A solas en la casa

1333 Words
No sabía el porqué, pero se sentía una vez más como si estuviese haciendo algo muy malo, cuando su lógica le decía que no, que él nunca le había fallado en ningún sentido, pero podía sentir la ofuscación de Karina y eso le resultaba incómodo, al punto de ser molesto tanto para él como para su prometida. —Abel… pensé que te habías deshecho de esos cuadros polvorientos, me dijiste en el hospital que los ibas a tirar y no fue así… me mentiste —dijo Karina sin quitar la mirada del retrato de la joven, esa que, a pesar de verse hermoso le comenzaba a parecer tétrico por alguna razón. Él pasó saliva, volteó a ver el cuadro y notó que aquellas lágrimas y expresión de la chica habían cambiado de manera rotunda desde la última vez que la había visto. Sintiéndose embelesado, al instante sus pupilas se expandieron con el asombro que continuaba provocando en él tales visiones inexplicables, pero en nada se parecía a lo que Karina expresaba en su rostro… en definitiva, la doncella del retrato causaba emociones distintas en ambos. Cuando ella lo volteó a ver con el ceño fruncido, le pareció que Karina lo veía como si hubiera cometido un robo o un crimen ¡Qué disparates! ¡Si él se consideraba buena persona! Pero la mirada de ella lo veía con un ligero desdén mientras esperaba explicaciones a ese hecho. Realmente Abel no sabía cómo desglosar lo que estaba pasando, ni siquiera a sí mismo, mucho menos a ella, pero iba a intentarlo a como diera lugar. —Bueno… —comenzó Abel y carraspeó un poco—. Es que no pude, cariño, hay algo en todos esos cuadros que… No sé, es difícil de explicar. Ante esas palabras, Karina enarcó una ceja y se cruzó de brazos para intentar analizar la respuesta de Abel, quien por su parte comenzó a caminar para alejarse de la situación y encaminarse así al lecho donde dormirían. —Abel, sé que tú amas las obras de arte, pero… ¿Acaso son obras de algún pintor reconocido o algo así? Yo a esas pinturas no les ví nada de extraordinario, pero tú mismo has dicho que la belleza es relativa. Ahora ese de la mujer es otra cosa… parece demasiado realista que me perturba. —Es lo que quiero indagar… además todos los cuadros tienen unos escritos que podrían ser fechas —dijo Abel en un intento de calmar y convencer a su novia—, por eso me encantaría quedármelos para investigar un poco más de su procedencia. Karina se quedó pensativa por un instante, analizando las motivaciones de su prometido. Al llegar a la cama, Abel la colocó con sumo cuidado y notó que ella estaba más serena ¿Sería acaso que ya la había tranquilizado con sus palabras? Esperaba que ella se lo dijera de algún modo y esa sonrisa que mostraban sus finos labios le daba alguna pauta. —¿Mi amor? —preguntó él, como queriendo que ella soltara todas sus palabras para zanjar ese tema de una vez por todas. Ella volteó a ver a Abel y tomó su mentón para apretar sus mejillas haciendo que él se viera gracioso ante los ojos de ella. —Lo pensé y me parece interesante lo de esas fechas, hasta me has dejado con la duda a mí… Si quieres podemos investigar tú y yo sobre la procedencia de esos cuadros, así ya te quedas tranquilo y me prestas la atención que me están robando por sobre pensar tanto —comentó Karina en son de broma con esa última frase. —Pero, ¡qué cosas dice mi pequeña y ocurrente futura esposa1 —dijo Abel con un poco de dificultad al estar sus mejillas oprimidas por los dedos de Karina—. Pero me parece una idea genial. Sin esperar otro segundo más, Abel tomó a Karina de la muñeca para apartar con suavidad su mano y con delicadeza la recostó en la cama mientras apoyaba sus manos a los lados de ella para escrutarla desde arriba. Ella esbozó una sonrisa ladina y se relamió los labios como signo de una invitación provocativa. Él se acercó para darle uno de esos besos que le robaban el aliento a Karina, ella lo recibió gustosa y los sonidos de sus besos resonaban en toda la habitación, pero Abel sabía que, aunque estuvieran insaciables porque el estar solos lo ameritaba, ella necesitaba descanso, así que se separó del fogoso beso y apagó las luces por fin para intentar dormir. La noche transcurrió sin ninguna novedad y Abel no se pudo salvar de que Karina amaneciera deseosa, él también lo estaba y sin duda esos “buenos días” estuvieron cargados de un deseo descomunal en el que ella no pudo dejar su mano quieta para bajar el pantalón de dormir por el elástico y comenzar a masajear su palpitante m*****o… aquella zona que lo hizo cerrar los ojos y morderse los labios. —¿Te gustan mis buenos días? —dijo Karina mordiéndose el labio inferior y sin dejar de sonreír. —Podría acostumbrarme a esto, mi cielo —respondió Abel entre suspiros para levantar la blusa de ella y comenzar a succionar uno de sus pechos. Al terminar aquellos juegos placenteros, Abel fue el primero en levantarse de la cama para preparar el desayuno lo más rápido que pudo, ya que desde temprano comenzó a recibir llamadas del trabajo, las que no quiso responder hasta que terminara el desayuno con su prometida. —¿Hoy trabajas hasta tarde? —preguntó Karina, mientras sorbía su té de manzanilla. —Sí, pero prometo que estaré aquí en punto para que almorcemos juntos, ¿te parece? —inquirió Abel, a lo que ella asintió emocionada—. No vayas a hacer ningún esfuerzo, dedícate solo a descansar. —Lo prometo —dijo ella mientras parpadeaba como una niña buena, gesto que hizo reír a Abel. Así se despidieron con un tierno beso y Abel se fue a trabajar, dejando a Karina sola en la casa. Ella no tenía dudas de estar feliz por la decisión que había tomado, luego le avisaría a sus padres y a su hermano sobre eso, había tiempo para que las cosas se asentaran como debía ser. La joven decidió ejercitarse con movimientos de bajo impacto que el doctor Poncio le había recomendado para las horas de la mañana, y luego de eso decidió pasar tiempo en una de sus actividades favoritas: el tejido. Se instaló cómodamente en un sofá de la sala de estar y respiró un poco de paz al comenzar a tejer una blusa, aquel proyecto en el que llevaba ya mucho tiempo de no retomar, a su lado había un ventilador encendido, ya que era tiempo de verano, así que el calor reinaba en el condominio. La casa permanecía en silencio, tanto así que tan solo se podía escuchar el sonido del hilo moviéndose al compás de su aguja de crochet. Pero ese estado no perduró por mucho tiempo, porque un ruido extraño que rompió su calma. Aquello era un golpeteo arrítmico que parecía provenir de algún lugar de la casa. Karina no pudo más con aquello que parecía taladrar su tranquilidad, parecía venir de atrás de alguna pared. De manera dificultosa se levantó del sofá y con cuidado, a pesar del dolor que le provocaba cada paso, caminó hacia donde escuchaba más fuerte el ruido. No tuvo que buscar mucho porque en la sala era donde se concentraba tal manifestación y se sobresaltó al elevar su mirada, porque ante sus ojos estaba el cuadro de la mujer, ese que le provocaba un extraño malestar. «Qué cosa más extraña… ¿Que ese cuadro no estaba en el pasillo del baño?», se preguntó con el corazón acelerado, mientras que, al hallarse sola, sin poder decirla a nadie sobre sus dudas, un temblor sacudió con sutileza su cuerpo. ¿Estaba sintiendo miedo? ¡Vaya que sí!
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