo con esa actitud tan amable. Él me abrazó como si en realidad yo fuera parte de su familia, cuando no lo era. —Dejame verte —me pidió, alejándose para verme a detalle—. Estás preciosa. Me recuerdas a tu abuela. —No la llegué a conocer, pero si usted lo dice, confío en sus palabras. Por cierto, no he visto a su esposa. De repente, él cambió su expresión a una de incomodidad. —Bueno querida… Creo que conocías en parte la actitud de Mérida, nosotros nunca llegamos a congeniar, y a pesar de los largos años, jamás hubo amor puro. Simplemente no quiero terminar mis días al lado de una mujer como ella. Sé que puede ser cruel, es la madre de mi hijo, pero ya no puedo seguir mintiéndome. Yo entendía perfectamente al señor. La señora Mérida siempre fue una mujer soberbia, que hasta disfrutaba humillar. —Prefiero pasar mis días en mi soledad, en lugar de un matrimonio amargo, pero ya no hablemos de mí —él me invitó a volver a tomar asiento—. Sé que te ha ido muy bien profesionalmente, aunque no sé nada sobre lo demás. —Estoy bien, mi vida nunca ha sido más perfecta que antes. —Lo último que supe de ti, fue que te casaste y que al poco tiempo enviudaste, ¿volviste a …? —No, y en realidad no estoy buscando un marido, creo que soy lo suficientemente capaz como para vivir sin un esposo. —Es un buen punto, aunque admito que nunca estuve de acuerdo con la separación que tú y mi nieto tuvieron. —Esos son temas del pasado, señor. Únicamente estoy aquí por un tema laboral. —Hasta en el carácter eres como tu abuela, comprendo, no te ahogaré con mis preguntas. Entonces, iré directo al grano. Te ofrezco la mitad de mis acciones en la empresa. —¿¡Cómo!? Ante el ofrecimiento, casi me atraganto con mi propia saliva. —¿La mitad? —Bueno, ante el quiebre acechándonos, las acciones han ido cayendo, y prefiero darselo a alguien que sí las utilizará bien. Lamento ser yo quien lo diga, pero Belial ha hecho caer todo lo que construí. Desde el divircio entre ustedes, solo ha ido tomando malas decisiones, y esto último nos ha costado mucho dinero, por eso te contacté. Eres la única que puede ayudarnos. —¿Pero la mitad de sus acciones? ¿Qué dirán los demás? —Nadie podrá decirte nada. Es mi decisión. Pensé con calma, y supe que era una buena oferta. —De acuerdo, las tomaré, pero quiero que se hagan cambios importantes en la empresa. —Por supuesto, todas tus decisiones, serán mis órdenes. Serás presentada oficialmente el día de mañana. … Consciente que tal vez tuviera que encontrarme a Belial y a su dichosa esposa, me presenté sin ningún temor, no era yo quien tenía que bajar la cabeza. Simplemente esto era un trabajo. Debido a que tuve que llevar a mi hija a la escuela, me demoré unos minutos más de lo esperado, sin embargo, llegué, y la secretaria me condujo a la sala de juntas, donde las puertas se abrieron a lo inimaginable. De inmediato, todos me prestaron atención, hubo quienes me sonrieron, otros completamente serios, y uno en especial que ni me miró, mas al pararme frente a ellos, aquel tipo levantó su mirada, encontrándose por unos instantes con la mía, pero del mismo modo, me dirigí a los demás, sin detenerme a seguir prestándole atención. Yo estaba aquí para hacer mi trabajo, y así sería. —Hemos oído de su trabajo, nos encantará que alguien tan importante como usted pertenezca a Bercelli —dijo una de las damas, después de que yo diera mi presentación. —Es un placer saberlo. —Bienvenida, señorita Ana. Fui estrechando las manos de quienes se iban acercando, incluido la de la secretaria, hasta que finalmente la sala quedó casi vacía, y digo casi, porque hubo quien permaneció de espaldas en su asiento. Por supuesto, era de esperarse, pero yo no iba a seguirle el juego, de modo que salí. Planeaba ir a la que sería mi nueva oficina. Fue en medio del camino que noté lo sombrío del lugar. Era como un lugar fantasmal. No había mucho personal, ¿habrían sido despedidos? ¿Tan mal estaban? Tomé ascensor que me llevara a mi piso, y cuando las puertas se abrieron, solo unas cuantas personas me recibieron. —Buen día, ¿acaso están en refrigerio? —pregunté antes de sacar conclusiones. —No señorita, recientemente muchos perdieron sus trabajos, nosotras somos parte de las que quedaron. —Oh, bueno… De acuerdo, sigan con lo suyo. Después las llamaré, iré a revisar mi oficina. Apenas entré, respiré hondo. —¿Habré tomado una buena decisión? Este lugar está… El ruido que hizo mi puerta cuando golpeó a la pared, me hizo dar un salto del susto. Belial estaba frente a mis ojos, sosteniendo con una mano la puerta y con la otra haciendo un puño. —¿Se puede saber que te pasa? ¿Cómo te atreves a entrar sin tocar? —¡Hago lo que me plazca porque soy el presidente de Bercelli! ¡Y porque me da la reverenda gana! Fruncí el ceño, y golpeando el escritorio con mi palma, lo miré desafiante. —Ya veo que sigues siendo el mismo maleducado y prepotente, eres como una semilla mal sembrada. No crece, ¿qué es lo que quieres? —Aquí no vas a insultarme, Ana. Puede que tengas el favor de mi abuelo, pero también soy tu jefe. —Correcto, pero dime, ¿qué mérito hiciste para ganartelo? ¿Has postulado como lo hacen otros trabajadores? —No vengas a hablarme de beneficios, que tu eres la menos indicada. Tienes el dinero de tu marido muerto, ni siquiera necesitas trabajar. No pude evitarlo así que me reí sin importarme su cara roja de rabia. —De acuerdo, tengo dinero, ¿pero por eso voy a sentarme y contarlo? Yo no soy una conformista. Por su expresión, parece que di justo en el clavo, siendo ese el momento donde cerró la puerta tras de sí, acercándose a verme con más detalle. —Es claro que no eres una conformista. Solo eres una mujer que aprovechó la oportunidad de casarse con un hombre moribundo para quedarse con sus millones. De ninguna manera me iba a quedar callada, él tiraba la piedra, pero yo le iba a dar con la roca. —Te refieres a mi como una oportunista, pero, ¿qué eres tú? Porque yo solo veo a un hijo de papá, que su único mérito fue haber nacido bajo el apellido más importante de este país —él guardó silencio—. Puede que yo haya tenido suerte, pero no me estanqué, señor. Trabajé para ganarlo, no dejé que las cosas vinieran a mí. Ahora si me lo permite, váyase, que tengo que trabajar. Belial retrocedió un paso, y negó con la cabeza. —Te desconozco. —Excelente, lo mismo me sucede contigo —me forcé a sonreírle—. En eso quedamos, ¿verdad? —Solias ser más amable, tu única virtud. —No, eso no era ser amable, era una conformista y miedosa, razón que me llevó a desarrollar otras virtudes, siendo una de ellas el motivo que yo esté en este lugar. —Lo imagino, eres de cambiar rápido, así como no esperaste ni un solo día para casarte con otro. Fingiste decepción y dolor, cuando seguro ya tenías un amante antes del divorcio. —No tengo que contestarte eso. Es mi vida personal. —Pues te recuerdo que tu vida personal fue mía, fuiste mi esposa y aunque te arda, ese recuerdo te pesará para siempre. Tensé mi mandíbula, pero mantuve el control. Él solo buscaba provocarme. —De acuerdo, pero esa vida dejó de ser tuya, porque luego perteneció a otro, además, eres un caradura para hablarme de eso, cuando tú también te casaste. Entonces, él parpadeó desconcertado. —¿Qué? —Por favor, no te hagas el sorprendido, salió en las noticias. —Debes estar alucinando. —Ahora la loca soy yo. —Pues es lo que creo. Yo no me he casado con nadie después de ti.
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