Capítulo 12

1826 Words
Lucien Una sonrisa juguetona se instaló en mis labios, a pesar de la hostilidad que flotaba en el ambiente. Ahora estaba más interesado en poner mis labios en los suyos... y algunas partes más. —Creo que han sido tus hombres quienes me han traído aquí, y no puedo creer lo mal educados que son... ni siquiera me preguntaron qué hacía en ese lugar —respondí audazmente, desafiando la tormenta que se cernía en sus ojos. Ella me miró con una mezcla de incredulidad y desdén. —Si piensas, por un segundo, que voy a disculparme, hoy no es tu maldito día de suerte —gruñó entre dientes, y sentí cómo mi pulso se aceleraba ante la intensidad de sus palabras. La tensión se acumuló, y una corriente eléctrica pareció recorrer el aire entre nosotros. —Cuanta rudeza, Luna —murmuré, dejando que mis palabras flotaran con un tono juguetón. —Ese es tu nombre, ¿no? —La provocación estaba en el aire, un desafío silencioso que esperaba su respuesta. Se acercó a mí con una gracia felina y se sentó sobre la mesa frente a la silla en la que estaba yo. La cercanía hizo que mi respiración se entrecortara, y la sensación de su presencia me envolvía como una corriente caliente y embriagadora. —Eso a ti no te incumbe —dijo con una sonrisa que, aunque matizada por el sarcasmo, revelaba una chispa de autenticidad. Quedé absorto, anhelando descubrir cómo sería una sonrisa suya de verdad, de esas sinceras y no tan llenas de sarcasmo. Luna mantenía su mirada fija en mí, sus ojos centelleaban con una intensidad que revelaba una mezcla de curiosidad y desconfianza. La pregunta resonó en el aire, cargada de una autoridad que no dejaba espacio para evasivas. —Ahora dime, ¿por qué estás en mi territorio? —preguntó con rudeza, sus palabras cortantes como garras afiladas. Su tono era firme, exigiendo una respuesta clara y sin rodeos. Me ajusté en la silla, sintiendo la tensión en el ambiente mientras consideraba la mejor manera de abordar la situación. La verdad, aunque simple, podía ser un terreno resbaladizo. Decidí optar por la sinceridad parcial, revelando lo suficiente para mostrar que no representaba una amenaza directa. —Estaba de paso, no buscaba problemas. Solo necesitaba cruzar el territorio sin causar molestias —respondí, eligiendo mis palabras con cuidado. La verdad detrás de la respuesta estaba velada, y esperaba que mi tono calmado y cooperativo pudiera disipar cualquier sospecha inicial. Luna mantuvo su expresión imperturbable, evaluando mis palabras con escrutinio. Era evidente que no se dejaba engañar fácilmente, y la tensión en el aire sugería que cualquier movimiento en falso podría desencadenar consecuencias no deseadas. —No aceptaré intrusos en mi territorio, sin importar sus intenciones. ¿Cómo puedo estar segura de que no eres una amenaza para mi manada? —añadió con desconfianza, su postura revelando que estaba lista para actuar ante la menor señal de hostilidad. Sabía que mi respuesta determinaría el rumbo de nuestra interacción. Mis siguientes palabras serían cruciales para establecer algún grado de confianza o para precipitarme en un conflicto que preferiría evitar. —Necesitaba llegar a un lugar y esta ruta me pareció la mejor opción... aunque ahora no estoy muy seguro de la elección —confesé, dejando una sombra de duda en mis palabras. Luna, sin embargo, no mostró signos de ceder ante cualquier atisbo de vulnerabilidad. Ella esperaba más, —voy rumbo a las Tierras Sagradas... —y mi respuesta la llevó a soltar una risa que resonó en la habitación. Una risa que no compartía el tono ligero y desenfadado, sino que llevaba consigo una carga de desprecio. —Nadie puede llegar allí, nadie puede entrar en ese lugar. Según las leyendas, solo la Heredera de la Diosa Luna podría... —se burló, su tono desafiante. Su mirada intensa parecía desafiar cualquier intento de contradecirla, pero no estaba dispuesto a darle el placer de intimidarme fácilmente. —¿Y tú sabes cómo encontrarla? —provocador, no pude evitar seguir desafiándola. Su respuesta fue una afirmación categórica, una afirmación que avivó el fuego de mi resistencia. —Claro que lo sé, cosa que tampoco es de tu incumbencia —respondió, acercando su rostro al mío. La proximidad era palpable, y una chispa de tensión eléctrica flotaba en el aire. —Yo he estado allí, hace muy poco tiempo —confesé, intentando desafiar la percepción que ella tenía de mí. Sabía que cada palabra podía ser un paso más cerca del precipicio, pero no podía permitir que subestimara mi determinación. Aunque mi mente advertía contra cualquier intento de acercamiento físico, la atracción magnética entre nosotros persistía como una fuerza irresistible. Al revelar mi experiencia en las Tierras Sagradas, noté un destello fugaz de duda en los ojos de Luna. Era como si mi afirmación hubiera sembrado una semilla de incertidumbre en su confianza. Aunque su expresión seguía siendo desafiante, la mera sugerencia de que mi afirmación podía contener verdad parecía haberla intrigado. —¿Has estado allí? —preguntó, su tono de voz revelando una mezcla de escepticismo y curiosidad. Podía percibir la chispa de intriga en sus ojos, una chispa que podría indicar un atisbo de interés más allá de la hostilidad inicial. —Sí, he caminado por esas tierras. Conozco los secretos que albergan —respondí con calma, manteniendo mi mirada firme en la suya. Mi confianza se apoyaba en la verdad de mis palabras, y esperaba que ella pudiera percibir la sinceridad en mi tono. Luna se apartó un poco, evaluándome con una expresión que no revelaba completamente sus pensamientos. Había despertado su interés, pero la muralla de desconfianza seguía en pie. La tensión entre nosotros seguía siendo palpable, como una corriente eléctrica que crecía con cada momento compartido. —No me importan tus historias inventadas. Si crees que eso cambiará algo, estás equivocado —declaró con firmeza, pero había algo en su mirada que sugería una fisura en su fachada impenetrable. La semilla de duda que había plantado parecía germinar lentamente, aunque no estaba claro cómo afectaría nuestra interacción en el futuro. —No sé qué historias te han inventado, pero sí se puede estar en las Tierras Sagradas, estuve allí hace unas semanas, estuve con... mi amigo —mi voz se quebró por un instante, la intensidad del recuerdo casi abrumándome. Sentí el estremecimiento de la tragedia recorriendo mi cuerpo, pero perseveré. —A él lo mataron hace unas noches, seco, sin sangre. Desde entonces, he tenido la certeza de que en ese lugar se encuentran las respuestas para descubrir quién lo mató y poder vengarme. Luna sopesó mis palabras con una mirada más profunda. Había compartido una parte vulnerable de mi historia, y aunque su fachada resistente seguía presente, pude detectar una grieta en su expresión. La brutalidad de la pérdida y la búsqueda de justicia resonaban en mis palabras, y por un momento, esa conexión emocional parecía trascender las hostilidades iniciales. —Digamos por un segundo que te creo... —murmuró, sus palabras revelando una pizca de consideración. La pregunta que siguió resonó en el aire como un giro inesperado en nuestra interacción—. ¿Me llevarías contigo? La pregunta, formulada con una mezcla de cautela y necesidad, abrió una puerta a la posibilidad de colaboración. Luna, a pesar de su actitud desafiante, parecía intrigada por la perspectiva de las respuestas que podría encontrar en las Tierras Sagradas. Asentí lentamente, reconociendo la seriedad y la importancia de la situación. La decisión de Luna de considerar la posibilidad de acompañarme en mi búsqueda de respuestas marcaba un cambio en nuestra dinámica. Aunque nuestras interacciones habían comenzado con desconfianza y hostilidad, ahora se perfilaba la oportunidad de una colaboración, al menos temporal. —Sí, lo haría. Pero las Tierras Sagradas son peligrosas, y no puedo garantizar tu seguridad —admití, manteniendo la honestidad en mis palabras. Había enfrentado peligros en ese lugar, y no podía ignorar la realidad de sus riesgos. Luna, con su mirada intensa, pareció evaluar la sinceridad de mi ofrecimiento. La tensión entre nosotros persistía, pero ahora se mezclaba con un atisbo de entendimiento mutuo. La posibilidad de que compartiéramos un objetivo común, aunque fuera por motivos diferentes, flotaba en el aire. La tensión en la celda era palpable mientras Luna sopesaba mi propuesta. Sus ojos, profundos y decididos, revelaban la cautela que sentía ante la idea de aventurarse a las Tierras Sagradas conmigo. La oferta de guiar el camino, aunque acompañada de dudas, se dejaba entrever como una posibilidad real. —Mi seguridad está en mis manos, solo quiero que guíes el camino, si ya has estado ahí, claro... —continuó, su voz revelando una mezcla de determinación y escepticismo. Sus ojos, inquisitivos, buscaban la veracidad en mis palabras. —no puedo soltarte, así como así. Te sacaré esta noche... Asentí con seriedad, reconociendo la valentía implícita en su disposición a aventurarse en ese territorio peligroso. Sin embargo, antes de que pudiera responder, la celda se llenó con la entrada de un hombre grande y enojado. —Octavia, no se supone que estés aquí sola —gruñó el muchacho, su enojo evidente en cada palabra. Luna, sin amilanarse, se enfrentó a él con determinación. —Lucas, sabes que haré lo que quiera, soy tu Luna y no tengo que darte explicaciones —respondió, desafiante. La dinámica entre ellos se volvía evidente, un choque de voluntades marcado por roles jerárquicos. —Ya hemos acordado que no serías un hermano protector, sé tomar mis propias decisiones, y no creo que sea lógico discutir delante del prisionero —terminó devolviéndome la mirada, sonreí ante sus ojos. —No me incomodan los dramas familiares, Octavia... —La situación dio un giro cuando ella, con un movimiento rápido y sin previo aviso, me propinó un puñetazo en la cara. El impacto fue contundente, partiéndome el labio y generando un rastro de sangre. Sujetándome por el pelo y asegurándose de que nuestras miradas se encontraran. —No hablarás a menos que se te lo pida —gruñó, su voz resonando con autoridad. Sentí la firmeza de su agarre mientras mantenía mi rostro cerca del suyo, una mezcla de dolor y excitación. —Octavia... —intentó intervenir su hermano, pero ella se adelantó, reclamando el control de la situación. —Este prisionero es mío para interrogar, que nadie más entre en esta habitación —declaró, soltándome y dirigiéndose hacia la puerta. La determinación en su tono indicaba que estaba dispuesta a llevar a cabo la interrogación según sus propias reglas. —Sí, Luna —respondió su hermano, cerrando la puerta tras de ellos. Quedé solo en la celda, mi labio sangrante y la emoción revuelta en mi interior. Octavia, su nombre resonaba en mi mente, y la provocación que emanaba de ella solo intensificaba mi fascinación. Este nuevo giro en los acontecimientos, aunque marcado por la violencia, prometía una dinámica inesperada y, quizás, un placer oculto en medio del conflicto.
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