El aura de regocijo y felicidad fue tan efímera ante los ojos de Karina, jamás creyó que el miedo pudiera transmitirse y permanecer en un sitio, como estaba ocurriendo en su caso.
Maggie estaba más nerviosa y asustada, tanto así que corrió hacia donde Diego estaba aún bailando de lo lindo para agitarlo por la camisa para que se detuviera y volteara a ver hacia la ventana.
—Pero, ¡qué te pasa! —regañó Diego sin poder detener los angustiados movimientos de Maggie.
—Diego… ¡Diego, por lo que más quieras mira para allá! —exclamó mientras tiraba de él, quien miró ofuscado e inmutable a asustarse.
—Hmmm… creo que es una persona ¿No esperabas a alguien, Karina? —el joven de cabellos de fuego se llevó la mano a la barbilla sin despegar la vista de la ventana, con los ojos entrecerrados.
—Pues… solo a Abel, pero él llega más tarde, eso me dejó dicho —Karina se abrazaba a sí misma para intentar controlar su miedo y la piel de gallina provocada por esa espeluznante sensación en cuanto la sombra se retiró de la ventana y se desplazó para alguna otra parte.
Diego observó a Karina y tuvo el impulso de abrazarla para calmar su malestar, pero se detuvo de inmediato, recordándose que no debía propasarse con ella, así que solo se dedicó a intentar sosegar a las chicas con palabras.
—¿Quieren calmarse? Estoy seguro de que solo fue un reflejo o algo así, aquí estamos seguros, no hay de qué preocuparse, muchachas —dijo Diego, guardando la serenidad.
De pronto aquella presencia se sentía justo en la puerta y la manecilla comenzó a sonar. Maggie comenzó a gritar como loca y Diego se tapaba los oídos.
—¡Está en la puerta! Oh, Dios mío, ¡va a entrarse a la casa! —graznó Maggie, su voz era muy fuerte.
En cuanto la puerta se abrió, la figura de Abel se reveló ante los tres amigos. Karina se dirigió al teatro en casa para bajar el volumen del aparato eléctrico y Maggie, que seguía descontrolada por el miedo, no había reconocido al hombre que entró y saltó a los brazos de Diego, quien la sostuvo, pero este se quejó de inmediato.
—¡Maggie! No eres una pluma, ¿sabes? —espetó con una mueca de disgusto.
Al ver que se trataba de su prometido, el corazón de Karina se aceleró cuando vio su mueca de consternación al no saber qué rayos estaba pasando en su casa.
En cuanto los dos amigos reconocieron de quién se trataba tomaron compostura y con un gélido saludo, Abel se quedó estoico, esperando de manera silenciosa una explicación.
—Abel, cariño ¡Ya estás en casa! —comentó Karina y se acercó con dificultad al lado de él—. Mira quienes vinieron a visitarme, a Maggie ya la conoces. Te he hablado tanto de Diego, también es uno de mis colegas de Vortex.
Maggie y Diego saludaron rápidamente con la mano y asintieron a lo que Karina había dicho en ese momento. Cuando observaron la mirada de Abel, intentaron dar una explicación a tal alboroto en plena noche.
—Solo pasamos a saludar a Karina y a ver cómo seguía, luego nos quisimos quedar haciéndole compañía a la muchacha que estaba solita, sabes lo protectora que soy —aclaró Maggie.
—Te creo, Maggie —afirmó Abel, aun tenso.
—No quisimos molestar, lo sentimos si fuimos ruidosos. Todo fue mi idea, me disculpo, Abel y gusto en conocerte —Diego quiso quedar como la mala influencia, no quería que Karina tuviera problemas.
—¿Ah sí? Ya me queda claro y mucho gusto —dijo Abel, con un dejo de sarcasmo, poniendo toda su atención en el muchacho del que tanto le hablaba Karina.
Ambos hombres se miraron fijamente con seriedad y Karina al notar la tensión temió que él pensara que había un interés de por medio allí, lo cual no era cierto por parte de ella. Pero para Karina aquel encuentro había sido la peor forma en que se pudieran conocer.
—Mi amor, te cuento que nos asustaste —intervino la joven, con una sonrisa nerviosa para intentar disipar cualquier mirada retadora entre su prometido y su amigo—. Pero bueno, me alegra que por fin se conocieran.
Abel volteó a ver a Maggie y a Karina para hacer al fin una sonrisa forzada de calma y comprensión, esa que al fin terminó con la infernal tensión que se había creado en la casa.
Ambos amigos, con la pena y la vergüenza que sintieron al haber hecho aquel estruendoso escándalo se despidieron con rapidez. Abel les deseó un seco “feliz noche”, estrechando la mano de cada uno para dejar que luego se despidieran de Karina con un beso en la mejilla, luego de eso ellos subieron cada uno a su respectivo vehículo y desaparecieron en la penumbra nocturna.
Cuando ya no quedaba indicios de sus amigos, Karina notó que sentía como si hubiese hecho algo malo. Sabía que se había pasado con el volumen de la música, pero decidió obviar ese tema y se dirigió a Abel con una tensa sonrisa. Debía aceptar que le intrigaba más lo que su prometido había hecho en el día y… con el cuadro de la doncella.
—Vaya que me has sorprendido, es bueno tenerte en casa no tan tarde como lo pintaste ¿Qué pasó? —inquirió Karina, mientras se contoneaba frente a Abel con una sonrisa de coquetería.
Abel aún tenía su mirada de molestia, porque sentía que lo que él le ocultaba con respecto al cuadro no tenía nada que ver con personas reales en las que ni siquiera tenía una pizca de confianza, eso pensaba cuando pensaba en ese tal Diego.
A lo mejor los celos de ver a otro hombre en su casa, pasándolo bien con su mujer, hicieron estragos en él y no deseaba ser tan patético para hacer una escenita de la que se arrepentiría un par de horas después. Su instinto de posesividad se había activado y trataba de luchar contra ellos por dentro, pero le estaba costando mucho.
—La verdad es que no encontré ningún lugar abierto para investigar el cuadro —respondió aun secamente—. Ya lo haré mañana.
Sin dar más detalles, Abel se dirigió hacia la refrigeradora para tomar un poco de agua y Karina lo siguió, sentía la necesidad de que no quedara ningún mal entendido en el ambiente.
Así que, sin decir más palabras y sintiéndose dichosa porque ese cuadro extraño ya no estaba en casa, Karina lo confrontó con suavidad, se colocó frente a él para desafiarlo con la mirada. Si tenía que aclararle algo, tendría que hacerlo antes de irse a la cama con él.
En cuanto lo vio a los ojos, sintió algo que nunca había percibido en los ojos de Abel… esa mirada le heló la sangre, no parecía la de su prometido.