La primera cita

1705 Words
"El corazón no muere cuando deja de latir. El corazón muere cuando los latidos dejan de tener sentido." Autor desconocido Aquella noche, Claudia no pudo dormir, estuvo toda la madrugada despierta, vigilando el sueño de su hijo, aún recuerda las palabras del pediatra en su primera consulta “Debe tener cuidado, con un caso de muerte súbita”. Esas palabras han sido su martirio; desde ese entonces, ya han transcurrido seis años de absoluta angustia y desesperación. Finalmente el cansancio la venció y minutos después sonó la alarma, se metió a la ducha para terminar de despertarse, se alistó y terminó de vestir a Santiago, a quien le cuesta siempre despertarse tan temprano. De ser por ella, lo dejaría descansar un poco más, pero debe dejarlo en la escuela e irse a trabajar. Su separación de Thiago, además de no ser del todo amistosa, pareció la excusa perfecta para él desentenderse de todo, incluso de su hijo a quien visita una vez por semana. Ni hablar de la ayuda económica, la demanda por manutención resultó menor a lo que él, exporádicamente recordaba enviarle. —¿Esto es lo que le corresponde? Por Dios, esto es una burla— dijo indignada. —Siendo abogada, debería conocer las leyes mejor que nadie, es el monto que le corresponde a su hijo y ya. —respondió groseramente la directora del Instituto Nacional de Protección al Menor INPM. Subió al auto con Santiago, condujo hasta el colegio, lo dejó en manos de la maestra y salió apurada para presentarse en el Bufete donde ahora trabaja desde que Verónica la despidió. Revisó documentos, algunos expedientes y dejó listas varias citaciones para sus demandados. Luego tomó tres tazas de café. Julia se acercó a ella. —Por Dios, Claudia llevas tres tazas de café en menos de una hora. —No dormí nada anoche, no tengo más alternativa que drogarme con cafeína para estar despierta. —Es Santi, verdad. Ella asintió y las lágrimas salieron de sus ojos como el agua de una represa, contenida. —Cálmate amiga, él va a estar bien. —ella mueve la cabeza de lado a lado en negación a las palabras de su amiga. —No, no. Ayer... —se quiebra por completo y llora desconsoladamente. Julia trata de calmarla acariciando su espalda. —Vamos Claudia, tú eres una mujer fuerte. —No, Julia. A veces debo serlo, pero estoy devastada, no te imaginas la angustia de ver a mi hijo, en esa situación. —Lo imagino amiga, aunque no tenga hijos, puedo entenderte. —Nadie puede entenderme —llora con rabia— menos si soy culpable de lo que le ocurre a mi hijo. —No eres culpable, no fue tu culpa. —Sí, sí lo fue. Si hubiese tratado de calmarme aquella tarde, si simplemente hubiese aceptado la traición de Thiago, nada de esto le pasaría a mi hijo. —Cálmate por favor, no te torturas así. No es tu culpa. Claudia respira profundamente, su hijo necesita de ella, eso es lo único que la mantiene en pie. Julia le da un vaso con agua. —Tienes algo de maquillaje en tu bolsa, olvidé traer el mío y en media hora, tengo cita con mi cliente en la máxima cárcel de seguridad de Ciudad de Panamá. —¿Aceptaste defender al mafioso? No lo puedo creer. —Es mi dignidad o la vida de mi hijo ¿Tú que harías? —Imagino que lo mismo que tú “situaciones desesperantes, requieren acciones extremas”. —No puedo esperar que mis vecinos del urbanismo hagan una tómbola para recoger dinero o hacer el llamado por las redes para pedir dinero cuando la gente que más tiene, es usualmente la que menos desea ayudar y los que no tienen, pues como hacen para dar lo que no poseen. —Nunca pensé oirte hablar de esa manera —dijo en um tono desconcertante. —Ni yo pensé que debería vender mi alma al diablo para salvarle la vida a Santi. Julia buscó en su bolsa, le dio el porta cosméticos. Ella se maquilló rápidamente, trató de disimular las evidentes ojeras con el corrector, puso un poco de labial, tomó la chaqueta. —Gracias Ju. —le devolvió el porta cosméticos y tomó las llaves de su auto. Minutos después y puntual como suele serlo, entró a la sala de visitas, Paul Bellini entró segundos después, acompañado del guardia, se sentó y la miró sonriente. —Por un momento creí que desestiría. —No suelo cambiar de decisión como de ropa íntima. —él se saboreó los labios, al escuchar sus palabras. —Me alegra abogada, me alegra. —respiró profundamente— Empecemos. Estoy listo para contarle todo sobre mi vida. —Muy bien, empezamos con buen pie. Una sola, la mínima mentira y lo dejo de defender. —Espero, que después que descubra mi oscuro pasado, no me odie y pueda ayudarme a salir de aquí. —No vine a juzgarlo Bellini, vine a defenderlo. Flash Back*** 1992 Yo apenas tenía siete años, esa tarde regresaba del colegio, me despedí de Eder mi único amigo en aquel entonces. —Nos vemos mañana —me dijo. —Claro, pasas por mí. —respondí. Entré a casa, dejé mi mochila sobre el mueble y fui hasta la cocina, allí encontré a mi madre, sentada en una silla, con el rostro ensangrentado, estaba toda golpeada, corrí a sus brazos con intención de ayudarla. —Mami, mamita ¿Qué te ocurrió? —le pregunté desesperado. Ella me miró con tristeza y solo dijo: —Me caí mi amor, estaba limpiando el techo, me subí a la silla y me vine abajo. No le creí, a pesar de mi corta edad, no era tan tonto como para creer que se hubiese caido y se hubiese golpeado de aquella forma. Fui hasta mi habitación y me recosté en la cama, pensativo, imaginando que pudo haber pasado esa tarde, nada más lejos podía estar de aquella respuesta. Confieso que llegué a pensar que mi padre la había golpeado, a veces discutían y él la amenazaba con ello; mas, todo se quedaba en simples amenazas, en discusiones. Cuando escuché el auto de mi padre, me levanté apresuradamente, arreglé mi cama y me senté a esperar que entrará a saludarme. Esta vez no lo hizo, como solía hacerlo, lo que me llevó a creer que eran ciertas mis sospechas, escuché cuando le gritaba a mi madre: —Le dijiste dónde estaba, contesta mujer —la estremeció con tanta fuerza que ella terminó gritando: —No, no se lo dije. Sé que te matarían pero también sé que Paul y yo estamos corriendo peligro, que tus malditos negocios de narcomenudeo solo nos han llevado al filo de la muerte. —él la miró con un odio que nunca pensé ver en sus ojos, la abofeteó, sin darse cuenta que yo lo observaba detrás de la cortina. —No vuelvas a decir eso, carajos. Cuando sales de compras no te importa de donde proviene el maldito dinero, pero cuando vienen a joderme por deberles mercancía, allí sí. Las vainas son para las buenas y pa’las malas, carajo. Mi madre solo lloró desconsolada. Esa tarde, descubrí de la forma más dura, que mi padre era un narco y que mis amigos del colegio no mentían cuando murmuraban detrás de mis espaldas. Yo los escuchaba, pero inocentemente prefería creer que ellos mentían, que querían provocarme y terminar en el medio del patio, golpeándonos hasta el cansancio. Esa misma noche, mi padre entró a mi habitación y me dijo: —Pase lo que pase Paul, no dejaré que te hagan daño, ¿me oyes? nada. —me tomó de los hombros y me miró fijamente, en sus ojos veía que decía la verdad. —¿Y mi mamá? —pregunté estúpidamente. —¡Que se joda! La mujer que no esté de tu lado en las buenas y en las malas, no merece que cuides de ella. —respondió con hostilidad. Al principio creí que solo lo decía porque estaba enojado con ella, pero todo cambió cuando tomó mi mochila, sacó los cuadernos y me pidió que metiera tres mudas de ropa. ¿Es en serio? Me pregunté a mí mismo. Él salió de la habitación y yo, yo lloré desesperadamente. No quería irme y dejarla, pero a los siete años no puedes ir en contra de tu padre. Me tomó del brazo y me sacó arrastrado del cuarto, a pesar de que le imploré que me dejara despedirme de ella, me contestó tajantemente que no, me levantó y me metió en el auto. Yo lloraba sin poderlo evitar. Entonces, enardecido me jaló de la oreja y me grito: —¡Carajo, los hombres no lloran! —y creo que esa fue la última vez que lloré. Mi padre condujo por una carretera de tierra que parecía interminable, donde solo podía ver a cada lado de la carretera, monte. Finalmente me quedé dormido. Cuando desperté, estábamos en un pueblo al sur de Panamá, y allí comprendí que aunque duela en el alma, hay cosas que la vida te obliga a hacer, sin que puedas liberarte de ello. *** Paul contó aquella primera historia, Claudia tuvo que tragar saliva y evitar mostrar compasión o lastima por él. Si para ella era difícil aceptar que Santiago estuviese enfermo y a punto de morir, que dejaría para él ser un niño y tener que abandonar a su madre. —Lo que me cuenta, debió ser difícil siendo un niño. —comentó ella. —Lo es, incluso siendo hombre. Nunca volví a verla, Claudia ¿Y sabe por qué? —preguntó con sarcasmo. Ella negó con la cabeza. Él sonrió con cinismo y respondió: —Esa noche la asesinaron para que dijera donde estaba mi padre ¿y sabe por qué no lo hizo? Porque me hubiesen matado a mí. —golpeó la mesa con el puño y levantó la cabeza para que el guardia lo llevará de regreso a su celda. Se puso de pie y salió. Claudia se levantó y vio a aquel prepotente hombre del inicio, caminar cabizbajo, dolido hasta lo más profundo por haber perdido a su madre.
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