Karina dio unos pasos hacia atrás, el horror y el desconcierto la hicieron alejarse hasta caer sentada en una silla del comedor. Abel caminó hacia ella, con paso lento y la boca entreabierta hasta llegar frente a su prometida.
¿Acaso ella también lo veía como un monstruo? Al igual que ella en ese episodio...
—¿Y ahora qué demonios te pasa, Karina? —inquirió Abel con exigencia, pero ella más bien se alejaba haciéndose para atrás, con la respiración fuerte y entrecortada.
Al ver que él le hablaba normal, Karina se sintió con un poco de más confianza. A como estaba su grado de tensión y de paranoia, juraba que su prometido podía estar poseído por algo que incluso asustó a Maggie y predispuso a Diego. Esa lógica intentaba crear en su mente. Ella solo se limitó a verlo con enojo para comenzar a cuestionarlo.
—¡Mejor tú explícame qué te ha pasado en los ojos! —exclamó Karina con voz temblorosa mientras apuntaba su dedo hacia él.
—¿Qué? No comprendo, Karina —dijo Abel, desconcertado, en realidad él no se sentía diferente.
—Tus ojos… tienen un color raro ¿Dónde estuviste y haciendo qué? —exigió Karina, mientras sentía que salía de sus casillas con una situación tras otra.
Abel frunció el ceño… era verdad que sentía ardor en los ojos desde hacía un par de horas, no iba a negarlo, pero se dirigió con rapidez hacia el espejo de la habitación de huéspedes y él mismo se horrorizó al ver sus escleras con esa extraña mezcla de colores.
Karina apareció en el reflejo del espejo, lo había seguido al sentir que él no se estaba comportando fuera de lo común. Eso le daba una pauta a Abel de que se sentía confiada a pesar del extraño y grotesco acontecimiento en su mirada.
—No puede ser… —musitó Abel mientras se llevaba la mano a la cara y se jalaba el párpado inferior para revisar sus ojos de manera más detallada.
—¿Ves? Pareces drogado o quién sabe qué más, es que ya no sé qué pensar —espetó Karina, ofuscada y alterada, que se dedicó a sobarse la frente para apaciguar sus emociones.
«¿Será porque a mediodía me tocó caminar bajo el sol? ¿O será porque otra vez me ocurrió otro de esos sueños raros y fascinantes con ese mundo y con…ella?», pensó Abel mientras se lavaba el rostro.
—Creo que… es por el sol que llevé a mediodía, mi amor —Abel intentó dar una explicación coherente, mientras se secaba la cara.
Karina se cruzó de brazos mientras observaba la ancha espalda de su prometido mientras se secaba.
—¿Qué… anduviste por horas en una especie de desierto? Es que no puedo creer que sea solo el sol. Además, yo sé que te ha tocado caminar bajo el sol otras veces y tus ojos nunca han estado así. Es muy raro que cuando entraste no lo noté… ni mis amigos.
«¿Lo habrán notado?», Karina dudó entre sus cavilaciones, realmente no se había dado cuenta.
—Lo sé, es extraño, pero caminé por casi dos horas buscando una dirección, me asoleé buscando un maldito anticuario —explicó Abel, casi en un gruñido de solo recordar lo mal que lo pasó—. Al fin lo encontré, es un viejo que al parecer sabe de todo esto. Quedó maravillado con el retrato y me dijo que para mañana me tendrá una respuesta.
Karina, ignorando cualquier cosa que Abel dijera con entusiasmo sobre ese cuadro que a lo mejor estuviera embrujado, según ella, se acercó para encarar a su prometido y llevó su mano a su rostro, en efecto estaba todo enrojecido.
—Bueno… al menos lo quemado de tu piel tiene lógica con lo que dices. Te creo, amor, debiste pasarlo muy mal ¿Te das cuenta de lo que ese cuadro te provoca? Te estás exponiendo en salud, eso no es bueno, Abel. Deberías analizarlo —espetó Karina, molesta y sin dejar de ver a los rojizos ojos de él.
—Amor, otra vez te estás enojando, solo pasó esta vez porque no encontraba el lugar. Si estuviera obsesionado, ¿no crees que hubiera esperado a que el viejo hiciera la investigación, y además estuviera faltado al trabajo, sin avisarte, sin reportarme? —respondió él, con el mismo nivel de molestia que ella.
Otra vez Karina iba con lo mismo, pensaba Abel, comenzó a tomar las palabras de Karina como un regaño, más que como una sugerencia o un simple comentario, ella realmente no se había portado tan intensa desde que la conoció. Al contrario, siempre era él quien primero sentía celos y esas cosas que ya había aprendido a controlar.
—Ya… no quiero que te preocupes por esto, ¿de acuerdo? Vamos a relajarnos y a olvidarnos del tema por ahora —propuso Abel mientras llevaba sus manos para acunar el rostro de Karina, que lo miraba con molestia una vez más.
—Solo vamos a dormir —comentó ella y se apartó de Abel con seriedad.
Karina ya no dijo más y comenzó a caminar con dificultad hacia alguna parte de la sala. Él estiró su brazo y tuvo el impulso de cargarla para que no tuviera que desplazarse, pero la vio tan molestia que no se atrevió.
¿Por qué ella cambiaba tanto y tan rápido? ¿Por qué ambos cambiaban? De repente sus palabras ya no eran dulces y comprensivas, de repente se hallaba mintiendo porque sentía que ella lo juzgaría o lo tomaría a mal. Eran tantas preguntas que Abel se hacía sin llegar a conclusiones exactas.
«Tengo que arreglar esto», se dijo Abel y decidido corrió hacia Karina que estaba a punto de subir el primer escalón.
No lo iba a permitir, así que abrazó a su novia por la cintura y se pegó a su espalda mientras aspiraba el afrutado olor de su cabello, todo para transmitirle calma. Ella volteó aun con una mueca ladeada en su boca, aquello era bueno para él, ya que tenía la atención de ella de nuevo.
—Mi amor… ni creas que voy a permitir que subas esas gradas sola, mucho menos que te quedes molesta conmigo ¿Te queda claro? —inquirió Abel, mientras paseaba sus grandes y fuertes manos a lo largo de la espalda de Karina.
La joven dio un suspiro y cerró los ojos, dejándole saber a Abel que aquella caricia la tranquilizaba. Él sonrió complacido porque podía sentir al fin toda la tensión disipándose.
Karina, con su mano sana recorrió lo largo del brazo de Abel y la posó sobre su hombro.
—Señor Abel… ¿Usted cree que puede acariciarme así y salirse con la suya? —preguntó ella, con una sonrisa ladina.
—No sé… quisiera creer que aun te gusto, que aun me amas —Abel se relamió los labios, claramente era una invitación para que ella se acercara peligrosamente y ambos se fundieran en un beso lascivo.
No esperaron más y Abel cargó a Karina gradas arriba, ella amaba estar entre esos fuertes brazos, lo deseaba tanto y también tenía urgencia por reconciliarse para ser los de siempre.