«Será posible que Abel le cambió dé lugar a esa cosa? Eso debió ser, pero tengo mis dudas», se decía Karina para apaciguar los incesantes latidos de su corazón que le recordaban lo atemorizada que se sentía.
Antes de acercarse para averiguar, la joven tomó con una mano su celular y se le dificultó un poco por lo temblorosa que esta estaba, pero aun así abrió una aplicación para llamar a su prometido. En su mente sabía que al estar trabajando era muy poco probable que le respondiera, pero debía intentarlo.
—Contesta, Abel… contesta… —replicaba Karina con aflicción y miedo, pero la mandó a buzón— ¡Rayos, lo sabía!
Después de tres intentos mejor decidió abrir una aplicación de mensajes y optó por enviar un audio a su mejor amiga, en la que podía confiar con plenitud.
—Maggie, amiga… —Karina zapateaba con debilidad y desesperación, porque hasta parecía que rasgaban la pared con las uñas—, sé que estás trabajando y que no debo molestarte, pero en cuanto salgas necesito, ¡necesito por favor que vengas a verme! Estoy en la casa de Abel, la de la avenida central, la grande que parece mansión, ya sabes cual. Tengo miedo y no tengo a quién decirle esto. Te espero aquí.
Cuando dejó su celular al lado, su mirada se posó en el cuadro de la joven, su penetrante mirada le helaba la sangre y la existencia. Le comenzaba a parecer loco cómo parecía mirarla fijamente que necesitó retirar su mirada de inmediato.
El golpeteo continuaba de manera perenne, ya no sabía que hacer, hasta parecía sentirlo justo sobre su cabeza. Karina tragó grueso y con todo su ser temblando de manera sutil, tanto que le hacía apretar los dientes por la tensión, se acercó para encarar de frente dicho cuadro y se sintió tan patética por lo que iba a hacer.
«Voy a tener que llevar esto al ático, aunque eso me lleve una discusión con Abel después… no me importa nada más, pero él no tiene que estar aquí padeciendo esto que siento», se dijo para pararse de puntitas y estirar el brazo que no tenía tan lastimado para tomar el cuadro.
Debido al esfuerzo, una gota de sudor comenzó a surcar su sien provocando que su castaño flequillo se pegara a su frente; sus dientes apretaban su labio inferior, en esas condiciones de salud todo parecía el doble de complicado, pero de un momento a otro sintió un jalón en sus costillas, dolor que la hizo gritar.
«Esto es estúpido, Karina», se dijo mientras las lágrimas de dolor se hicieron presentes, porque nunca se había sentido de esa manera.
Estaba lo suficientemente cerca como para notar algo que no había hecho… ese ruido insoportable se hizo más claro a sus oídos y venía de la pared. Confundida, la joven trigueña pegó su oreja a la pared de madera, poco a poco se hacía más claro y venía del otro lado, justo del exterior.
Por fin Karina pudo respirar hondo y decidida abrió la puerta de la entrada que daba con el sitio del jardín frontal, que aún tenía las rejas de madera blancas que utilizaba Reina, la madre de Abel.
Con la dificultad que el dolor le propinaba, para su sorpresa se encontró cara a cara con una joven de cabello dorado y lacio, ella llevaba ropas de jardinería, que constaba de un overol de lona desgastado y un sombrero de paja para el sol con un listón rosa; en su mano sostenía un martillo, era evidente que algo la tenía entretenida pegada a la pared de la casa.
—¡Oh! Buenos días, no sabía que había personas ya viviendo aquí, lo siento si te asusté —dijo la joven, deteniéndose al ver que su nueva vecina tenía la cara pálida del susto—. Mi nombre es Evie, estaba persiguiendo un ratón que entró por este agujero.
Karina dirigió su mirada hacia el punto en el que Evie señalaba y en efecto, había un pequeño agujero y pensó que de seguro había muchos más de esos por toda la casa. Sin proponérselo se relajó un poco, aunque si era sincera con ella, la adrenalina aun corría por sus venas.
—No, no, yo lo siento, es que pensé que el ruido venía de… —respondió Karina, apenada y sintiéndose tonta por sus locos pensamientos paranoicos—. Olvídalo, no importa, ya lo aclaré.
—Te comprendo —Evie rió con suavidad, mientras bajó el martillo y se sacudió las manos—. Estas casas son antiguas, por lo que puede ser bastante inquietante al principio, pero no te preocupes, te acostumbras a los ruidos, son los crujidos de la madera vieja.
Evie rió con suavidad mientras bajaba el martillo y se sacudía las manos. La sonrisa cálida de Evie de inmediato le transmitió un alivio repentino a Karina, quien sonrió por inercia.
—¿De veras? —inquirió Karina, tan curiosa que olvidó — Y… ¿qué tan antiguas pueden ser estas casas? ¡Oh!, perdona, me llamo Karina.
Ambas chicas se dieron la mano y algo pareció hacer un click de agrado entre ellas.
—Y, ¿tú eres la novia de Abel? Qué simpática eres, se ve que eres de clase. Yo conozco a los Medina un poco porque he vivido aquí toda la vida, pero casi no hablamos —preguntó Evie, con una sonrisa mientras se secaba el sudor de la frente.
—Oh, ya veo… soy su prometida —aclaró Karina, con un dejo de timidez—. Acabo de mudarme aquí con él y como ves, todavía me estoy acostumbrando a todo.
—Pues encantada de conocerte, Karina. Tu vestido es muy bonito, tienes buen gusto. Por favor, si necesitas algo, solo dilo. Yo vivo aquí justo al lado con mi bisabuela, que obviamente no sale mucho. También perdí a casi toda mi familia por una enfermedad —dijo Evie con un poco de dolor en sus palabras.
—Gracias por la hospitalidad en verdad me cayó de perlas conocerte y siento mucho lo de tu familia —comentó Karina, dejando caer su sonrisa de agrado.
—No te preocupes, así es la vida y hay que aprender a seguir adelante. Pero hablo en serio, cualquier cosa cuentas con mi bisabuela y conmigo —respondió Evie para volver a mostrar su sonrisa blanca que enmarcaba sus verdes ojos.
Ante los ojos de Karina la chica no era muy agraciada, pero lo amable la hacía ver radiante y bonita. Ella analizó que, su mirada reflejaba una tristeza rezagada por el paso del tiempo, pero la alegría inundaba su ser y eso la tranquilizaba mucho.
—Déjame decirte lo mismo, Evie —respondió Karina, ya más tranquila—, de verdad aprecio tu amabilidad y quizá un día de estos podamos tomar un té o un café juntas.
—Me encantaría, así nos vamos uniendo como vecinas que seremos ahora —Evie le dedicó una última sonrisa y se despidió agitando la mano.
Karina volvió su mirada a la casa, estaba más tranquila, pero la inquietud había vuelto cuando puso un pie adentro de la casa. De alguna manera se sentía acompañada, pero en definitiva ese cuadro justo en la sala no la iba a dejar tranquila.
Con mayor convicción que nunca, la joven decidió tomar el cuadro, aunque se quebrara una costilla, no le importó. Como pudo estiró la mano nuevamente y al fin lo alcanzó. Pensó en dejarlo en donde creía que pertenecía, pero su condición no le permitió llegar hasta allá; entonces no tuvo otra idea más que dejarlo hasta el fondo de la casa, justo en una pared donde no podría topárselo ni de broma.
Colgó el cuadro y ni siquiera tuvo el valor de ver a la chica a los ojos. Mientras se iba alejando por ese largo pasillo semi oscuro, Karina podía sentir el piso de madera crujir a cada paso que daba y pronto percibió que los vellos de su cuello se erizaban, una presencia como si alguien viniera siguiéndola la invadió y aceleró el paso fallando en el intento porque su cuerpo lesionado no se lo permitía.
Se sentía perdida ¿Acaso solo era su propio miedo o definitivamente en la casa había algo más?