Capítulo 40

936 Words
Orión Un grito desgarrador me sacó de mi sueño, rompiendo la quietud de la cueva. Estaba solo, y el eco del grito aún vibraba en el aire. Reconocí la voz inmediatamente y, sin detenerme a pensar, me puse de pie de un salto, impulsado por una urgencia desesperada. Era Octavia, y estaba en problemas. Corrí a través del bosque, guiado por el rastro de su olor y los gritos que continuaban resonando en la noche. El cielo estaba oscuro, la luna oculta tras las nubes, y las sombras del bosque se cernían ominosamente a mi alrededor. Finalmente, la encontré. Una criatura estaba encima de ella, sus dientes hundidos en su cuerpo. Un vampiro. La estaba matando. Con un rugido de furia y miedo, me lancé sobre el vampiro, arrancándolo del agarre de Octavia. Mis manos encontraron su cuerpo frío y lo arrojé lejos de ella con una fuerza sobrenatural. El vampiro chocó contra un árbol con un golpe sordo y cayó al suelo, aturdido, pero aún peligroso. Me agaché junto a Octavia, quien yacía inmóvil, su respiración entrecortada y débil. —Octavia, aguanta, —susurré, mientras mi mano buscaba algún signo de que aún estaba conmigo. El vampiro se recuperó rápidamente, levantándose con una agilidad escalofriante. Me preparé para enfrentarlo, sabiendo que debía proteger a Octavia a toda costa. El vampiro se lanzó hacia mí, sus ojos brillando con una sed de sangre inhumana. La lucha fue feroz y brutal. El vampiro era increíblemente fuerte y rápido, pero mi determinación de proteger a Octavia me daba una ventaja. Cada golpe que intercambiábamos resonaba en el silencio de la noche, una danza mortal bajo la oscuridad del bosque. Finalmente, con un golpe preciso y potente, logré derribar al vampiro. Su cuerpo cayó al suelo con un golpe final, y me aseguré de que no se levantaría nuevamente. Exhausto y temblando, regresé al lado de Octavia. —Voy a sacarte de aquí, —prometí, levantándola con cuidado en mis brazos. Sabía que necesitaba atención médica urgente, y cada segundo contaba. Corrí a través del oscuro bosque, el cuerpo de Octavia en mis brazos. Sentía su respiración cada vez más débil contra mi pecho, y un miedo profundo se apoderó de mí. —Aguanta, por favor, —le susurré, aunque sabía que las palabras eran insuficientes ante la gravedad de sus heridas. Al llegar a la cueva, la deposité suavemente en el suelo. Su rostro estaba pálido, sus ojos luchando por mantenerse abiertos. Me arrodillé a su lado, tomando su mano entre las mías. —Orión, —murmuró con un hilo de voz, sus ojos encontrando los míos. —Te amo... tanto. Las palabras me golpearon como una ola de dolor y amor. —Yo también te amo, Octavia. Vamos a salir de esto, juntos, —respondí, aunque en mi corazón sabía que la promesa era frágil. Ella sonrió débilmente, una sombra de su fuerza habitual brillando en sus ojos. —Tienes que ir... a las Tierras Sagradas, —dijo con dificultad. —Es la clave... para terminar la guerra que viene. Intenté hablar, decirle que no la dejaría, que no podía enfrentar lo que venía sin ella, pero ella me interrumpió con un apretón suave de mi mano. —Prométemelo, Orión, —insistió, su voz cada vez más débil. —Por nuestra manada... por nuestro futuro. Las lágrimas inundaron mis ojos mientras asentía, incapaz de hablar. —Lo prometo, —logré decir finalmente, mi voz quebrada por la emoción. —Te amo, —fueron sus últimas palabras, un susurro que se llevó el viento de la noche. Un último aliento dejó su cuerpo, y su mano se aflojó en la mía. Quedé inmóvil, sosteniendo su cuerpo sin vida en mis brazos, un vacío desgarrador apoderándose de mi ser. El amor de mi vida, mi compañera, se había ido. La desolación que sentí fue abrumadora, un abismo de dolor y pérdida que amenazaba con consumirme. Sentí que alguien me sacudía con fuerza, y una voz familiar gritaba mi nombre, arrancándome del abismo oscuro en el que había caído. Abrí los ojos bruscamente y me encontré con la mirada aterrorizada de Jake. —¡Alfa, mierda, calma! ¡Es una pesadilla! —decía una y otra vez, tratando de tranquilizarme. Su rostro estaba tenso por la preocupación, sus manos sujetándome firmemente. Por unos momentos, el dolor de perder a Octavia en mis brazos se sintió tan real, tan palpable, que luché para distinguir la realidad de la pesadilla. —Una pesadilla, —me repetí a mí mismo, intentando asimilarlo. —Solo una maldita pesadilla. Poco a poco, mi respiración comenzó a calmarse y los temblores que sacudían mi cuerpo empezaron a disminuir. Jake seguía a mi lado, su presencia un ancla en el torbellino de emociones que me había envuelto. —Lo siento, Alfa, —dijo Jake, su voz más suave ahora. —Fue... fue como si realmente hubiera sucedido, —confesé, sintiendo un nudo en el estómago. Me tomé un momento para reunirme, para dejar atrás las sombras del sueño y volver a la realidad del aquí y ahora. Aunque solo había sido una pesadilla, la intensidad del sueño me había dejado una sensación de urgencia y una renovada conciencia de los peligros que enfrentábamos. —Gracias, Jake, —dije finalmente, sintiendo gratitud por su rápida reacción. —Necesitamos estar alerta. Las amenazas en este lugar son reales, incluso si esta vez fue solo un sueño. Jake asintió, y juntos, nos preparamos para enfrentar otro día, sabiendo que cada momento que pasábamos en este lugar nos acercaba a enfrentamientos reales y peligros tan temibles como los de mi pesadilla.
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