Capítulo 9

1269 Words
Octavia La luz del sol acariciaba mi piel con su cálido abrazo, y su resplandor me obligó a entrecerrar los ojos para poder apreciar mi entorno. El fulgor era tan intenso que sentí el impulso de alzar la mano para protegerme de su radiante presencia. Sin dudas, me encontraba en el bosque, pero algo en él no me resultaba completamente familiar. Ajusté la mirada, entrecerrando los ojos en un intento por discernir los detalles que mi visión inicial no revelaba. Fue entonces cuando lo noté: estaba en el límite del territorio con las Tierras Sagradas, un lugar impregnado de misticismo y respeto entre los lobos de la manada y las brujas. El aroma fresco del bosque se entrelazaba con la esencia única que emanaba de las Tierras Sagradas, creando una atmósfera cargada de reverencia. Cautelosamente, di un paso hacia adelante, sintiendo el crujir de hojas secas bajo mis pies. Un escalofrío recorrió mi columna, una mezcla de anticipación y respeto ante la proximidad de un lugar tan significativo. Las sombras danzaban entre los árboles, proyectando patrones intrincados en el suelo cubierto de hojas. Cerré los ojos por un momento, permitiéndome absorber los sonidos del bosque: el susurro del viento entre las ramas, el canto melódico de los pájaros, y el murmullo distante de un arroyo. Mi corazón latía en sintonía con la naturaleza que me rodeaba, una sinfonía de vida que resonaba en cada fibra de mi ser. Me aventuré más profundamente en el bosque, dejando que mis sentidos se impregnaran con la magia que se desprendía de las Tierras Sagradas. A medida que avanzaba, las sombras se intensificaban, creando un juego de luces y sombras que despertaba una sensación de tranquilidad. Un susurro suave, apenas audible, se filtró en el aire, como si las voces del pasado resonaran entre los árboles ancianos. El suelo bajo mis pies cambiaba de textura, pasando de hojas crujientes a suaves alfombras de musgo. Cerré los ojos nuevamente, dejándome llevar por las sensaciones que fluían a través de mí. Una brisa fresca acarició mi piel, llevándose consigo la tensión acumulada y dejando en su lugar una serenidad reconfortante. La luz del sol filtrándose entre las ramas creó un juego de destellos dorados que danzaban en mi cuerpo. Inhalé profundamente, capturando los aromas únicos que llenaban el aire en esta frontera entre el bosque conocido y las Tierras Sagradas. La magia de este lugar resonaba en mi interior, despertando una conexión ancestral que iba más allá de la comprensión racional. Mis pies se movían con gracia, como guiadas por una fuerza invisible que me conducía más profundo en el corazón de las Tierras Sagradas. Cada rincón revelaba una nueva maravilla, desde antiguos símbolos tallados en la corteza de los árboles hasta pequeños destellos de luz que se filtraban entre las hojas como luciérnagas danzantes. Mis oídos captaron el susurro de un arroyo cercano, y el sonido reconfortante me guio hacia su orilla. Me arrodillé junto al arroyo, dejando que mis dedos se sumergieran en sus aguas frescas. La corriente acarició mi piel, llevándose consigo cualquier rastro de preocupación. Una sensación de purificación se extendió por todo mi ser mientras me sumergía en la esencia revitalizante de las Tierras Sagradas. En este lugar, donde la luz y la sombra danzaban en armonía, y cada susurro del viento parecía un eco del pasado, experimenté una conexión profunda con la tierra y los ancestros que la habitaron. Me giré al escuchar un ruido y me quedé paralizada ante la vista. Allí estaba él. Orión. Sus ojos, intensos y familiares, encontraron los míos, y un destello de reconocimiento cruzó su mirada antes de que una sonrisa iluminara su rostro. Sin pensar, corrí hacia sus brazos, la emoción y el alivio convergiendo en un abrazo apasionado. El calor reconfortante de su cuerpo me envolvía, disipando cualquier rastro de temor o incertidumbre que hubiera persistido en mi interior. La realidad de tenerlo frente a mí, sano y salvo, era abrumadora. Lo envolví con fuerza, como si pudiera asegurarme de que no era una ilusión fugaz. Nuestros labios se encontraron en un apasionado beso, sellando el reencuentro con la intensidad de nuestras emociones. El mundo a nuestro alrededor se desvaneció en ese momento, dejando solo el eco de nuestros latidos y la calidez compartida entre nosotros. Nos separamos momentáneamente, pero nuestras miradas seguían entrelazadas, comunicando más que las palabras podrían expresar. En sus ojos encontré la respuesta a las preguntas no formuladas, la confirmación de que estábamos juntos de nuevo, más fuertes que nunca. —Octavia —susurró mi nombre, su voz resonando con una mezcla de alegría y alivio. Me acarició el rostro con ternura, como si quisiera asegurarse de que no había sufrido daño en su ausencia. —Orión, pensé que... —las palabras se perdieron en mi garganta, abrumada por la emoción. De repente, la escena cambió. Una luz roja comenzó a avanzar, tiñendo el paisaje con un tono vibrante y misterioso. Miré el sol, observando cómo se volvía gradual y completamente rojo, como si un eclipse invisible estuviera transformando el cielo. De vuelta a mi alrededor, noté que Orión ya no estaba allí. Busqué con la mirada, pero solo encontré la expansión del bosque bañado por la luz roja. Una sensación de pérdida se instaló en mi pecho, y el entorno se volvió más surrealista con cada segundo que pasaba. —Ven a nosotros, heredera, encuentra a tu verdadero amor —susurraron varias voces en mi mente, sus palabras resonando como ecos en la vastedad de la escena. La llamada era inquietante, pero, al mismo tiempo, cargada de una extraña promesa. De repente, emergió una figura en la penumbra. Orión estaba de pie frente a mí, pero su presencia parecía difuminarse entre sombras y destellos rojos. Su mirada, sin embargo, seguía siendo tan penetrante como siempre, y su presencia llevaba consigo una sensación de familiaridad y calidez. —Heredera, estás en el umbral de tu destino —susurró Orión, su voz resonando en armonía con las voces en mi mente. La realidad parecía distorsionarse a mi alrededor, creando una sensación de estar en dos lugares al mismo tiempo. Miles de pájaros salieron en un enjambre frenético, sus siluetas oscuras recortándose contra el cielo rojo. Observé impotente mientras se abalanzaban sobre nosotros, como sombras hambrientas en un festín siniestro. Los graznidos se mezclaban en un coro discordante que resonaba en el bosque. Vi cómo los pájaros se arremolinaban alrededor de Orión, sus afilados picos desgarrando partes de su figura. Cada picotazo era como una herida en mi propia carne, y el horror se apoderó de mí al presenciar la vulnerabilidad de aquel que siempre fue mi protector. Orión cayó al suelo, su figura eclipsada por el enjambre voraz. Un grito desgarrador se elevó en el bosque, un lamento que resonaba con la angustia de la pérdida. Mis manos se alzaron instintivamente para proteger mi rostro de los picos que se abalanzaban hacia mí. Los pájaros, ahora enfocados en mí, comenzaron su ataque. Sentí el roce agudo de sus picos, la sensación de carne desgarrándose. Grité en respuesta al dolor, pero mi voz se perdía en el tumulto caótico del bosque. La visión se volvía borrosa mientras los pájaros me envolvían, su voracidad insaciable devorando pedazos de mi ser. La luz roja del sol eclipsado se desvaneció lentamente, dejándome sumida en la oscuridad y el tormento. —¡Octavia! —el grito de mi hermano resonó distante, pero la desesperación tintaba cada sílaba, como un eco angustiante en el bosque de mis pesadillas. Me aferré a la realidad, a la voz que rompía el caos onírico que me envolvía.
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