Vendiéndole el alma al diablo

1473 Words
"Una sola traición basta para empezar a desconfiar hasta de los más leales." Fred Rogers Cuando Claudia despertó, ya era casi mediodía; se levantó apresuradamente, tomó su celular para hablar con Thiago, necesitaba saber donde estaba su hijo. —Hola, no te preocupes. No lo llevé a la escuela, está conmigo en el Bufete. Iré a almorzar con él y Verónica, te lo llevo en la tarde, luego que salga del trabajo. —¡Está bien! Gracias. Apenas levantándome. —Bien, no te preocupes. Hablamos. Su tono fue cortante y distante. Claudia no entendía como después de un momento tan intenso, de pasión y recuerdos, él tenía la capacidad de hacer clic y borrar todo en un segundo. Tal vez, él estaba claro en todo lo que hacía y por qué lo hacía, mientras ella, de manera inversa se dejaba llevar por sus emociones, y luego terminaba en medio de la nada, sin respuestas y con mil preguntas revoloteando en su cabeza. Mas, tratar de entender a Thiago no es su prioridad, debe solucionar lo de la operación de su hijo, eso es lo más importante. Se estira, bosteza, se levanta de la cama con lentitud y va hasta la ducha; abre la llave del agua tibia, siente como sus senos se endurecen y sus pezones se yerguen. Rememora entonces la noche anterior, la humedad de los labios de Thiago, esa manera de él volverla tan vulnerable y desprovista de voluntad propia, convirtiéndola en su rehén. Se toca, deja que sus manos simulen las de él, lo imagina cerca, dentro de ella, embistiéndola con fuerza. Ella deja que sus dedos se cuelen entre sus pliegues, frota su cartílago rosado, cada vez más rígido, se otorga aquel momento de placer y deseo único. El estallido, un orgasmo que no termina de convencerla de que el amor, es dispensable para ser feliz. Sale de la ducha, se sienta en la cama, frota su cabello, se maquilla para cubrir las ojeras, un poco de labial, va al guardarropas, toma una blusa blanca, pantalón de lino gris plomo, tacones altos, negros. Un poco de perfume 212 que ya está por acabarse, toma su blazer, su cartera y sale a su encuentro con el único hombre que puede salvarle la vida a su hijo. Minutos después llega a la penitenciaria, no había concertado una cita, por lo que tuvo que usar sus influencias y encantos para poder conversar con Paul Bellini. —¡Buenas tardes! pero que milagro verla por aquí Claudita —Saldiva, la saluda con un beso en la mejilla. —¿Qué tal? ¿Cómo está todo comisario? —Pues vea, ahora mucho mejor. Ver a un mujerón como su merced, no resulta tan fácil. ¿Qué me la trae por aquí? —le toma la mano. Ella con astucia se suelta, arreglando un poco sus lentes. —Necesito ver a mi defendido. No tengo cita para hoy, pero es importante que converse con él. —¿Qué podrías ofrecer a cambio de ese favor? ¿Qué tal una cena juntos? —Sí, puede ser. —responde con firmeza. Aquel hombre libinidoso, de aspecto tosco, desarreglado y con apariencia descuidada le provoca repulsión, pero debe a como dé lugar, ver a Bellini. —Entonces, esta misma noche puede ser. —propuso y ella asintió, se levantó de la silla esperando la autorización de él. Saldiva tomó el teléfono y aviso al oficial para que llevara al presidiario hasta la sala de conversación telefónica. —Listo mi querida Claudia, te entrevistarás con él, en la sala de llamadas. —Pero, preferiría que sea en la sala de visitas. —No, mi hermosa abogada, eso me comprometerá mucho, además por una cena es muy poco lo que puedo hacer. Al menos que pues... —el mensaje queda sobre entendido. Pero ella no se atrevería a ese tipo de tratos y menos con aquel repugnante hombre. —No se preocupe comisario, conversaré via telefónica con mi defendido. Cuando el oficial fue hasta donde estaba Paul en el módulo preventivo, se sorprendió de que Claudia estuviese allí. —Tienes visita Bellini, es tu abogada. —se incorporó en la angosta cama, dejó el libro debajo de la almohada, se puso de pie. El guardia abrió la puerta, le colocó las esposas y lo condujo hasta la sala. Luego le quitó las esposas. Se sentó frente a ella, pudo ver lo hermosa que era, aunque había notado su belleza, hoy se veía mucho más atractiva y sensual. La barrera entre los dos parecía ser mucho más excitante. Sonrió y levantó el auricular: —Buenos días Bellini. —Buen día Claudia. ¿Teníamos cita hoy? —pregunta sorprendido. —No, realmente no. Pero me urge hablar con usted. Necesito pedirle un inmenso favor. —Claro, dígame. ¿En qué puedo ayudarle? —Necesito un adelanto de mis honorarios. —¿Qué? Pero si ni siquiera hemos ido a juicio. No entiendo. ¿Me vio cara de tonto? —No, no es eso. Solo que —hace una pausa, respira profundo para no quebrarse, a pesar de lo fuerte que parecía ser, el solo hecho de nombrar a su hijo la rompe en pedazos— Deben operar con urgencia a mi hijo. Necesito mucho dinero para ello. Pero le prometo que lo sacaré de la cárcel a como dé lugar. Paul la observa fijamente, el tono de su voz y sus ojos cristalinos a punto de desbordarse, le hacen ver que no miente. ¿Pero como confiar en una mujer que acaba de conocer? Si algo le ha enseñado la vida es a no confiar en nadie. —¿Qué edad tiene su hijo? —Cinco, Santiago tiene cinco años. —responde visiblemente angustiada. —¿De qué deben operarlo? —De una valvulopatía, él presenta problemas en una de las válvulas ventriculares por lo que... —él no la deja continuar, la interrumpe de inmediato. —¿Cuánto necesita? —pregunta tajantemente. —45mil dólares. —responde titubeante. —Whoa! Es mucho dinero. ¿Qué me garantiza que cumplirá con su trabajo de sacarme de aquí? —Si no le es suficiente mi palabra, traje este documento —abre la cartera y saca la carpeta, toma el documento y lo coloca en el vidrio. Paul lo mira por encima, solo le queda confiar en ella. Claudia fue la única mujer valiente en aceptar defenderlo, él no tenía muchas opciones. —Muy bien Claudia, ese monto equivale al 90% de sus honorarios. ¿Está segura de que es lo que desea? Prácticamente quedará trabajando para mí gratuitamente. —¿Cree que la vida de mi hijo, no lo vale? Haría lo que fuera por salvarle la vida. Incluso venderle el alma al diablo. —Gracias por la comparación. —sonríe con sarcasmo. —Disculpe, no era mi intención. —No te preocupes, no es la peor de las ofensas que he recibido. Diría que hasta suena muy halagador de su parte. Pero bien, volviendo a nuestro pacto, la espero mañana temprano para firmar el documento y recibir su alma a cambio. —la mira fijamente y le lanza una sonrisa perversa. —Aquí estaré, Bellini. —responde con firmeza. Se levanta de la silla, Paul la mira de arriba a abajo. Aquella mujer era realmente atractiva y sensual. Le lanza una mirada seductora. Ella traga en seco, el oficial se acerca, él regresa a su celda y ella regresa a su cruel realidad. En tanto, Thiago espera a Verónica, en su auto para ir a almorzar. Ella sale del edificio, sube al auto y saluda a su marido con cierto recelo. —Buen día mi amor —él se inclina hacia ella. Pero Verónica esquiva el rostro. —Hola. ¿Te tocó de niñero? —pregunta con visible enojo. —No —responde él, se acomoda en su asiento y enciende el auto. Ella voltea hacia el niño, quien entretenido juega con su consola de videogame. —Hola, Santiago —lo saluda. El niño eleva la mirada y responde automáticamente. —Hola, señora. —continúa con su juego. La mujer voltea hacia Thiago y lo mira fijamente: —¿Cómo te fue anoche? —pregunta capciosamente, sin quitarle la vista de encima. —Bien, bien —tartamudea un poco. Para una mujer como ella, de experiencia y conocimientos, aquella respuesta es una evidencia de que le oculta algo. Aún así, tiene dos opciones: parecer tonta o mandarlo a la mierda. Por ahora le conviene la primera, por lo menos hasta que se canse de él. —Que bueno. Espero me cuentes con detalles, luego. Thiago la mira y voltea nuevamente hacia la carretera. Si ella lo veía fijamente a los ojos, sabría que él le estaba mintiendo, que la había traicionado, Verónica no sólo lo conoce perfectamente sino que sabe como leerlo.
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