Capítulo 13

1264 Words
Octavia Salí de las mazmorras después de mi visita al nuevo prisionero, con Lucas pisándome los talones. La húmeda penumbra del lugar se disipaba lentamente mientras ascendía por la escalinata de piedra, dejando atrás los lúgubres recuerdos que se albergaban en las celdas oscuras. La charla con el prisionero fue más que informativa; sus revelaciones resonaban en mi mente como notas musicales, dando una estructura sólida al plan que había gestado días atrás. Mis pensamientos se alineaban como las piezas de un rompecabezas, encajando con precisión y revelando un panorama que antes parecía difuso. Al salir a la luz del día, el sol acarició mi rostro, desencadenando una mezcla de sensaciones. Un cálido escalofrío recorrió mi columna, como si la luz misma llevara consigo secretos que solo se revelaban a quienes estaban dispuestos a ver más allá. Lucas me seguía de cerca. Su presencia, aunque reconfortante, no podía disipar la inquietud que me embargaba. El aire fresco del exterior contrastaba con la tensión que se acumulaba en el ambiente, creando una atmósfera densa y palpable. —Octavia —me llamó Lucas, y detuve mi caminar para escuchar sus palabras. Su voz resonaba en el aire, pero mi atención estaba dividida entre él y los pensamientos que bullían en mi cabeza. —¿Qué ha sido todo eso allí dentro? Mi mirada se encontró con la suya, y en ese instante, pude percibir la interrogante que se reflejaba en sus ojos. Un nudo se formó en mi estómago, una amalgama de frustración y enojo que amenazaba con desbordarse. Mis músculos se tensaron, y la incomodidad se manifestó en mi postura, como si el peso de las responsabilidades que recaían sobre mis hombros se hiciera más tangible. —¿No se supone que soy tu Luna? —mis palabras emergieron con un dejo de desencanto y enojo contenido. La decepción se mezclaba con la furia en mi voz. —No deberías desacreditarme como lo hiciste allí dentro. —Esa no era mi intención —comenzó a decir Lucas, claramente afectado por mi actitud. Su voz, por lo general firme, ahora llevaba consigo un dejo de arrepentimiento y preocupación. Los surcos en su frente revelaban la tensión que experimentaba ante mi reacción, como si hubiera tropezado en terreno delicado sin querer. El silencio se interponía entre nosotros, pesado como una losa. Podía sentir la tensión en el aire, una electricidad cargada de emociones mal comprendidas. El sol, antes reconfortante, parecía perder su brillo, reflejando la turbulencia interna que amenazaba con desbordarse. Mis ojos, fijos en los suyos, buscaban respuestas que las palabras no lograban expresar. Un nudo persistente en mi garganta dificultaba la comunicación, mientras mi cuerpo reaccionaba al conflicto con una mezcla de calor y frío que se extendía desde mi pecho hasta las extremidades. Lucas, al notar mi malestar, se esforzó por encontrar las palabras adecuadas. Sus labios se movían en un intento de explicación, pero el eco de mis propias emociones resonaba tan fuerte en mis oídos que apenas lograba escucharlo. La incomodidad se instalaba como un intruso indeseado en el espacio entre nosotros. —Octavia, no quise menospreciar tu papel. Comprendo la importancia de tu posición, pero en ese momento... —suspiró, como si las palabras fueran espinosas en su boca. —Estaba preocupado, frustrado por no poder hacer más para ayudarte en esta situación. Fue un error, y lo lamento sinceramente. —Solo no vuelvas a hacerlo... —le dije, queriendo evitar chocar. La resonancia de mis palabras llevaba consigo una mezcla de vulnerabilidad y firmeza, como un eco de emociones que luchaban por encontrar su equilibrio. —¿Dónde están las pertenencias del prisionero? —añadí, cambiando el tono de la conversación con una pregunta práctica. Mis gestos y expresiones buscaban distanciarse de la tensión anterior, enfocándome en la tarea inmediata. La transición abrupta reflejaba mi necesidad de dejar atrás el conflicto emocional, al menos por el momento, y concentrarme en los desafíos que aguardaban en las Tierras Sagradas. —Están en la oficina de Orión, ¿por qué? ¿Qué ha dicho el prisionero? —indagó Lucas, más que intrigado, sus ojos reflejaban una mezcla de curiosidad y preocupación. —No ha dicho nada, por eso quiero revisar sus pertenencias —dije emprendiendo mi camino de nuevo. El eco de mis pasos resonaba en los pasillos, y mi mente estaba enfocada en la tarea inmediata, aunque la sombra de la conversación anterior persistía. —Ve a dar las órdenes de que nadie, absolutamente nadie, entre en esa celda. Aún con la duda marcada en su rostro, Lucas asintió y se retiró. La determinación en sus ojos indicaba su compromiso con la seguridad de la situación. Volví a la casa de la manada, corriendo por los pasillos como si el tiempo se acelerara. La incertidumbre sobre el prisionero y sus pertenencias resonaba en mi mente, un recordatorio constante de la delicada línea que caminábamos entre aliados y desconocidos. Podía sentir la energía pulsante en el aire, cargada de la tensión que se acumulaba en cada rincón de la casa. Al llegar a la oficina de Orión, abrí la puerta con decisión. La sala estaba sumida en la penumbra, solo iluminada por la luz que se filtraba a través de las cortinas entreabiertas. Mis ojos se posaron en el equipaje del prisionero, una mochila cerrada que encerraba secretos que podían cambiar el curso de nuestra misión. "Pero nos llevará a Orión, es lo único que importa" dijo Darcy, volviendo a la vida en mi mente. "Todo lo hacemos por Orión, no nos detendremos hasta volver a casa con él" le respondí con firmeza, aferrándome a la convicción que guiaba mis acciones. Revisé la mochila del prisionero, sintiendo la necesidad de aprender su nombre para dejar de referirme a él como 'el prisionero' o 'sexy rubio de ojos claros'. Dudaba que ese apodo fuera de mucha utilidad. Al entrar en la celda, me sorprendió lo guapo que era. Su cabello dorado caía sobre sus hombros, y aunque no era la primera vez que veía a alguien con tales rasgos, su presencia tenía un algo magnético. Podría decir que era alto, aunque esa impresión tendría que confirmarla más tarde. Sus ojos verdes eran brillantes, y la barba enmarcaba sus hermosos labios. Sin embargo, a pesar de la atracción física que podría despertar en mi, no era Orión. No encendía mi sangre con una sola mirada, ni provocaba el mismo remolino de emociones que el pensamiento de mi compañero lograba. Mis manos se movían con destreza mientras registraba sus pertenencias, pero mi mente estaba en otro lugar. Luego de unos minutos, tenía sus pertenencias esparcidas sobre el escritorio. Lo que confirmaba que este hombre se disponía a emprender un viaje. Entre sus cosas descubrí un mapa desgastado, trazado con líneas que sugerían rutas ya recorridas y destinos marcados. La linterna y la brújula revelaban su preparación para desplazarse en la oscuridad, como si hubiera anticipado encuentros con la noche en su camino. Una botella, probablemente con agua, testificaba su necesidad de mantenerse hidratado durante sus travesías. La ropa, aunque escasa, denotaba practicidad y resistencia, características esenciales para enfrentar los desafíos de la naturaleza. Los fósforos, pequeños pero vitales, sugerían la importancia de mantener encendido el fuego, ya sea para cazar, calentarse o iluminar el camino. Coloqué todo en su lugar, observando de vez en cuando cómo el sol se ocultaba en el horizonte, tiñendo el cielo con tonalidades cálidas y crepusculares. Aunque mi atención estaba en las pertenencias del prisionero, mi mente ya se proyectaba hacia las tareas que aún debía realizar antes del viaje.
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