Capítulo 39

1940 Words
Orión Desperté sintiendo el reconfortante calor de un fuego cercano, un cambio bienvenido a la fría y oscura celda de la que había logrado escapar. Por un momento, en ese estado entre el sueño y la vigilia, casi creí que despertaría una vez más colgando de las cadenas en esa mazmorra sin esperanza. —Alfa, —dijo Robert, acercándose a mí con un cuenco humeante en la mano. —Aquí tiene algo caliente. —Gracias, —murmuré, aceptando el cuenco. El aroma del caldo caliente y sabroso me envolvió, y tomé un sorbo, dejando que el líquido reconfortante me devolviera un poco de fuerzas. —¿Cuánto tiempo he estado dormido? —pregunté, sintiendo la urgencia de ponerme al día con todo lo que había sucedido. —Unas cuantas horas, —respondió Heider, apareciendo detrás de Robert. Su voz sonaba aliviada pero cansada. —En uno o dos días podrá comunicarse con su lobo otra vez. Ciro, mi lobo, había sido privado de la comunicación conmigo debido al acónito que los de las Sombras Oscuras me habían inyectado y forzado a ingerir. Esa separación había sido una de las torturas más difíciles de soportar. El vínculo entre un Alfa y su lobo es profundo, y sentirlo cortado había sido como perder una parte esencial de mí mismo. Era un milagro que siguiera con vida después de todo eso. El acónito, conocido por su toxicidad, había sido usado para debilitarme, para evitar que me transformara y escapara. Pero también había silenciado la voz de Ciro en mi mente, dejándome aislado y vulnerable. Miré a Robert y a Heider, agradecido por su ayuda y su presencia. Sin ellos, no habría sobrevivido. —¿Cómo llegamos aquí? —pregunté, buscando entender cómo habían conseguido liberarme de las garras de las Sombras Oscuras. Robert intercambió una mirada con Heider antes de responder. —No fue fácil, Alfa, —comenzó, y procedió a relatar el peligroso plan que habían ejecutado para rescatarme. Mientras hablaba, me di cuenta de la deuda que tenía con ellos, de la valentía que habían demostrado al enfrentarse a un enemigo tan formidable. —¿Dónde está Jake? —pregunté, girando mi cabeza para buscarlo. Mis ojos finalmente lo encontraron durmiendo al otro lado de la fogata, su respiración tranquila en medio de la agitación que nos rodeaba. —Alfa, antes de salir de la ciudad, las sirenas sonaron, —dijo Robert, con un tono urgente. —Eso significa que saben que han desaparecido. Tenemos que movernos con rapidez. Miré a Robert, entendiendo la gravedad de la situación, pero entonces Heider intervino con suavidad. —Tenemos que esperar hasta que Alfa Orión pueda moverse por sí solo, —susurró, su mirada reflejando la preocupación por mis heridas. Examiné mi propio cuerpo, observando las mordidas y cortes que aún estaban abiertos. Sabía que mi curación rápida no se activaría hasta que Ciro pudiera reconectarse conmigo. Sin esa conexión, mi capacidad de recuperación estaba severamente limitada. —Tal vez podamos escondernos por un par de horas más, —propuse en voz baja. —En este estado, solo los retrasaría. Robert y Heider intercambiaron miradas antes de asentir a mi petición. —Está bien, Alfa, pero no podemos demorarnos mucho, —dijo Robert, su voz reflejando su preocupación no solo por mi bienestar, sino también por nuestra seguridad colectiva. Heider se acercó y me ayudó a acomodarme mejor, asegurándose de que estuviera lo más cómodo posible dadas las circunstancias. A pesar del dolor y la debilidad, me sentía agradecido por tener a personas como ellos a mi lado. —¿Podría alguien explicarme qué mierda es Adriana? Nunca había visto una criatura así en mi vida, —dije con una voz suave pero llena de confusión y curiosidad. Heider me miró, y en sus ojos vi una mezcla de miedo y vergüenza. Tomó una respiración profunda antes de hablar. —Mi abuela, la Beta de las Sombras Oscuras, la convirtió, —comenzó, su voz temblorosa. —Hace muchos años, los hijos de la noche habitaban la Tierra. Monstruos y demonios que aterrorizaban a las criaturas de la luz. Entre ellos... los vampiros. —Mientras hablaba, se abrazó a sí misma, como si el recuerdo de esas historias le causara un frío interno. —¿Y Adriana es uno de ellos? —pregunté, intentando entender la naturaleza de mi enemiga. Heider asintió. —Sí, Alfa. Los vampiros son seres que una vez fueron humanos, pero que fueron transformados. Poseen fuerza sobrenatural, velocidad y una sed insaciable de sangre. Son vulnerables a la luz del sol y deben alimentarse para mantener su inmortalidad. La idea de que un ser humano pudiera ser transformado en algo tan oscuro y peligroso era perturbadora. —¿Y cómo podemos... cómo puedo enfrentarme a ella? —pregunté, sintiendo una renovada urgencia. Si Adriana era una amenaza para mi manada, para Octavia, necesitaba saber cómo protegerlos. —La luz del sol es su debilidad más grande, —explicó Heider. —Pero lo más importante es evitar que te muerda. Su mordida puede ser letal o, peor, podría convertirte. Asentí, grabando cada palabra en mi mente. Sabía que la lucha contra Adriana no sería fácil, pero al menos ahora tenía algo de conocimiento sobre lo que enfrentaba. —Pero ¿cómo lo consiguió? ¿Qué hizo? —pregunté, sintiendo cómo mi confusión y curiosidad crecían en mi interior. Heider se encogió ligeramente, como si el peso de la historia que llevaba fuera demasiado grande. —Le prometió al alfa una compañera poderosa. Ella, Adriana, era la compañera predestinada del Alfa, —explicó con una voz que delataba el conflicto interno. —Sin embargo, era solo una humana, por lo menos hasta que mi abuela la transformó. Escuché atentamente, cada palabra de Heider añadiendo más detalles a la imagen que se formaba en mi mente. —Pero, ¿cómo fue posible esa transformación? —pregunté, intentando comprender la magnitud de lo que había sucedido. —No sé mucho más, —admitió Heider, sus ojos bajando al suelo. —Solo que tuvo que traer algo de las Tierras Sagradas para hacerlo. Algo antiguo y poderoso. Pero los detalles... esos se los guardó para sí misma. La mención de las Tierras Sagradas me hizo reflexionar. Si la abuela de Heider había utilizado algo de ese lugar sagrado y prohibido para transformar a Adriana, entonces lo que enfrentábamos era más grave de lo que había imaginado. Las Tierras Sagradas eran conocidas por albergar poderes y secretos antiguos, no todos destinados a ser desvelados o utilizados. —Entonces, debemos tener cuidado, —dije, más para mí mismo que para los demás. —Adriana... abusó de mí, —comencé, sintiendo una mezcla de vergüenza y temor. —¿Podría ella estar...? —No pude terminar la pregunta, pero la preocupación era evidente en mi voz. Heider me miró con una expresión de comprensión y simpatía. —Ella no puede procrear, pero puede convertir a otros, —explicó con suavidad. —Se alimenta de alguien, luego le da su sangre y finalmente lo mata. Si el cuerpo vuelve a la vida después de eso, entonces la transformación ha funcionado. Sentí un alivio momentáneo al saber que no podría haber engendrado un hijo bajo esas circunstancias. Sin embargo, el alivio pronto dio paso a una nueva ola de horror al escuchar las implicaciones completas de sus palabras. —Ha matado a muchos de la manada, —intervino Robert, su mirada fija en la entrada de la cueva, como si esperara ver la figura de Adriana aparecer en cualquier momento. —No aguantaron la transformación. Fue así que descubrieron que solo puede transformar a humanos. El entendimiento golpeó con fuerza. La monstruosidad de Adriana no tenía límites. No solo era una amenaza por su naturaleza vampírica, sino también por su capacidad para crear más de su especie, aunque solo fuera con humanos. —Entonces, soy afortunado de estar vivo, —dije, aunque la palabra 'afortunado' parecía inadecuada bajo las circunstancias. —Y afortunado de no haberme convertido en uno de ellos. Robert asintió sombríamente. —Sí, Alfa. Es un milagro que haya sobrevivido y que siga siendo usted mismo. Miré a Heider y a Robert, sintiendo una renovada determinación. —Debemos detenerla, —declaré con firmeza. —No solo por nuestra manada, sino por todos aquellos que puedan caer víctimas de ella en el futuro. Jake, despertando de su sueño, se incorporó lentamente, sus ojos aún empañados por el sueño, pero su mente claramente captando nuestra conversación. —Primero debemos llegar a la manada, —dijo con su voz todavía adormecida. —Con suerte, los demás Alfas estarán allí ya para organizarnos y atacar a estos demonios. Sus palabras resonaron con un sentido de urgencia y propósito. Era claro que reunirnos con nuestra manada y unir fuerzas con los otros Alfas era el siguiente paso esencial. Antes de que pudiéramos profundizar más en ese plan, Heider habló, y la gravedad en su voz atrajo nuestra atención inmediatamente. —El Alfa de las Sombras Oscuras, junto con Adriana, están creando un ejército de vampiros, —reveló, su expresión plagada de terror. —Y mi abuela... ella está trabajando en alguna poción para evitar que los vampiros se quemen a la luz del sol. Esa información me golpeó con la fuerza de un mazazo. La posibilidad de un ejército de vampiros era aterradora por sí misma, pero la idea de que pudieran ser inmunes a la luz del sol agregaba peligro a la amenaza que enfrentábamos. —Entonces, el tiempo es esencial, —dije, sintiendo una oleada de responsabilidad y determinación. —Debemos llegar a nuestra manada lo antes posible y prepararnos para lo que venga. Miré a Jake, Robert y Heider, viendo en sus rostros la misma resolución que sentía en mi corazón. —Esto va más allá de cualquier cosa que hayamos enfrentado antes, —continué reflexionando, un silbido de dolor escapó de entre mis dientes cuando intenté incorporarme. —Hay una planta que se encuentra en estos lugares, una que acelera la curación, Alfa. Podría ir a por ella, —me sugirió Heider con seriedad. La idea de enviarla sola a través del peligroso bosque me llenó de inquietud. —No quiero que salgas, es peligroso, —respondí, mi instinto de protección hacia ella activándose de inmediato. Heider, sin embargo, parecía determinada. Se acercó y colocó su mano en mi frente, su tacto era frío y suave. —Está con fiebre, Alfa. Podría empeorar su condición y atrasarnos, —susurró, su voz teñida de preocupación. Antes de que pudiera insistir en mi objeción, Robert intervino. —Yo iré con ella, —declaró firmemente. —Aprovecharé para buscar comida y agua. Jake, que había estado escuchando en silencio, asintió. —Yo cuidaré de Alfa Orión aquí, —dijo, asumiendo un tono de responsabilidad. La decisión estaba tomada antes de que pudiera objetar. A pesar de mis reservas, sabía que Robert era un guerrero capaz y que cuidaría de Heider. Aun así, no pude evitar sentir una ola de ansiedad al verlos alejarse. Quedarme atrás, en un estado de vulnerabilidad, mientras los demás se enfrentaban a los peligros del bosque, era frustrante. Pero también sabía que mi condición actual me hacía más un lastre que un ayudante. Mientras Robert y Heider desaparecían entre los árboles, me acomodé lo mejor que pude, intentando ignorar el dolor y la fiebre que me consumían. Jake se sentó a mi lado, su presencia era un consuelo en medio de la oscuridad. —Volverán pronto, —dijo Jake, intentando sonar optimista. Asentí, aunque en mi interior, la preocupación por su seguridad y la mía propia no cesaba.
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