Determinante decisión I

1146 Words
Lo que Karina sentía no tenía nombre, tenía el presentimiento que alguien la iba a jalonear del cabello para arrastrarla al fondo del pasillo, en definitiva, aquella era una sensación que le ponía los pelos de punta. Casi podía sentir el aliento de alguien en su nuca y eso fue la gota que derramó el vaso; con la misma se echó a correr, no le importaron sus heridas, mucho menos sus dolores, solo deseaba volver a la sala a como diera lugar. En la mente de la joven se regañaba porque sentía que había tomado una muy mala decisión y el resbalón que tuvo se lo terminó de confirmar en cuanto cayó al suelo de manera estrepitosa; la sensación agónica no se iba y no podía lograr ponerse de pie. Con el miedo llenando todos sus sentidos y como pudo tuvo que arrastrarse gradas abajo para volver al sofá donde estaba tejiendo y aquello había sido un calvario de dolor y angustia para ella. Al llegar al sofá subió y se terminó de desplomar para romper a llorar. No supo cuánto tiempo había pasado en realidad, pero solo pudo pensar en que no deseaba sentir ese nunca más. No pudo seguir lamentándose por lo que había acontecido, porque alguien tocó la puerta y eso solo la hizo sobresaltar. —¡¿Q-quién es?! —gritó la joven, porque ni de broma podía acercarse a abrir, no con todo el dolor de cuerpo que tenía. Si aquella caída posiblemente había empeorado su condición y sus posibilidades de recuperarse pronto. —Mi amor, soy yo, Abel. Ya llegué, ¿Cómo estás? —su prometido se anunció y con una sonrisa surcando su rostro, con la misma abrió la puerta para ingresar a la estancia. Abel entró con el cansancio haciendo estragos en sus hombros, pero aun así intentó no parecerlo ante Karina. Al voltear a verla su sutil sonrisa se cayó, ella tenía una expresión casi indescifrable y su mano estaba posada en su costado, mientras la bola de lana y las agujas estaban desperdigadas por el suelo. —Karina… —musitó Abel, sintiendo la angustia desde el pecho hasta la garganta. De inmediato la preocupación llegó a su pecho, soltó su maletín que se estrelló en el suelo junto a unas bolsas de papel que desprendían un olor delicioso, pero que ese detalle había pasado a segundo plano. Con la misma corrió al lado de su prometida para auxiliarla. —Pero, ¿qué te pasó? ¡Habla, por favor! —exclamó para arrodillarse junto a ella y comenzó a examinarla. Karina lo miró a los ojos y no esperó otro segundo más para lanzarse a los brazos de Abel, así comenzó a sollozar. —Me caí, Abel —dijo entre lágrimas, mirándolo a los ojos—. Es que… escuché un ruido extraño, traté de investigar de dónde venía y, pensé que era el cuadro. Por eso lo llevé al fondo del corredor del segundo nivel, te lo confieso, pero sentí que me venían persiguiendo, corrí y me caí ¡Fue tan espantoso! Abel quedó impactado con las palabras de Karina, nunca pensó que ella fuera a hacer algo así, que le disgustara tanto el cuadro para intentar ocultarlo… Para él la doncella no representaba ningún problema grave, al menos hasta ese momento. —Siento lo que pasó, mi amor y no pude estar pendiente del celular, me disculpo, pensé que estabas a salvo —susurró con la barbilla apoyada en el hombro de su prometida, luego se separó para mirarla una vez más a los ojos— ¿Estás muy lastimada? Te llevaré al hospital. Karina negó con la cabeza, no deseaba volver al hospital con esas frías enfermeras y la comida tan insípida, de eso estaba segura y tampoco sintió que se fracturó ni nada por el estilo, así que minimizó su dolor para tocar un tema que para ella era más importante. Abel comenzó a recoger las bolsas donde llevaba el almuerzo y comenzó a preparar la mesa, pero Karina llamó su atención con su mano para que volviera cerca de ella en el sofá. —Abel… tengo que preguntarte algo. El estómago de él se contrajo por la manera tan seria y determinante en que ella se había dirigido con esa pregunta. —¿Qué pasa, amor? —inquirió para alentarla a hablar mientras pasaba sus dedos por las onduladas hebras marrones de Karina, en una caricia suave y tierna, pero que no calmó mucho el semblante de ella. —Quiero que me aclares algo… ¿Tú moviste el cuadro de la “doncella”, como tú la llamas? Aquella pregunta de Karina mandó un escalofrío a la espina dorsal de Abel, porque él no la había movido. Tragó grueso por los nervios que comenzó a sentir. —¿A qué te refieres, Karina? ¿Quieres insinuar que el cuadro cobró vida propia y se movió como quiso por toda la casa hasta llegar a la sala? —cuestionó a su prometida para seguir analizando qué era lo que había ocurrido realmente. —Abel, no me estés saliendo con evasivas que alargan el tema, ¿quieres ya decirme si tú moviste ese cuadro? Necesito saberlo de tu boca o no sé qué más podría pensar —dijo Karina casi rogando por una respuesta que le diera la tranquilidad que necesitaba. Por su parte, Abel debía ser sincero con él mismo… sintió una curiosa fascinación al pensar que el cuadro se hubiese movido por él mismo. La razón no la sabía con exactitud, pero de lo que estaba seguro era de que, después de todo no estaba tan loco como para haber alucinado, necesitaba con más ímpetu saber qué diablos ocurría con la doncella de ese cuadro. Abel tomó una pequeña pero determinante decisión, que de ninguna manera consideraba dañina para Karina o para él. Por una vez más omitiría la verdad para que ella no se opusiera a que el cuadro siguiera en la casa, tenía la necesidad de saber más sobre él y no deseaba que algo así le privara de descubrirlo. —Sí, fui yo —respondió, tratando de sonar convincente—. Lo moví porque pensé que se vería más ornamental en la sala. Es un cuadro demasiado despampanante como para que esté escondido. Aquella mentira comenzaba a escocer en su garganta, porque estaba claro que en los ojos de Karina podía leer la incredulidad, a pesar de que él nunca le había mentido de esa manera en cosas importantes. Eso en definitiva comenzaba a exasperarlo poco a poco. Intentaría de todas las maneras posibles que eso no acabara en una pelea sin sentido, pero podía sentir la ofuscación de Karina y eso no le daba buena espina. ¿Acaso ese detalle iba a ser el preámbulo de una discusión más justo en ese momento? ¡No podía ser!
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