Karina debía admitir que, aunque Abel se había llevado ese condenado cuadro y eso la hizo sentir mucho más tranquila de alguna manera, aun se sentía fuera de lugar en esa gran casa, a pesar de tener todas las comodidades que su prometido le había dejado, demostrando así lo mucho que se preocupaba por ella y su recuperación.
Luego de beber un poco de agua, volvió al sofá y pasó el siguiente par de horas descansando su dolorido cuerpo y leyendo algunos de sus libros de psicología hasta quedarse profundamente dormida. La intención de llamar a su familia se había ido por la borda en ese momento en que su cuerpo le pedía descanso.
Karina perdió la noción del tiempo por un momento al menos mientras dormía con sueño pesado, pero ese tiempo de tranquilidad fue interrumpido por algo que oprimió su pecho y luego una sensación de caerse hizo que se despertara con la respiración agitada y sudorosa.
«Uff… quizá solo fue un mal sueño», se consolaba para calmar esa sensación de ansiedad.
Miró el reloj de pared y eran las cuatro y media de la tarde. Apenas tuvo tiempo para procesar la hora, cuando comenzó a sentir algo rozando su pierna justo debajo del faldón de su vestido celeste de tela delgada y fresca, como si unos dedos invisibles se pasearan a lo largo de su pierna y se deslizaran a lo largo de su extremidad.
No sentía miedo, pero aquello definitivamente era algo que no había experimentado antes. Con el ceño fruncido dirigió sus dedos hacia aquella sensación tan bizarra en su piel, pero en ese justo momento el sonido de la puerta la hizo sobresaltar. Alguien estaba tocando.
Karina se llevó la mano al pecho, regañándose mentalmente por estar tan afectada de los nervios. Se incorporó con dificultad para levantarse, mientras se agarraba un costado por el dolor.
Como pudo miró el ojo de la puerta y algo hizo que su corazón brincara, porque vió unos cabellos rizados, rubio cenizo que reconoció al instante, se trataba de su amiga Maggie; Karina no tenía idea de cuanto le hacía falta hablar con ella; sin dudar un segundo más abrió la puerta.
—¡Maggie! —exclamó Karina y se sorprendió por la compañía que traía su amiga— ¿Diego, tú aquí?
—Sí… es que, Maggie no pudo ocultar lo preocupada que estaba por ti y yo no pude evitar escucharlo, así que vinimos —sonrió nervioso el joven alto y simpático de tez clara y cabellos rojos.
—El señor aquí presente no me quiso dejar venir sola, dijo que necesitábamos refuerzos por si estabas en peligro, ¿verdad, Diego? —Maggie codeó a Diego que se sonrojó un poco.
Era más que evidentemente, que el joven tenía un interés en Karina más allá del laboral, casi desde que la vio al entrar a trabajar a la empresa de la empresa de autos Vortex como contador. Claro que, él intentaba por todos los medios ocultar lo que le ocurría, porque sabía que ella estaba comprometida, pero fallaba horriblemente en el proceso.
Karina rió con suavidad y Maggie se lanzó a abrazar a su amiga, que frunció su rostro por el dolor, pero una vez más las quejas por eso solo quedarían para ella. Estaba tan alegre de ver a sus dos compañeros de trabajo.
—Pero pasen, por favor, mi casa es su casa —pidió Karina y los dos jóvenes se quedaron boquiabiertos al entrar.
A cada paso que daban el suelo crujía con debilidad y lo intimidante del interior de la estructura, que tenía acabados en espiral antiguos no más verla de lejos, las ventanas amplias con diseños ya no utilizados en la actualidad y justo arriba de ellos parecía que hubo una gran lámpara, quién sabe de qué época, era algo que sencillamente no se podía ignorar.
—Amiga… esta casa es sorprendente —elogió Maggie mientras sus ojos color miel devoraban toda lo que alcanzaba a mirar.
—Es como una reliquia —comentó Diego, igual de asombrado mientras se sentaba en uno de los sofás.
—Sí… lo es —dijo Karina, observando lo mismo, pero con desánimo, uno que Maggie no pudo dejar pasar por alto y miró a su amiga con preocupación.
—Kari, vinimos a verte porque nos preocupamos por ti ¿Cómo estás? Cuéntanos lo que ocurrió —dijo con un tono de exigencia en su voz mientras se sentaba al lado de Diego.
Karina suspiró mientras se sentaba en el sofá frente a ellos, estaba más que claro que con Diego allí no podía decir mucho al respecto, no le tenía la suficiente confianza como para comentar todo lo que había pasado esos últimos días con Abel, era algo demasiado personal.
—Pues he estado bastante bien —dijo la joven intentando sonreír mientras se hacía a un lado su flequillo—. Es solo que me asusté por una tontería que terminó siendo un ratón que perseguía la vecina… ella es muy amable, por cierto.
Maggie enarcó una ceja y Diego solo asentía con interés, embelesado en todo lo que contaba Karina.
—¿Estás segura que solo fue un susto? Te ves un poco pálida —comentó Maggie, incrédula.
—Maggie, recuerda que se recupera de su accidente —Diego intentaba dar lógica y estar de lado de Karina mientras no podía evitar quitarle la mirada de encima.
—Tienes razón, Diego —Karina aclaró con una sonrisa débil—. Me ha costado descansar y esta casa es un poco extraña para mí, no me acostumbro todavía.
—No lo sé… Karina, es que sonabas realmente angustiada —Maggie dijo mientras en su celular reproducía el audio que su amiga le había enviado—. Esto no suena a un pequeño susto.
Diego frunció el ceño y negó con la cabeza con lo intensa que se portaba Maggie.
—Ya no la molestes —espetó hacia Maggie y volteó a ver a Karina de nuevo—, es normal cómo te sientes, Karina, no es nada fácil. Mudarse es suele ser estresante, yo lo supe hace un año que me mudé para trabajar en Vortex con ustedes.
Maggie casi fulminaba con la mirada a Diego al sentir que no le seguía la corriente. Karina miró a su compañero con una sonrisa radiante de agradecimiento por la comprensión y él parecía haberse quedado inmerso en su compañera, derritiéndose con ese simple gesto de ella. Maggie se dio cuenta de lo que pasaba e intentó distraerlo para que no se pasara de iluso.
—Bueno, ya estuvo… —carraspeó y se levantó del sofá con la bolsa que llevaba en las manos— ¿Qué tal si te hacemos compañía un rato, Kari? Te trajimos algo de comer.
Karina sonrió divertida y asintió con entusiasmo, agradecida por la presencia reconfortante de sus amigos y colegas.
—Les agradezco, chicos, en serio me alegraron la tarde —comentó y se levantó del sofá con dificultad, a lo que Maggie corrió para ayudarla, pero Diego se le adelantó y al tener más fuerza pudo encaminar más fácilmente a Karina hacia el comedor.
Luego de un ameno momento degustando los muffins de diversos sabores que Maggie y Diego habían llevado, acompañados de café recién molido -que Abel preparaba desde temprano todos los días-, Karina se dio cuenta de lo tranquila que se encontraba con más compañía en casa, tanto así que hasta se había olvidado de sus problemas y malestares, así que antes de que esos dos pensaran en irse ella intervino.
—Muchachos… —Karina intentaba mantener la sonrisa para no evidenciar su angustia porque se fueran— ¿Por qué no se quedan un poquito más? Hacía tiempo que no pasábamos una tarde como esta desde el convivio del año pasado.
Maggie y Diego se voltearon a ver para verificar si ambos estaban de acuerdo o no.
—Pues… si no tienes planes con Abel, por supuesto, Karina —respondió Diego, con evidente incomodidad al mencionar al prometido de la joven.
—Claro, claro, él viene hasta tarde hoy por el trabajo y no hay problema —Karina agitó su mano, con aires despreocupados.
Maggie la miró con cierta curiosidad, pero no puso objeción a la petición de su mejor amiga, sabía que la necesitaba y así decidió no dar largas al asunto y alargaron su estancia hasta que oscureció.
Pronto, Karina encontró como usar el teatro en casa de Abel y puso música bailable con un volumen alto, para intentar crear un ambiente festivo.
Diego, siempre dispuesto a una buena fiesta, comenzó a moverse al compás de la música, invitando a sus amigas a que hicieran lo mismo. El traje formal que tenía contradecía sus pasos de baile, pero eso no tenía importancia en ese momento.
—Vamos, vamos, ustedes pusieron esta música y ahora tienen que bailar ¡Fiesta improvisada! —dijo entre risas y las chicas se reían a carcajadas de sus pasos.
Maggie ayudó a Karina a levantarse y ambas se tomaron de la mano para moverse, por supuesto que la joven no hizo ningún movimiento brusco, al contrario de Maggie que se comenzó a alocar con la música merengue y a mover sus ondas rubias con cada movimiento.
Todo parecía ir de maravilla, pero de repente, Maggie volteó a ver hacia la ventana y algo la dejó petrificada al instante.
—Karina… —dijo en voz alta, tirando de la manga del vestido de su amiga, con el pánico recorriendo sus venas— ¡Hay algo ahí afuera!
Como si de un ancla pesada oprimiendo su corazón, el miedo una vez la había alcanzado, porque aquella figura negruzca siniestra que no tenía forma definida estaba parada justo allí, observándolos.