Capítulo 33

1087 Words
Orión Desperté en la oscuridad húmeda y fría de la mazmorra, cada parte de mi cuerpo gritando de dolor. Estaba atado, mis manos y pies asegurados con unas cadenas que se clavaban en mi piel. A mi lado, Jake temblaba incontrolablemente. Ambos estábamos cubiertos de cortes y golpes, testimonios de la brutalidad a la que habíamos sido sometidos. Cada terminación nerviosa en mi cuerpo ardía como si estuviera envuelta en llamas, y el esfuerzo más mínimo para moverme se convertía en una tortura insoportable. Intenté reunir fuerzas para hablar, pero sólo logré un murmullo doloroso. —Jake, —susurré, mi voz apenas un hilo. —¿Estás bien? Él me miró con ojos desorbitados, su rostro pálido y marcado por el sufrimiento. —Alfa Orión, no puedo más, —dijo con una voz quebrada. —Este encierro, verte sufrir así... es demasiado. —No podemos rendirnos, Jake, —dije con un esfuerzo que me costó cada fibra de mi ser. —Tenemos que encontrar una manera de salir de aquí. Jake asintió, pero su mirada estaba perdida, como si una parte de él ya hubiera abandonado la esperanza. Observé las cadenas que nos ataban, sintiendo la frialdad del metal contra mi piel. A pesar del dolor y la desesperación, una parte de mí se negaba a ceder. No iba a permitir que este fuera el final de mi historia. —Voy a sacarnos de aquí, —murmuré, más para mí mismo que para Jake. —No importa lo que cueste. Cerré los ojos, intentando reunir la poca energía que me quedaba. Sabía que la tarea sería casi imposible, pero también sabía que rendirse no era una opción. Por Octavia, por mi manada, por mí mismo, tenía que encontrar la manera de liberarnos de esta prisión. En ese momento, como si fuera un llamado del destino, la puerta de la celda se abrió lentamente, y una figura delgada entró en el espacio sombrío. Mis ojos, acostumbrados a la penumbra, distinguieron la silueta de una niña, apenas una adolescente. Sus ojos me miraron con una mezcla de compasión y resolución. Jake, a mi lado, pareció cobrar un atisbo de esperanza al verla. —Heider, —murmuró Jake, su voz llena de asombro y alivio, como si frente a él estuviera un ángel guardián surgido de la oscuridad. Observé con atención a la joven que se encontraba frente a nosotros. Su valentía era evidente, pero había algo más en su mirada, una historia que iba más allá de sus años. —¿Ese es tu nombre? —le pregunté en un susurro, aun intentando entender cómo una niña había terminado en un lugar como este y por qué había decidido ayudarnos. —Sí, —asintió con firmeza, una chispa de algo que parecía esperanza brillando en sus ojos. —Soy Heider. Alice, mi hermana, me ha hablado mucho de Octavia y de ti, Alfa Orión. —¿Alice era tu hermana? —pregunté, intentando procesar la información a pesar del dolor que me consumía. —Media hermana, nuestra madre nos entregó a la Beta de las Sombras Oscuras como esclavas... —dijo ella. La revelación de que una niña de catorce años había vivido toda su vida bajo la sombra de una manada tan cruel como las Sombras Oscuras era desgarradora. Sin embargo, su valentía y su deseo de ayudar, impulsada por el amor a su hermana, era un rayo de luz en la oscuridad de nuestra celda. —Gracias, Heider, —dije, sintiendo una mezcla de gratitud y preocupación por ella. —Pero es peligroso. Si te atrapan... Ella sacudió la cabeza con determinación. —No me importa. Es hora de que esta esclavitud termine. —¿Cómo planeas ayudarnos? —pregunté, la curiosidad mezclada con el escepticismo. Nuestra situación parecía desesperada, y aunque su presencia era un rayo de esperanza, no podía dejar de preocuparme por los riesgos que corría. Heider se acercó a las cadenas y sacó de su bolsillo una pequeña lima de metal. —He estado robando herramientas pequeñas durante unos días, —explicó. —Esta noche, cuando los guardias estén distraídos, comenzaré a trabajar en estas cadenas. Asentí en dirección a Heider, consciente del peligro que representaba cada segundo adicional en nuestra celda. —Vete antes de que alguien te vea, —le dije con urgencia. La importancia de su seguridad era tan crítica como nuestro propio escape. Con un último vistazo lleno de determinación, se deslizó hacia la puerta y desapareció silenciosamente en los oscuros corredores de la mazmorra. —Ahora solo nos queda esperar, —dije, volviéndome hacia Jake, quien observaba el lugar donde Heider había desaparecido. Su rostro reflejaba una mezcla de esperanza y ansiedad. —Ella volverá, —le aseguré, aunque en mi interior, la incertidumbre y el miedo luchaban por dominar. Jake asintió, intentando aferrarse a la misma esperanza. Pasamos las horas en un silencio tenso, cada ruido en el corredor nos hacía tensar, esperando ya fuera el regreso de Heider o la llegada de nuestros captores. Mientras esperábamos en la penumbra de la celda, mi mente se vio asaltada por recuerdos que deseaba desesperadamente olvidar. Imágenes de Adriana me atormentaban. Recordaba con angustia cómo me había violado, un acto de dominación y crueldad que dejó una huella indeleble en mi ser. Intentaba bloquear la sensación asquerosa de su piel contra la mía, la repulsión que me recorría cada vez que recordaba ese momento. El miedo de no haber usado protección se entrelazaba con la vergüenza y la culpa, una tormenta de emociones que me dejaba sintiéndome vulnerable y expuesto. Lo más doloroso era la sensación de traición que me invadía cada vez que pensaba en Octavia. A pesar de saber que había sido una víctima, no podía evitar sentir que la había traicionado. El hecho de haber sido abusado no mitigaba el sentimiento de haber sido infiel a nuestra unión, a nuestro amor. Cada recuerdo de ese acto horrendo era como una puñalada en el corazón, un recordatorio constante de mi impotencia y humillación. Traté de enfocarme en el presente, en la posibilidad de escape que Heider había traído, pero las sombras del pasado se negaban a dejarme en paz. Miré a Jake, quien parecía perdido en sus propios pensamientos oscuros. Nos encontrábamos juntos en esa celda, pero cada uno de nosotros estaba aislado en su propio infierno personal. La espera se convirtió en un ejercicio de resistencia, no solo contra las cadenas físicas que nos ataban, sino también contra los fantasmas del pasado que amenazaban con consumirnos.
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