Capítulo 11

938 Words
Lucien Mi camino a través del Territorio de Los Cazadores Sagrados era un avance lento y calculado. Cada paso que daba estaba marcado por la precaución, mi cuerpo se movía en sintonía con la danza de sombras proyectadas por la densa vegetación. Las patrullas de lobos se deslizaban como espectros entre los árboles, sus sentidos agudos alertas a cualquier intruso. El aroma a bosque impregnaba el aire, mezclado con la tensión palpable que fluía entre las hojas crujientes bajo mis pies. El desafío estaba en avanzar sin dejar una huella olfativa que pudiera ser rastreada por los lobos vigilantes. La astucia y la paciencia se volvieron mis aliadas mientras sorteaba cada rincón de este territorio. Mis sentidos se agudizaban ante el sonido de ramas quebrándose a lo lejos. Me detuve, mi cuerpo tenso como un arco listo para ser disparado. Las patrullas se desplazaban en grupos compactos, una danza coordinada de la manada que debía evitar a toda costa. Avancé con sigilo, respirando con la menor cantidad de ruido posible mientras me mezclaba con las sombras del bosque, desafiando la vigilancia de aquellos que protegían estos sagrados dominios. Cada encuentro cercano con una patrulla requería una inmovilidad momentánea, una pausa en la que me convertía en parte del follaje y las sombras circundantes. Los ojos de los lobos rastreaban el bosque con una agudeza que no podía subestimar. Mi única defensa era la invisibilidad, desvaneciéndome en el entorno como un suspiro fugaz. El sigilo se volvió mi mejor aliado, y el territorio hostil se convertía en un laberinto que debía atravesar con la destreza de un ladrón de la noche. La extraña intensificación de las patrullas en el Territorio de Los Cazadores Sagrados me desconcertaba. Hacía apenas unas semanas, cuando había cruzado este mismo lugar, la presencia de tantas patrullas no era la norma. Mi memoria revolvía los recuerdos, buscando alguna pista sobre lo que podía haber desencadenado este cambio repentino. Conocía a las diversas especies y razas que habitaban en continente; hombres lobo, brujas, humanos. Me movía entre ellos con la discreción de quien solo interactúa con aquellos que requieren mis servicios y ningún otro. La relación con cada especie tenía su propio código, un delicado equilibrio que mantenía para preservar mi neutralidad. Mi travesía se volvía considerablemente más complicada con la actividad constante de los hombres en movimiento. Cada paso debía ser calculado, cada movimiento, medido para evitar ser detectado en este territorio ahora hiperactivo. Un crujido apenas perceptible bajo mis pies fue suficiente para alertar a los lobos que patrullaban la zona. Levantaron las orejas en un gesto de atención, y en un coro de aullidos, señalaron mi dirección. La urgencia se apoderó de mí mientras salía corriendo a toda velocidad, pero era inevitable, el caos se desató a mi alrededor. Fui cercado por los lobos, sus gruñidos resonando en la quietud del bosque. La velocidad y la agilidad de estas criaturas eran formidables, y pronto me vi atrapado en un torbellino de movimiento frenético. Mis intentos por esquivarlos resultaron infructuosos, cada movimiento estratégico era respondido con una reacción aún más rápida por parte de los lobos. El bosque se convirtió en un laberinto hostil, y mi escape se volvía cada vez más improbable. En un instante, la mandíbula de uno de los lobos se cerró en torno a mi pierna, y el dolor se propagó como una descarga eléctrica a través de mi cuerpo. La lucha era inútil, eran demasiados. La transformación de los lobos en hombres marcó el inicio de mi captura. Cadenas se cerraron en torno a mí, convirtiéndome en prisionero de este lugar que reconocí como las mazmorras. El hedor desagradable que impregnaba el ambiente hizo que tuviera que contener las náuseas que amenazaban con subir por mi garganta. —Luna estará contigo en un momento —anunció uno de los hombres lobo antes de cerrar la puerta de mi celda con un sonido ominoso. Me quedé solo, sumido en la oscuridad de la celda, con un sabor amargo en la boca que no provenía solo del fracaso en mi objetivo, sino también de la incertidumbre que se cernía sobre mi destino. Las horas transcurrieron lentamente mientras aguardaba la llegada de esa tal Luna. La celda, con su atmósfera opresiva, se volvía un recordatorio constante de mi situación precaria. La espera prolongada se convirtió en una tortura silenciosa, y mi mente se debatía entre la frustración y la preocupación por lo que vendría a continuación. Nunca imaginé que, al abrir la puerta, un ser tan celestial cruzaría el umbral. Luna, la tal Luna, era como una diosa descendida a la tierra. Su belleza era impactante, y sus ojos capturaron mi atención desde el momento en que se posaron en mí. Su cabello n***o caía en cascada hasta sus caderas, creando un marcado contraste con su piel pálida, como el ébano que enmarcaba su rostro. Quedé boquiabierto ante la presencia de esta mujer frente a mí. La intensidad de su belleza era abrumadora, y me hallé sumergido en la contemplación de cada detalle. Me preguntaba, absorto, a qué sabrían sus labios, cómo sería perderme en el sabor de un beso proveniente de alguien tan divinamente hermoso. Sus rasgos, tan perfectamente esculpidos, dejaban en claro que Luna no era una simple líder, sino una presencia que despertaba la admiración y la fascinación a su paso. Ante mi expresión, Luna gruñó desaprobatoriamente, rompiendo el hechizo momentáneo. —¿Qué mierda estás mirando, imbécil? —su voz tenía un tono áspero, como el rugido de un depredador. Sus palabras reverberaron en el aire, y su mirada penetrante me dejó claro que estaba en territorio peligroso.
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